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62 horas de tensión que marcaron la historia del San Juan de Dios

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Hace 50 años, estudiantes, médicos e internos de la Universidad Nacional se tomaron el San Juan de Dios en protesta por el derecho a la salud en Colombia. El desalojo dejó una intervención del Ejército, 300 detenidos y paros en todo el país. Crónica.

27-05-2025
hospital san juan de dios y materno infantil

​Archivo de prensa de EL ESPECTADOR. 28-05-1975.  ​​

Por Gabriela Herrera Gómez 

El 27 de mayo de 1975, Gabriel Rueda Cifuentes le avisó a su madre que se iba para el Hospital San Juan de Dios. No podría saber que pasaría las siguientes 62 horas bajo tensión, durmiendo en las bancas del hospital y recibiendo tinto y comida de los vecinos del barrio Policarpa a través de un hueco que se abriría con cincel y maceta. Que estarían sitiados por tanquetas del Ejército. Que apenas tendría su bata para protegerse. Solo le dijo que posiblemente se tenía que quedar. 

Ese día, estudiantes, internos, residentes y médicos —liderados por Guillermo Fergusson, decano de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional— se tomarían el hospital para insistir en que el centro asistencial fuera dirigido por la institución, para luchar contra las intenciones de privatización de la salud pública durante el gobierno de Alfonso López Michelsen y para que el San Juan se consolidara como centro docente.  

Rueda sabía que Rosa, su madre, proveniente de Guatavita y admiradora de Jorge Eliécer Gaitán, aceptaba que su hijo luchara para evitar el cierre del San Juan. Su padre, oriundo de Caparrapí, Cundinamarca —un municipio golpeado por la violencia del conflicto armado— también comprendía la urgencia de defenderlo: “Mis padres sabían lo que significaba que la gente de escasos recursos tuviera un sitio donde ser atendida. Era a donde nos llevaban cuando éramos niños”.

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Gabriel Rueda. Foto: Paula Beltrán 


Gabriel era estudiante de primeros semestres de medicina. Después vendrían las prácticas en el San Juan. Tenía 19 años y ya participaba en las asambleas por la crisis de la salud. “Estábamos en un proceso de formación, y el referente siempre fue el San Juan. Yo fui partícipe de esos debates sobre la situación de la salud en Colombia y del hospital, del San Juancho —como le decíamos—, también conocido como La Hortúa. Para nosotros era una ilusión total llegar allá. Yo diría que, en esa toma, la mayoría éramos estudiantes de básicas (primeros semestres). La mayoría de mis compañeros éramos gente de escasos recursos que había logrado entrar a la universidad. Entonces, echar por la borda eso, cuando en cualquier momento podían cerrar el hospital, estaba totalmente justificado. Era nuestro futuro. Ahí nos íbamos a formar como médicos”. 

Los estudiantes de la Facultad de Medicina ya llevaban una semana en paro. Desde el 16 de mayo se había intentado una toma simbólica, que fue impedida por las autoridades. Se le llamó la marcha de las batas blancas. Los estudiantes bajaron por la calle 45, cruzaron la carrera 13 y tomaron la décima hacia el sur, hasta llegar al hospital al mediodía. Durante más de una hora y media, lanzaron arengas exigiendo que la Universidad tuviera control directo del hospital. A la 1:30 p. m., la manifestación se disolvió. 

El contexto de la toma era claro: el objetivo era que el hospital fuera administrado por la Universidad. En palabras de Guillermo Fergusson, médico patólogo y entonces decano: “El deseo es convertir al San Juan de Dios en un verdadero hospital universitario manejado por la U, pero que el Estado tenga la obligación de garantizar los servicios de salud a todos los colombianos que no se benefician del Seguro Social ni de las cajas de previsión, y que sea, además, un verdadero centro docente”. 

La amenaza de privatización estaba presente. En el octavo piso funcionaba la sala de atención a pensionados donde algunos profesores atendían pacientes particulares. Fergusson denunció: “El pensionado ha corrompido a ciertos profesores. Se han atrevido a violar las tarifas, exigiendo sumas mayores y obligando a pagar en sus consultorios. No podemos permitir que el hospital, que es público, se privatice”.  

