Por Julio César Guzmán * - Creador de Cuatro de Julio
Sebastián Trujillo se despierta pensando en su violín. Son las 6 de la mañana y por el oriente de Cali se levanta un sol tibio, mientras su mamá, Aída Luz Carvajal, ya prepara los pandebonos, las arepitas y las demás comidas populares que ofrecerá en su negocio. Sebastián debe apurarse pues sabe que desde su barrio, Potrero Grande, en el distrito de Aguablanca, uno de los más necesitados de Cali y amenazado por la violencia y las necesidades de sus habitantes, puede demorarse más de una hora hasta la Universidad del Valle, donde estudia música a partir de las 8 a.m.
A esa misma hora, pero 700 kilómetros al nororiente, Renata Díaz se levanta en Bucaramanga y practica en su violín, el talismán al cual se aferra desde hace 12 años, cuando tenía apenas 5 en su natal Coro, en el norte venezolano. Lleva casi dos años acostumbrándose a la comida santandereana, ya que tuvo que salir de Venezuela con su mamá y su hermana, por los problemas sociopolíticos del país. Aún recuerda a su primera maestra, Mileydi Valera, y a sus amigas corianas, en particular a quienes estudiaban con ella en el sistema nacional de orquestas, uno de los más prestigiosos de América Latina.
En simultánea, pero en condiciones muy diferentes, Daniel Valencia ya se prepara para salir rumbo a la sede de la universidad Eafit, de Medellín, en donde es violinista desde hace 14 años. Ahora, a sus 38 recién cumplidos, puede darse algunos lujos que no tuvo en su infancia, cuando vivía en el barrio Aranjuez, en cuyas colinas decenas de vidas se malograron en épocas de Pablo Escobar. Las muertes jóvenes de algunos de sus primos y otros familiares han quedado en el pasado, pero pueden aparecerse cuando cierra los ojos para empuñar el arco y frotar las cuerdas del violín, como concertino de varias orquestas.
Además del mismo instrumento, algo ensambla estas vidas, separadas (o unidas) por un triángulo de miles de kilómetros: ellos tres participan en mayor o menor medida de una red nacional de orquestas sinfónicas, auspiciada por la nueva Asociación Nacional de las Artes, ANA. “La inspiración de los programas de desarrollo a través de las artes y de la música –dice el director de la Asociación, Antonio Suárez– es la posibilidad del encuentro de personas para desarrollar grandes metas. Estas metas se entienden en un principio, para la niña y el niño, en la interpretación de una obra, pero el mensaje interior está en el trabajo colaborativo”.
Sin conocerse, los tres vértices de este polígono colaboran cada uno a su modo: Sebastián, como primer supernumerario de violines en la Orquesta Filarmónica de Cali; Renata, estudiante destacada en la Orquesta Sinfónica de la Unab, en Bucaramanga, y Daniel, como intérprete titular en la Orquesta Sinfónica Eafit, de Medellín. Lo que sí conocen es que la música les cambió la vida.
Sebastián Trujillo nació en un hogar humilde, en el cual su padre, de origen huilense, buscó mejores condiciones de vida en Cali, pero las cosas no salieron como pensaban. Teófilo Trujillo llegó con su esposa y el pequeño Sebastián, de apenas dos meses de vida, y tuvo que montar una bicicletería en su casa, pero los ingresos no compensaban el esfuerzo. Luego, consiguió un trabajo en un jardín infantil y allí todo mejoró porque además su hijo pudo ingresar al preescolar. Finalmente, don Teo, como lo conocen ahora, se vinculó a la escuela musical Desepaz, como operador logístico, y ese fue el despegue definitivo para las habilidades de Sebastián. “Yo estaba preparando viaje de regreso para el Huila –confiesa don Teo– porque el barrio estaba insoportable, mucho robo, mucha muerte, mucha delincuencia y yo temía por mi niño. Pero ese enamoramiento de mi hijo con el violín nos hizo declinar el viaje, así que nos quedamos”.
