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2016-08-03

Érase una vez una biblioteca pública en una pequeña isla

 
Fotos: Henry García
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 <div class="ExternalClassAC644DC7701B4E5494374FC8BE99775E">En la única isla de Barranquilla, un barrio subnormal de la capital del Atlántico, la Biblioteca Piloto Infantil del Caribe desarrolla un programa de extensión que brinda lecturas que invitan a vivir y soñar a los niños y las familias de este sector.    </div>

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“La isla tenía una forma inconfundible, como una tortuga que sacara apenas las patas del agua…” Tomado de La isla a mediodía (Julio Cortázar)

A La Isla se puede llegar en canoa, en bicicleta, en carro o a píe. El viaje siempre será más corto en canoa y al ritmo del agua, como suele viajarse a las islas. Por tierra, aunque cerca, hay que dar varias vueltas entre las trochas antes de llegar.

La Isla no queda muy lejos de los edificios representativos de Barranquilla, se encuentra a pocos metros de una de las ciudades más bellas y prósperas del país. Desde ella se pueden ver las construcciones más altas de Barranquilla y las obras arquitectónicas y urbanísticas que crecen a su alrededor. Está justo en el límite con el Río Magdalena. Sin embargo, no es el lugar que prefieren los habitantes de Barranquilla, o los turistas de aquí y del mundo. Este lugar no es motivo de orgullo alguno. Es una isla diferente. Triste. Casi invisible. 

Desde este sector también se puede observar uno de los barrios más peligrosos de la capital del Atlántico, que está situado en frente de una de sus orillas. Allí se cultiva coco, papaya, tamarindo, plátano, níspero, cilantro y cebolla, y se crían gallinas, pollos y marranos. Mayoritariamente, de eso subsisten sus humildes pobladores.

Las casitas de retazos de madera, las palmeras de coco, las huertas caseras, los platos de plástico, las hamacas entre dos árboles, las ropas muy usadas, los pies descalzos, las camisetas del Junior y de la Selección Colombia, los techos de lata, los olores de sus aguas, los pisos de tierra y la ausencia de mar y de arena, son las principales características físicas de esta particular lugar, que también parece una tortuga saliendo del agua, como diría Cortázar. En contraste, las sonrisas de los niños, las miradas profundas, la humildad sincera de cada rostro, los sueños inocentes, el sonido alegre de los juegos infantiles y la amabilidad de sus gentes, hablan de la humanidad de La Isla, de aquellos campesinos de la ciudad que viven en medio del río Magdalena, el caño de La Auyama y el caño de Los Tramposos, en una pequeña isla de la colorida Barranquilla. 


En la Isla habitan más de 130 familias desplazadas de distintas regiones del país. Hay hogares de Bolívar, Magdalena, Sucre, Córdoba, Santander y el Eje Cafetero que llegaron a La Isla porque fueron sacadas de sus territorios o porque las condiciones económicas y humanas de sus pueblos natales son más empinadas aún. 
Pese a ello, este pedazo de tierra recibe muy poco de la solidaridad de una capital que parece correr rumbo al progreso. Las carencias rebosan la mirada. Casi todo hace falta allí. Desde servicios básicos hasta alimentos para los niños. Desde puertas con cerradura hasta camas para dormir. Desde vacunas hasta salud. Desde empleo hasta padres de familia. Por fortuna, lo que no falta, gracias al trabajo admirable e inspirador de una bibliotecaria pública, son lecturas para vivir y para soñar: en La Isla –por lo menos cada ocho días– hay libros, hay lectores, hay talleres artísticos, hay juegos, hay letras, hay dibujos, hay biblioteca pública. Está Rosiris Reyes. 

Y cuando Rosiris llega a este territorio caen abrazos de cada lado, aparecen cientos de sonrisas de todas las edades y sobran las muestras de afecto de aquí y de allá. Su visita es un verdadero acontecimiento. Ella, mientras tanto y con una memoria prodigiosa, nombra a cada niño, les pregunta por sus familiares, indaga por la salud de los que estaban enfermos la última vez que estuvo y se mueve por los caminos de este territorio como si hubiese estado allí siempre. No faltan, entonces, los niños que la toman de la mano buscando su cariño, o que se esconden bajo su brazo, como si encontrarán en ella un refugio para sus mundos. Hay un amor natural entre Rosiris y los hijos de La Isla. 

