Por Yuliana Narváez Ángel
José Esparragoza tenía cinco años cuando una canción de cuna muy popular sonó en el equipo viejo de su papá en El Banco, Magdalena. 'La tortuga', de Joe Arroyo, le enseñó a su cerebro a descifrar el mapa sonoro de una interpretación. Primero llegó el tambor alegre, luego el guache, después la maraca. Cada instrumento era una voz distinta que hablaba al mismo tiempo, pero él los entendía todos.
Cuando su padre, Víctor Esparragoza, notó que también cantaba, lo invitó a ser parte de su agrupación musical "Herederos del Folclor" y a recorrer el país interpretando cumbia. Esas fueron sus primeras bases en este género.
Años después, José llegó a la Universidad del Magdalena y conoció a Carlos Bueno, un percusionista samario que aprendió a tocar el tambor a los tres años, cuando su tío, Jorge Otero, quien hoy tiene 96, le regaló su primer tambor. Después no tuvo más, así que encontró en el tocador de su mamá un potencial instrumento. Recuerda que "la tabla la cambiaron como cinco veces porque yo la partía con las manos. Yo me encerraba en el cuarto de mi mamá a tocar. Cualquier cosa que sonara era un tambor para mí".
En el colegio intentó tocar instrumentos de viento, pero su mente y su cuerpo siguieron conectados al tambor. Ahora interpreta la conga, el yembé y el alegre. Ha tocado para artistas como Cabas, Naty Botero y en Gaira Cumbia House de Bogotá.
Hace tres años regresó a Santa Marta y junto a José crearon la agrupación "Esparragoza y el legado de la cumbia", conformada por ocho músicos más. Se presentarán el 9 de noviembre en Reencuentro Con el Corazón del Mundo, la agenda artística del Ministerio de las Culturas de Colombia, en el marco de la CELAC —Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños—.
El encuentro será en la Tarima Paz del Parque Bolívar. Compartirán escenario con artistas nacionales como Monosóniko, Conector, Cimarrón, Tonada y Bullenrap, y con las artistas internacionales Julieta Laso y Mariana Carrizo, de Argentina.
"Esta es una oportunidad para mostrar lo bonito de nuestra ciudad. Con esta agenda cultural abrieron el camino para mostrar toda la diversidad que tiene Santa Marta", dice Esparragoza.

Esparragoza vive hace 9 años en Santa Marta y se enamoró de la ciudad, aunque no olvida sus raíces. Foto: Erick Morales.
La música como oficio de vida
José Esparragoza vive hace nueve años en Santa Marta, la ciudad donde se consagró como músico. También es solista, pero la cumbia sigue presente en sus canciones, fusionada con otros ritmos en tendencia.
"Me di la oportunidad de experimentar ritmos ancestrales como la tambora, el bullerengue y la guacherna. Todo esto comprende la depresión momposina, la ciénaga grande de Santa Marta, una parte olvidada de la región Caribe. Yo quise mostrarle al mundo el sur de los departamentos de Bolívar, Magdalena y Cesar", cuenta.
Gracias a estas fusiones, su tema "Los gaiteros" fue seleccionado por Discos Fuentes para el álbum "Los 14 cañonazos bailables - volumen 65" de 2025.
Carlos, además de dirigir "Esparragoza y el legado de la cumbia", es formador musical del programa Artes para la Paz, del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes. "Estamos en San Pedro de la Sierra, en la Sierra Nevada, compartiendo ese conocimiento musical con los hermanos de las comunidades indígenas. Es una experiencia formidable", afirma.
El reencuentro en el corazón del mundo
El domingo 9 de noviembre, cuando Esparragoza y Carlos Bueno suban a la Tarima Paz del Parque Bolívar, no solo estarán tocando cumbia: estarán recordándole a los 33 países de la CELAC que Latinoamérica ya tiene un idioma común: las artes y las culturas.
Santa Marta, el corazón del mundo, se convierte así en el lugar donde los pueblos se reencuentran no solo a través de acuerdos diplomáticos, sino bailando. Porque como dice Esparragoza: "Donde hay cultura, hay paz". Y la cumbia, esa que aprendió a los cinco años escuchando a Joe Arroyo, esa que Carlos tocaba en la tabla del tocador de su mamá, es la prueba de que la cultura no necesita traducción para unir naciones. Solo necesita un tambor alegre, un guache, una maraca. Y gente dispuesta a escuchar y a construir.

Carlos nunca pudo separarse de su tambor, son uno solo. Foto: Erick Morales