Luis Eduardo Granados es médico tradicional, pertenece al pueblo Ette Ennaka y es uno de los pocos que habla su lengua. En sus cálculos, se podría decir que el 80 por ciento de los ette ennaka no hablan el idioma -ette taara-, hay un diez por ciento que lo entiende y otro diez que lo habla.
“Estamos tratando, desde la autoridad y de casos míos, como médico que soy, de enseñarles el idioma y de fortalecerlo. No de recuperarlo, porque recuperar es cuando ya las cosas se pierden”, explica Granados.
Así como ese idioma ha resistido, el pueblo Ette Ennaka también se ha sobrepuesto a los embates que ha enfrentado desde la conquista española. Por eso, esa palabra, resistencia, es casi un sinónimo del pueblo.
“Siempre nos caracterizamos, como pueblo Ette Ennaka, o Chimila, por la resistencia. En esta generación también hablamos de que somos resistentes, por muchas cosas que hemos vivido y por el tema de la protección de la cultura y de la lengua”, dice Granados.
El médico nació en el resguardo Issa Oristunna y, actualmente, vive en el de Narakajmanta, ubicado en el Distrito Turístico, Cultura e Histórico de Santa Marta. Según Granados, en su niñez se hablaba más ette taara -que se puede traducir como la ‘lengua de la gente’- y fue así como aprendió el idioma de su pueblo.
“Yo tuve la dicha de compartir con mis cuatro abuelos y ellos, a pesar de que eran mestizos, casi no hablaban en español, sino nuestra lengua, y yo logré aprenderla así”, recuerda.
A la resistencia que ha definido a su pueblo, para Granados lo que mantiene unidos y con fuerza a los Ette Ennaka es su convicción en su cultura, en su tradición y en su lengua. A partir de esa base, el pueblo lleva adelante un proceso de fortalecimiento de gobierno que va enlazado con su cosmovisión.
Luis Eduardo Granados es médico tradicional, pertenece al pueblo Ette Ennaka y habla el idioma ette taara.
“El conflicto, la conquista y las personas no indígenas sometieron mucho al pueblo Chimila. Si hoy tenemos cultura y lengua es por los mayores, ese es el gobierno y lo que nos hace ser fuertes”, enfatiza el médico.
César Rozo, director de la Asociación Tejeteje, que trabaja por la conservación de las tradiciones y expresiones culturales de los pueblos indígenas, cuenta que el ette taara es un idioma de raíz macro-chibcha, como la de los pueblos de la Sierra Nevada, y añade que algunos jóvenes, entre los 15 y los 30 años, la están aprendiendo gracias a los mayores.
Sobre la cultura de este pueblo, Rozo destaca que uno de los elementos más importantes son sus ceremonias de bautizo, de cosecha y sus actos mortuorios, consagrados a su dios, Yaau, y a su diosa, Numirinta.
Según la cosmovisión de los Ette Ennaka, Yaau y Numirinta bajaron del cielo a laguna de la sabana de San Ángel; Yaau miró hacia el oriente, por donde sale el sol, y Numirinta hacia el occidente, por donde se oculta. Ambos cogieron dos mazorcas de maíz cariaco y las convirtieron en los Ette Ennaka.
Los embates de la conquista
Los Ette Ennaka -chimila- fueron un pueblo de guerreros que, antes de la conquista española, habitaba una zona ancestral denominada la Gran Nación Chimila. Este territorio iba desde el río Cesar, en el oriente; hasta la ciénaga de Zapatosa, en el sur; el río Magdalena hasta su desembocadura en Bocas de Ceniza, en el occidente, y la Ciénaga Grande y el Mar Caribe, en el norte.
“Hay relatos históricos que hablan de los chimilas, como se llamaban en ese momento, atacando poblaciones de lo que es hoy la Zona Bananera. Incluso, llegaron a Santa Marta y a Valledupar. Fue un pueblo que se movió bastante”, asegura el historiador Joaquín Viloria de la Hoz.
Viloria de la Hoz añade que la conquista de Santa Marta fue un proceso que duró más de un siglo, más o menos desde 1501, cuando los españoles tocaron por primera esas tierras e iniciaron ese llamado proceso del “rescate”, que se prolongó durante un cuarto de siglo y para el que se proponía un supuesto intercambio “amigable”. Cuando éste no se lograba concretar, los españoles imponían formas más violentas para apropiarse del oro y las perlas.
“La resistencia indígena de Santa Marta va a continuar por 75 años más, hasta enero de 1600, cuando se concreta esa conquista de Santa Marta, pero no de todo el territorio, porque hay dos pueblos que mantuvieron una resistencia férrea durante 100, 150 años más: los chimilas y los wayúu”, añade Viloria de la Hoz.
Los Ette Ennaka habitaron una zona ancestral denominada la Gran Nación Chimila.
