Colores y matices en la ciudad del grafiti
Por Cristian Cucunubá
Bogotá es uno de los centros más importantes de manifestaciones artísticas en Colombia, que se concentran sobre todo en sus múltiples museos, pero también en eventos y espacios destinados a la promoción cultural, como el Festival Internacional de Teatro o la Filbo, o las plazas de mercado y calles emblemáticas como la séptima o la décima, en las que se pueden detallar las particularidades y parte de la identidad de sus habitantes.
Muchas de estas peculiaridades de la vida capitalina están expresadas en los muros, que dan testimonio del crecimiento demográfico, la expansión de la ciudad y nuevas propuestas culturales, como el grafiti. Algunos están deteriorados por el pasar de los años y el desgaste que el tiempo ejerce sobre ellos, y otros aún son conservados en el caos de una metrópolis en la que sus habitantes empiezan a olvidar el pasado y solo quieren rescatar lo novedoso. Estos muros hablan de la historia que han vivido y de todos los procesos y personajes que han pasado enfrente de ellos, como los del centro histórico. Sin embargo, hay otras paredes o fachadas que no representaban nada en el diario vivir o están ubicadas en sectores marginales en los que no cabe la idea de algo diferente. Son solamente espacios grises de la ciudad. Nuevas propuestas culturales, entre ellas el grafiti, empezaron a darles un lugar y una identidad a algunos de esos espacios, que poco a poco van ganando terreno en el ámbito simbólico de la ciudad, como pasa en el corredor de la calle 26, la zona industrial o el mismo centro histórico.
Un australiano llamado Christian Petersen ha reconocido en las calles de Bogotá espacios que se han convertido en el núcleo de sensaciones y estados de ánimo expresados por los artistas callejeros, y los ha equiparado con otros que están a la vanguardia en el tema del grafiti, como Nueva York o Berlín. Según él, en la capital colombiana el arte del grafiti demuestra una gran diversidad debido a que los artistas callejeros han descubierto diversas técnicas para expresar las realidades sociales en las que están viviendo, y también han logrado cambiar el modo como son percibidas sus intervenciones, no como hechos vandálicos, sino como arte o pintura realizadas al aire libre.
En la ciudad hay múltiples espacios destinados a la expresión artística, donde se dan cita diferentes maneras de hacer grafiti. Por ello Christian guía a extranjeros como él en paseos en bicicleta por el centro histórico de Bogotá, con el objeto de dar a conocer algunos de los murales de artistas como Carlos Trilleras, Toxicómano, Guache, DJ Lu Juega Siempre, Bastardilla, Stinkfish, Lesivo y otros. En esos recorridos no solamente se trata de observar la escena grafitera que alberga Bogotá, sino también lo que significa y por qué cada una de esas expresiones es tan especial en el contexto de las vivencias del colombiano promedio.
La propuesta de Petersen ha sido muy bien acogida en la ciudad y por el sector turístico, y de paso ha contribuido a fomentar el grafiti y a que sea reconocido como un elemento de valor por los mismos habitantes. En Bogotá, aproximadamente desde el 2012 se vienen otorgando becas para la creación e innovación en temas grafiteros, y se ha buscado el apoyo de Idartes a nuevas propuestas de expresiones urbanas. Por este motivo, en el año 2017, el Distrito y artistas callejeros como Camilo Fidel López, director de Vértigo Graffiti, y organizador del evento Ledania, junto con invitados internacionales, crearon un corredor cultural en Puente Aranda para hacer un recorrido similar al del australiano, llamado Distrito Grafiti.
Con el tiempo se han expandido los escenarios que inicialmente se habían propuesto, y han llegado a otras localidades de Bogotá, como Suba, Barrios Unidos, Fontibón, Santa Fe y Rafael Uribe Uribe. Estas dos últimas han llegado a prestar miles de fachadas de casas para pintar murales gigantescos que pueden ser observados a kilómetros de distancia. El objeto es transmitir sensaciones diferentes de estos barrios, que, de sitios reconocidos como focos de violencia, se han transformado en escenarios de paz y arte. El grafiti en Bogotá ha abierto y consolidado una propuesta artística que ha llamado la atención tanto de sus habitantes como de extranjeros, quienes, como Petersen, se quedan sorprendidos con una propuesta novedosa que refleja la realidad política, cultural y económica en la que vive el país.