Una historia análoga es la de Renata Díaz, pues desde que su madre, Mariana Calatayud, la llevó a un concierto sinfónico, se conectó con la música de tal manera que pidió estudiar violín a los 5 años, en Coro (ciudad con nombre idóneo para una historia musical). Tanto Renata como su hermana Mariana, dos años menor, son virtuosas intérpretes, al punto que tan pronto llegaron a Bucaramanga, huyendo de las dificultades en su país, aprobaron sendas audiciones con el profesor Marlon García, director del programa juvenil de la Orquesta Sinfónica Unab. “Durante toda mi vida he pasado por altos y bajos, pero la música siempre me ha servido como una vía de escape. Fue un cambio difícil dejar a mis amigos en Venezuela, dejar mis costumbres, pero ha sido un paso importante y he conocido a grandes personas como el profesor Marlon. Fue duro, pero me siento bien”, dice Renata.
Finalmente, Daniel Valencia ha cimentado su carrera de violinista en su amor por las armonías, cultivado desde muy temprano. “Yo nací y crecí en el barrio Aranjuez, donde nacieron Los Triana, el ejército privado del narcotráfico, que tanto daño hizo. Como toda historia de vida tiene padrinos y esta ciudad está llena de gente que ha soñado con la cultura, en esta hay un hombre llamado Juan Guillermo Ocampo, quien tuvo un sueño hermoso: el de crear la red de escuelas de música de Medellín. Gracias a ese hombre hubo un montón de niños cansones y juguetones que descubrimos el violín, el contrabajo y otros instrumentos, y es hermoso porque ese proyecto aún existe. Recogía a los niños de las comunas y todos nos juntamos ahí”. Ese ‘padrino’ compensó lo que una madre campesina y un padre obrero de la construcción nunca hubieran podido pagarle, admite Daniel. Y el resto es historia…

INTERTÍTULO: Orquestas de todos
La Red Sinfónica Nacional no se limita solo a estas agrupaciones de Cali, Bucaramanga y Medellín. También participan en ella la Orquesta Nueva Filarmonía, de Bogotá; la de la Universidad de Caldas, en Manizales; la Filarmónica de Medellín, Filarmed, y por supuesto, la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia. “Hemos desperdiciado la oportunidad de entender las expresiones musicales como un sistema, como un colectivo de organizaciones con características distintas de financiación, de modelo de gestión, de apetitos estéticos, pero dentro de un ecosistema que se está desarrollando en la música”, agrega Suárez, director de la ANA.
Los recursos previstos para apoyar la red, junto a otros proyectos ambiciosos, forman parte del programa Artes para la paz, promovido por el actual Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes. “Artes para la Paz es la apuesta más ambiciosa de educación y formación artística y cultural del país –asegura Manuel Calderón, gerente del programa–. No solamente se desarrolla en colegios públicos, sino que hace parte de un ejercicio integral para propiciar que todos los colombianos y colombianas accedamos a la educación y la formación artística y cultural, como un derecho fundamental”.
Según el funcionario, la inversión se acerca a los 180 mil millones de pesos y hace presencia en más de 750 municipios del país por medio de la educación formal en 2.700 colegios públicos. De esta forma, cerca de 400.000 niños se forman en aulas escolares con profesores de teatro, música, creación literaria, medios interactivos y danza. Y casi 100.000 personas, de manera no formal, en entornos no escolarizados como cárceles, albergues del ICBF, organizaciones sociales de base y otros espacios.