Rueda recuerda a su decano como un referente médico y humano. “Siempre nos inculcó una mente crítica, una visión humanista del médico, la preocupación por aportarle al país. ¿Cuándo un decano había convocado al movimiento estudiantil para defender un hospital público?”. ​

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Imagen 1: Retrato de Guillermo Fergusson – Archivo Emilio Quevedo. Imagen 2: Archivo Cromos Imagen 3: Archivo EL TIEMPO 


Fue en el auditorio 121 de la Facultad de Medicina que surgió la idea de esta nueva toma, el lugar donde se llevaban a cabo las asambleas. Se organizaron grupos y se hizo el llamado: “Allá se va a tomar el hospital. Necesitamos apoyo. Allá nos vamos a quedar. Y allá puede suceder cualquier cosa”. Esto lo decían porque ya estaban acostumbrados al trato que recibían los estudiantes de la UNAL en las protestas. “Estábamos acostumbrados al pum, al totazo, a los gritos. Ya sabíamos que iba a haber tropel. Sabíamos el trato que el Estado daba a las exigencias estudiantiles, fueran las que fueran”. Mientras tanto, una comisión oficial estudiaba el futuro del hospital, pero las negociaciones se estancaron: residentes e internos acusaban al Gobierno de dilatar soluciones y por eso se decidió pasara a la acción. 

A las ocho de la mañana del 27 de mayo inició la toma. Al día siguiente los titulares de los dos periódicos más importantes del país dieron cuenta de la conmoción del hecho: ‘Sorpresiva toma del Hospital San Juan de Dios’, ‘Paralizada la Hortúa’. Desde temprano empezaron a llegar los manifestantes al hospital y la policía bloqueó las vías con 500 agentes de la policía militar con escudos y gases lacrimógenos junto a carros antimotines.  

“Se tomaron la portería, trancaron las puertas y declararon el cese de los servicios hospitalarios de consulta externa y urgencias, pero que garantizaban la atención a los hospitalizados”, señala la nota que publicó el diario EL TIEMPO. ‘Solo cambiando el sistema habrá salud para el pueblo’, ‘abajo la prensa amarilla’, eran algunas de sus arengas, mientras 50 estudiantes intentaron bloquear la entrada a los periodistas. En un texto de EL ESPECTADOR se explica que después del mediodía, permitieron el acceso del personal del centro, con previa identificación.  

Pero Gabriel no se imaginó la magnitud que alcanzaría el hecho. Las cuatro manzanas del San Juan fueron rodeadas por 20 camiones del Ejército. Mientras tanto, los estudiantes gritaban arengas: ‘La salud no se mendiga, se conquista con la lucha y con la comunidad’, ‘Viva la toma del San Juan de Dios’. “Siempre he entendido que el Ejército es para defender fronteras o enfrentar alteraciones graves del orden público, donde hay otros armados. Pero nos trataron como si fuéramos enemigos. Le dieron un tratamiento de guerra a la defensa de un hospital público”, comenta Rueda.

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Archivo EL ESPECTADOR. 28-04-1975 


Los estudiantes se organizaron en equipos, vigilaban las entradas y garantizaban que la sala de urgencias siguiera funcionando. Se suspendieron las consultas externas. Los estudiantes no dormían. “Andábamos para arriba y para abajo, pendientes de que no se nos metieran”, explica Rueda. 

Simultáneamente, hubo una mesa de negociación. En ella participaron Fergusson, internos y residentes, junto con Luis Carlos Pérez, en ese momento el rector de la Universidad Nacional. Por parte del Gobierno estaban el secretario de Gobierno del Departamento, Luis Carlos Angulo Hinestrosa; el secretario de Salud Pública, Gabriel Blanco Contreras y el gobernador de Cundinamarca y presidente de la Junta General de la Beneficencia, Hernando Zuleta Holguín.  

El primer día, la Policía acordonó el lugar. No se podía entrar ni salir por las entradas principales. El Ejército custodiaba la entrada por la décima. Pronto, se quedaron sin comida y agua. Pero los estudiantes encontraron otras formas: “Yo no sabía que había una comunicación directa con el Materno Infantil por debajo de la tierra. Durante la toma, como la décima estaba bloqueada, usamos el túnel. Estaba con candado, no se usaba desde hacía tiempo. Entrábamos con linternas. Había mucha basura, era horrible el olor, pero era un punto de contacto. Un punto de escape por si las moscas”. El Materno, insiste Gabriel, fue solidario con el San Juan de Dios. 

Pero quienes también se movilizaron para apoyar a los médicos y estudiantes atrapados fueron los vecinos del barrio Policarpa, con quienes el San Juan ha compartido lazos de solidaridad y lucha desde su fundación en 1961. “Los verdaderos defensores fueron la comunidad del barrio. Yo les agradezco de corazón hasta que me muera que nos hayan brindado tinto, alimentos, una voz de aliento”, dice Rueda. “La mayoría fueron mujeres líderes del barrio. En ellas veía a mi madre Rosa dándome tinto. Fueron nuestras madres protectoras”.  


