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2015-11-17

Un bullerengue para Petrona Martínez

 
Foto: Alexander Arteaga, MinCultura
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Al narrar con melodías cómo es la vida cotidiana de su terruño, la cantadora Petrona Martínez ha mantenido viva la tradición de sus ancestros. Por estas y otras razones recibe el  Premio Nacional de Vida y Obra 2015, del Ministerio de Cultura. Perfil

​¡Oh! Petrona, reina del bullerengue, haz que por un instante se acallen  los cantos de tambores que resuenan desde lo profundo de tu alma, para que nos narres con tu voz de arena y viento, la epopeya de tu vida.
 
Cuéntanos cómo era San Cayetano, Bolívar, aquel pueblo en el que te parió tu mamá, Otilia María Villa Martínez, y  en el que creciste prendida a la falda de tu madrina, Candelaria Valdés, hija de tu legendaria abuela, Orfelina Martínez, “cantadora, partera, comadrona y rezandera”, como tú la describes con todo orgullo,  y de quien heredaste el poder del canto y la danza de tus ancestros.
 
Deja por un momento a un lado la vieja máquina de coser de tu madre, la misma que conservas en tu casa en Arjona, Bolívar, y con la que a veces te entretienes remendando ropa de tus nietos y bisnietos para que evoques cómo en aquellos días en que se hacían las fiesta patronales, te ibas bien pegada a la pollera de tu bisabuela, de tu abuela y de una veintena de mujeres, para armar esas ruedas de bullerengue, con las cuales alababan a San Antonio, San Cayetano, San Basilio o San Pablo.
 
Entonces, con esos ojos de niña llenos de curiosidad y dispuestos a tragarse el mundo, te deleitabas viendo a tu abuela Orfelina, encabezando aquel grupo en esas ruedas festivas, rituales que empezaban en la tarde y culminaban al otro día.  Esa escena, repetida una y otra vez a lo largo de tu infancia, se quedó grabada en cada poro de tu piel, por eso aunque  ninguna de las hijas de tu abuela logró captar la esencia de esa tradición, tú conseguiste perpetuar su legado hasta el presente.
 
Y es por eso que cada vez que te preguntan por Orfelina, tus ojos color aceituna se iluminan, para recordar a aquella mujer de estampa mulata que murió muy joven. “No tenía edad para morir”, dices. “Después de ella murieron la tía Tomasita, Reyita Herrera, Zoila Torres y todas las que cantaban con ellas. Estoy segura que si mi abuela  me viera ahora estaría contenta, porque estoy yo representándolas”, aseguras esbozando una sonrisa, mientras sostienes entre tus manos el viejo retrato de tu abuela que conservas como una reliquia, en tu casa.
 
De esas ruedas de bullerengue  salidas de las gargantas de esa veintena de cantadoras, guardas como un tesoro algunos de esos cantos, como el ‘Cangrejito’. Ahora, tu mente vuela en el tiempo, y ves a aquellas mujeres con sus anchos faldones en movimiento y en esa visión aparece la figura de Juana Teherán, cantadora que abría la rueda de bullerengue con esa tonada diciendo: “Yo vine de Malagana / yo vine de Malagana / toy aquí no sé por qué/ cantándole a San Antonio / en la puerta e Juan Valdés…”

Y, desde luego, también aparece en escena tu abuela Orfelina, replicando: “Donde estará la Martínez / donde estará la Martínez,  /que la llamo y no responde / es que se ha ido de estas tierras/ o se habrá cambiado el nombre…”

Tu mente sigue recordando esos tiempos idos y ves cómo resurge la efigie de tu bisabuela Carmencita Silva que aparecía en la rueda bullerenguera para entonar: “Yo me llamo Carmen Silva / yo me llamo Carmen Silva / y soy Silva de silbé / aunque silba o no silba / yo siempre Silva seré” y entonces ríes a carcajadas con las ocurrencias de la bisabuela.
 

***
Sacerdotisa de los cantos de agua y tierra, recuérdanos cómo al paso del tiempo, guardaste en el fondo de tu alma todos esos sonidos de los ancestros y empezaste a dar rumbo a tu vida al lado de Tomás Enrique Llerena, ese hombre con el que tuviste siete hijos, a quienes llevabas a cuestas de finca en finca para cuidarlas, y cómo en medio de esos montes, mientras alimentabas gallinas, lavabas ropa, arriabas cochinitos y arabas la tierra, comenzabas a cantar para romper el ruidoso silencio de la naturaleza, acompañada de tus pequeños con quienes, a golpe de improvisados tambores, armabas de la nada un bullerengue.
 
