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2014-09-26
 

Miguel Torres, o el gusto por los libros, el cine, la escritura y el teatro

 
Fotos: Milton Ramírez, Grupo de Divulgación y Prensa MinCultura / @fotomilton
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El autor de El crimen del siglo, finalista del Premio Nacional de Novela 2014 por El incendio de abril, conversará sobre algunos aspectos de su oficio de escritor y dramaturgo con Guido Tamayo este sábado en el Parque Santander de Florencia, Caquetá.

Por
Juan Carlos Millán Guzmán
Grupo de Divulgación y Prensa
Ministerio de Cultura


''Así como a veces se hacen cosas muy grandes y muy suntuosas, llevar este tipo de Ferias Itinerantes a una región como Florencia, que ha sido tan golpeada por la violencia del narcotráfico, la guerrilla, el paramilitarismo, la minería y el desplazamiento, me parece una muy buena iniciativa. Se trata de una exposición de libros para que puedan ser vistos, y ojalá leídos,  por personas que no tienen un contacto cotidiano con este tipo de actividades que sólo se programan en las grandes ciudades'', destaca el escritor y dramaturgo, quien es autor de La siempreviva –considerada como una de las mejores obras del teatro colombiano del siglo XX-.

El evento, realizado con el apoyo del Ministerio de Cultura como parte de su estrategia de promoción de la lectura a través del Plan Nacional de Lectura y Escritura Leer es mi Cuento, será la oportunidad para que los caqueteños puedan conocer algunos puntos de vista del autor sobre su obra, a partir de una charla en la que se espera la intervención de un público ávido de libros, con inquietudes similares respecto a lo que ocurre en nuestro país.

¿Cuál fue su primer acercamiento a los libros?

Yo hice una especie de aparición forzada en la literatura porque mi casa no era de intelectuales ni había libros; de tal manera que lo que podía encontrarse eran revistas como Cromos, Mecánica Popular y Selecciones: ese era todo el fortín cultural que tenía a la mano.

Sin embargo, por cosas de la vida y gracias a los amigos del barrio, debía tener unos 10 u 11 años cuando comencé a tener acceso a libros como Las aventuras de Tom Sawyer -que me mostró el camino del valor, el riesgo y la aventura-,  de Oliver Twist -con el que comencé a asomarme a ese abismo sin fondo de la maldad humana-, y El conde de Montecristo –con el que conocí el valor de la libertad-.

Luego vinieron otros autores: Dostoievski, Sartre, Thomas Mann, García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa, Sábato, Cortázar; me remonté a Flaubert , a Balzac, a  Stendhal. En teatro leí a Shakespeare, Pirandello, García Lorca, los griegos. En fin, nunca tuve orden, y fui leyendo lo que caía en mis manos cuando comencé a estudiar en la Escuela de Arte Dramático.

¿Qué papel jugó esta Escuela en su formación como lector?

Allí no solo trabé relación con profesores y gente que tenía que ver con el mundo de la escritura y el teatro, sino que además había una biblioteca gracias a la cual pude acceder a muchísimos libros que me facilitaron la entrada a ese mundo hasta entonces desconocido de la literatura. Tenía 15 años y comencé a familiarizarme con todos esos autores. Creo que fue el tiempo durante el cual más he leído a lo largo de toda mi vida.

¿Qué lo lleva a estudiar teatro?

No sé por qué me llamó la atención ser actor, tal vez a través del cine. Yo solía ver mucho cine  y llegué a tener entre mis ídolos de esa época a Tyrone Power, Humphrey Bogart, Clark Gable y James Dean. Un día de vi en un periódico que estaban abiertas las inscripciones para la  Escuela de Arte Dramático, y fui. El problema era que exigían haber cursado hasta tercero de Bachillerato y yo no había llegado hasta ahí.
 
¿Qué hizo?

