Por: Laura Benítez Martínez
La entrada a un territorio sagrado
La palabra
“entregar" viene del latín
integrāre, que significa 'restituir a su primer estado', pero también 'rehacer', 'reconstruir'. ¿Qué ocurre cuando nueve piezas sagradas regresan, después de haber sido saqueadas, a su territorio de origen? ¿Qué se restituye, qué se rehace en el territorio y en las comunidades?
Esa mañana, mientras pensaba en eso, el Tayrona amaneció fresco. Había llovido toda la noche y el agua se prendía de los árboles como perlitas finas, transparentes. A la izquierda, hacia arriba, serpenteaba el camino lodoso y sin pavimentar que nos llevaría, después de 40 minutos en camioneta y una hora caminando, al territorio Teiku, mejor conocido como Pueblito. Y en la cima, en la Sierra Nevada, los indígenas kogui se alistaban para el día del retorno.
Íbamos a acompañar la entrega de nueve piezas arqueológicas, que regresaban, después de muchos años, al pueblo kogui de la Sierra Nevada. Un gran paso en el reconocimiento de los pueblos indígenas como protectores y cuidadores de su patrimonio, desde el punto de vista arqueológico. Pero mucho más desde el punto de vista kogui: el día del retorno de los espíritus sagrados, la oportunidad para armonizar lo que estaba desequilibrado.
A las 7:40 de la mañana, cuando empezaba a escampar, comenzamos a transitar por el camino lodoso hacia el territorio Teiku. Mientras más nos internábamos en la sierra, crecían el espesor del verde y la humedad. Los cuerpos de agua aparecían a lado y lado de una carretera con bache profundos que nos hacían sacudir dentro del platón de la camioneta.
En algún punto se hizo imposible seguir subiendo en carro. Nos bajamos en una pequeña tienda en forma de maloca donde atendía una mujer indígena joven, con un vestido ceñido al cuerpo y un lazo en su cintura. Ofrecía café y artesanías, mochilas de diversos tamaños. No había agua. Empezamos a andar por un camino cada vez más estrecho, empinado y sinuoso sin más objetos que las nueve piezas sagradas, las cámaras y nuestros bolsos. Y a observar mientras caminábamos. El espíritu de la sierra nos hizo levantar la mirada. Estar presentes.
Iban, adelante, la ministra de las Culturas, las Artes y los Saberes, Yannai Kadamani, conversando con Fernando Montejo, del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icanh), quien llevaba las piezas. Luego los seguían su secretaria privada y el equipo de seguridad. También estaban Alehna Caicedo, directora del Icanh, y el viceministro de las Artes y la Economía Cultural y Creativa, Fabián Sánchez. Atrás íbamos nosotros, el equipo de Divulgación y Prensa: una periodista y dos realizadores audiovisuales.
Luego de una hora de caminata, una de las autoridades kogui nos esperaba bajo un árbol frondoso, al lado de la maloca, vestido de blanco y descalzo. No llovía, pero el aire seguía húmedo. La bienvenida fue un saludo discreto y rápido, y las instrucciones: debíamos acercarnos al árbol, uno por uno, y hacer un ademán con los puños y los ojos cerrados para pedir permiso de ingresar.
Entramos unos metros más, hasta un riachuelo. Los vestidos blancos de un grupo de hombres indígenas resaltaban en el verde espeso de la sierra. Llevaban en sus manos un poporo, un calabazo seco con un pequeño orificio en cuyo interior suelen mezclar el polvo de conchas de mar con el ayu (hojas de coca). La madera amarilla del poporo hacía juego con el amarillo del agua. Y las manos de los hombres iban y venían alrededor del poporo, que frotaban de manera constante y en círculos.
El momento del retorno, lo que nos convocaba allí, se acercaba: la entrega, en tenencia, de nueve objetos sagrados a las autoridades del pueblo kogui. Se trataba de seis collares y tres figuritas en metal que habían salido del territorio producto de la guaquería y ahora, por fin, volvían a su lugar de origen.
“En los últimos dos años, hemos repatriado (traído del exterior) unas 700 piezas. Este es el complemento de la repatriación, la rematriación, que es lograr devolver piezas arqueológicas a la madre tierra", contó Alhena Caicedo, haciendo referencia a que estas piezas no estaban fuera del país, pero sí lejos de su comunidad, de su lugar de origen.
