Por
Juan Carlos Millán Guzmán
Grupo de Divulgación y Prensa
Ministerio de Cultura
Considerado como uno de los más
destacados ilustradores y escritores de libros para niños con que cuenta el
país e Iberoamérica, sumado al reciente reconocimiento otorgado por la Fundación
SM, Ivar Da Coll ha destinado gran parte de su vida a trabajar por y para los
niños a lo largo de una extensa trayectoria de infinita dedicación hacia un
género literario que hasta hace relativamente poco comienza a ser reconocido en
el ámbito nacional, tras décadas de librar una batalla junto a un puñado de
personas que debieron forjarse a sí mismos, a partir del trabajo y la
experiencia.
“Una de las gravísimas cosas que
está sucediendo con la literatura infantil en la actualidad, es haber mirado
con desprecio su esfera narrativa: esa estructura en la que hay una historia,
un conflicto y una solución clara, que evita hacer de la narración una línea
interrumpida de puntos, y somete al autor a la creación de unos personajes que
de algún modo resulten dialécticos, para que pueda haber una reflexión en torno
al conflicto que se narra”, subraya el autor e ilustrador de clásicos como Chigüiro, Tengo miedo, o ¡No, no fui
yo!
“Buena parte de la literatura
infantil en la actualidad se volvió una mera cuestión enunciativa, en la que se
cree que basta acompañar cualquier texto con una serie de dibujos bonitos para
resolver el problema y entregar ese producto al niño. El tiempo –ese juez
implacable- dirá si esa tendencia persiste o tiene algún tipo de validez”,
puntualiza Da Coll, quien hace parte de la representación de Colombia en la Feria
Internacional del Libro de Oaxaca, gracias a la alianza realizada entre el Ministerio de Cultura, la Secretaría de Cultura Recreación y Deporte a través del Instituto Distrital de las Artes-IDARTES, Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia, Cámara Colombiana del Libro, Embajada de Colombia en México, y Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano “Gabriel García Márquez” (FNPI).
De los títeres a los lápices
¿Qué fue primero, su interés por la literatura o por la ilustración?
Esto se fue dando porque yo comencé
a trabajar con títeres y dibujaba mucho, de tal manera que la fusión de esas
dos cosas me condujo hacia el camino de los libros ilustrados para niños, que siempre
he sostenido guarda un paralelo con el mundo de los títeres, puesto que mientras
unos tienen dos dimensiones los otros están en tercera dimensión.
¿Qué le llamaba la atención de trabajar con títeres?
Julia Rodríguez fue la persona
responsable de que terminara trabajando en títeres; yo tenía 11 años y ella
dirigía el grupo Cocoliche; mi papá había muerto, y resultó una
forma de apoyo porque yo debía analizar los personajes, hacer los diseños y
además debía actuar con ellos.
Más tarde –debía tener 15 años-
decidimos hacer nuestro primer montaje en serio con títeres de cachiporra, con El retablillo de Don Cristóbal, de
Federico García Lorca, en el que interpretaba a Don Cristóbal.
¿Qué aprendió de esta experiencia?
Con Julia aprendí a trabajar con
profesionalismo y una gran mística, de manera que siempre hacía todo con gran responsabilidad
y entrega.
¿Qué lecturas acompañaron su infancia y posterior etapa como titiritero?
Mi mamá nos leía lo que en esa
época se encontraba traducido al español: prácticamente los clásicos de la
literatura infantil: Hermanos Grimm, Charles Perrault, Hans Christian Andersen.
Entre 1982 y 1985 se empezó a
traducir la literatura contemporánea que se estaba haciendo tanto en Europa como en América del Norte, que
yo conocí, gracias a que Julia basaba muchas
de sus historias en esos textos, que después presentaría en un programa de televisión
de esa época.
¿Cuándo se produce el tránsito definitivo hacia la ilustración?
Eso fue también producto de un
accidente, porque yo iba a estudiar Bellas Artes –de hecho alcancé a cursar un
semestre-, y una amiga mexicana que trabajaba en una antología de literatura
infantil me llevó a Editorial Presencia para que hiciera mis primeras
ilustraciones para un libro impreso.
Luego conocí a Silvia Castrillón,
quien comenzó un proyecto con Editorial Norma, con el fin de hacer literatura
infantil para niños, que contara con la participación de autores e ilustradores
colombianos.
Que en aquella época era algo inexistente en nuestro país…
En Colombia no existía la idea
del libro ilustrado para niños, aunque no se puede desconocer que ya en esa
época había autores muy importantes dedicados a la literatura infantil como
Elisa Mujica, Antonio Caballero Calderón, Fanny Buitrago, Jairo Aníbal Niño –se
me escapan nombres-; algunos de ellos llegaron a recibir reconocimientos como
el Premio Enka, y otros publicaban obras dirigidas al público infantil y
juvenil con Carlos Valencia Editores.
