Por Yhonatan Loaiza Grisales
En las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, tras recorrer algunos cientos de metros después del municipio de Minca, a la izquierda de la carretera un portón de madera se abre como una exhalación. Arriba de este, en un letrero, también de madera, están cinceladas las palabras Cenit Arte Natura junto a un emblema que representa el todo, es decir: un cuadrado que resguarda un círculo, que a su vez resguarda cuatro símbolos que bien pueden ser las cuatro direcciones o los cuatro elementos.
El portón desplegado invita al caminante a adentrarse en un camino que, primero, desciende en unos escalones de piedra y luego se convierte en un sendero natural, rodeado de árboles como jobos y guaramos y con su piso tapizado con plantas como matarratón, una especie de cilantro salvaje, y dormilona, cuyas hojas se recogen cuando sienten el tacto humano.
Hacia la mitad del sendero, a la derecha, se recorta la ciudad de Santa Marta, difuminada por la cortina gris de la polución. El recorrido finaliza en una gran casa de madera cuya entrada se ilumina con la presencia de Nube Sandoval, actriz, codirectora y cofundadora, junto a Bernardo Rey, del Teatro Cenit.
Sandoval abraza con la confianza que da el pasado compartido a Senekan Gil Nuvita, una kogui estudiante de medicina y, también, actriz. La casa de madera, primera estación de la sede de Teatro Cenit, tiene una delgada alfombra de plástico que evita que los visitantes contaminen con las suelas de sus zapatos la madera del piso.
Mientras invita a los visitantes a la cocina, Sandoval cuenta que esta vertiente de la zona norte de la Sierra Nevada era originalmente el territorio del pueblo Kággaba -también conocido como Kogui-. En ese lote también está enterrado el ombligo de la hija de Sandoval y de Rey, Oriana, arquitecta como su padre, y también nació una inédita propuesta escénica que se estrenó en noviembre pasado: Gonawindúa, el corazón del mundo.
La pieza hace parte del proyecto Teatro en La Espiral de la Vida, una serie de laboratorios de investigación-creación impulsados por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes en distintas regiones del país. El poema visual, como lo definen Sandoval y Rey, cuenta con la participación de trece mujeres y hombres de la comunidad Kogui, uno de los cuatro pueblos originarios que residen en la Sierra Nevada, junto al Arhuaco, al Wiwa y al Kankuamo.
“La inquietud sobre la espiritualidad de este territorio nos llevó a acercarnos a ellos y a estudiar y a entender su complejo sistema cognitivo, social y espiritual, profundamente ligado a las aguas, a las especies y a la biodiversidad de esta Sierra, conocida por ellos como el ‘Corazón del mundo’”, cuenta Sandoval.
La pieza, que se estrenó el pasado 8 de noviembre en la sala de Teatro Cenit, ubicada unos metros más abajo de la cocina en la que ahora habla Sandoval, también tiene como punto de inspiración el libro Shikwakala, el crujido de la madre tierra.
Senekan Gil Nuvita
La conexión
Tras dejar en el fuego una gran olla en la que reverbera un sancocho, que más tarde se sazonará con algunas hojas de los matarratones que alfombraban el sendero de la entrada, Bernardo Rey se une al grupo.
Con su camisa café de mangas largas, y ese bronceado que parece sacado del Mediterráneo, el director, dramaturgo, arquitecto y diseñador de máscaras resalta que hay una filosofía que ha marcado la trayectoria del Teatro Cenit: el actor es un ser humano que hace una acción.
Esa idea se plasma en el Teatro como Puente, la metodología con la que el grupo ha trabajado con personas que nunca habían hecho teatro, como las víctimas de tortura con las que compartieron en Italia o las víctimas de desplazamiento forzado que hicieron parte de sus procesos en Colombia.
Esta filosofía, que bebe de la fuente de la antropología teatral, se complementa con su pulsión de trabajar en la tierra, rodeados de naturaleza. El director cuenta que incluso, hace 35 años, bosquejó una propuesta de planos para una sede del grupo que estaría ubicada cerca al río Don Diego, al noroeste de la Sierra Nevada.
Se podría hablar, entonces, de una curiosa coincidencia gracias a la que nació esta pieza, pero hay también quien ve en esa anécdota un vínculo más profundo. El elenco de Gonawindúa, el corazón del mundo está compuesto en su mayoría por jóvenes koguis de varias comunidades y también por el mamo Luntana Vacuna y la jaba Francisca Jandigua Pinto.
“Mama Luntana dijo que esta obra no la decidimos nosotros, que esto viene de los ancestros. Y es también una misión para los jóvenes y para nosotros, que vamos entendiendo por qué venimos a tener una hija aquí, por qué sembramos su ombligo aquí, por qué construimos esto”, dice Rey mientras recorre con su mirada el lote en el que están construidas su casa y la sede de su teatro.
Yuluka
En koguian, lengua de los kogui, la palabra yuluka quiere decir ponerse de acuerdo. Eso fue justamente lo que tuvieron que hacer Nube Sandoval y Bernardo Rey con los mayores y los mamos de este pueblo para poder realizar esta producción.