El matrimonio ​

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Melba Garcia y Octaviano Montilla. Foto: Saulón Guerrero 


El barrio Policarpa Salavarrieta fue fundado en 1961 a través de una toma de tierras por víctimas del desplazamiento forzado en Colombia. Desde sus inicios, estuvo marcado por la violencia. Los médicos del Hospital San Juan de Dios apoyaron los procesos de lucha y arraigo de la comunidad, incluso en momentos críticos como el 8 de abril de 1966, conocido como el Viernes Santo Sangriento, cuando ocuparon nuevos terrenos y se desató un brutal enfrentamiento con la Policía. 

Por eso, cuando en mayo de 1975 los vecinos advirtieron que los médicos estaban en peligro, se organizaron rápidamente. En ese momento, la mayoría de los habitantes del Policarpa participaba en comités o centros juveniles organizados por el Partido Comunista y la Central Nacional Provivienda. Las líderes eran, en su mayoría, mujeres: la chiquita Cecilia, doña Elvia, Luz Ardila, entre varias.  

“Todo empezó a las diez de la mañana, cuando la Policía se tomó las entradas del hospital. Se dijo: ‘hay que pasarles algo, porque no tienen comida’”, recuerda Octaviano Montilla, uno de los líderes del barrio. Alguien propuso hacer un hueco en el muro que conectaba el hospital con una casa vecina. Y para distraer a la policía, surgió la idea: organizar un matrimonio falso en una casa cuya pared estuviera contra el muro del San Juan. Así, se podría hacer ruido mientras los vecinos abrían un hueco para pasar los alimentos como si fueran regalos. 

“Los novios llegaron como a las once o doce. La novia era la hija de la chiquita Cecilia, una de las dirigentes del barrio. El novio era Sergio, un muchacho del Berna. Entraron, pusieron música y se armó el baile. Luego, llegaron los regalos: era comida preparada y víveres o granos. Se puso el sonido a todo volumen para que no se oyera cuando rompían la pared”, cuenta Octaviano. 

Cada uno tenía una tarea: buscar a los novios, vestirlos, cocinar, recoger mercados. “Yo estuve por la mañana. Escuchamos salsa, música tropical y hasta pusimos el vals. Llegaban ollas grandes envueltas en papel… ¡imagínese!”, recuerda con una sonrisa. 

Octaviano tenía 15 años entonces. En el barrio, cuando pasaba algo, alguien golpeaba un riel para alertar al vecindario. Don Octaviano recuerda que la casa del matrimonio estaba justo frente a la casa de las maticas, detrás del muro del San Juan, cerca de lo que hoy es el UVO o la Unidad Psiquiátrica de Cundinamarca. “En ese tiempo era un rancho de un solo piso, con tela asfáltica, como todas las casas de invasión”, agrega. 

“Mi abuela no invadió, ella compró el derecho de la tierra en 160 pesos. Treinta años después escrituramos y se lo compramos al Instituto de Crédito Territorial”, explica Melba García, actual propietaria de la casa, que hoy tiene dos pisos y fachada de ladrillo naranja. Se trata de una mujer con sonrisa cálida, hospitalaria, pero de pocas palabras. “Yo hacía parte del comité de juventudes. El rancho tenía un solo piso. El salón era más grande que ahora. Hicieron un hueco de un metro con maceta y cincel; cabía una persona. Por ahí pasaban comida y agua para los del hospital”, relata. 

Cuando comenzó la movilización por los médicos, su familia –que era una de las de mayor confianza, según Octaviano– ofreció la casa. “Llegamos aquí porque un día estábamos en el hospital visitando un enfermo. Había como tres casitas. Mi abuela dijo: ‘ay, tan bonitas’. Cuando bajamos, nos encontramos con doña Cleofe, una señora que tenía vacas y regalaba leche. A mi abuela le gustó el barrio y nos vinimos”. 

Rafael Sánchez tenía 12 años cuando ocurrió la toma del San Juan, o como él lo recuerda mejor, de La Hortúa. Recuerda que le encargaron conseguir comida y hasta ropa. “Siempre vimos a los trabajadores del hospital como hermanos. Nuestra ayuda fue mutua”. 