Existían escritores que pensaban
en los libros, pero no existía la concepción del libro ilustrado para niños –y sobre
todo para niños pequeños-, que comenzó con Silvia, alrededor de la figura de un
animal colombiano que estuviera en vías de extinción y de ahí surge Chigüiro.
¿Cuáles serían las razones de esta disparidad entre el libro infantil y
su proceso de ilustración?
Pese a que desde hace tiempo ha
habido acercamientos al libro ilustrado –entre sus pioneros están Beatrix
Potter, Edward Lear, Arthur Rackham, Lewis Carroll y John Tenniel-, lo que conocemos
como literatura infantil pensada en el niño como persona que merece respeto, es
muy joven.
¿Por qué descartó proseguir sus estudios universitarios?
Cuando uno quiere dedicarse a un
oficio creativo busca hacerlo de una manera responsable y comprometida; de tal
manera que el tipo de educación que planteaba la Universidad en ese momento era
un poco la prolongación de unas dinámicas propias del colegio que me molestaban
mucho, y por eso decidí dedicarme a trabajar de manera independiente.
Chigüiro
¿Cómo surgió la idea de Chigüiro?
Silvia Castrillón era directora
de Bellas Artes en la Universidad Pedagógica y aunque no tenía, ni tengo título
profesional alguno, era un profesor muy joven –tendría 20 o 21 años-, y Silvia siempre me trató con mucho respeto,
cosa que no ocurría ni siquiera con los estudiantes. Ahí surgió la idea de Chigüiro,
pero también se contempló la posibilidad de que fuera un tucán o un armadillo.
Aunque inicialmente estaba
concebido como un solo libro, luego se planteó un proyecto para entregar un
total de 6 Chigüiros, de
los que debían hacerse dos entregas cada seis meses, a partir de otras cinco
historias que tuve que inventarme.
La cita para a primera entrega
era un lunes a las 7:00 de la mañana en Editorial Norma y hacía las 11:00 de la
noche prácticamente había acabado las ilustraciones de los primeros tres libros.
Puse los dibujos en el suelo y comencé a llorar porque me parecían horribles.
¿Le pasa con frecuencia?
Eso sucede siempre. Generalmente
cuando estoy en la etapa final de un libro pienso que he podido hacerlo de otro
modo, o que habría podido ser mejor, pero como los libros tienen que tener una
continuidad en las imágenes, lo que hago es seguir con el trabajo de la manera
más responsable posible, porque entiendo que eso también hace parte del proceso
de aprendizaje.
¿Qué importancia tuvo Chigüiro
en la historia del libro ilustrado para niños?
Gracias a Silvia Castrillón y ese
proyecto tan ambicioso, que además tuvo mucho éxito, surgieron ilustradores
fabulosos como Alekos, Olga Cuéllar y
una serie de personas que siguen trabajando de forma muy comprometida en
escribir libros para niños.
Como mi preocupación eran los
niños más chiquitos, me dediqué a trabajar e investigar sobre ese aspecto
puntual de la literatura para niños; resultado de ello son algunas obras para
Ediciones Ekaré en Venezuela, junto con una labor que me ha llevado a ilustrar
obras que no siempre son de mi autoría como libros de texto y algunas
antologías.
¿Cómo se formaban los ilustradores de esa época?
Cuando comencé a hacer esto ninguna
escuela contemplaba la posibilidad de que la ilustración pudiera ser una
carrera; se podía estudiar Diseño Gráfico y en un momento dado alguien podía arriesgarse
a hacer una ilustración para la portada de una revista o un libro, pero nada
más.
Como tampoco se consideraba a la
literatura infantil como una materia que pudiera estudiarse en las facultades
de Filosofía y Letras o de Literatura, nuestra única opción era la de
formarnos a través de la experiencia y
de manera autodidacta.
Escribir, ilustrar, leer e
investigar
¿Qué tanta importancia tiene el texto en sus libros?
El texto es una de las cosas más
difíciles de hacer. Yo tardo mucho tiempo pensando la frase para comenzar un
libro, y me demoro mucho en llegar a establecer la forma en que voy a decir
algo de manera literaria: esa idea que me inquieta y sobre la que quiero
escribir.
Afortunadamente tengo la
posibilidad de dibujar, porque mientras lo hago puedo pensar en otras cosas. Eso
hace parte de un proceso que se va gestando en una forma muy lenta.
¿Qué es primero, el texto o la ilustración?
Actualmente trabajo de manera
simultánea en las dos cosas porque a veces, cuando hay una idea y el texto no
fluye, el dibujo logra jalar las palabras.
Borges solía describir su propio proceso creativo como producto de una idea
muy concreta con un principio y un final, ¿le ocurre algo parecido?