Pensar en una red de orquestas sinfónicas implica, por ejemplo, intercambio de conocimientos y de buenas prácticas. Ricardo Jaramillo, director de la Orquesta Nueva Filarmonía, recuerda que hace unas semanas el violista Juan Andraus, de la Sinfónica de Eafit, ocupó el mismo lugar en la agrupación bogotana: “Estuvo durante una semana, cuando tocamos un montaje de Rajmáninov. Fue muy emocionante, yo lo presenté con el mayor cariño posible y creo que con ello uno puede comparar a la orquesta de uno cuando no es tan fácil hacerlo por estar en las labores diarias. Y creo que podría servir eventualmente para que esa persona nos diga qué hacen o qué no hacen en su propia orquesta y que uno pueda hacer ajustes y aprendizajes”.
Además, el concepto de red puede propiciar un efecto expansivo sobre las regiones en donde las orquestas están asentadas: salir de su ciudad y extenderse no solo en su entorno regional, sino quizás también en todo el país. “Un tercer elemento –dice el gerente Calderón– es que muchos de esos intérpretes profesionales tienen habilidades pedagógicas. Tenemos una persona muy virtuosa interpretando un instrumento, que ya no solo lo hace desde el punto de vista profesional, sino que nos puede ayudar a fortalecer habilidades pedagógicas en colegios, con sabedores y artistas formadores de otros procesos. Y un cuarto elemento es que pensarnos en red también significa una mayor eficiencia presupuestal”.
En búsqueda de otros ingresos y de acercarse más a su público, las orquestas sinfónicas han diversificado sus repertorios. Humberto Valencia, percusionista de la Orquesta Sinfónica de Caldas, piensa que para su entidad tocar solo conciertos es subutilizar su potencial. Cree que es necesario ponerlo al servicio de la sociedad, no solo en términos de formación de públicos sino también sacarlo del formato clásico. “En el cumpleaños de Manizales, acabamos de hacer con la Sinfónica de Caldas un concierto llamado Crossover Sinfónico 2.0, con rock, baladas, ‘plancha’, música colombiana, salsa, etc. Debemos sacarnos de la cabeza que solo estamos para la música clásica, Beethoven y Mozart era lo que funcionaba en esa época. Pero ahora este formato lo tenemos al servicio de nuestras músicas para aprovechar su evolución”.
En efecto, el viernes 10 de octubre el Teatro Los Fundadores de Manizales, el más importante de la ciudad, vibró con los 53 músicos de la Orquesta Sinfónica interpretando canciones como ‘Maltide Lina’ en versión salsa, con la voz de Juan Galindo. A su vez, la vocalista Jenny Moreno entonó ‘La vida es un carnaval’ con el respaldo del formato clásico. Y hasta un cantante de rock, Mauricio Quintero, quien en redes sociales se llama Maogoth, se atrevió con ‘Sweet Child of Mine’, de Guns N’ Roses; ‘Enter Sandman’, de Metallica, y ‘Dream On’, de Aerosmith. Pero quizás el momento más emotivo fue cuando la misma Moreno cantó ‘El me mintió’, la popular balada de Amanda Miguel, seguida de ‘La pollera colorá’, que fue coreada por el público. No en vano, la entidad compartió fotos y videos del espectáculo con el lema ‘La orquesta de todos’.
Experiencias similares puede relatar la Orquesta Filarmónica de Medellín, Filarmed, cuya directora ejecutiva, María Catalina Prieto, ve en la red nacional una oportunidad para generar encuentros que fortalezcan sus actividades: “Siento que el poder trabajar en red nos permite, de cara a una sociedad que no tiene tradición sinfónica, potenciar el alcance de las orquestas”. Prieto se ufana de que en los últimos ocho años, Filarmed pasó de hacer solamente 14 conciertos por año en un teatro, más un festival de música de cámara, a ser una orquesta que hoy en día hace 185 conciertos por temporada en todo el territorio antioqueño. Además, aborda todos los géneros, toca en cualquier escenario y tiene presencia con excombatientes, discapacitados, formación en el Urabá, etc.