El regreso de las piezas: un corazón que vuelve a latir
“La tierra reclama lo que le pertenece" es una expresión popular que evoca los ciclos de la vida y la muerte, y esa idea de que todo regresa a la tierra. Esa frase bien podría usarse, también, para nombrar ese acto de justicia ambiental, histórico y sin precedentes en el país, en el que un Gobierno decide que este tipo de piezas sagradas no necesariamente deben reposar en un museo, bajo un vidrio, sino que pueden volver a su lugar de origen para ser cuidadas y conservadas por la comunidad a la que pertenecen.
Para los kogui, los metales y las piedras fueron creados por
Seiyankua que es, al mismo tiempo, el creador de la tierra y del ser humano. En esa cosmogonía, estos objetos son seres animados, espíritus vivos, portadores de energía con una profunda conexión con la vida espiritual. De ahí la importancia del retorno.
Antes de iniciar el rito de entrega, Fernando y Alhena se hicieron a un lado, sobre un muro cerca del riachuelo. Allí desempacaron las piezas con la misma destreza de quien desenvuelve algo frágil y preciado luego de un largo viaje. Las pusieron sobre en una superficie lisa que parecía un tronco de madera muy pulido. A un lado los collares; en el otro, las figuritas. Dos de ellas parecían un jaguar o un animal dorado. La otra tenía forma de guerrero.
Cuando estos objetos entran en contacto con su espacio de origen, cuando el metal de las piezas roza la tierra húmeda, algo vuelve a conectar, y entonces se reestablece la armonía y el equilibrio. Es como si al salir del territorio al que pertenecen la energía vital que habita en ellos se descargara, se apagara. Y al volver, reconectara.
“Regresa la convivencia con la naturaleza, con el aire, con el agua, con los objetos sagrados que existen en la tierra. Cuando estos objetos salieron hubo una ruptura, por eso su regreso significa armonizar lo que estaba desequilibrado. El regreso es volver al espíritu": dice Luis Niuvita Mamatacan, cabildo gobernador indígena del pueblo kogui.
Para esta comunidad, todo lo que existe tiene un espíritu. Los objetos, las personas, los lugares. Y todo está interconectado. Por eso, estas piezas son más que objetos. Son espíritus milenarios que regresan al
muhé, que significa madre tierra o Gran Madre. Y al volver hay una reparación espiritual del territorio. Algo que estaba roto se compone, se completa, se repara, lo que contribuye a la armonía. Este acto simbólico sana otros objetos, espacios y espíritus. Lo invade todo de vida.
Luego de desempacar las piezas, todos se dirigieron a una gran piedra sobre el río. Allí pusieron las piezas. Alrededor estaban las personas que hicieron parte de este pacto de paz con la naturaleza, en un círculo que rodeaba los objetos/espíritus. Algunos con mochilas y tutusomas (sombreros koguis tejidos a mano), otros haciendo sonar las flautas koguis, varios bailando, unos más con maracas, todos descalzos.
En algún punto todo parecía estar sincronizado: el sonido del agua con el ritmo de la música; la música con el movimiento de los pies sobre la roca; este movimiento con el vaivén de las manos, en círculos, sobre los poporos y el bamboleo de los árboles. Así duraron varios minutos. Yendo y viniendo. La palabra hizo silencio para dar cabida al ritual. El espíritu de la sierra nos hizo cerrar los ojos. Estar presentes.
Tiempos de conexión con la naturaleza
Luego del ritual vino la palabra. Una vez el sonido de las flautas y el baile cesaron, todos se dirigieron, en grupo, a un lugar empinado, a una especie de altar. Allí estaban el mamo, silencioso y tranquilo, junto a dos niños pequeños que lo acompañaban. Llevaba varias mochilas colgadas a sus ropas blancas y el característico tutusoma, un gorro bordado a mano. El mamo habló en su lengua. Todos hicimos silencio. Luego de tres minutos, Luis nos tradujo:
“Desde el inicio del diálogo he estado acompañando y coordinando para ser garante de este proceso. En estos objetos sagrados aún vive el conocimiento. Durante mucho tiempo estuvimos muy preocupados porque creíamos que estos objetos estaban perdidos o secuestrados. Pero al observar en Bogotá que el hermano menor lo conserva en un espacio asegurado, nos dio alivio. Hemos venido dialogando para que esto se dé y se materialice como el inicio de un acuerdo. Y más allá de eso: es empezar a construir el nuevo camino para el futuro, que se enfoca en lograr la paz con la naturaleza, la paz entre los humanos, la paz con todo mundo, con el universo. Estamos agradecidos y por eso preparamos este recibimiento".
