Livia Vides Mancera oía sonar los silbidos de las brisasque movían las altas palmeras del patio de su casa. Sudabaen medio del calor de aquel jueves 1 de agosto de 1940. A su lado estaba la tía Pudelcina, que cargaba unapalangana de agua caliente con toallas para ayudar aatender el parto de su sobrina. Livia, a sus 20 años, estabadando a luz a su primera hija, a quien llamaría SoniaMaría. Las mujeres de la casa, hermanas de la joven en trabajo de parto, habían abandonado sus oficios del día.Todas estaban como vírgenes necias en su trajín de parteras para que nada salieramal. La tía recordaba cómo dos décadas atrás, la madre de la que ahoraiba a dar a luz, había muerto en el momento de nacer su hija.
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