“Nosotros siempre nos habíamos puesto como meta que fuéramos una orquesta de la gente –subraya la directora–. Y al comenzar el 2023 estábamos en el aniversario 40 y le dedicamos serenatas a lugares icónicos como el río, el Museo de Antioquia, el Parque Explora. En una de esas, le hicimos una serenata al Parque Bolívar y quisimos revivir la retreta, que fue muy importante en el siglo pasado. Pusimos 30 sillas porque pensábamos que no iba mucha gente y no solo se llenó, con más de 600 personas, sino que al finalizar el concierto, se acercó un vendedor ambulante de llaveros y me dijo: ‘¿Puedo hablar?’ El vendedor cogió el micrófono, le cantó el cumpleaños a la orquesta, compró una torta y a cada uno de los músicos le regaló un llavero de los que vendía. Para mí, ese fue el indicador de que ya no éramos solo una orquesta para la gente encorbatada”.
INTERTÍTULO: Lecciones para compartir
Dentro de los aspectos más valiosos de la creación de la Red Sinfónica Nacional se encuentran los aprendizajes compartidos, experiencias que pueden nutrirlas mutuamente. Por ejemplo, Nueva Filarmonía decidió experimentar un horario inusual para sus conciertos periódicos. “Yo creo que hemos cambiado la rutina de muchas personas –explica el director, Ricardo Jaramillo–, acertamos en el horario, que parece un detalle menor pero no lo es en una ciudad como Bogotá. Los programamos un domingo a las 4 p.m. porque no hay tráfico, no es tan temprano, no es tan tarde y después terminan haciendo un plan. Esas rutinas se han vuelto muy agradables para muchas personas. Mi mamá, mis amigos, todos se saludan cada 15 días y se ha creado una comunidad”.
En efecto, uno de los miembros de esa comunidad es Amparo Lega, quien heredó de su padre el gusto por la música clásica y ahora no se pierde las presentaciones pedagógicas ni los pódcasts previos que explican cuál será el repertorio del fin de semana. “Generar estos espacios los domingos en la tarde, cuando uno está en familia, lo hace sentir muy abierto al público, con un precio asequible, es un domingo diferente, te llena de cultura. Pero no solo por el día, sino que ese formato que lograron instaurar es muy poderoso para democratizar: cuando uno va al evento no va de etiqueta, eso lo humaniza más. Yo crecí con música clásica, tengo como siete mil acetatos, pero nunca había estado tan cerca. A mi mamá siempre tengo que llevarla, ella tiene 81 años y cada vez que puedo voy con ella. Somos muchos amigos montados en el parche, es un momento de encuentro, sabemos que allá nos vemos y se ha vuelto un ritual”.
En cambio, para el profesor Vladimir Quesada, de la Orquesta de la Unab (Universidad Autónoma de Bucaramanga), el detalle más valioso de la red está impreso en un papel: “Hay una complejidad histórica que es la de conseguir partituras. Con la red se hace un poco más sencillo porque compartimos lo que cada orquesta ha venido consiguiendo en cuanto a partituras. La fortaleza que crea la Red Sinfónica Nacional es apoyo, sentimos ese abrazo y que no estamos luchando solos, sino que la reunión con las orquestas es permanente, como el intercambio de conocimientos y de artistas”.
Quesada planea llevar a las reuniones conjuntas el proyecto que ejecuta hace varios años y que se llama Audible lo invisible. Se trata de una convocatoria a los jóvenes compositores de piezas sinfónicas, ya que en la actualidad hay pocos concursos para este formato y tampoco hay muchas orquestas para ese repertorio. “La idea es potenciarlo a nivel nacional, que puedan tener no solo el reconocimiento de tocar su obra sino ofrecerles otro tipo de compensación. Creo que la red puede ser un punto importante para potenciar esto y queremos ofrecerlo en todo el país”.
