Durante
ocho años la Biblioteca Pública de San Vicente del Caguán estuvo cercada por el
miedo. Dos garitas que custodiaban el ingreso al edificio de la Alcaldía
destruido por un atentado terrorista en 2005, impedían que niños, jóvenes y
adultos San Vicentunos, accedieran libremente a sus instalaciones.
“Esta
era una biblioteca prácticamente vacía, con los libros guardados, donde solo
reinaban la soledad y el silencio, y a la que para poder ingresar se debía
pedir permiso a la policía”, recuerda Wilton
Montoya, coordinador de Cultura y Turismo del municipio, quien junto a
Lizeth Paola Amézquita, una joven Licenciada en Pedagogía Infantil y
bibliotecaria de San Vicente, desde el año 2013, se propuso devolverle la
Biblioteca a esta población del departamento del Caquetá.
El
resurgir de la Biblioteca de Sanvi o San Virulo, como se le conoce comúnmente
en la región a San Vicente del Caguán, uno de los municipios más extensos e
importantes de la Amazonía, rico en zonas de reserva forestal y primer
productor de ganado a nivel nacional, fue en el Parque Los Fundadores, donde el
Monumento del Hacha nos recuerda que esta era una tierra de colonos que
llegaron a finales del siglo XIX, atraídos
por la explotación de la quina, y más tarde por la fiebre del caucho.
Este
lugar, en donde por las tardes se reúnen los jóvenes a jugar algún “picadito”
de fútbol y que cada mañana atraviesan los fieles para ir a misa a la Iglesia
de Nuestra Señora de las Mercedes, se hizo célebre a comienzos de 1999 por el
frustrado encuentro de los diálogos de paz, entre el Gobierno del entonces
Presidente Andrés Pastrana y los
cabecillas de las Farc.
Con
lecturas en voz alta y parte de los 4.500 libros, con que cuenta hoy la
institución, a disposición de los San Vicentunos, la Biblioteca Pública Clara Inés Campos Perdomo, que lleva el nombre de una maestra de literatura, víctima de
la ola de violencia que se desató entre la guerrilla y los paramilitares, una
vez se dio fin a la zona de distensión, empezó a consolidar un proyecto que hoy
la ubica como ganadora del Premio Nacional de Bibliotecas Públicas ‘Daniel
Samper Ortega’ 2015, convocado por el Ministerio de Cultura de Colombia.
“Desde
la biblioteca no hemos querido desconocer que estamos en una zona de conflicto.
Vivimos aún con el estigma de estar rodeados de muchos grupos armados ilegales.
Sin embargo, nuestra estrategia es no relacionamos con ningún tipo de fuerza
pública ni al margen de la Ley”, señala Lizeth, mientras alista todo lo
necesario para lo que será una nueva velada de versos y poemas, al calor de un
canelazo.
Una
estrategia que les ha permitido recorrer las 16 inspecciones y gran parte de
las 250 veredas que conforman San Vicente, con programas como ‘Haciendo memoria’,
con la participación de adultos mayores, que le apuesta a la reconstrucción de
la historia de la localidad; el Cine Club; la Maleta viajera, que lleva los
servicios de la Biblioteca mínimo una
vez al mes a las veredas más apartadas; los recitales de poesía, y la
capacitación a docentes en promoción de lectura con el programa “De la mano con
mi Profe viajo en las alas de los libros”.
Testigo
de esta transformación en la que el acceso al conocimiento dejó de ser
restringido es el profesor Pablo Iván Galvis, un joven cucuteño que llegó a
esta población hace tres años como docente de Educación Religiosa, y del que
según dicen algunos de sus compañeros, se bañó en las aguas del río Caguán, y
decidió quedarse en estas tierras.
Inspirado
en la lectura de ‘Las Mil y una noches’, la primera obra que pidió prestada en
la biblioteca, al arribar a San Vicente, este sociólogo y antropólogo, logró
gracias al programa de capacitación a docentes en formación de lectura, que sus
clases estuvieran impregnadas siempre de narración y creatividad.
Al
estilo de Sherezada, la mujer que enfrentó la sentencia de muerte por medio de
la palabra y quien todas las noches contaba una historia, dejándola en su punto
más alto. Pablo diseñó una técnica que le ha permitido involucrar a sus
estudiantes de los grados sexto y séptimo, del Colegio Dante Alighieri, en las
actividades académicas, por medio de los relatos escritos. “Todas mis clases las inicio con un cuento
que va creciendo semana tras semana, en un espacio de intercambio de ideas y
palabras a través de cuentos y fábulas, y donde nos damos la posibilidad de
escribir y retratar nuestras vivencias”.
Pablo,
quien además es representante de Poesía y Literatura en el Consejo Municipal de Cultura, no duda
en afirmar que fue la biblioteca el lugar que le brindó la compañía que
buscaba. “Las letras me fueron dando identidad y la fuerza necesaria para
mantenerme en un contexto como este”.
Una
realidad que no le resultaba del todo ajena. Su Maestría en Antropología en la
Universidad Nacional giró en torno a los jóvenes y el conflicto armado y
gracias a esta investigación recorrió lugares como Puerto Betania, Campo
Hermoso, San Vicente del Caguán y Yopal, tras la historia de vida de JuanDro, un joven vinculado con los
grupos insurgentes.
