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Homenaje a Miguel Ángel Díaz

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En memoria del dirigente sindical de Colcultura, desaparecido forzosamente por el Estado y el paramilitarismo hace 40 años.

12-09-2024
Miguel Angel Diaz

Miguel Ángel Díaz fue desaparecido por paramilitares y agentes estatales en septiembre de 1984. 

Por Hernán Darío Correa, sociólogo y editor

Siempre resulta estremecedor, pero al mismo tiempo vivificante, asumir un espacio de memoria para celebrar la vida de alguien segado en plena lucha por la verdad y la transformación social, cultural y política del país...

Hay algo siniestro, pero entrañable, en mi corazón desde la desaparición forzada de Miguel Ángel Díaz. Sin haber sido amigos, más allá de haber sido compañeros en el otrora Sintracultura, me sigue conmoviendo de modo profundo sentir que de algún modo nuestras vidas tenían y mantuvieron todas éstas décadas algo de paralelas: nacidos en el mismo año, nos casamos y tuvimos hijos e hijas al mismo tiempo,  nuestros estudios y afinidades electivas nos adentraron muy pronto a ambos en el tema de la cultura y en las militancias de la izquierda, y nuestros ciclos de vida fueron muy pronto obligados de un tajo a transitar por cada una de las dos vías que las élites de este país le impusieron a sangre y fuego a nuestra juventud; la de una ardua existencia de inxilios y exilios en medio de los duelos impuestos por los designios de alienación, violencia, despojo, mentira, propio de quienes aún se resisten al cambio; y la de la oscuridad de la desaparición y la muerte...

Y me adentro afectuosamente en esa imagen de una suerte de paralelismo vital, porque la muerte a pesar de todo no es más que la lenta extinción de nuestro espíritu en el alma de las generaciones venideras, como dijo el filósofo de Jena, al cual leíamos buscando las fuentes del relato marxista que sacudió al mundo justo en los albores de nuestra primera juventud, y por el que optamos cada uno en sus versiones socialista y comunista. 

Por ello, y porque muy tempranamente ambos pudimos asumir nuestros proyectos políticos sin separarlos de nuestras apuestas personales por el amor y la paternidad asumida desde el deseo antes que del deber, nuestros caminos siempre han tenido la fortuna de haberse reencontrado, y renovado: en la memoria; en la persistencia de los compañeros de militancia de Miguel Ángel cuyas denuncias y debates públicos durante décadas abrieron el camino de la justicia y de la revelación de los responsables del genocidio de la UP, a la cual pertenecía; en la continuidad de la lucha por la verdad de su compañera e hijas, y del sindicato al cual perteneció; y en el actual relevo generacional de lucha que nuestros hijos e  hijas han asumido aportando su lucidez, su tesón y sus nuevas sensibilidades políticas y culturales a los procesos de crítica y de cambio en el país.  

Renovación tan cierta, que de modo singular nos tiene hoy aquí, en los mismos recintos donde en los años 70 y 80 ambos laborábamos, discutíamos y animábamos la lucha de los trabajadores del Estado, por iniciativa del sindicato del Ministerio de las Culturas y de nuestros hijo e hija, que le empiezan a ganar el pulso a la muerte al no dejar que se extinga ni el recuerdo ni el espíritu de lucha de Miguel Ángel que nos unió desde aquellas décadas, y no pudo ser derrotado por su desaparición forzosa en Yacopí a manos de agentes de la inteligencia del Estado y del paramilitarismo, acaecida hace cuarenta años, en la inauguración del atroz genocidio de militantes de la Unión Patriótica y otras corrientes de la izquierda.

Miguel Angel Diaz

Miguel Ángel fue uno de los primeros desaparecidos durante el genocidio contra los militantes de la UP.


Aún recuerdo a Miguel Ángel en el cruce de la carrera 3ª con calle 19, enfrente del edificio de Icetex, donde estaba la dirección de Colcultura y laborábamos quienes hacíamos parte del grupo editorial, liderando uno, dos, muchos mítines callejeros en la defensa de los trabajadores, como organizador del Comité Intersindical de Trabajadores y Empleados Públicos, CITE, o en el teatro del Museo Nacional donde realizábamos las asambleas del sindicato de Colcultura. Y ahora valoro mucho más el que, durante todos estos años, lo hayamos traído una y otra vez a la memoria de la amistad y fraternidad que nos hemos regalado con algunos compañeros como Álvaro Torres, el artista y luchador veterano de las gestas radicales de Santander desde mediados del siglo XX, restaurador, tallador y dibujante que hoy, aquí presente, nos honra con su resistencia y vitalidad ejemplar en este edificio donde funcionaba el Centro de Restauración de Colcultura, en el cual trabajaba junto con Miguel Ángel… 

Porque la muerte también ordena, decanta el sentido profundo de lo que hemos querido ser, y de lo que fuimos, en la esencia de nuestras búsquedas revolucionarias, cuyas espumas ideológicas y doctrinarias resultan hoy tan accidentales al lado del sentido más profundo de las aspiraciones que nos movían en el torrente juvenil de aquellos años, de cambiar al mismo tiempo la política, la cultura y la vida, justamente los temas que hoy promueve el Ministerio de las Culturas, las Artes y los saberes.

El destino, como dijo Borges, no es más que el minuto en el cual un ser humano entiende quién es; y esta conmemoración, este volver a pasar por el corazón la presencia de Miguel Ángel, nos hace sentir que nuestro destino está empezando a lograr ese sentido de comprender las dimensiones profundas de las convicciones que nos hermanaron desde aquellos años, ahora renovadas por nuestros hijos e hijas. 

A la luz de este destino compartido, encuentro ahora la respuesta a aquel agudo acertijo de aquel otro filósofo fundador del pensamiento crítico, Sócrates, cuando ante su inminente muerte le dijo a Critón: “Es hora de separarnos, yo para morir, ustedes para vivir, a quién le irá mejor, sólo los dioses lo saben”. Y en nuestro caso, los dioses de la historia nos están revelando una trascendencia que quienes sobrevivimos habíamos dejado de esperar en medio de la oscura noche que nos impusieron durante décadas las atrocidades de las élites nacionales y mundiales. Y la estamos encontrando juntos: Gloria Macilla, sus hijas y nietos, Juan David, sus y nuestros compañeros, el sindicato, en el espíritu de lucha, memoria y verdad que de algún modo sembramos en aquel tiempo, y que la vida nos ha deparado mantener juntos…  

Porque en este evento, si algo se siente es que se hace realidad aquella anticipación del poema que nos ha acompañado todos estos años y sigue atando cabos de luz y de porvenir entre aquellas dos vías de vida y muerte. Con la designación con el nombre de Miguel Ángel del recinto donde trabajó y luchó, se empiezan a cumplir y a juntar nuestros destinos, en un retorno por el cual comprendemos que seguimos siendo los mismos, pues Miguel Ángel, parafraseando el poema, ha vuelto a nuestro huerto y nuestra higuera; y porque, como antaño, podemos decirle con el corazón en la mano, que aún tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.

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