Luego de escucharlo seguimos caminando, cuesta arriba, hasta llegar a una especie de kiosco. Nos reunimos en torno al fuego, que ardía en algunos troncos gruesos en la mitad del lugar, y nos sentamos en unas bancas de madera. Allí asistimos a la entrega formal: la firma del acuerdo con los compromisos y la intervención de la autoridad kogui, de la ministra y de los delegados del Icanh. La humedad del aire se disipó y un rayo de sol se asomó entre las nubes blancas.
“Así como existió un tiempo del despojo y de la aprehensión de lo ajeno, también existe el tiempo del retorno. Ojalá el retorno de estos espíritus favorezca esa unidad que todos queremos. Es el momento de que las formas de gobierno que tenemos dialoguen de manera horizontal con sus formas de gobierno. Y que entendamos que la única manera de continuar en la armonía del territorio es a través de la igualdad", dijo la ministra de las Culturas, Yannai Kadamani, hablando de la figura de la espiral para comprender el sentido de lo cíclico, y de la necesidad de volver a un equilibrio y a un diálogo con la diversidad, con el otro.
Su idea se conecta con
'Gonawindúa', un concepto kogui que significa
“donde nace la vida, el Corazón del Mundo". La Sierra Nevada, para las comunidades que la habitan, es ese corazón milenario que guarda una historia desde antes del amanecer. “Al principio la madre nos dejó convivir con el árbol, las piedras, el mar, el aire, con todo lo que existe. La madre nos entregó eso a todos. Nos creó como polvo de la naturaleza. Pero el hermano menor, no indígena, perdió su espiritualidad. Cuando vemos estos objetos sagrados, recordamos los bailes, el pagamento, la conexión con los antepasados, con los espíritus", dijo el cabildo gobernador Luis.
Para él, estos espíritus que habitan en los objetos que retornaron, al igual que todos los espíritus sagrados, existieron antes del amanecer. Hace milenios. Primero estaban el mar y el espíritu. Y ese espíritu estaba en todo lo que vemos: en lo humano, los animales, las diversidades biológicas, las piedras. Y el retorno no es otra cosa que la reparación espiritual del territorio. Porque la sierra, el Corazón del Mundo, latía mucho antes de la llegada de los españoles: más que 500 años.
La conmemoración de los 500 años de la fundación hispánica de Santa Marta es una excusa para reflexionar sobre el origen de la vida y la historia del territorio samario. Una historia que va más allá del relato colonial y de la resistencia de los pueblos indígenas. A todos nos han enseñado a separar, a ver al otro desde un lugar de lucha: aquí los humanos, allá los animales, las plantas, la naturaleza. Aquí los indígenas, allá los “hermanos menores". El llamado de los kogui, por el contrario, es a conectar: “todos los seres humanos somos polvo de la naturaleza".
La entrega de estas piezas es más que una entrega. Es un recordatorio urgente de que todos y todas somos naturaleza, hacemos parte de ella. Y dialogar en lenguas distintas para ponernos de acuerdo sobre algo que ha sido motivo de disputa, de saqueo, es un primer paso para hacer la paz con la naturaleza.
“Es en la conversación intercultural de manejo de patrimonio arqueológico, es en ese diálogo donde creemos que existiría la mejor política pública para garantizar el cuidado del patrimonio y del territorio. Queremos garantizar que, a través de su retorno, puedan volver a ser los seres que activan la protección de la madre naturaleza y el sostén de la vida del Corazón del Mundo", dijo Alhena Caicedo.
Unas horas más tarde, mientras recorríamos el camino de vuelta a la carretera principal, cansados, pero con el corazón latiendo con más fuerza gracias al rito del retorno, entendí que lo que habíamos 'entregado' al territorio eran mucho más que nueve objetos. Eran espíritus. Espíritus que retornaron, dialogaron, se interconectaron. Y nosotros con ellos.
Ya en Santa Marta, donde nos esperaba el avión para volver a Bogotá, pensaba que la armonía y el equilibrio son el gran llamado en esta celebración por los 500 años que son, en realidad, muchos más.
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