Rosiris es la Coordinadora de la Biblioteca Piloto Infantil del Caribe. Una bibliotecaria ejemplar, con más de 11 años de experiencia al servicio de la biblioteca pública y con una visión social tan amplia como su corazón. De sus ideas han surgido múltiples programas de promoción de lectura y de extensión bibliotecaria porque es una convencida de que “las bibliotecas no son esos cuatro muros que encierran libros en un espacio intocable, sino instituciones que deben salir y atender las necesidades de sus gentes y de sus barrios vulnerables”. 

La Biblioteca Piloto Infantil del Caribe, que pertenece a la Biblioteca Piloto del Caribe que a su vez hace parte de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas​, es vecina de La Isla, de la que está separada por el caño de La Auyama y por el barrio Barlovento, en plena Comuna 10 de la ciudad. Desde hace siete años –y sin falta– la Biblioteca Piloto Infantil del Caribe visita semanalmente el sector. Es un servicio de extensión bibliotecaria de una calidad humana y social que merece todos los reconocimientos: esta labor es un ejemplo vivo de lo que deben ser y hacer las bibliotecas públicas en Colombia. 

 “Yo me enteré, por medio de la Emisora Alianza Informativa, del periodista Jorge Cura, de que existía una isla en Barraquilla donde vivían personas en condiciones muy tristes. Supe que esta población no tenía nada y que esa también era mi responsabilidad. Nuestra biblioteca estaba muy cerca de La Isla y no estábamos haciendo nada por sus habitantes”, recuerda Rosiris.  

Desde aquel entonces, y gracias al apoyo de un líder comunitario, cada ocho días, con libros, juegos, títeres, imágenes, historias, danzas, manualidades, pinturas, meriendas, psicólogos, docentes y promotores de lectura, Rosiris lleva la biblioteca pública a las “playas de La Isla”. Desde la fecha, existe en la Biblioteca Infantil Piloto del Caribe el programa institucional “Érase una vez una Loma, una Isla”.

Y “Érase una vez una Loma, una Isla” porque así comienzan todas las historias y la Biblioteca Piloto del Caribe ha querido escribir –desde hace siete años– una historia distinta con estas dos comunidades, con La Isla y con La Loma.  Y “Érase una vez una Loma, una Isla” porque Rosiris quiere escribir muchos cuentos de ilusiones con los otros barrios vecinos de la Biblioteca Piloto Infantil del Caribe: Barlovento, Barrio Abajo, Montecristo, Villanueva, Rosario y Brisas del Río.



“Érase una vez una Loma, una Isla” en Barranquilla
Al comienzo, La Isla era un monte espeso e intocable. Nadie entraba. Fueron los primeros desplazados que llegaron a Barraquilla quienes empezaron a poblar sus tierras. Muchos habitantes han pasado por este lugar, algunos ya no están, otros se han reubicado y  los más recientes acaban de nacer o apenas llegan.
La historia de este sector es una larga crónica de pobreza, pero fue Rosiris Reyes quien propuso un nuevo comienzo para este relato. Con este programa de extensión bibliotecaria ha liderado –de alguna manera– la escritura de un futuro diferente para sus habitantes y muy especialmente para los más pequeños, que son como sus hijos: “Yo a todos lo quiero mucho, ellos son mis otros hijos, yo los abrazo, los beso, les ofrezco todo mi cariño porque siento profundamente que una de las grandes problemáticas de La Isla es la falta de afecto en las familias…”

