En Turbo, Antioquia, un grupo de seis jóvenes y tres maestros constructores ha devuelto al astillero de los Hermanos Coneo el antiguo sonido de la carpintería de ribera, ese saber artesanal que da forma a embarcaciones capaces de recorrer tanto río como mar. Durante nueve meses, entre agosto de 2024 y mayo de este año, construyeron desde cero un barco de madera –el primero en más de treinta años- pensado para navegar por el Golfo de Urabá.
Bautizada como La CocoBalé, la embarcación es fruto de un proceso que combina tradición, formación y propósito social, impulsado por la Corporación Cultural y Social CocoBalé con el respaldo del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, gracias al programa de concertación cultural. Estos recursos permitieron becar a seis jóvenes de la región interesados en este oficio.
Don Luis Miguel Coneo, sabedor con más de 52 años en el oficio heredado de su padre y su abuelo, fue uno de los maestros encargados de guiar a los jóvenes en cada paso del proceso: desde la selección de maderas —roble, abarco y cedro— hasta la inmunización contra polillas, el montaje de la quilla, que es la base sobre la que nace el barco; el sellado artesanal de las juntas con estopa, una fibra que evita filtraciones; y la aplicación final de masilla y barniz para proteger la madera del agua y del tiempo.
“No es difícil aprender carpintería de ribera. Lo difícil es enamorarse del arte. Pero si uno se enamora, lo demás fluye", explica don Luis con la autoridad que le da haber construido no solo su sustento, sino también el de su familia, practicando este oficio de curaduría naval durante más de medio siglo.

El proceso de formación estuvo a cargo de los hermanos Luis y Jorge Coneo, maestros constructores y carpinteros navales, y el maestro carpintero Arcelio Arias.
La construcción de la embarcación tomó nueve meses, y su lanzamiento oficial al mar, en el Golfo de Urabá, está previsto para finales de julio.
La CocoBalé mide seis metros de largo por dos de ancho. Con esta embarcación y con la participación de Mateo Gaviria, Miglenor Cuesta, Wilner Navarro, Karen Mayoral, Yerian Rovira y Lodi Escobar, los seis jóvenes aprendices, buscan establecer la primera escuela de carpintería de ribera en la región. Se trata de un velero tipo canoa de una sola punta, equipado con motor fuera de borda y remos de apoyo. Su diseño es una fusión de estilos, adaptada especialmente a las condiciones de las bahías del Golfo de Urabá, con un calado bajo, buena estabilidad y una estructura robusta.
La embarcación cumple con todas las exigencias medioambientales y de seguridad, y está destinada a fines pedagógicos y recreativos. “Queremos que la usen los colegios, que se hagan avistamientos de aves, paseos lentos, investigación”, sueña don Luis. Y añade: “Ese bote no solo va para el mar, sino que representa la historia, el saber y el futuro de este territorio”.
Durante la construcción se ofrecieron visitas guiadas, charlas y encuentros con instituciones educativas locales. Los jóvenes aprendices no solo trabajaron con herramientas sino también con emociones. “Cuando se rompía una broca del taladro, cuando tocaba masillar por horas, ahí también aprendimos”, dice Mateo, quien recuerda que “todo eso es parte del proceso”.
Un oficio milenario que se resiste al paso del tiempo
La carpintería de ribera es una práctica ancestral que consiste en construir y reparar embarcaciones de madera mediante técnicas artesanales profundamente vinculadas al saber local. Este oficio se define por su transmisión intergeneracional, en la que maestros de la carpintería enseñan a aprendices a leer la veta de la madera, trabajar la quilla, calafatear y ensamblar piezas.
A nivel global, el valor de esta tradición es también reconocido. En Galicia, España, las técnicas tradicionales de carpintería de ribera fueron declaradas Bien de Interés Cultural Inmaterial, mientras que en Países Bajos y otros rincones de Europa, el oficio sigue adaptándose para conservar su esencia.

Los seis jóvenes aprendices becados gracias al apoyo del Ministerio de las Culturas, fueron Mateo Gaviria, Miglenor Cuesta, Wilner Navarro, Karen mayoral, Yerian Rovira y Lodi Escobar.
La CocoBalé es también una apuesta de salvaguardia cultural. En Turbo —especialmente en El Waffe, puerto histórico con alta concentración de barcos de cabotaje de madera del país— la fibra de vidrio ha desplazado la madera, poniendo en riesgo un conocimiento que ha pasado de generación en generación.
“Yo creo que soy casi el último de mi familia en saber construir barcos así. Por eso este proyecto es tan importante. Porque enseña, visibiliza y protege”, afirma don Luis, con una mezcla de orgullo y urgencia.
Para Ruth Cantillo, lideresa cultural de Turbo y cofundadora de la Corporación CocoBalé, la misión va más allá de la madera. Fundada en 2017, la Corporación trabaja como vigía del patrimonio en procesos que combinan identidad territorial, sostenibilidad e inclusión. Para Cantillo, La CocoBalé “es una herramienta viva que conecta la memoria con el presente, y a los jóvenes con un oficio que les pertenece”.
Ahora, el barco está listo para zarpar. Solo falta terminar de ajustar la vela y realizar su inauguración oficial, que se proyecta para finales de este mes de julio. Mientras tanto, los aprendices lo visitan, lo cuidan, y lo miran con una mezcla de cariño y asombro. Como quien sabe que ha construido mucho más que una embarcación. “Este barco me cambió la vida”, concluye Mateo, sin titubeos. “Me hizo querer más a mi tierra. Y entender que rescatar lo nuestro también es una forma de futuro”.
Un legado tallado en madera y mar
Don Luis Miguel Coneo no siempre quiso ser carpintero de ribera. De niño prefería el campo y la pesca. Fue en la adolescencia que comenzó a acompañar a su padre al taller. Tenía 16 años cuando tomó por primera vez una herramienta y 18 cuando ya contrataba trabajos por su cuenta. Desde entonces, no ha dejado de construir y reparar.
A lo largo de 52 años ha levantado canoas, veleros y embarcaciones menores y mayores (más amplias), guiado por la experiencia heredada de su padre, su abuelo y varios tíos. En esa mezcla de tradición y observación nació su maestría. Pero también, un profundo compromiso con enseñar. A su lado han aprendido jóvenes y adultos, atraídos por su generosidad y capacidad para transmitir, no solo técnicas, sino respeto por el oficio. “Quiero que queden gratos recuerdos de lo que hemos hecho, y que tengan algo bueno que decir cuando yo ya no esté”, afirma.
Además de carpintero, don Luis fue pescador, navegante y cocinero de barco. Construyó su propia embarcación y navegó por el Caribe hasta Acandí (Chocó) y Panamá. “Tenía mis trasmallos, mi motor, mi bote hecho por mí mismo”, cuenta con orgullo. Hoy, a los 68 años, ya no pesca como antes, pero sigue enseñando y soñando con que su arte no desaparezca con él.
Su legado va más allá del barco que ayudó y enseñó a construir; es la convicción de que hay oficios que no deben desaparecer, porque son también formas de recordar quiénes somos como país.

El maestro Luis Coneo (de gorra roja), junto a aprendices y la directora de CocoBalé (al fondo a la izquierda).
Gerard Martin y Ruth Cantillo, líderes y representantes de la corporación CocoBalé.