A través de una dramaturgia inventada, y sin saber los caminos que iba a seguir, conseguí un abogado –¡Abogado al fin y al cabo!-, quien certificó por escrito  que el que el supuesto colegio donde había cursado esos estudios, en  Zipaquirá, se había incendiado y que por lo tanto desgraciadamente no podía presentar la respectiva documentación. Y así comencé mis estudios de teatro, bajo la dirección de Víctor Mallarino.

¿Qué películas de esa época marcaron su carrera profesional?

Las de James Dean, todas. Y aunque en ese entonces no me fijaba en los directores, recuerdo por ejemplo a George Stevens por Gigante o Shane,. Era la época de las películas de vaqueros con  Burt Lancaster, Kirk Douglas,  Gary Cooper y Aland Ladd

Además, por supuesto, estaba el cine mexicano. Yo viví buena parte de mi juventud en el barrio Ricaurte, y allí estaba el Teatro  Encanto, donde pasaban películas de Pedro Infante, Luis Aguilar, Carlos López Moctezuma, Cantinflas,  Alma Rosa Aguirre, Miroslava, todos ellos.

Recuerdo una película de Akira Kurosawa que vi a los 12 años sin entender muy bien la complejidad de su argumento, y que desde entonces considero que es una de las películas más importantes que he visto a lo largo de toda  mi vida: Rashōmon.

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Amigos y tertulias

¿En qué momento sacaba tiempo para la lectura?

Yo andaba con un libro debajo del brazo, siempre. Me acompañaban Sartre, Kafka, Hermann Hesse y muchos otros. Y cada vez que llegaba a una cita, o mientras esperaba el inicio de las clases de teatro no hacía otra cosa que leer.

Aprovechaba cada oportunidad que tuviera, de tal manera que como la escuela estaba ubicada al lado del Teatro ColónEl nuevo palomar, se llamaba- yo entraba al Café Ópera, en la esquina, pedía un tinto y abría un libro.

¿Celebraban tertulias en torno a esas lecturas?

El primer autor que conocí en la Escuela fue Luigi Pirandello, con Seis personajes en busca de autor, una de las grandes obras del siglo XX sobre la que se comenzaron a propiciar una serie de charlas y análisis. Gracias también al interés de la profesora Dina Moscovici, quien acababa de llegar de París  conocí a los autores del teatro del teatro del absurdo como Becket, Ionesco y Adamov

Fue tanta la impresión que nos dejaron esos autores que estando apenas en el primer año de la escuela montar junto con Frank Ramírez y Fernando Contreras Esperando a Godot. Afortunadamente nos fue mal  y tuvimos que abandonar el montaje.

Luego vinieron las tertulias, cuando me relacioné con personas como Santiago García o Bernardo Romero Lozano. Bernanrdo  tenía una mesa enorme en su casa, alrededor de la que solíamos reunirnos a hablar sobre libros, novelas y cuentos, mientras escuchábamos música clásica. Fue también mi introducción al mundo de  Vivaldi, Beethoven, César Frank, Mozart y Bach.

¿Qué importancia tuvieron estas tertulias en su formación?

Esa fue mi formación, porque mi único contacto con la Academia fue quizá la Academia Remington, donde aprendí  a escribir en máquina. 

Después, una novia me regaló una máquina de escribir Underwood que tengo hace más de 50 años, con la que comencé a escribir mis primeros cuentos. El primero de ellos se llamó La máquina de escribir. En esa máquina escribí el libro de cuentos Los oficios del hombre, que fue el primer libro que me publicaron.  Si no hubiera sido por ese curso y esa máquina quizá no habría sido escritor.

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La aventura de escribir

¿Siempre ha escrito a máquina?, ¿cómo es el proceso creativo?

En esa época escribía mucha poesía, siempre a mano, así como los primeros cuentos y relatos que en todo caso después terminaba pasando a máquina. Como autor cuento con una serie de recursos y elementos a mi disposición; comienzo a pensar en el tema, hago algunos acercamientos que escribo; busco el personaje que me permitiría abordar esa historia, la época en que se desarrolla y las circunstancias particulares que lo rodean: su familia, su oficio, si es pobre, si es rico, etc.

