En el marco de la Cumbre de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes de Colombia organizó Reencuentro en el Corazón del Mundo, una agenda cultural que reunió a artistas samarios de diversos géneros. Entre ellos, Samarian Flavor y la banda Invisibles representaron dos formas distintas de entender la música caribeña: uno desde la celebración del coletsound, otro desde la nostalgia del rock indie. Ambos, inevitablemente samarios.
Cuando Miguel Ospino, conocido como Yera, habla del Samarian Flavor, dice que son “la mezcla de muchas razas y nuestra música es lo mismo; la combinación de muchos géneros que vienen de afuera, de África, del oriente, de occidente. Eso es el Samarian Flavor, un sonido criollo, una raza criolla".
Desde un cuarto de ensayo en el barrio Esperanza, Brian Oróstegui de Invisibles, una banda samaria de rock indie, golpea su batería y reconoce la misma verdad desde otro ángulo: "Acá en la costa es muy difícil ser roqueros de manera radical. Siempre nos están alimentando esos sonidos caribeños, esos sonidos de contexto de los barrios". Él creció en una zona popular donde la champeta y la salsa no eran música de fondo sino banda sonora obligatoria.
Se presentaron en la cancha La Castellana del barrio Pescaito, donde compartieron programación con artistas como Aterciopelados, Sistema Solar, Canticuentos, entre otros. Foto: Erick Morales/MinCulturas.
Yera cuenta que el Samarian Flavor comenzó con L’omy, artista samario del barrio Pescaito, uno de los pioneros del coletsound, una mezcla de reguetón, R&B, champeta y cumbia, hace más de diez años.
Los primeros pasos de estos dos artistas inspiraron a las nuevas generaciones de samarios. Uno de ellos es Fifty, que persiguió un balón antes de enamorarse de la música y ahora hace parte del colectivo: "todas esas combinaciones me llevaron a querer la música", dice.
Nabil Jonás, parte de la nueva generación de Samarian Flavor, creció dentro de ese movimiento. "Desde muy chiquiticos fuimos criados con eso. Es inevitable no sentirse parte". Y cuando se le pregunta cómo es su proceso creativo, afirma sin titubear que es “una gozadera. Nos concentramos en disfrutar". La certeza de este movimiento es que la música es para pasarla bien, para transmitir alegría, para cantarle a los barrios, a los amigos, a las historias cotidianas que merecen volverse canciones.
Desde la orilla del rock, José Daniel Mejía, vocalista y guitarrista de Invisibles parte de otro lugar, pero llega a un territorio similar. "Nunca nos concentramos en un solo género porque todos somos diferentes. Cada uno tiene su música, cada uno tiene su preferencia y tratamos de envolverlo todo en una sola banda". El proceso creativo es casi artesanal: una idea pequeña que en los ensayos "se va transformando en algo sólido". A veces toma días. A veces años. A veces la idea se queda esperando su momento.
Jesús Borja de León, el bajista que lleva casi una década en esta historia, lo resume distinto: "La música es la forma de vivir la vida. Es algo que por mucho que tengamos proyectos por fuera, siempre está ahí. No se nos escapa y no nos deja escapar tampoco".
Cuando el barrio entra al estudio
La diferencia está en el resultado, no en el origen. El Samarian Flavor es celebración pura. "Le cantamos al amor, le cantamos a la vida, a las historias que suceden en nuestra ciudad", explica Yera. No hay espacio para la melancolía cuando lo que se busca es transmitir gozo.
Invisibles, en cambio, canaliza otra energía. "Le cantamos al amor y a la nostalgia, pero sobre todo a la nostalgia", confiesa Jesús Ballesteros. Canciones como Espejos conectan con la audiencia precisamente porque tocan ese lugar incómodo de las experiencias difíciles. "Transformamos nuestras malas experiencias en la vida y las proyectamos a través de la música", añade. Cuando José Daniel se lanza del escenario, con guitarra y todo, para cantar entre el público, esa energía liberadora de la que hablan se hace realidad.
Pero ambos beben de las mismas fuentes. José Daniel ha estado explorando el latin jazz y la salsa, dejando que "eso de alguna manera retroalimente toda la sonoridad que manejamos". Brian es enfático: "Lo más importante es que todos esos sonidos que nos alimentan son parte de nuestro contexto, de nuestra cotidianidad. Son esos sonidos populares".

Samarian Flavor se presentó en la Tarima Paz, ubicada en el Camellón de la Bahía de Santa Marta. Compartió programación con artistas como Mike Bahía, Fruko y sus Tesos, Vicente García, Victoria Sur, entre otros. Foto: Erick Morales/MinCulturas.
El reencuentro que siempre estuvo ahí
Jesús Ballesteros conecta la música con algo más grande: "Buscar a través del arte maneras de expresar y desenvolver las mentes de las personas, de los ciudadanos, de una población. Tiene mucha importancia". La música no es escape. Es herramienta de transformación.
Para estas bandas, espacios como Reencuentro en el Corazón del Mundo representan más que una tarima. Brian menciona: "Para nosotros es muy significativo que se den escenarios decentes, respetuosos con el trato del artista. Eso es reivindicativo". Porque tocar no basta. Necesitan espacios que entiendan que esta música, sea la gozadera del Samarian Flavor o la nostalgia eléctrica de Invisibles, es trabajo serio, arte legítimo, construcción cultural.
Ahora que terminó Reencuentro en el Corazón del Mundo, cada banda volverá a su rutina: Invisibles trabajando en música nueva después de que la pandemia les cancelara planes de giras internacionales en 2020; el Samarian Flavor sumando más artistas a un movimiento que ya lleva más de quince años orientado en la misma lección: que no hay una sola manera de ser Caribe con música.
No se trata de demostrar nada ni de validar fusiones. Estas son dos historias que reafirman que la autenticidad no se programa, se vive. Y que el corazón del mundo late en varios tiempos, todos válidos, todos necesarios.