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2015-07-23
 

En Popayán una comunidad teje lazos de unión, con música de fondo

 
 
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<div class="ExternalClassCAB6DCC35F0D4337942B7498B021DA06">Por las calles del barrio El Ortigal de la ciudad de Popayán desfila una chirimía de niños y adultos, que han encontrado en la música un poco de fuerza para integrarse, luchar y contar su propia historia.</div>


El West Eastern Divan fue uno de los más grandes ejemplos de tolerancia. Esta orquesta sinfónica, creada por los artistas Edward Said y Daniel Barenboim emocionó al mundo, cuando en 1999 realizó los primeros conciertos en los países de oriente próximo. Conformada por jóvenes israelíes y de otros países de Oriente medio y pensada como un espacio de intercambio cultural, el West Eastern Divan demostró que a través de arte, de la música, se pueden encontrar caminos hacia la paz.

Con más de una década de diferencia, en otra cultura, al otro lado del Pacífico, la música aparece como remedio a las consecuencias de la guerra. Por las calles del nuevo barrio de la ciudad de Popayán, la capital del departamento del Cauca, desfila una chirimía de niños y adultos, que han encontrado en la música un poco de fuerza para seguir adelante, para contar su historia.

Popayán, la ciudad blanca, como se le conoce, es tranquila y apacible. Al silencio de sus calles parece no perturbarle el ruido de los motores de los carros que las surcan. Sus casas al estilo colonial parecen tan nuevas como si apenas las estuviesen habitando. Las calles empedradas del centro son como una puerta al pasado en donde es imposible no pensar en aquellos épocas en donde indígenas y negros eran esclavizados por los hombres que llegaban de aquella tierra lejana y los castigaban en el puente que hoy se conoce como El Humilladero.

En el último año en las afueras de esa ciudad que parece de otro tiempo, se empezaron a levantar unas torres, que nada tienen que ver con la colonia y que se acercan un poco más a la modernidad y de la nada, también empezaron a brotar unas casas que se poblaron de personas provenientes de diferentes lugares del departamento y del país. Gente que venía con una historia a cuestas que se parece un poco a la de los indígenas que castigaban en El Humilladero. Personas que en algún momento lo tuvieron todo y que por causa del conflicto armado perdieron gran parte de lo que tenían, no sólo en lo material sino también en lo afectivo. Mujeres, hombres, niños, abuelos que le dieron origen y vida al barrio El Ortigal.

La vida para los habitantes de El Ortigal empezó otra vez, no sólo porque después de mucho tiempo y de caminar por el país buscando un lugar tienen una casa nueva, sino porque se dieron cuenta de que podían hacer muchas otras cosas, como tener una chirimía propia en el barrio. Con la llegada del Proyecto ‘Comunidad-es arte, biblioteca y cultura: escenarios para la paz’, los habitantes del barrio recuperaron parte de sus tradiciones así como mucha de la esperanza perdida.

“Comunidad-es arte, biblioteca y cultura: escenarios para la paz” es una iniciativa del Ministerio de Cultura, la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas – UARIV  y de la Agencia Nacional para la Superación de la Pobreza Extrema – ANSPE,  cuyo propósito es plantear una alternativa de política pública que permita avanzar en la creación de escenarios urbanos orientados a la construcción de la paz, la cultura, la convivencia y la superación del dolor de familias de las comunidades víctimas del conflicto armado, en situación de pobreza extrema y damnificadas por desastres naturales. La población con la cual se trabaja es beneficiaria actualmente de las viviendas de interés prioritario 100% subsidiadas por el Gobierno Nacional – VIP, logrando contribuir a la reparación integral de 10.000 colombianos en 2015. 

Una visita inesperada
-“Nuestra llegada fue una sorpresa para ellos”- dice César Cárdenas, coordinador del proyecto en el Cauca- “pero nos recibieron bien y de inmediato nos pusimos a trabajar. La gente recuperó algo de su confianza y se dio cuenta de que podían hacer otras cosas”.