Todo eso constituye mi arsenal y mi archivo personal (que antes acostumbraba llevar en unas libretas), para luego dar inicio a un proceso de escritura –que suele ser muy difícil y complicado, en la medida que comienzo a concretar esas ideas-, y en el que trazo los primeros párrafos, perfilo los personajes e intento dibujar una situación determinada.

A veces me devuelvo, como es lógico, hago algunos avances sobre cosas que pueden ocurrir después, y que en su gran mayoría suelo desechar al final, pero que es bueno tenerlas a mano porque le dan fuerza y sustento al trabajo narrativo. Si es una novela relacionada  con hechos históricos investigo y busco material en revistas y periódicos, y entrevisto a  personas especializadas en el tema. En fin, no hay un método que sea definitivo y cada libro es una aventura diferente.

¿Cómo escribe estos primeros esbozos?

Yo escribo en cualquier parte y siempre ando con un esfero, un papel o una libreta pequeña a la mano. También me valgo de  facturas o recibos que lleve en los bolsillos,  puede ser en un bus o en un taxi, subiendo la escalera, de camino hacia alguna parte. Anoto lo que se me ocurre -una frase, algo relacionado con el perfil de un personaje o la elección de un  nombre-, y luego paso esa información a un archivo que llamo Avances y borrador. A veces uso ese material y otras veces  no, porque la novela es un ser que tiene vida propia y sus propios caminos.

¿Dónde escribe?

Trabajo en mi casa porque no puedo escribir en ninguna otra parte, al principio lo hacía en la Underwood, luego pasé a la máquina electrónica y después vino el computador. Mi primera novela, Cerco de amor, la digitalizó una amiga finlandesa que  pasó el texto escrito a máquina al computador. Luego, comencé a hacerlo yo mismo. El computador tiene grandes ventajas, porque uno puede corregir, editar, suprimir, y se gana mucho tiempo en el proceso de escritura.  

Casi nunca sé como será la continuidad, y cada vez que llego al final de un capítulo me quedo quieto. A  veces tengo esbozos y recurro a ellos,  pero casi siempre la encrucijada de la novela termina  poniéndome frente a un túnel en el que debo adentrarme casi a ciegas. Para eso está lo que llamo el Primer borrador, que  me permite hacer una serie de malabares, perfilar un capítulo o trasladar parte de un texto hacia otro lado, hasta formar el cuerpo de ese primer borrador  y pasar al Segundo borrador, luego al Tercero y así sucesivamente.

¿Qué tanto hay de su experiencia personal en su obra?

Los oficios del hambre es una obra que transcurre en el barrio Ricaurte, donde viví durante los años cincuenta: son siete cuentos organizados cronológicamente desde el 13 de junio de 1953, día en que toma el poder Rojas Pinilla, y se llama La casa; mientras que el séptimo, Golpe de suerte, sucede el día en que lo tumban. A Algunos de esos personajes los conocí en el Ricaurte, pero la gran mayoría son inventados. 

Roa Sierra vivía en el Ricaurte, pero nadie hacía mención de él o su familia, y cuando comencé a investigar me di cuenta que vivió a una cuadra de mi casa, en la carrera 31 con calle octava. Yo ese barrio lo conozco, no digamos como la palma de mi mano –porque nadie conoce en realidad la palma de su mano-, sino hasta mejor que la palma de mi mano. En ese entonces Bogotá era una ciudad pequeña, y  yo solía recorrerla de un lado al otro por cosas de los oficios que desempeñé en esa época. Conocía muchos barrios, el Centro y Chapinero, hasta la calle 72, donde comenzaba el Lago Gaitán.

¿Qué importancia tuvieron esos recorridos por Bogotá?

