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2015-09-04
 

El Teatro San Jorge, un lugar de la memoria

 
Ilustración: Alejandro Henríquez
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Después de casi 20 años el Teatro San Jorge de Bogotá vuelve a abrir sus puertas, esta vez para recibir al VI Encuentro Nacional de Patrimonio.

 
Por Gustavo Bueno Rojas
Dirección de Patrimonio Ministerio de Cultura
 
 
Francisco Ortiz Durán y su madre Alba Beatriz Durán de Ortiz cruzaron la calle agarrados de la mano hasta la entrada del Teatro San Jorge.  No saben cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que lo hicieron. Tal vez Francisco era un niño y ella aún no tenía el problema en las rodillas que le impide caminar más rápido.
 
La calle no es tan ancha, pero ambos la cruzaron midiendo los pasos, como si escogieran el lugar preciso en donde poner los pies. Alba Beatriz no levantó la mirada del suelo y su hijo miró hacia lado y lado, continuamente, previendo que no vinieran carros, aunque la calle ya no es tan transitada como en otra época, en donde se parqueaban los primeros carros que llegaron a Bogotá y una muchedumbre iba y venía de La Estación de la Sabana para tomar el tren, y no se escuchaban tantos motores de autos y el sonido más bien era el de los pasos y las voces de la gente que saludaba o se despedía de la capital. En otro tiempo, el que se agarraba de la mano para cruzar esa calle era el niño Francisco, a quien después del colegio, sus padres lo llevaban al San Jorge para que pasara la tarde viendo películas, mientras ellos atendían la ferretería, que en esa época y en esta, ha estado siempre en frente del teatro.
 
 

Foto: Milton Ramírez-MinCultura
 
 
A medida que se acercaban a su destino final, mientras cruzaban la calle, los pasos parecían hacerse más densos, menos livianos. Aunque eso no es de extrañar y quizá suceda siempre que se cruza una calle para encontrarse con las viejas nostalgias, con el tiempo pasado, con aquellos años que se niegan a derretirse en el fuego de la memoria, y tal vez mientras caminaban, vieron de nuevo, en las arruinadas paredes azules del teatro, los anuncios de las películas de Pedro Infante, del Santo o de Cantinflas que Francisco vio en el tiempo de su educación sentimental.
 
Cuando llegaron a la acera de enfrente se detuvieron delante la imponente construcción de inspiración art déco, que está en ese mismo sitio desde 1938.  Alba Beatriz y su hijo miraron al cielo,  como si alguien les hubiera dado una orden, buscando en las alturas de las torres, el viejo letrero que se iluminaba en las noches cuando iba a empezar la función nocturna, y sonrieron, como si lo hubieran visto encenderse de nuevo para darles la bienvenida.
 
 
Jorge Pardo y la idea de su teatro San Jorge

En 1938  los ideales nazis, fascistas y comunistas lideraban el ambiente político mundial y se sentía que en el futuro próximo, algo muy grave estaría por venir para cambiar el curso de la historia universal. Ese mismo año el químico estadounidense R. Plunket inventaba un nuevo plástico, el politetrafluoruro de etileno, más conocido como teflón.  En Colombia,  por su parte, el 1 de mayo era elegido como presidente de la República Eduardo Santos  con 511.947 votos, 426,861 menos que los obtenidos por el ex presidente López cuatro años atrás. Su candidatura había sido respaldada por el Partido Comunista pese a que  buscaba distanciarse del Frente Popular. El 23 de julio un avión Hawk que hacía acrobacia en la ciudad de Bogotá, perdía el control y se estrellaba contra la tribuna en la que había más de 500 invitados. Setenta y cinco personas entre civiles y militares murieron y más de cien quedaron heridas. Viendo el espectáculo  se encontraban el presidente saliente, Alfonso López Pumarejo, y el electo, Eduardo Santos, quienes resultaron ilesos.

El 7 diciembre de 1938, el año del IV Centenario de la Fundación de Bogotá, el Presidente de la República de Colombia, Eduardo Santos, asistía con su distinguidísima esposa, Lorencita Villegas de Santos, a la inauguración del que fuera uno de los teatros más modernos de Latinoamérica, el San Jorge, una majestuosidad pensada por el empresario  de origen boyacense Jorge Pardo y llevada a la realidad por el prestigioso ingeniero y arquitecto bogotano Alberto Manrique Martín.

Pardo era alto, de tez cetrina y facciones de origen muisca y con un lejano parecido al cantante mexicano Pedro Vargas. De carácter fuerte pero amable. El mejor de los patrones, escribiría en sus memorias el periodista Luis Zalamea, quien además fue administrador del teatro en los primero años. Pardo fue tipógrafo cajista en El Tiempo, mecánico automotriz de la empresa de Antonio Puerto y fundador de la Flota Santafé, la primera en transporte de pasajeros por carretera que existió en el país. Según Zalamea era sagaz para los negocios y muy hábil para las relaciones públicas, por eso tener la idea de un teatro y asociarse con la Metro Goldwing Mayer, para traer las películas de la productora estadounidense, no fue una tarea difícil.
 
Jorge Enrique Pardo buscó, en 1936, a  Alberto Manrique Martín, uno de los mejores arquitectos del país para que diseñara el San Jorge y a la firma norteamericana de Fred T. Ley para su construcción. Dos años después, el teatro recibía a las personalidades más prestantes de la capital colombiana y proyectaba  María Antonieta, un filme de Woodbridge Strong van Dyke, sin importar que ese mismo día, el alcalde Germán Zea creara la junta de censura de películas.
 