Apoyo es una palabra clave en este entramado. El género sinfónico es sensible a las dificultades en un país donde el gusto por los sonidos clásicos es minoritario. Al respecto, la Sinfónica de Caldas tiene una experiencia que despierta el orgullo del percusionista Humberto Valencia: “Este año estamos apoyando el nacimiento de una orquesta sinfónica rural en el corregimiento El Remanso, de la vereda La Cabaña, de Manizales. Tenemos 36 niños tocando instrumentos de cuerda y como hay una banda sinfónica queremos que trabajen juntos la orquesta y la banda. Los procesos ya están rodando, hay una articulación muy importante entre el Ministerio de Cultura, la Alcaldía de Manizales y la Orquesta Sinfónica de Caldas. Hemos desarrollado 21 talleres formativos en el programa municipal de bandas de Manizales y es fundamental que la orquesta haga esto. Si no hacemos trabajo social, será el tocadiscos más costoso que tenga un gobierno”.
La Institución Educativa Rural La Cabaña cuenta con tres sedes de educación primaria y una de secundaria. En total, son 80 estudiantes que se forman en música, junto a docentes y personal administrativo. En sus comienzos, en el año 2022, hacían música con baldes y botellas. Pero luego incorporaron flautas dulces y finalmente obtuvieron una donación del MinCulturas con un equipo de instrumentos para música sinfónica. Entre los estudiantes de la banda hay niños de los 3 a los 13 años y además se creó un proceso en el que participan hasta los directivos de la escuela.
Los resultados de estos esfuerzos no se miden solo en números, sino en rostros felices, en destinos enderezados. Los tres músicos que mencioné al comienzo son un fiel reflejo de ello. Mientras usted lee estas frases, Sebastián Trujillo participa en el Concurso Internacional de Violín, que se celebra en Bogotá, luego de haberse ganado un cupo gracias a su actividad en Cali. Él es un orgullo para la Escuela de Música Desepaz, a la cual se vinculó desde su infancia en Potrero Grande. Como él, más de mil jóvenes han egresado de esta escuela gratuita durante sus 20 años de funcionamiento.
“Él es un ejemplo de cómo el arte es una posibilidad de crecimiento social y personal –afirma Martín Buitrago, de la Filarmónica de Cali–. No aspiramos a que todos los jóvenes egresados sean músicos, pero es un canal que les brinda una opción y una visión. Ellos son la primera generación de sus familias que se profesionaliza. Muchos, a duras penas logran el bachillerato. Es un orgullo que sean los primeros profesionales”.
Esa misma convicción impulsa a Renata Díaz, la violinista venezolana que no ha perdido la vocación musical a pesar del exilio y de tener que ganarse la vida en Bucaramanga. “Yo trabajo también y estudio a distancia. En las mañanas me ocupo de practicar el violín y en la tarde ensamblo sandalias en una fábrica de calzado hasta las 8 p.m. Mi hermana menor también estudia música y me acompaña a la fábrica. Los sábados trabajo hasta el mediodía, porque en la tarde son los ensayos con la orquesta de la Unab. Lo que más me gusta es que tenemos ganas de hacer música. Me parece muy bonito conocer a más personas que se sienten apasionadas por la música”.
Como dice Daniel Valencia, figura del violín en Eafit, una orquesta sinfónica puede sonar como un río o puede sonar a la oscuridad de la guerra, tal y como él pudo lograrlo en un montaje de ‘La Vorágine’, el año pasado. “Las orquestas sinfónicas regionales tienen la responsabilidad de crear el tejido del contexto –concluye Valencia– y es muy importante reconocerlas, saber a qué suenan y también entender sus desafíos y sus necesidades. Ningún cafetal crece igual en montañas diferentes. Las orquestas sinfónicas necesitan buena tierra, buen agua y buen sol. Su labor titánica ha permitido que gente del común pueda sentir el arte. Hay que apoyarlas”.
* La reportería de esta serie periodística se pudo realizar gracias al apoyo de la Asociación Nacional de las Artes, el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes y su programa Artes para la Paz.