Cuando una historia tiene que
surgir aparece, y entonces uno se sienta a escribirla. Pero antes de que eso
ocurra hay mucha reflexión sobre una o varias ideas; de manera que de ahí en
adelante ya sé que debo armarme de paciencia para llegar al resultado que
espero.
Muchos de los personajes de sus obras son animales. ¿Cuál es la razón?
El niño crea una identificación
con el animal por algunas de sus características; los animales suelen tener una
apariencia amable; la textura de su
pelaje, por ejemplo, puede resultar muy atractiva y hace del personaje alguien
simpático con el que rápidamente se produce una conexión en la parte emotiva.
Además, no existe el problema que
se presentaría si se tratara de otro niño, o de una persona con sus características
particulares. En general los animales ofrecen mucha mayor variedad que las
personas, aunque últimamente también he trabajado con personajes con
características humanas.
¿Adelanta algún tipo de investigación previa?, ¿cómo se documenta?
Claro, y esa es una de las cosas
de internet que uno podría encontrar como favorables, porque la verdad es que
sí hay gran cantidad de material gráfico y referencias como fotografías de
animales y textos que facilita mucho el trabajo.
Detrás de cada libro hay una gran
cantidad de investigación: para representar paisajes observo el tipo de flora
que tenemos en el país, las diferentes casas y gran diversidad de paisajes que
hay en el campo, los animales que hay en las diferentes regiones.
¿Ocurre que mientras viaja comience a hacer algunos bocetos y trabaje
sobre alguna idea?
Siempre, porque cuando uno
trabaja con imágenes –así no las dibuje de inmediato-, las conserva en la
memoria. Como además también escribo, algo similar ocurre con las palabras.
¿Viajó, por ejemplo, a alguna región para ver chigüiros en su hábitat
natural?
No, en ese momento no tenía posibilidades
de hacerlo, pero sí recuerdo haber visitado el INDERENA, donde se encontraba
algún tipo de material gráfico –la verdad muy poco-, de tal manera que para
trabajar en Chigüiro me basé en dos o
tres fotografías.
¿Cómo hace para lidiar con las presiones de entregar un nuevo libro una
persona que esta meticulosa en su trabajo?
Al comienzo todos nosotros
debíamos trabajar a presión y estábamos supeditados a unas fechas de entrega.
Hoy en día, prefiero sacrificar ingresos por calidad, de tal manera que si dedicarme
a hacer un libro implica sostenerme durante dos o tres años, prefiero jalar de
un lado y de otro que sacrificar el trabajo para hacer muchos libros, que es
una opción por la que han optado muchos, en desmedro de la calidad y el
resultado final.
Ojalá algún día entendamos que
las personas que decidimos dedicar nuestra vida a este oficio, lo hemos hecho
de una manera entregada, y que al menos cuando las instituciones estatales tengan
la posibilidad de hacer compras de libros, se reconozcan esos derechos que nos
hemos ganado.
¿Escucha algún tipo de música mientras trabaja?
¡Mucha! Siempre escucho música
clásica, gracias a que mi mamá era profesora de apreciación musical, piano e
historia de la música, y logró darme una educación en ese género.
¿Qué otros autores lo han acompañado a lo largo de su vida?
No he leído todo lo que quisiera
de Borges, porque me parece que es una lectura que requiere un tipo de
entrenamiento, pero desde luego hay un tipo de estructura literaria que siempre
me acompaña y es el cuento.
Hace poco leí una antología de Eudora
Welty, me gusta también Dorothy Parker, pero también me llama mucho la atención
la novela, y en particular los relatos de Patricia Highsmith.
Me gustan también los clásicos,
en el sentido de obras que han resistido un periodo de tiempo respetable –Chesterton,
por ejemplo-, y básicamente me gusta leer aquellas obras que sé que van a ser
buenas.
¿Deja de lado autores contemporáneos?
También lo hago, pero la mayoría
de las veces suelo llevarme más bien desilusiones.
Los niños
¿A qué atribuye ese menosprecio respecto a la literatura infantil y el
oficio de ilustrar este tipo de libros?
Los adultos acostumbramos a
referirnos a los niños como unas cosas que son completamente ajenas, pero que
sin embargo nos preocupan. Tanto así que los adultos suelen identificar la
infancia como una etapa feliz de la vida, pese que un niño quizá siente mucha
más angustia que cualquier adulto, en la medida que no solo tiene que enfrentar
un mundo completamente desconocido, sino además aprender a manejarlo.
La literatura infantil lo que hace es proveer de
diversos elementos para que el niño pueda aprender a pensar y llegue a ser
independiente. Afortunadamente llevamos cerca de 30 años en que editores,
maestros, bibliotecarios y gente del mundo del libro hemos entendido la
necesidad de entregar a los niños una literatura responsable, que está calando
cada vez más.