La Policía se dio cuenta a las 4 de la tarde que el matrimonio ruidoso que había en aquella casa era una farsa. Nubia Rodríguez, Edilesa del barrio, recuerda que fue por culpa de un racimo de plátanos que llevó un vecino que se despertaron sospechas. Tenía seis años cuando sus papás la llevaron a la fiesta. “Se dieron cuenta de que no era fiesta, sino estratagema. Mandaron más policías. Ya no dejaban entrar más gente. Fue como: ‘todos salen, pero nadie más entra’”, cuenta Octaviano. Melba, que se quedó en la casa porque era su hogar, agrega: “empezaron a salir y los policías preguntaron quién vivía acá. Dijimos que nosotros, que los del matrimonio ya se habían ido. Así que se fueron. Luego tocó sellar el hueco”, dice entre risas. 

Hoy, la sala es un apartamento arrendado dentro de la casa de Melba. Ella vive en el segundo piso. Tiene una ventana alargada que da hacia la capilla del hospital. El muro del hueco tiene doble pared. “Ya se murieron los antiguos luchadores. Nosotros dábamos la vida por el hospital. No solo en esa huelga sino en muchas peleas que hubo por la defensa de la salud pública. La gente del Policarpa éramos privilegiados en la atención allá”. 

El 31 de mayo, El Tiempo publicó una nota denunciando la participación del barrio. “La policía dijo haber establecido que los invasores mantuvieron permanente contacto con agentes del barrio Policarpa Salavarrieta, de reconocida actividad comunista, de donde se les suministró alimentos, y se preparó refugio en caso de que pudieran escapar. Hubo una especie de puerta”. 

“La construcción del barrio fue con el hospital, no con la Alcaldía ni con la Secretaría. Éramos dos entes unidos en la lucha por sobrevivir y conseguir techo”, concluye Octaviano. Después del matrimonio, la toma duró dos días más. Finalmente, la Policía entró al hospital. “Fue muy triste ver a esos doctores en esa incertidumbre. No solo nos dolió a nosotros, fue un dolor para toda la comunidad”, agrega Nubia. ​


El desalojo 

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Archivo Voz proletaria, 1975. En la imagen, el rector Luis Carlos Pérez 


Todo el tiempo estudiantes como Gabriel Rueda estuvieron a la expectativa de que la fuerza pública interviniera. “Teníamos en mente que, si se metían, bloqueábamos el ingreso con las bancas gigantes. No íbamos a enfrentarlos. ¿A qué, si éramos unos muchachitos con bata?”, recuerda. 

A las 8:30 p.m. del jueves 29 de mayo se firmó un acuerdo entre representantes del gobierno, la universidad y el movimiento de huelguistas. El rector Luis Carlos Pérez relató en una carta pública los hechos: “el pacto fue discutido y redactado por una junta de tres delegados del gobierno y tres de la universidad, con participación del comité de lucha. Faltaba su ratificación para la cual el gobierno comisionó al gobernador de Cundinamarca, quien debía suscribirlo con el rector. A propuesta del doctor Zuleta convinimos reunirnos a las 8:30 de la noche de ayer jueves en el propio hospital, cosa que acogió el comité”. Al hospital llegaron él y el Gobernador de Cundinamarca Hernando Zuleta, y firmaron el acuerdo en presencia del general Fernando Landazábal. El acto fue a las 9:00 pm.  

Sigue diciendo: “Ofrecí al señor Gobernador y al general Landazábal ingresar a la Hortúa, para comunicar la formalización del convenio y permanecer en el comité no más de 15 minutos necesarios para explicar sus alcances”. Según esta carta, cuando el rector salió a la carrera décima, el Gobernador ya se había retirado. Poco después, el general ordenó el ingreso de las tropas. Aunque el desalojo ya había empezado de forma pacífica, la fuerza pública irrumpió violentamente. 

Uno de los líderes que ya estaba en los últimos semestres les informa por un megáfono que ya se estaba llegando a un acuerdo. La idea era habilitar otras mesas para que se discutiera bien cómo sería el proceso jurídico de que la Universidad tuviera más participación en el Hospital. “Salimos a los parqueaderos, a la zona de ingreso del hospital. Todos nos pusimos las batas, nos formamos porque se había llegado a un acuerdo importante. Pero sabíamos que no íbamos a dejar que se acabara el movimiento hasta que se cumplieran los acuerdos”, recuerda Rueda. “Nosotros decíamos ‘valió la pena. Vamos a retornar a nuestras casas después de estos días de incertidumbre’”. 