De esos días en medio del sopor y el bucólico paisaje fue que descubriste que también podías componer como lo hacía tu padre, Manuel Salvador Martínez, a quien todos conocían en la región como Cayetano Martínez. El origen de esa canción que aún no has terminado de hacer, lo recuerdas tan claro como el nacimiento de cada uno de tus hijos. 

Ese día estabas  sentada cociendo un pantalón, mientras observabas el potrero que rodeaba tu casa. De  pronto, salieron  correteando espantados al potrero dos  puerquitos que eran de tus hijos menores. Tú te quedaste sorprendida viendo cómo corrían y gruñían, mientras se metían al pozo para bañarse. Ahí fue donde te nació la canción, ‘El niño puerco con la niña puerca’: “Ahí viene el niño /roncón / con la niña puerca/ roncón….”
Entonces pensaste: “bueno, yo sé componer como mi padre”,  y comenzaste con tu mente y tu corazón a inspirarte sobre aquellas pequeñas y sencillas cosas de tu vida, casi sin darte cuenta de que lo que estabas haciendo, era retratar con versos la esencia de todo un pueblo.
 
Esos cantos cotidianos siguieron saliendo a borbotones de tu garganta cuando ya hecha una mujer pasabas tus días en Palenquito, Malagana. Allí, mientras sacabas arena del arroyo, no parabas de hacer amables las duras jornadas, con tus tonadas.
 
Y por esos rumbos solía pasar Marceliano Orozco, juglar y  gestor cultural del folclor y del Son de Negro en Malagana, quien cada que escuchaba tu voz, alertaba su oído y quedaba encantado. Marceliano tenía en mente buscar nuevas voces que impulsaran la riqueza musical de esas tierras. Por eso un día le comentó a un joven: “Ahí en Palenquito hay una mujer que canta muy bien”, entonces el joven le dijo: “esa es mi mamá”.
 
El gestor vino a buscarte para convencerte de que pusieras ese don que la naturaleza te dio, al servicio de la humanidad. Y no fue difícil que dieras tu brazo a torcer. Sólo que desde un comienzo tenías claros que querías tener tu propio grupo.  Un 25 de diciembre, para amenizar el aguinaldo de los niños del pueblo, te buscaron para armar un bullerengue y así nació el grupo Petrona Martínez y los tambores de Malagana.
 
Ahora, a tus 75 años, cuando sentada en una silla en tu casa de Arjona evocas lo que ha sido tu vida, parece todo muy sencillo, aunque de seguro, el camino debió ser más pedregoso que los caminos, para llegar a tu pueblo. Primero, pequeñas presentaciones en casetas para eventos populares. Después, algunas salidas hasta las playas de la muy señorial Cartagena de Indias, para cantarles en noviembre, a las reinas. Luego, aparecieron las grabaciones discográficas y sólo fue cuestión de tiempo para que tu voz comenzara a resonar en el mundo. 

Primero Estados Unidos, después España, Brasil, Chile, México, Italia, Francia, Noruega o Inglaterra, sí, en esos países donde, como dices con gracia,  “hablaban mnña mnña mnñá”, no les entendías ni un comino. Pero apenas, al son de los tambores se oía tu voz de trueno, aquellos extraños espectadores, sacudían sus  blancos y largos cuerpos, poseídos por el embrujo de tus bullerengues. Pero te creemos, maestra Petrona, cuando afirmas: “Cuando yo comencé mi música, era como para divertir a los pelados, para divertirme yo, pero nunca tuve en el pensamiento de ir tan lejos, con ella ¡nunca!”. 
 