 Tengo un profundo respeto por la escenografía urbana, porque uno de los aspectos esenciales para dar verosimilitud a una obra de ficción con un tema histórico  es crear un escenario real.  No puedo decir, por ejemplo, que la iglesia del Carmen queda en la calle 20 con Séptima, donde en realidad está la iglesia de Las Nieves, porque si uno decide poner a vivir a los personajes en la Bogotá de los años 40, como es el caso de El crimen del siglo, tiene que estar muy bien informado. 

¿Cómo llegó a dominar esa técnica que se refleja en la forma como están construidos los diálogos de esa novela?

En los cuentos de Los oficios del hambre, escritos en la década del 70,  hay uno en el que una mujer narra en primera persona su propia agonía: Antes de que se acabe la lluvia. En ese cuento hay diálogos, pero los inserté dentro de la narración, sin encomillarlos, para lograr el ritmo narrativo que perseguía. Esa propuesta, además, permite que el lector también aporté lo suyo para que se apropie de la historia que el escritor quiere contarle.

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La violencia

Buena parte de su obra gira en torno a episodios violentos que marcaron la historia del país. ¿De dónde viene ese interés?

Las grandes grietas históricas dolorosamente son un gran material para la narrativa y la dramaturgia. Rara vez la felicidad ha sido un fuente literaria capaz de producir buenos libros.

En Colombia, desafortunadamente este tipo de tragedias son muchísimas, pero para mí hay dos que marcaron el siglo XX: el 9 de abril, con el asesinato de Gaitán, y el 6 y 7 de noviembre de 1985,  en la que estalla la toma del Palacio de Justicia.

En mi caso, el ambiente teatral de los años 60, 70 y 80 tuvo que ver mucho con la historia y el aspecto social del país. De ahí creo yo que viene mi interés por ese tipo de temas, con el fin de explorarlos dentro del campo de la ficción: tratar de iluminar una realidad oscura, aunque sin ánimo de pretender dar alguna solución como escritor.

¿Dónde se encontraba ese 6 y 7 de noviembre de 1985?

Yo estaba en la oficina del doctor  Mauricio Luna en el edificio Santo Domingo de la carrera séptima con calle 12, cuando empezamos a oír unos estallidos. Al asomarnos por la ventana vimos que la gente corría y había gran alboroto en las calles. Alguien prendió un radio en el que comenzaron a decir que en ese momento había un ataque al Palacio de Justicia. No se sabía nada más.

Cuando bajé estaban cerrando las rejas de los almacenes, los carros pasaban muy rápido de un lado para otro y la gente miraba hacia la Plaza de Bolívar, pero preferían caminar hacia la Jiménez. Yo vivía en La Macarena y mi esposa me esperaba muy afanada porque ya se tenían noticias de que un comando del M-19 se había tomado el Palacio de Justicia. Esa fue una tragedia que nos cambió la vida a todos los colombianos. A partir de ese día Colombia fue un país que entró en un laberinto de exterminio e impunidad del que no ha salido todavía.

¿Cómo se gestó La siempreviva?

En 1992 se abrieron unas convocatorias de Colcultura para el montaje de una obra, y esa fue la oportunidad para escribir sobre los hechos del Palacio de Justicia.

En cuanto a mis novelas que abordan el tema del 9 de abril, para mí siempre fue un misterio aquello el que Roa Sierra hubiera sido el asesino de Gaitán. Ese lado profundamente oscuro de la historia llamaba mucho mi atención, y nunca encontré el libro que lograra develar ese misterio. Así que me di cuenta de que la única manera de explorarlo era enfrentándome como escritor a ese desafío y decidí escribir esas dos  novelas: El crimen del siglo y El incendio de abril.

Varias generaciones vieron frustradas sus expectativas a raíz de estos hechos, ¿cómo hizo para evitar caer en ese estado de desesperanza generalizada?

El hecho de haber escrito sobre estos episodios tan dolorosos en la historia del país tuvo el efecto de una catarsis personal. Yo aspiro a que los lectores  de estas novelas  tengan  una visión distinta de ese 9 de abril, la fecha  que dio inicio al gran fracaso que ha signado la historia de Colombia hasta nuestros días. 

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