El barrio tiene un inmenso parque. Después de recorrer las calles de El Ortigal, la Chirimía se instaló junto a la carpa que el equipo departamental del proyecto, junto con la comunidad, levantaron muy temprano en la mañana para exponer los productos que han realizado durante este tiempo. Adentro de la carpa, un grupo de mujeres, encabezados por la gestora cultural Heidy Becerra, que es además artista voluntaria en el proyecto, tejen incesantemente. Llevan bolsas cargadas de hilo y de las que sacan llaveros, gorros, sacos para bebé. 

Como todos los procesos, iniciar este no fue fácil. “Al principio, trajimos pedacitos de lana, no un rollo completo, porque la idea era que ellas se dieran cuenta, de que tenían que empezar uniéndose para poder crear algo”, dice Heidy.
Y mientras las mujeres tejen, la chirimía toca ritmos de música andina. “La idea era que todo el barrio se uniera”, agrega César Cárdenas.

Los tres componentes transversales que acompañan la intervención comunitaria “Comunidad-es arte, biblioteca y cultura: escenarios para la paz”  son: artístico-cultural y patrimonial, psicosocial y de acción sin daño y de fomento a la lectura, la escritura y acceso a la biblioteca pública, los cuales aportan a la integración local y comunitaria de los barrios de interés prioritario mediante una estrategia orientada a la reconstrucción del tejido social; esto, teniendo en cuenta las diversas problemáticas que se presentan en dichos territorios, en los que confluyen familias provenientes de diversos lugares de Colombia, en proceso de reubicación urbana.

“Nosotros somos campesinos” - asegura Ferney Ortega-, “y para muchos fue muy difícil llegar a la ciudad, porque  estábamos acostumbrados a nuestro campo, a un espacio más grande, pero con la llegada del proyecto hemos entendido que aquí también podemos vivir y compartir”.

A través de la música y los tejidos los habitantes del barrio empezaron a recuperar algo de la confianza perdida. Mujeres, hombres, niños y jóvenes asistieron todas las semanas a las citas pactadas con los facilitadores de Comunidad-es arte. De allí resultaron iniciativas importantes. Los tejidos serán comercializados en algunos almacenes de la ciudad y la chirimía continuará los ensayos. “La idea era que la chirimía siguiera, porque esto es un verdadero ejemplo de convivencia y de reconstrucción del tejido social”, señala Chalo, facilitador en música y precursor de la chirimía y quien no puede evitar esbozar una sonrisa en los labios, muestra del deber cumplido.

Por su parte, Rosario Bolaño Garcés tomará la batuta que deja Chalo en la chirimía de El Ortigal. Después de mucho tiempo Rosario reconoce que la vida empieza a sonreírle un poco de nuevo. Ella, llegó desplazada por la guerrilla de las Farc desde el municipio de Bolívar, Cauca, y hacerse cargo de la chirimía es motivo importante de alegría. “Nunca antes había hecho nada con música, pero si con teatro y baile. Yo estudié cuando era ya madura, y me encanta trabajar con la comunidad. Mi idea es que los niños sigan aprendiendo artes para que no aprendan otras cosas en la calle”.

La música, dice Barenboim es aire sonoro que lo define todo y nada al mismo tiempo. La alegría de Rosario y de la gente de El Ortigal es también aire sonoro. “Los niños salían de la nada, como lagartijas, cuando veían a los facilitadores”, dice Ferney con una felicidad inocultable. “Nos devolvieron la alegría”, dice Benilda, mientras saca objetos tejidos de su bolso, para obsequiarlos a los visitantes como muestra de su agradecimiento. Al fondo, la chirimía toca la banda sonora de este encuentro, en el Ortigal. “La música es vida y tiene poder”, suele decir Daniel Barenboim y en el Ortigal, en Popayán, lo consideran igual. Al caer la noche, ensayarán por primera vez sin Chalo y bajo la batuta de Rosario.

Por Gustavo Bueno 
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