***
Con el tiempo se fueron desgranando esas puyas, fandangos, porros y  bullerengue que, una vez salidos de tu corazón ya se incorporaron al imaginario colectivo de tu pueblo, como ‘La vida vale la pena’, esa canción que en realidad tu titulaste ‘La arena’. Vuelves y haces memoria y respondes algo que todo el mundo te pregunta: “Esa canción surgió un día  en que sacabas arena entonces me detuve a descansar y me dijo un muchacho: tanto que la señora Petrona canta y compone, y todavía no le ha compuesto una canción a este arrollo y a la arena. Y yo me quedé pensando: Mmmhh, no te preocupes negro que yo le saco una canción a la arena. Cuando me paré de donde estaba sentada, metí la pala en el agua y le dije estas palabras. Cuando vine a palenquito yo vi la vida en un hoyo. Me dediqué con mis hijos a saca arena del arroyo,  Oye niñales la vida vale la pena…, ahora,  a donde quiera que vaya me toca poner esa esa canción, que hace viejo que lo grabé, porque si no la gente no me deja bajar”, y vuelves a soltar una carcajada.
 
Y  es que para tí la vida vale la pena. “Si uno no se da su valor, no vale; y si uno se da su valor, vale mucho. Yo valgo quién sabe cuánto”, dices, y vuelves a dejar al aire tu sonrisa,  reina del bullerengue.
 
Pero en el fondo de tu corazón escondes un gran a anhelo: volver a vivir en el campo abierto, en un espacio donde tu mirada se pierda en el horizonte, donde haya una casita con espacio para tener otra vez un patio qué barrer, donde los cochinitos tengan un pozo, donde refrescarse; en el que pueda alimentar un ejército de gallinas, patos y pavos, en el que pueda sembrar ají, tomate y cebolla, de todo cuanto sirva para hacer un rico sancocho.  “Yo digo que eso es lo que me está aniquilando, quisiera volver a la vida de antes. Es que por acá en el campo estoy tranquila, en la ciudad hay mucho bullicio”, dices y tu mirada se llena de nostalgia.
 
Ahora, miras las paredes de tu sencilla casa, llena de recuerdos, cuadros, trofeos, diplomas de todas partes en el que reconocen, con letras de molde, tu talento, pero sobre todo lo que simbolizas para la tradición cultural de un pueblo. Y ahora tendrás que abrir espacios para el galardón ‘Vida y Obra’ que te Otorga el Ministerio de Cultura, reconocimiento que reafirma la grandeza de tu existencia. Un homenaje al que con tu característica humildad respondes: “Siento satisfacción y felicidad por el reconocimiento. Pero más que el premio, lo que me gusta es recibir el agasajo de la gente, me siento querida, respetada, amada, por el público”.
 
Estos reconocimientos te hacen entender que tu canto no ha sido en vano. Detrás de ti surgen nuevas generaciones. “Muchas han querido seguir mis pasos y me enorgullece.  Vivo agradecida  de que ellas hayan querido ser lo que yo soy, para que no dejen caer esto que es la música”, dices con una expresión sincera.
 
Y sobre todo, esperas mucho de tu propia descendencia. Ahí están a tu lado, en la vida y en la tarima, Joselina y Nilva Rosa Llerena Martínez, tus hijas y mejores alumnas musicales. “Cuando mi mamá enfermó,  yo me quise tirar atrás, de no seguir la música, y mi mamá me dijo, no señora, siga cantando, que donde este usted cantando, la  estoy yo acompañando. Y por eso, cuando me subo a una tarima, siento que mi mamá está conmigo. Ahora yo le digo a mis hijas, si yo me muero mañana, ustedes con sentarse a llorarme, a guardarme luto no me van a revivir,  que siga la música pa’lante y me alegraría mucho que yo sienta que ustedes están cantando. Esta música no se acaba nunca si no la dejan caer”. Sentencias con vehemencia.
 
Pero por lo pronto seguiremos teniéndote reina del bullerengue por mucho tiempo, allí subida en una tarima, para encantar con tu música en cualquier lugar del mundo, gracias a ese secreto que proviene de tus ancestros y con tu voz de arena y viento: “Cuando sale mi voz de la garganta siento que no soy yo la que canta, es mi abuela Orfelina, y entonces me salen esos versos con más inspiración”. 

Y por eso aseguras que seguirás cantando hasta que mueras: “Con todo lo que he hecho en la vida  digo que si me llega el mal de la muerte ya me voy regocijada,  porque he hecho, he regalado, he dado y, ayudado a todos. Entonces sí dirán, hasta ahí llegó Petrona Martinez”.

VEA VIDEO HOMENAJE AQUÍ:     https://www.youtube.com/watch?v=cfkbXdrOA9Y​


Texto: ​
Ricardo Moncada Esquivel
Jefe de redacción
Oficina Divulgación y Prensa
www.mincultura.gov.co

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