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Por los hijos y las hijas del tabaco, la coca y la yuca dulce

 La entrega del Resguardo Indígena Predio Putumayo es, desde hace 36 años, la fecha común más importante de los pueblos uitoto, muinane, bora y okaina en La Chorrera, Amazonas. ¿Cómo la conmemoran?

29-04-2024
 
Desde 1988, los cuatro pueblos indígenas amazónicos conmemoran la Entrega del Predio Putumayo en La Chorrera, Amazonas. Foto Jorge Martínez

​​Por Lorena Machado Fiorillo

En una silla Rimax azul, un color multiplicado sin intención en la ropa de los habitantes de La Chorrera (Amazonas), en las fachadas de las casas de madera, en los objetos de plástico, se acomoda estirando sus piernas el protagonista del cortometraje en exhibición. Fernando Gifichiu Kumimarima es un anciano mayor del clan ++júmuje, la gente del oso hormiguero cuyo número se redujo a tres durante el genocidio cauchero. Es, también, el cacique mayor del pueblo Bora, uno de los cuatro pueblos indígenas de esta región, para quienes el horror reposa en un apellido: Arana.

Al verse en la pantalla de videobeam sostenida en el aire por cuatro hilos transparentes, dos de ellos pisados por piedras, el abuelo Fernando —70 años, anteojos de marco delgado, bigote grisáceo— se ríe de la risa de quienes observa junto a él en las imágenes. Niños, niñas y jóvenes de su comunidad que, minutos después en la cancha de basquetbol del Polideportivo El Cacique, dramatizan cómicamente la obra de teatro ‘Venado colorado’, un mito infantil sobre la inocencia. Esa alegría de los bora gravita con la de los uitoto, los muinane y los okaina. Cuatro pueblos sonando en una carcajada a la que se unen micos invisibles dentro del espesor de la selva en una noche de abril. La Luna llena del cielo encapotado alumbra más que la luz blanca de los únicos dos bombillos encendidos hasta las 10:30 p.m., cuando cortan el servicio de energía.

Fernando Gifichiu, cacique mayor del pueblo Bora. Foto: Jorge Martínez.

Los hijos y las hijas del tabaco, la coca y la yuca dulce, como conocen a los pueblos indígenas amazónicos porque de ahí salen el mambe, el ambil y la base de su alimentación, han navegado el río Igara Paraná para estar juntos en el Festival Conmemorativo de la Entrega Resguardo Indígena Predio Putumayo, la fecha común más importante. Quinientas personas le bailan y le cantan a la vida, luego de haber perdido a sus ancestros durante la extracción del caucho de principios del siglo XX, luego de que el peruano Julio César Arana, junto con los capataces del oro blanco y el apoyo de Inglaterra, arrebatara su territorio y masacrara a 60.000 de los suyos. 


Cada 23 de abril, desde hace 36 años, los cuatro pueblos celebran en hermandad el retorno de la Madre Tierra, el momento en que el Estado colombiano con Virgilio Barco de presidente les devolvió su hogar. “Un nativo sin territorio se extingue”, menciona José Pablo Neikase, líder y artesano del pueblo okaina, a quien le interesa preservar la historia de las abuelas y los abuelos silenciados por años. “Mucho dolor que las generaciones siguientes debemos conocer para sanar y cuidar”, dice.

La Chorrera es tanto el nombre del pueblo de árboles centenarios y perros flacos y adormecidos por el calor, como el chorro ensordecedor donde aparece Juma, el dios Garza. Se ve, por primera vez para el viajero de avión, desde un puente colgante de tablas de madera con espacios entre ellas de hasta siete centímetros por el que transitan personas y mototaxis sin vértigo. Ese punto de entrada es el recuerdo mismo de una vida en armonía con la naturaleza, del abrazo diario del río.

El Igara Paraná

El chorro de agua, que se observa desde un puente colgante de madera, es el que le da el nombre a La Chorrera. ​Foto: Jorge Martínez.

“¡Inscripciones abiertas!”, anuncia por micrófono John Arcemakuna, locutor indígena uitoto, bajo la caseta que da sombra en el Polideportivo. “Las personas que van a participar en canotaje, un hombre y una mujer por cabildo, damos inicio a la competencia a las dos de la tarde. Lugar de partida: el muelle”, exclama pisando con su voz las palabras de una canción de ritmos brasileños.

Todos los que están allí, tras haber comido danta y casabe, se desplazan hasta el muelle, a dos cuadras cortas de camino, para arrejuntarse en la estructura pintada de amarillo y ver a los inscritos maniobrar los remos en sus canoas. Antes de arrancar, la única lancha metálica con motor lleva a los dos encargados de instalar la meta: una cuerda gruesa hundida en el río Igara Paraná que halan varias veces para amarrar a un árbol. En medio de la tarea, la cuerda se rompe. ¿Qué van a hacer? ¿Cancelarán la competencia? ¿Traerán otra cuerda? Deciden marcar al ojo: la primera pareja que dé la vuelta completa hasta el chorro y llegue a una de las esquinas del muelle será la ganadora.