¿Se ha servido de algunos de esos temores recurrentes de la infancia en
su propia obra?
Sí, claro; incluso hay algunas
anécdotas que hacen parte de algunos libros y son recuerdos de mi propia
infancia: creo que nunca he llegado a distorsionarlos, al punto de que puedan
parecer algo sin importancia, porque el hecho de que un niño tenga ese tipo de
angustias existenciales no implica que no se le puedan contar.
¿Participan los niños del proceso creativo?
En muchos casos sí, y cuando veo
que hay esa conexión inmediata, entonces me siento muy recompensado, porque la
primera gratificación que tengo como autor e ilustrador es llegar a lo que
quería hacer; y la segunda, ver esa receptividad por parte de los niños. Cuando
eso que se parece tanto a la atracción entre dos personas no existe, desisto.
¿Qué papel juegan los papás en ese momento?
Borges solía decir que un buen
libro para niños es un buen libro para adultos, de tal manera que los papás
también se conectan. Creo también que en nuestro país hay muchos niños que, o
tienen papá, o tienen mamá, o no tienen a ninguno de los dos, pero conservan el
referente de un adulto que ojalá sea afectivo y se encuentre al cuidando del
niño. De tal manera que en alguno que otro de mis libros está la figura de papá
o mamá, pero trato que no se puedan identificar, porque ahí sí hay que ser
inclusivo de una manera respetuosa.
¿Qué tan difícil resulta escribir para niños que han crecido en un país
permeado por el conflicto armado?
Es difícil, pero el trabajo que
hago a través de los libros ilustrado es poner de presente esa necesidad
esencial que tenemos todos los seres humanos del afecto. Ese es el principal pilar
del trabajo que yo he hecho.
¿Ha contemplado la posibilidad de llevar algunas de sus obras al teatro
de títeres?
A mí me encantaría volver a hacer
títeres, pero creo que para eso requeriría tanto tiempo que, o me dedico a los
libros, o me dedico a los títeres. Si pudiera llevar a los títeres alguna de
mis obras, le dedicaría mucho tiempo para hacerla tal cual la quiero; quizá la
única con la podría ser posible sería Medias
dulces, aunque es una historia que por obvias razones tiene una raíz
europea, porque tiene que ver con la tradición italiana que heredé de mi padre.
¿Cine?
Eso sí me gustaría, hacer algunos
intentos de animación por mi cuenta; de tal manera que voy a ver si en la
medida que voy trabajando en los libros puedo sacarle un tiempo a eso.
¿Le gustan las películas animadas?
Yo trato de ver casi todo el cine
animado y tengo un especial interés –digamos que de tipo científico- por todo
lo que hace Walt Disney; vi mucho cine animado de Norman McLaren, porque me
gustan las cintas que se ajustan a la imagen: narrar con la imagen; uno de los
directores que más se preocupaba por ese
aspecto era Alfred Hitchcock.
¿Trabaja en computador?
Sí, básicamente ahora trabajo con
el computador, porque siento que es algo con lo que puedo lograr la misma
calidad que tenían mis trabajos cuando los hacía en forma manual, con las
facilidades que ofrece el computador: devolverse en fases previas del trabajo
sin afectar el conjunto; o el hecho de que trabajar con materiales húmedos,
como la tempera, tienden a secarse muy rápido.
Sin embargo, debo aclarar que el
computador solo me ha ahorrado esos pequeños pasos porque tardo prácticamente la
misma cantidad de tiempo haciendo una ilustración de manera manual.
¿Le costó hacer el tránsito?
Al principio tenía mucho temor,
porque yo veía al computador como una cosa demasiado cartesiana, pero se ha
avanzado tanto en materia de software que uno encuentra programas que se
asemejan demasiado a lo que uno busca obtener con el trabajo manual.
Además, yo venía con la
experiencia de hacer la revista Dini para la Revista Diners, y hace dos años comencé
a hacer los primeros dibujos en el iPad.
Existe actualmente un Boom de lo que muchos llaman novela gráfica. ¿Le
gustaría incursionar en este género?
Una de los aspectos terribles de
eso que llaman postmodernidad es que las cosas cambian de nombre sin cambiar su
esencia, aunque se crea que automáticamente se convierten en otra cosa. De tal
manera que ya no se habla de libros ilustrados sino de libros álbum; no se
habla de cómic–término que nos parece peyorativo- o pulp fiction, sino de
novela gráfica.
A mí me gustaría que alguien sustentara
de manera seria en qué consiste esa diferencia, de la misma manera que me
atrevo a decir que hay mucha gente que se cree ilustradora porque dibuja, o que
son escritores porque escriben tres líneas.