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Amalia Vargas: el canto como memoria y resistencia

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La artista y mayora argentina Amalia Vargas, de la nación quechua chicha, comparte su experiencia en los Encuentros de mundos posibles del 47 Salón Nacional de Artistas.

4-12-2025
Amalia Vargas

  • ​Un espacio donde arte, espiritualidad y territorio dialogaron en clave anticolonial, gracias al impulso del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes. 


Bogotá, 5 de diciembre de 2025 (@mincultura). Durante los Encuentros de mundos posibles, realizados del 25 al 30 de noviembre en Popayán, Santander de Quilichao, Puerto Tejada y Villa Rica, Cauca, la artista e investigadora Amalia Vargas presentó una acción poética y ritual titulada Cantos ancestrales, memoria vibracional. En ella, su voz recorrió el espacio como un eco de los pueblos originarios del Abya Yala (la forma en la que algunos pueblos indígenas nombran al continente americano), uniendo el canto quechua y aymara con la energía espiritual del Cauca.

Vargas —artista visual, docente y escritora nacida en la provincia de Jujuy (Argentina)— ha desarrollado una trayectoria que vincula arte, educación intercultural y descolonización del pensamiento. Desde la Universidad Nacional de las Artes (UNA), donde enseña desde hace más de una década, impulsa procesos que integran creación, medicina ancestral y pedagogías comunitarias. Es autora de Ritos, ceremonias andinas en torno a la vida y la muerte (Biblos, 2020) y Sabidurías Ancestrales I. Medicina Tradicional, Educación y Espiritualidad Originaria (Biblos, 2025).

En esta conversación, sostenida durante los Encuentros de mundos posibles, la artista reflexiona sobre el carácter asambleario, anticolonial y espiritual del 47 Salón Nacional de Artistas, Kauka, y sobre los vínculos que encontró entre el Cauca y su propio territorio andino.

Amalia Vargas

¿Qué significó para usted participar en los Encuentros de mundos posibles en el Cauca, un territorio que también resiste desde sus saberes y espiritualidades?

Participar en los Encuentros en el Kauka fue una experiencia profundamente transformadora. En un territorio donde los saberes ancestrales y la defensa de la vida siguen latiendo con fuerza, comprendí que el territorio enseña, la comunidad es un libro vivo y la espiritualidad es una forma de conocimiento.

El diálogo con mayores, yatiris y curanderas me recordó que el arte puede ser ofrenda y medicina para el ajayu (alma o espíritu). Entendí que el conocimiento ancestral no pertenece al pasado, sino al futuro con raíz. Como mujer indígena, siento la responsabilidad de cuidar y transmitir lo que el sistema quiso borrar, porque si el arte no cura el espíritu, no es arte: es ruido colonial.


¿Cómo vivió el carácter asambleario del Salón, donde el arte se construye desde la conversación, la minga y el encuentro más que desde la exhibición?

Fue un acto de desobediencia frente al elitismo artístico. Cuando el arte deja de ser competencia y se convierte en minga, recupera su sentido comunitario.Cada palabra era semilla, cada encuentro una ceremonia de pensamiento colectivo. En la ronda del palabreo, que se extendió hasta la madrugada, comprendí que el círculo es nuestra forma antigua de crear: nadie por encima, todas las voces con la misma dignidad.

El arte no estaba encerrado en vitrinas. En los territorios Nasa y Misak cada obra tenía una función viva, espiritual, nunca decorativa. Esa experiencia quedó grabada en mi cuerpo como un recordatorio de que el arte se teje con otros, no en soledad. La asamblea fue una verdadera universidad Misak: un río de conocimiento compartido entre alimentos, plegarias y gratitud. Cerramos con danzas ancestrales que unieron nuestros cuerpos con el territorio.

Desde su experiencia como mayora y portadora de saberes ancestrales, ¿qué lectura hace de la vocación anticolonial de esta edición del Salón?

Esta edición representa una afirmación urgente y necesaria. El arte contemporáneo necesita descolonizar su mirada y escuchar de nuevo a los territorios que sostienen la vida. Aquí, el arte indígena no fue una categoría impuesta, sino arte con historia, símbolos y espiritualidad. El Salón dejó de ser un templo de paredes blancas para convertirse en un espacio donde las memorias marginadas se reconocen como centro, no como adorno. KAUKA impulsa a las comunidades a re-existir, a recuperar su historia y su espiritualidad. Nuestra estética nace del territorio y de la certeza de que el arte también es una forma de resistencia espiritual frente al sistema capitalista.

¿Qué aprendizajes o afinidades encontró entre los pueblos del Cauca y su propio territorio andino en torno al cuidado de la tierra y la memoria?

Entre el Kauka y mi territorio andino descubrí raíces compartidas: el respeto por la Pacha y la conciencia de que la tierra es madre viva, no recurso. Ambos pueblos enseñan que la tierra no se domina, se cuida; que la montaña, el río y el viento guardan la memoria de los ancestros.

Compartimos prácticas agrícolas respetuosas, rescate de semillas nativas y ceremonias para honrar el agua, el fuego y la vida. En nuestra cosmovisión, todo tiene ajayu —energía vital—: las personas, los animales, las plantas y las montañas. Todo tiene sonqo, corazón.

La memoria no se guarda en vitrinas, sino en la danza, la lengua, los tejidos y la palabra. El arte no representa, está vivo; es conocimiento encarnado y vínculo con la comunidad. Como dice Silvia Rivera Cusicanqui, la memoria es una práctica política y estética de resistencia. No hay arte sin territorio ni belleza sin comunidad. En eso coincidimos: la tierra como madre, la memoria como raíz y el arte como equilibrio del mundo.

Amalia Vargas


​La edición de este año del Salón lleva por nombre Asamblea de mundos posibles, ¿qué otros mundos posibles cree que nacen a partir de este encuentro entre sabedores, comunidades, espiritualidades y territorios?

La Asamblea de mundos posibles abrió un espacio fértil para imaginar nuevos horizontes donde la diversidad cultural y espiritualidad se entrelazan. De este encuentro nacen mundos donde las visiones ancestrales se integran en la educación y el arte, y donde el diálogo intercultural promueve la paz, la justicia y el cuidado de la vida. Imagino mundos donde el arte sane, conecte y defienda la tierra; donde las comunidades dialoguen en igualdad; donde la Pachamama esté en el centro de las decisiones y la memoria sea fuerza creativa y política.

También sueño con una educación con raíz, que combine lo ancestral y lo contemporáneo, y donde los principios andinos —Yachay (sabiduría), Llankay (trabajo), Munay (amor) y Ayni (reciprocidad)— guíen la enseñanza.

Para que esos mundos sean reales, debemos recuperar la memoria ancestral, valorar el arte indígena como arte vivo y promover espacios asamblearios donde sabedores, artistas y comunidades sigan tejiendo juntos.

El 47 Salón Nacional de Artistas – KAUKA, organizado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, fue el escenario propicio para que Amalia Vargas uniera su voz con los cantos del territorio. Su paso por el Cauca reafirmó que el arte no solo se exhibe: también se siembra, se comparte y se celebra. En su palabra y su canto, la espiritualidad y la memoria se funden, abriendo portales hacia esos mundos posibles que nacen desde la raíz.

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