Antes de esta experiencia, los dos artistas codirigieron, junto a Iván Benavides, Develaciones: un canto a los cuatro vientos, un proyecto artístico de la Comisión de la Verdad en coproducción con el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo y la Corporación La Paz Querida, que reunió a más de 140 personas de diferentes partes del país.
Los directores quedaron con la inquietud de crear un proceso de “acupuntura teatral” por diferentes puntos de Colombia y decidieron que, lo más natural, era empezar en Minca. Entonces, iniciaron conversaciones con el cabildo gobernador del pueblo Kogui e invitaron a varios de sus miembros a ver la última función de Develaciones, que se realizó en Medellín.
Así empezó el yuluka entre los directores y los mamos del cabildo kogui, muchos de los cuales no se habían acercado antes al teatro. Sandoval y Rey les llevaron la propuesta del proyecto y les presentaron la trayectoria metodológica del Teatro como Puente, mediante la cual proponían transmitir con otros lenguajes el mensaje sobre el cuidado de la tierra de este pueblo originario.
Según Sandoval, también socializaron esa idea en otros puntos de la Sierra Nevada, hasta el punto de que mamos de los cuatro pueblos los registraron ante la Madre Tierra. Es así como sus nombres están tallados en una piedra en inmediaciones de Teikú (Pueblito), cerca al Parque Tayrona.
“El ejemplo que nos dieron es que nosotros ahora teníamos un pasaporte, si la Madre un día pregunta: ¿quién es Nube y quién es Bernardo?, ella va a buscar en sus archivos y va a ver que estamos registrados en esa piedra. Se hicieron todos los pagamentos, todas las acciones de reciprocidad y ellos también insistían en que mucho de ese trabajo ya anteriormente lo habían hecho cuando escribieron el libro Shikwakala”, añade Sandoval.

‘Shikwakala’
Una de las trece protagonistas de Gonawindúa, el corazón del mundo es Senekan Gil Nuvita, quien, con sus pies descalzos, vuelve a recorrer las tablas de esa sala con cimientos de guadua en la que nació esta obra. La cascada de su pelo oscuro y lacio cae sobre su tradicional vestido de tela blanca, que lleva el hombro derecho destapado y que ella intervino con unos delicados bordes amarillos y lilas.
Sobre la pregunta de por qué aceptó participar en este proceso, Gil Nuvita responde que los indígenas nunca individualizan las cosas. “Hablamos mucho de la integralidad. Por ejemplo, si el territorio no está bien, pues tampoco hay salud, no hay bienestar. Si no nos encontramos bien espiritualmente, tampoco hay balance en la sociedad”, asegura.
Esa integralidad es también la base del libro Shikwakala, el crujido de la madre tierra, que recoge el conocimiento de 26 mamos del pueblo Kogui. Esta publicación del Cabildo Kogui-Malayo-Arhuaco y la Organización Gonawindúa Tayrona plantea un diálogo entre los conocimientos ancestrales y la modernidad.
“El pueblo Kogui siempre ha mantenido la transmisión de saberes oralmente, como la mayoría de indígenas. Entonces, creo que el libro se pensó porque se necesitaba dejar un material para la nueva generación que venía, que ya aprendió a leer y ha aprendido más del mundo moderno”, dice Gil Nuvita.
Nube Sandoval cuenta que, cuando leyó el libro, la cabeza le hizo “tracatá”, y acompaña esa onomatopeya girando sus índices sobre su cabeza, dibujando un gran círculo en el aire. Según la actriz y directora, el libro parte de un poderoso mensaje: al comienzo, Aluna, la madre, la potencia creadora, pensaba a todas sus criaturas, ya fueran seres humanos, perros, ballenas, árboles, piedras o insectos, como energía.
En un momento dado, todas esas criaturas empezaron a volverse cuerpos, a materializarse; pero, en la base estaba la idea de que todos existimos a la par, en el mismo nivel, como habitantes de esta casa común que es el planeta.
“Ahí se desbarata un concepto sobre el que Occidente ha basado su conocimiento y su desarrollo, y es que hay una pirámide en la que el ser humano está en la punta y todo lo de abajo está al servicio de esta persona, que por lo general es un hombre. Ellos dicen: ‘No, eso no es así, todos somos iguales’”, agrega Sandoval, a la par que separa las manos que estaban unidas mientras relataba la historia, desarmando así esa arcaica pirámide occidental.
Mama Luntana
El techo de la sala de Teatro Cenit resalta sobre el pasto del terreno como la cresta de una ola negra. La gradería está empotrada sobre una pendiente, respetando la forma original del terreno, y, al frente, hay una gran pared con tres ventanales descubiertos que van casi del suelo al techo.
A través de esos ventanales se ve la hermosa vegetación de la Sierra y, también a través de ellos, el equipo de creación de esta obra solía ver al mamo Luntana y a la jaba Francisca haciendo sus trabajos espirituales bajo la sombra de un caracolí.
Gil Nuvita recuerda haber visto por primera vez al jate Luntana en una reunión de su pueblo. La impactó, cuenta, ese vestuario que lo distinguía del resto de los kogui, pues no llevaba pantalón, sino el gran faldón de algodón que caracteriza a los miembros de su linaje, los mecuala.