 
 Foto: Interior Teatro San Jorge / Julio A. Sánchez / 1938 / Archivo Familia Sánchez
 
 
 La fachada del teatro fue pintada color azul cobalto y estaba compuesta por tres cuerpos: dos torres, y en el centro tres altorrelieves. Uno de ellos vertical en el centro, que representa a San Jorge y dos horizontales con figuras femeninas estilizadas, representativas del expresionismo alemán del siglo XX. Tenía capacidad para 1.200 personas más 200 en el área de bar  y salón de té; un balcón en donde estaban ubicados los palcos y contaba con sillas reclinables para que el público asistente no tuvieras problemas para ver la función y el más moderno equipo de proyección fabricado por Phillips en Holanda, especialmente para el teatro.
 
A finales de la década de 1930 y hasta la década de 1960, el San Jorge fue uno de los más importantes de la ciudad. A sus funciones entraban políticos, artistas, empresarios y por estricta orden de don Jorge Enrique Pardo, los asistentes debían tener más de 15 años e ir vestidos con pantalones largos, camisas blancas, corbatín y sombrero de copa. Varias veces se vio entrar a los ex presidentes Carlos Lleras Restrepo, Alfonso López y Laureano Gómez quienes por orden del mismo Jorge Pardo nunca debían pagar su entrada.
 
Aquel 7 de diciembre de 1930, don Jorge Pardo les dio la bienvenida al Presidente y a su esposa, en medio del revuelo que causó la apertura de teatro. Cuando los vio,  bajos las luces estridentes de las cámaras fotográficas que encandilaban los ojos por unos segundos que parecían eternos, se paró firme, les extendió la mano, carraspeó un poco para afinar la voz y pronunció las mismas palabras que se le escucharían decir, por algo más de treinta años, a todo aquel que llegaba al teatro: “Bienvenidos a su teatro San Jorge”.
 
Nada va a salvarse de morir siempre a destiempo
 
Alba Beatriz y Francisco entraron al teatro tomados de la mano. Ella apoyándose en su hijo para para esquivar los obstáculos que dejó el implacable paso del tiempo en el San Jorge, que están marcados por una demolición parcial a finales de los años 90 y la utilización como vivienda y sanitario de los habitantes de la calle, después.
 
“Esto era muy elegante”, dice Alba Beatriz, tratando de buscar en el interior de las ruinas el balcón en el que ella y su esposo solían ver las películas de Pedro Infante o el hermoso telón vino tinto que cubría el escenario que era una de las cosas que más le gustaba del San Jorge. El esplendor del teatro duró casi treinta años y algunas personas dicen que una fatal enfermedad acabó con el entusiasmo de su dueño, otros aseguran que por el deterioro y la creciente inseguridad del barrio La Favorita, los capitalinos desistieron de asistir a sus funciones y hay quienes piensan que simplemente el teatro pasó de moda y que Pardo no tuvo más remedio que cerrarlo.
 
Alba Beatriz suelta la mano de su hijo y camina por el salón vacío, en donde algún día estuvieron ancladas las primeras sillas reclinables que llegaron al país, en donde se sentaron tantas personalidades importes. Parado, casi inmóvil, su hijo  Francisco la mira y a ambos el tiempo los devuelve a una época remota en donde todo tenía un orden establecido y el paso del tiempo no había tatuado aún su marca en las paredes del San Jorge. “Todo empezó a cambiar, cuando el barrio empezó a deteriorarse”, dice Francisco, con las manos metidas en los bolsillos, mientras mira a su madre caminar por el salón vacío del teatro.
 
 
 
 Francisco Ortíz Durán y Alba Beatriz Durán de Ortiz. Foto: Adrián Quintero-MinCultura
 
 
La Favorita al igual que el San Jorge, tenía un movimiento importante, tanto comercial como cultural. La Estación de La Sabana era el principal punto de llegada y de salida de mercancía de la capital. Por allí, también llegaban las películas que se proyectaban en el teatro. La Avenida Jiménez era conocida en la primera mitad del siglo XX como “La puerta de Bogotá” y frente al teatro funcionaba la Emisora Nueva Granada. Con la construcción de  Avenida la Caracas y la Carrera Décima, el sector quedó aislado del centro y de lo que fue su edad de oro. En los años sesentas y setentas, empezaron a construirse hoteles-residencia, de baja reputación, para los viajeros de la Estación de la Sabana que se veían obligados a pasar la noche en la ciudad, y se convirtió en sede de varias agencias de transporte de la ciudad. En los ochentas y noventas, el sector se fue convirtiendo en una de las zonas más peligrosas de la ciudad. El Teatro fue perdiendo su fama y pasó de proyectar María Antonieta en 1930 a proyectar uno de los clásicos del cine porno, Garganta profunda, en los años ochenta y noventa, luego fue comprado por una empresa de reciclaje que demolió el balcón y entregó la silletería a Royal Films, compañía que le compró las instalaciones a Jorge Pardo.
 
Alba Beatriz llevaba cuarenta años sin entrar al San Jorge y pareció buscar cada detalle de aquel tiempo prestigioso. “Siento mucha tristeza y se da uno cuento que todo en la vida llega y pasa”, sentencia Alba Beatriz cuando se acerca nuevamente al lugar en donde está su hijo. A sus 74 años y después de haber trabajado 45 años en el sector, algo de cierto deben tener sus palabras.
 
Madre e hijo se toman de la mano y caminan despacio hacia la salida, cuidando los pasos, revolviendo los recuerdos. Detienen su marcha un par de veces para mirar hacia atrás y atrapar en la memoria algún reflejo de ese pasado glorioso.
   
 
 
 
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