Empezaron a quitar los candados cuando de pronto entra un tropel de la fuerza pública. “Con fusiles, dando culata para todo el mundo. Algunos nos quedamos e íbamos colocando obstáculos con las bancas. Sí ayudó un poco. Hubo una participación hermosa de todo el personal de enfermería, auxiliares, servicios generales”, explica Rueda. Muchos cubículos estaban vacíos de pacientes. “Cuando las enfermeras llegaban al tropel, llevaban a un estudiante en bata a la cama. El ejercito entraba a los cubículos a buscar a la gente. Pero se salvó una cantidad importante por esa generosidad de las enfermeras. Ellos entraban y ellas les decían: ‘es un paciente,. respete’”.  

Entre tanto, Rueda y un grupo de lo que él calcula entre 20 y 30 personas, entre ellos el decano Guillermo Fergusson, se refugiaron en una oficina en el último piso de la Torre. “Llegó la policía y dijeron: ‘Quietos. Están detenidos’. Fergusson respondió: ‘Yo soy el único responsable. No les hagan nada a los muchachos, cualquier cosa es conmigo’”. 

Según la prensa de la época, fueron capturados 355 manifestantes, entre ellos 35 mujeres y el propio Fergusson. Fueron trasladados al DAS de Paloquemao. Aunque Rueda recuerda haber estado detenido por 48 horas, archivos señalan que algunos permanecieron hasta el lunes siguiente. “En el DAS el trato fue relativamente benévolo. Nos acomodamos en el piso y luego nos dieron colchonetas. El maltrato fue en el San Juan”. 

El rector Pérez denunció públicamente que la ocupación militar fue precipitada y rompió el pacto firmado. Afirmó que la fuerza pública intervino en medio de un desalojo que ya se realizaba de forma pacífica.

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Revista Alternativa #36, 2 al 8 de junio de 1975 


Sin embargo, la represión provocó una ola de protestas: de acuerdo con la documentación de los periódicos EL TIEMPO y EL ESPECTADOR, en Bogotá, la Universidad Nacional entró en paro total en las facultades de Medicina, Odontología, Enfermería, Nutrición, Dietética y Artes. Más de 3.500 estudiantes se reunieron en asamblea y declararon que mantendrían la huelga hasta que liberaran a los detenidos. 

Pero la solidaridad fue nacional. Se declararon en paro 400 estudiantes de Medicina del Colegio Mayor del Rosario, 1.500 estudiantes de Medicina de la Universidad de Antioquia, estudiantes de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Industrial de Santander y en general facultades de Medicina en al menos nueve ciudades del país. Además, se instaló en Bogotá la primera asamblea de la Unión Nacional de Estudiantes Universitarios (UNEU), con participación de 60 delegados de varias universidades. 

Sobre los daños, el síndico de la Beneficencia de Cundinamarca estimó los destrozos en más de un millón de pesos. Según Rueda, la fuerza pública iba rompiendo lo que encontraba: “puertas, lámparas de cirugía, equipos de laboratorio, camas. Se metieron a salas quirúrgicas”. El director del hospital, Alberto Rey, dijo que más de mil botellas de suero fueron vaciadas. Una enfermera anónima aseguró que fueron consumidas por los huelguistas acosados por el hambre. La policía, por su parte, insinuó que pudieron haberse usado para fabricar bombas molotov.  

Y sobre las acusaciones de infiltrados y planes de secuestro la policía secreta afirmó que “extremistas” planeaban secuestrar al gobernador y a un ministro. Fergusson negó cualquier intención violenta. Aun así, su destitución fue solicitada por autoridades y miembros del Consejo Académico. Los profesores y médicos residentes respaldaron de forma “irrestricta” al rector y exigieron al gobierno el cumplimiento del acuerdo. 

Al final, el decano Guillermo Fergusson, quien lideró tantas luchas por la salud pública, renunció. Aunque no pudo salvar el San Juan de Dios, dejó en la memoria de muchos de sus estudiantes su causa.  

Gabriel Rueda concluye: “Ojalá algún día haya algún acto simbólico, que recuerde esta toma y se pida perdón desde el Estado. Los que luchamos fuimos víctimas del Estado. Fue una lucha justa, nunca se han debido meter. Se violentó el acuerdo. Y el San Juan siguió en declive, hasta que tal como Ferguson lo anunció, el hospital fue cerrado”. 

 

*** 

Desde el Minculturas recordamos la lucha de los estudiantes, médicos, internos y del decano Guillermo Fergusson como parte de la memoria viva que hoy hace posible la recuperación del Hospital Universitario San Juan de Dios y Materno Infantil.  

#ElSanJuanVive ​

Más información en: https://gaceta.co/contenidos/san-juan-de-dios/​

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