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2013-05-17
 

Somos la misma música

 
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<div align=\"justify\">En el mes de la Herencia Africana, se llev&oacute; a cabo el lanzamiento del tricentenario de libertad de Palenque. MinCultura promovi&oacute; un intercambio musical entre los m&uacute;sicos palenqueros y el grupo Herencia de Timbiqu&iacute; de la Costa Pac&iacute;fica, que se realiz&oacute; en San Basilio de Palenque<br /></div>

Por Gustavo Bueno Rojas

Begner Vásquez Angulo se paró en frente de los músicos palenqueros para explicarles qué es la marimba. Llegó desde de Cali, acompañado de los muchachos del grupo Herencia, que dirige hace más de diez años. El silencio se apoderó de todos del kiosko de la calle Junché, una calle polvorienta como todas las del pueblo, en la que el sol pega directamente y hace brillar la tierra. Mientras Begner se toma el tiempo necesario para acomodar las ideas, a su espalda, Enrique Riascos Castillo, marimbero de Herencia, saca de un estuche negro la estructura de madera y la arma pacientemente.

Los músicos palenqueros llevaban casi media mañana esperando ese momento. Aunque la marimba de chonta es de origen africano, en la tierra de Benkos, nadie la ha visto y mucho menos, escuchado. Begner Vásquez nació en Timbiquí, al occidente del departamento del Cauca, una población de habitantes afro, enclavada en la selva del Pacífico colombiano y que muchos de los asistentes no sabía que existía. Begner esperó a que su compañero terminara de armar el ancestral instrumento musical para empezar a hablar.

 − Lo primero que quiero decir, es que estamos muy felices de estar aquí, en el primer pueblo libre de América-, dijo parado junto a la marimba de chonta, que Enrique armó.

Luego empezó a caminar por el kiosko, una construcción de madera y hojas secas de palma, que tiene como decoración un afiche que promociona la empresa turística Junché Tour y una foto del primer campeón mundial de boxeo colombiano, Antonio Cervantes Kid Pambelé, empuñando sus guantes y en sus años de juventud. Pambelé fue el hombre que llevó el nombre de San Basilio de Palenque a muchos lugares del mundo con sus golpes. Retuvo el título mundial del peso welter junior por ocho años y sus puños aún son recordados en el mundo del boxeo como rápidos y letales. Desde su posición, el joven Pambelé de la fotografía, sigue los pasos de Begner, quien explica que en su pueblo natal, la marimba sólo la podían tocar los viejos y en fechas especiales como matrimonios, cumpleaños o fiestas patronales. Begner continúa parado debajo de la foto de Pambelé, como si tratase de esquivar el golpe de mirada del campeón mundial.

 -Antes- dice Begner- , era impensable que un niño se acercara al instrumento, porque pensaban que nos íbamos a tirar la cultura.
Los músicos palenqueros lo escuchan atentamente, hasta que un grupo de jóvenes y niños con uniforme de colegio, entran con tambores de todos los tamaños y los ponen en el centro del kiosko. Begner detiene su discurso y dirige la mirada hacia un tambor que mide un metro y centímetros de alto y está hecho, como casi todos los tambores de Palenque, de ceiba blanca y piel de chivo.

En la tarde, cuando Begner y los músicos de Herencia se dejen llevar por el sonido dulce de la marimba, combinado con los repiques del tambor, los hijos de Benkos le explicarán que ese tambor imponente se llama pechiche y como la marimba en el tiempo en que ellos eran niños en Timbiquí, en Palenque sólo lo pueden tocar expertos, y aunque también es sagrado, sólo se toca en ritos fúnebres. Aunque esa tarde, después de hablar de las diferencias y similitudes musicales, se unirán en un toque que levantará el polvo de las calles y hará temblar la estatua del libertador Benkos Biohó, que está en la plaza central.

Pero antes de que eso ocurra, los palenqueros sabrán que la marimba de chonta se basa en el balafón, un instrumento ancestral africano, que fue traído por los esclavos en su llegada a América y que sufrió modificaciones en su estructura, pues su construcción en las nuevas tierras tuvo que hacerse con la madera y las herramientas que encontraron en el nuevo mundo. Begner recalca a su auditorio, que todos los instrumentos construidos aquí, son colombianos, no africanos, pues fueron reinventados por sus ancestros.

Vásquez y sus compañeros no retiran la mirada de los tambores que están en el centro del salón, todos, de alguna manera, esperan el momento preciso, en que los llamadores empiecen a repicar, igualmente, los músicos palenqueros, esperan a que el sonido de la chonta, envuelva el aire caliente de San Basilio.