Fue
ese sentido de pertenencia a la Biblioteca lo que lo llevó a postularla al
Premio Nacional de Bibliotecas Públicas. “Aquí he viajado con Kafka, Tolstoi, Chejov
y es a través de este lugar que he llegado a amar, a querer y a sufrir a San
Vicente”, comenta, mientras nos dirigimos al Puente Colgante sobre el Río
Caguán. En esta vía construida en 1973 y por la que anteriormente pasaban
centenares de reses de ganado, y en la que hoy los jóvenes Sanvicentunos
desafían las alturas y, al estilo de los mejores clavadistas, se lanzan a las
profundas aguas del río, Pablo decide leernos algunos apartes de la carta que
escribió para la postulación al Premio.
“Hoy
la Biblioteca extiende sus brazos hacia las periferias y hace que los hijos de
los campesinos de nuestra región, tengan la oportunidad de conocer formas
distintas de leer, de aprender y de conocer el mundo. Posibilita ver más allá
del ganado, la leche, las vacas, los árboles, las selvas, las limitaciones
rurales y crea mundos imaginarios, posibles y sonoros. Cánticos de esperanza en
boca de un padre, una madre o un niño en ejercicio de lectura en voz alta,
irrumpen los sonidos de la tragedia y la desigualdad”.
Haciendo memoria
En
el segundo piso de la Biblioteca funciona desde noviembre de 2014, el Centro de
Memoria Local Sachena Yona, que en
lengua Tinigua, traduce Laguna bella.
Los
Tinigua, nos cuenta Sandra Blanco, artista plástica bogotana radicada hace ocho
años en San Vicente, conformaban la tribu que habitó las laderas del río
Caguán, la cual fue desplazada por la
colonización y posteriormente terminó siendo exterminada por la violencia.
“Actualmente solo queda un descendiente Tinigua: don Sixto Muñoz. Él vive de la
caza, la pesca y la agricultura en Caño Yarumales, a seis horas por el río
Guayabero y lo logramos contactar en un trabajo que adelantamos con todo el
equipo del Centro de Memoria”.
A
esta investigación sobre los Tinigua, cuya lengua y costumbres son transmitidas
en los espacios de la Biblioteca a las nuevas generaciones, se suman las
historias de los ríos Caguán y Yarí que se tejen al paso por veredas y
caseríos, además de varias piezas de arqueología y algunos objetos que nos
recuerdan las huellas que ha dejado la
guerra en esta población.
Aquí
reposan, por ejemplo, dos escudos en bronce, el de Colombia y el de Caquetá,
que algún vecino mantuvo guardados en su casa luego del bombardeo a la Alcaldía
en 2005. También, se observan documentos y fotografías de lo que fue la zona de
distensión, así como los trofeos que ha recibido San Vicente por su actividad
cultural, entre los que se destacan los primeros lugares obtenidos por el Grupo
de Danza con la interpretación de El
Yariseño: baile típico de esta población que mezcla joropo, bambuco y
pasillo.
Desde
el Centro de Memoria se busca que la imagen de San Vicente sea reivindicada
y que sea reconocido por otros temas y
no solamente por haber sido escenario de la zona de despeje, situación con la
que los San Vicentunos nunca estuvieron de acuerdo. “En nuestras
investigaciones, en lugares como el caserío de Los Pozos, encontramos que acá a
nadie se le consultó, simplemente fue algo que les fue impuesto. Nunca se les
pidió permiso, cuando se vieron fue invadidos”, comenta Sandra.
Un
suceso que ha contribuido a la pérdida de identidad de los San Vicentunos y que
se refleja en aspectos tan cotidianos como el simple hecho de que los jóvenes
de este municipio prefieren hoy sacar su cédula de ciudadanía en Florencia o en
Neiva, para no seguir siendo señalados.
*****
Después
de cada jornada escolar, la Biblioteca
Pública Clara Inés Campos Perdomo, se llena de vida. El silencio es cosa
del pasado. Mientras niños y jóvenes acuden a hacer sus tareas, los más
pequeños participan en la Hora del cuento que promueve Lizeth. Afuera, entre
tanto, varios muchachos de la Red juvenil Compaz, preparan una nueva proyección
del Cine Club, bajo la mirada vigilante de Charles Chaplin. La jornada
concluirá con un recital de poesía, en el que estudiantes, amas de casa,
profesores y escritores de San Vicente, como don Julio Cesar Carrillo se
reunirán en torno a la palabra.
“Aquí
los jóvenes y pobladores tienen una gran capacidad para vivir el presente, de
una manera plena, con carácter y resistencia. En San Vicente no se piensa en el
pasado, pero tampoco en el futuro, pues no se sabe si este llegará”, comenta
Pablo Iván, quien ahora le aporta su vida a este municipio como maestro y como
usuario fiel de una biblioteca, a la que ha visto crecer y transformarse.
Y
es que en San Vicente del Caguán y siguiendo la imagen de Sherezada, se puede
llegar a pensar que solo mediante la palabra será posible un nuevo mañana. O
como asegura don Julio César, antes de su presentación en el recital de poesía,
en una biblioteca iluminada por la luz de las velas “donde existe la palabra,
no puede haber temor alguno”.
Fredy Avila Molina
Actividad Cultural y Divulgación
Biblioteca Nacional de Colombia
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