Durante las primeras semanas de su proyecto, Rosiris viajaba a La Isla con libros para todos los niños y llena de actividades lúdicas, recreativas y de promoción de lectura. Con el tiempo, no solo eran los niños quienes participaban del programa, sino los jóvenes, las madres, y los más adultos. “Érase una vez una Loma, una Isla” comenzaba a crecer y su narrativa se extendía con nuevas historias y muchos personajes de buenas obras... 
Rorisis paso a paso convenció a unos y a otros de la importancia de esta historia que estaba escribiendo. La Universidad del Norte y una importante empresa de alimentos de Barranquilla se vincularon al proyecto de la Biblioteca Piloto Infantil del Caribe. Esta iniciativa cuenta por ello con practicantes de distintas áreas del conocimiento que apoyan en labores de promoción de lectura, recreación, docencia y atención psicosocial, y con meriendas para cada niño participante. Además, muchos amigos personales de Rosisris Reyes se han sumado a esta causa: sillas, cobijas, materiales para talleres, mesas, alimentos y hasta vacunas han llegado a este sitio gracias a su solidaridad.    



A este programa de extensión bibliotecaria asisten 85 niños, de los cuales cuatro pertenecen al Semillero de Lectura de la Biblioteca Piloto Infantil del Caribe, por sus capacidades intelectuales y por su sensibilidad humana: Alex, Juan, Norma y Sheila hacen parte de un este selecto grupo de niños entre los 10 y los 12 años que aman las letras y las artes y que promueven la lectura en hospitales, cárceles, ancianatos, parques y otros barrios vulnerables de la capital del Atlántico, bajo la tutoría de Rosiris Reyes. Estos cuatro personajes salieron de la historia extraordinaria de “Érase una vez una Loma, una Isla”.

En este relato, los niños aman los libros y valoran el inmenso esfuerzo que hace la biblioteca para visitarlos. Y Rosiris siente esa gratitud genuina de los más pequeños de La Isla: “Los niños son lo más bonito que me he encontrado en este lugar, pues lo poco que les podemos dar que son los libros, las lecturas, los juegos y una merienda, ellos lo retribuyen con mucho cariño y con sus sonrisas”, dice. 

En “Érase una vez una Loma, una Isla” los niños tienen la oportunidad de participar en actividades de promoción de lectura, leer los libros de la colección de “Leer es mi cuento”, pintar, escribir, crear sus propias historias, bailar, dialogar con los profesores, jugar y abrazar. Este es para muchos el momento más anhelado de sus tiempos. Para Sebastián Rodríguez Santos, un niño de escasos 8 años que disfruta dibujar y escuchar lecturas en voz alta, “el sábado es el mejor día de la semana porque viene la biblioteca y trae libros, pinceles, hojas, profesores y mucha alegría para todos”. El sábado, seguramente, es el día de La Isla, el día para leer y escribir las páginas siguientes de “Érase una vez una Loma, una Isla”. 

Durante estos siete años de extensión bibliotecaria en La Isla, Rorisis ha vivido desde los momentos más felices hasta los más difíciles de su trabajo… Tristemente recuerda el día en que –en su presencia– Bienestar Familiar se llevó por delicado estado de desnutrición un pequeño habitante de La Isla, o el día en que un niño le mencionó, entre lágrimas, en una actividad de promoción de lectura que él nunca en su vida había recibido un abrazo, y ella lo abrazo por primera vez. Alegremente recuerda el día en que le llevó a Julio César, un niño en situación de discapacidad que sufre vejez prematura, su primera silla de ruedas gracias a donación de las damas grises de la Cruz Roja… Y alegremente recuerda también cada vez que Julio César intenta pararse de su silla para para abrazarla y decirle que la ama.

En La Isla, la Biblioteca Piloto del Caribe ha hecho una excelente obra. Un trabajo de extensión de servicios que revela el aporte de las bibliotecas al desarrollo de sus comunidades y de cada ser humano.

Y en La Isla, por su parte, Rosiris ha recibido las mejores lecciones como bibliotecaria pública y como persona; este lugar seguramente no saldrá nunca ni de su corazón y ni de sus pensamientos. Rosiris, como Marini –el protagonista de La isla a mediodía–, “supo sin la menor duda que no se iría de la isla, que de alguna manera iba a quedarse para siempre en la isla”.

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Por Henry García Gaviria 

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