En Palenque la música sale de cada casa. Es como si abrieran la puerta para dejarla entrar o salir con una naturalidad envidiable. El calor no importa. En San Basilio lo hacen partícipe de la fiesta, pues sirve para secar las pieles de chivo para el tambor. La gente camina como si bailara y hablan en una lengua que tiene más música que palabras. En la tarde, después de que los integrantes del grupo Herencia volvieran al hospedaje, una finca que queda en las afueras del pueblo, Ronaldo, un niño de seis años que se coló en la comitiva, tocó el cununo macho, el equivalente al llamador en palenque, como si llevara toda la vida haciéndolo, fue un sonido rítmico y natural, y mientras azotaba el cuero, Ronaldo miró al cielo, como horas antes vio hacerlo a los mayores en el kiosko de la calle Junché.

-¡ Es la sangre, carajo!- gritó Begner.

Al pueblo lo recorre una brisa caliente. Algunas casas conservan la arquitectura de la época en que Benkos Biohó, el esclavo que se rebeldizó hace más de 300 años, construyó junto con sus trece compañeros de fuga. San Basilio es un lugar tranquilo, en el que los días se estiran y el reloj parece detenerse. Un lugar sin tiempo. Tal vez Biohó no pensó que su legado de libertad trascendería hasta un siglo impensable para él, y que sus hijos conservarían su lengua y su música. Algunos dicen que estar  aquí, es llegar al corazón de áfrica en Colombia; otros, que es llegar a África misma. El escritor cartagenero Roberto Burgos Cantor dijo alguna vez que Palenque es una voz que mueve el alma.



Begner se acercó lentamente hasta el pechiche, le pasó la mano por el cuero para sentir la piel templada y suave del chivo, se dio vuelta y miró a Enrique, que estaba parado frente a la marimba y le dijo:

-  Maestro Kike, explíquenos cómo funciona.
Ahora las miradas se concentraron en Enrique Riascos, el rey de la marimba. Su voz es leve, pero el silencio de todos en el kiosko, casó perfectamente con el acento cadencioso del Rey. La marimba, dice Riascos, está compuesta por 23 láminas de madera de chonta, de longitudes diferentes y 23 secciones de tubo de bambú, de diversos tamaños, cerrados en su extremo inferior, que cumplen la función de resonadores. Cada vez que Enrique se para en frente de una marimba para tocarla, siente que deja su vida en ese instante. Tiene 24 años y aprendió a interpretarla desde los 12. Lo llaman desde diferentes ciudades del país para dictar talleres. Además las construye junto a su familia, desde hace un par de años, montó una empresa de marimbas de chonta y las exportan a todas partes del mundo.

- Las láminas se ensamblan sobre un armazón de madera previamente forrado con fibra vegetal.

Kike sigue hablando, pero permanece inmóvil detrás del instrumento que él construyó y con el que ha ganado importantes concursos como el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez y recientemente, con el grupo Herencia, la Gaviota de plata en Viña del Mar.

- Los resonadores, por su parte, se montan sobre una varilla de hierro. Se toca por percusión de las láminas, efectuada por medio de baquetas cuyas puntas están recubiertas de cuero o caucho- dice Kike como si estuviera leyendo un diccionario. Es tal vez la tensión de tenerla en frente y no hacerla sonar o la incertidumbre de que a los palenqueros no les guste el sonido.

De repente, en el fondo del kiosko, una voz se levanta: ¡¿Y cuándo la va a hacé soná?! El silencio se rompe y Enrique queda sin palabras. Fue un grito furioso. Tal vez así sonó el grito de libertad de Benkos 300 años atrás cuando logró su gesta. Tal vez así sonaba la lona de los cuadriláteros cuando caían los cuerpos de los rivales de Pambelé, hechos trizas por sus golpes, como un sonido seco, que da paso al silencio y luego se quiebra inevitablemente en una algarabía. Y esa pregunta furiosa, dio paso a una fiesta espontánea.

- Suenan como tambores de guerra, es como si en Palenque se prepararan siempre para pelear por la libertad-, apuntó Vásquez, casi una hora después de que los llamadores y los alegres invadieran cada rincón de San Basilio.

Parado junto Kike, un joven palenquero escucha, con los ojos cerrados, el sonido dulce de la marimba, concentra sus sentidos en el golpe de la chonta, es como si aislara el repique de los tambores, y después de un momento y con una sonrisa de dientes blancos, dice:

-Suena como cuando uno le da un beso a una mujer que a uno le gusta mucho.

Los tambores palenqueros y la marimba del Pacífico se unieron en un solo canto, en un solo ritmo durante horas infinitas. La música de las dos costas del país, se hicieron una sola en el kiosko de la calle Junché, en una fusión que no necesitó de mucho esfuerzo, solo de la espontaneidad y de los genes. Tal vez el sonido que salió de Palenque esa tarde, viajó a Cali, pasó por Timbiquí y llegó a África.

-    La música es la misma- dijo Begner Vásquez cuando los tambores se callaron y en el aire quedó el sonido retumbando en el ambiente-, porque todos venimos del mismo lugar.


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Gustavo Bueno Rojas
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Lanzamiento del Tricentenario de Libertad en Palenque

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