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La lancha con motor sigue de cerca a las cuatro canoas. Los participantes esperan la señal para empezar y reman a la par de la lancha, siendo el brazo una extensión del remo. En el recorrido hay una pareja, con camisetas rojas, siempre al frente. “Como si quisieran atrapar con la mano al lanchero”, dirá alguien más tarde. Son un par de primos, Marta y William Dimas, del cabildo San Francisco del pueblo uitoto, quienes se animaron a participar en los juegos autóctonos del festival. Nunca lo habían hecho.


En la competencia de canotaje participan un hombre y una mujer por cabildo. Los ganadores son Marta y William Dimas, del cabildo San Francisco del pueblo uitoto. Foto: Jorge Martínez.

“A mí me da muy duro el 23 de abril. Es una fecha muy importante para el Amazonas. Uno la espera con mucho anhelo porque es una fiesta de todos los de acá por nuestro territorio. El río es nuestro diario vivir y el canotaje es nuestro medio de transporte para la caza e ir a la chagra. No hay escuela pa’ aprender a remar, se aprende mirando”, cuenta Marta, celebrando su victoria y bajándose de la canoa para ir a la competencia de fútbol.

En temporada de lluvias, el vestigio de la fuerza del río Igara Paraná, afluente izquierdo del Putumayo, se evidencia impreso en la fachada de piedra de la Casa Arana, el principal centro de acopio de caucho de entonces. Una línea horizontal roja delimita cuando la selva queda sumergida bajo el agua. Lo que se ve ahora desaparece. Emerge la nueva vida.

La Casa del Conocimiento​

Los cuatro pueblos, en la Casa Arana, conmemoran el 23 de abril porque hace 36 años el gobierno colombiano les devolvió su territorio. Foto: Jorge Martínez.

Esta casa deteriorada, junto a palmeras despelucadas por el viento, fue el hogar del “primer blanco”: Benjamín Larrañaga, un pastuso que arribó a La Chorrera en búsqueda de quina y encontró el caucho. Luego, Julio César la convirtió en la Casa Arana para amasar una fortuna al desangrar el árbol de siringa y esclavizar a los pueblos indígenas. En 1924, el huilense José Eustasio Rivera denunció las atrocidades que allí ocurrían al publicar la novela ‘La vorágine’. Cien años después, funciona como Institución Educativa Casa del Conocimiento, la más grande del centro del Amazonas para bachilleres y en paro desde el 29 de febrero de este año. Cien años después, el ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes, Juan David Correa, en nombre del Gobierno colombiano, le pide perdón a los pueblos amazónicos y a sus ancestros mirándolos a los ojos allí mismo.

Es el abuelo Fernando, ya vestido con su traje tradicional de oso hormiguero, el primero en estrechar la mano del ministro Correa en la entrada de la Casa Arana. Le cuenta que, gracias a la Orden de los Capuchinos, con la que estudió en la época de la evangelización, puede hablar español hoy con él. “Esto significa el cambio. Pasar del canasto de la tristeza al canasto de la alegría para que los nuevos estudiantes puedan conocer las dos culturas. Hablar de cauchería es volver a tocar la llaga porque muchos sabedores de nosotros fueron quemados y hay muchos clanes de los que quedaron el nombre no más”, le dice como bienvenida.

Los uitoto, muinane, bora y okaina desfilan hasta la Casa Arana, su Casa del Conocimiento, para cerrar el canasto de la tristeza y abrir el de la abundancia con sus bailes tradicionales. Todos hablan en términos de celebración, de esperanza, de conexión espiritual con el territorio que les pertenece. “Estamos conmemorando nuestro aniversario, el del 23 de abril. Nuestros ancestros han descansado mucho después de tanta perdición, tenemos la cultura aún, es una gran fiesta”, cuenta la abuela Noemí Sánchez, del pueblo uitoto, empeñada en orientar a las nuevas generaciones, a sus nietas que la acompañan.​

Jimmy Gifichiu, por su parte, es mambeador del pueblo Bora, hijo de Fernando y heredero del conocimiento ancestral.  Le tomó un día de viaje, 50 kilómetros por el agua, el estar aquí. “El territorio es la vía de nosotros como indígenas y nuestro anhelo es que el Predio Putumayo sea una entidad territorial”, dice. “Siempre nos encontramos en estos tiempos, compartimos una semana juntos y luego nos vamos para seguir viviendo la cultura en cada pueblo, en cada comunidad, y mantenerla viva”.

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