“Yo nunca había visto a un mecuala y, desde esa primera vez, dije: ‘Tengo que conocer a ese jate, tengo que preguntarle sus principios, tengo que saber sobre él’. Y, después, justamente este trabajo era con jate Luntana y yo, pues, no me las creía”, rememora Gil Nuvita.
Para ella, una de las cosas más valiosas de este proceso fue justamente compartir ese espacio de conocimiento con Luntana, entender que él se sentía seguro transmitiendo sus conocimientos a los más jóvenes y verlo ejecutar sus bailes tradicionales, que usualmente están reservados para fechas especiales en sitios sagrados de las partes superiores de la Sierra Nevada.
Rey, por su parte, lo recuerda dirigiendo con el palito de su poporo, como si fuera la batuta del director de una orquesta occidental; mientras que Sandoval destaca su orientación en la quinta escena (Ñi es agua, ñi es mujer), en la llegaron a sentirse perdidos durante el proceso de creación.
El grupo improvisaba, buscaba alternativas, pero la escena no funcionaba. Al verlos así, el mamo propuso bajar al río Minca para hacer un pagamento. Allí, preparó un espacio e hizo una acción alrededor del agua, ese elemento con el que el pueblo Kogui tiene una conexión profunda.
“En la Colonia, cuando llega la brutalidad de los colonizadores, el pueblo Kággaba se sube a la montaña y se salva porque conservó estos lugares sagrados de pensamiento y de conexión con el territorio a través de lo espiritual”, cuenta Sandoval sobre el trasfondo de esa acción con la que Luntana destrabó aquella escena.

Una máscara para la perpetuidad
Gonawindúa, el corazón del mundo tiene nueve escenas y es en la última, La danza sagrada, en la que aparecen el mamo Luntana y la jaba Francisca. Para este pasaje, Bernardo Rey diseñó una máscara de madera, inspirada en las que Alemania devolvió recientemente al pueblo Kogui.
Rey empezó a diseñar máscaras hace más de cuarenta años, luego de ver una exposición del maestro francés Jean-Marie Binoche -padre de la actriz Juliette Binoche-. Luego de proponerles al cabildo y a Luntana fabricar una especial para esta escena, y de que estos aceptaran, el director tomó los moldes en yeso de la cara del mamo.
“Eso para mí fue un acto de confianza único, porque antes ni se dejaban hacer fotos”, dice Rey, quien añade que en este nuevo diseño introdujo las narigueras tradicionales de los Tayrona - las máscaras que devolvió Alemania tenían limadas esas partes-.
Ilusamente, palabra muy precisa que usa el director, le entregó la máscara a Luntana para que la utilizara en la obra. Sin embargo, el mamo le dijo que no la iba a usar porque, primero, tenía que ir a consultarla con los otros mamos en la Sierra y, luego, se la iba a quedar su familia, que la utilizaría para “lo que se hizo”.
Sandoval, conmovida por el recuerdo, embellece la escena recordando que el mamo le aseguró a Rey que los dos se iban a morir algún día, pero esa máscara iba a seguir porque la van a danzar sus hijos y la van a danzar sus nietos para entrar en comunicación directa, en yuluka, con los elementos, con otras gentes, con la naturaleza.
“Mama Luntana le dijo que siempre habrá alguien de su familia que va a saber que hubo un Bernardo que hizo la máscara… Él tiene esa cosa increíble de que logra mostrarle a uno las cosas desde otra perspectiva, esa otra realidad, esa otra manera de entender el mundo”, añade Sandoval.
Ese yuluca también permeó a la otra parte del equipo de creación, que se complementa con el músico Christian Castagno y con José Manuel Sauna Mamatacan Kogui, coordinador de la obra y encargado de las comunicaciones de la Organización Gonawindúa Tayrona.
Según Gil Nuvita, más allá de transmitir la sabiduría de su pueblo en acciones, esta obra también produjo una especie de fortalecimiento cultural para ella y sus compañeras y compañeros, la mayoría de los cuales tienen entre 18 y 20 años.
Para los directores, que enfatizan en esa idea de que el teatro es un instrumento para crear comunidad, otro logro de la producción es impulsar ese cambio de paradigma que siempre han defendido los kogui.
“En la astronomía, antes estaba el principio ptolemaico, según el cual todo giraba alrededor de la Tierra; luego, se descubrió que la Tierra es una cosita así, que va alrededor del sol. A nivel humano, estamos en la época del Medioevo, creemos que somos todavía el centro y todo va alrededor de nosotros. Ahí hay un gran desvarío”, finaliza Rey.
La cosmogonía del pueblo Kogui dicta que todo está conectado y por eso, mientras la máscara que diseñó Rey baila en la cima de la Sierra, los protagonistas de Gonawindúa, el corazón del mundo continuarán esparciendo el conocimiento de su pueblo a través de esta obra.
Gonawindúa, el corazón del mundo se presentará el 29 y 30 de marzo en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo. Puedes comprar las entradas aquí.