Los españoles primero establecieron las ciudades coloniales en la parte plana de Santa Marta, en torno a la Sierra Nevada, para no entrar a competir en la zona de la montaña, pues consideraban que era peligrosa porque los indígenas iban a tener una ventaja.
Allí se refugiaron entonces los cuatro pueblos de la Sierra Nevada: arhuaco, kankuamo, kogui y wiwa. Los chimila, por su parte, habitaban la parte baja de la Sierra y a ellos se sumaban otros pueblos como los yukpas, que según Viloria de la Hoz estaban en la Serranía de Perijá, y los wayúu.
“Ahí en realidad hay siete pueblos, cuatro dentro de la propia Sierra Nevada y tres más, digamos, en los límites entre la Sierra y el desierto”, añade el historiador.
César Rozo cuenta que el Virreinato planteó entonces una estrategia de colonización que consistía en crear unos pueblos en los sitios donde los Ette Ennaka estaban más asentados.
En la provincia de Santa Marta, los españoles aplicaron el llamado repoblamiento, con el que fundaron alrededor de 25 pueblos en torno al río Magdalena y que seguían los lineamientos de la cuadrícula romana, con una iglesia y una plaza alrededor. Para cada pueblo, los españoles congregaban un promedio de 30 o 40 familias campesinas, que antes estaban dispersas por la zona.
Todo lo anterior hizo parte de un gran proyecto económico y político que, según Viloria de la Hoz, logró neutralizar a la población chimila.
“Su resistencia siguió a pesar de que fueron un poco sometidos y confiscados en determinados sitios. Hubo una especie de diáspora y se repartieron por todo el territorio ancestral”, explica Rozo.
La sed por el bálsamo
A pesar de esas invasiones a su zona ancestral, los chimila conservaron sus elementos culturales, su idioma, sus ceremonias y su conocimiento de las plantas medicinales. Los ataques continuaron luego de la conquista, pues, en la época republicana, a los criollos defensores de la causa se les pagaba con territorios que pertenecían a los chimila.
Rozo añade que esto también pasó en la Guerra de Los Mil Días, cuando se nombraron a muchos generales a los que les dieron tierras de los chimilas. Hacia la década de 1920, además, hubo una bonanza de un árbol llamado bálsamo de Tolú, que era usado para productos de perfumería.
“Entonces, llegó una gran invasión a tumbar las selvas donde ellos vivían, que eran unas selvas parecidas a las amazónicas, con muchas zonas de arroyos, que eran los caminos por los que ellos trashumaban”, dice Rozo, quien agrega que, además de que se arrasó con las maderas preciosas, muchos italianos, franceses llegaron a esos territorios y se fueron asentando allí.
Chinchorro tradicional de los Ette Ennaka, tejido en algodón.
Como consecuencia de esos nuevos ataques, los Ette Ennaka empezaron a mimetizarse entre la población campesina para poder sobrevivir. Por muchos años, se consideró casi extinto a este pueblo, hasta que a finales de la década de 1980 funcionarios del Incora (Instituto Colombiano de la Reforma Agraria) encontraron las Sabanas de San Ángel, al sur del Magdalena, a un grupo de indígenas que hablaban una lengua distinta y que se reconocían como descendientes de los chimilas.
“Empezaron a buscarle un territorio y ahí fue cuando se creó el resguardo de San Ángel”, añade Rozo.
Esa zona es una especie de camino que une la Sierra Nevada de Santa Marta con los Montes de María, por lo que también sufrió ataques de grupos al margen de la ley, especialmente de estructuras paramilitares bajo órdenes de Jorge 40, quien tenía su refugio allí.
En los años más álgidos del conflicto colombiano, esta fue una zona de mucho contrabando de armas, por la que los grupos ilegales incluso transitaban con las personas que secuestraban. Debido a esta nueva ola de violencia, los Ette Ennaka tuvieron que desplazarse, especialmente hacia Santa Marta.
Juanita Vargas, del Grupo de Patrimonio Cultural Inmaterial del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, cuenta que, desde que apareció la Constitución Política de 1991, ha habido un proceso de reconocer a comunidades Ette Ennaka que están dispersas por el territorio ancestral.
“Es un pueblo que, a pesar de que sufrió los embates de mil violencias, desde la conquista de los españoles, no sólo no se extinguió, sino que, por ejemplo, su lengua está viva, aunque lógicamente en riesgo, y tiene una cultura y está en un proceso organizativo”, dice Vargas.
Gracias al apoyo de organizaciones como La Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), los Ette Ennaka lograron un resguardo arriba del río Gaira, a media hora de Santa Marta, y, además, junto a la Asociación Tejeteje y la Unidad de Restitución de Tierras, iniciaron el proceso de demanda de restitución de tierras.
Actualmente, el pueblo Ette Ennaka también tiene un resguardo en el municipio de El Copey, en el César.