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09-08-2015

La biblioteca que les ganó a la violencia y al olvido

 
Fotos: Biblioteca Nacional
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 <div class="ExternalClass1CCC3B6361B24BC485BF505D6C37BEF8">El diario El Tiempo publicó la historia de la biblioteca pública de San Vicente del Caguán que se llevó el Premio Nacional de Bibliotecas Públicas, otorgado por Mincultura, en 2015</div>

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"Esta era una biblioteca prácticamente vacía, con los libros guardados, donde solo reinaban la soledad y el silencio, y a la que para poder ingresar se debía pedir permiso a la policía”. Así recuerda Wilton Montoya, coordinador de Cultura y Turismo de San Vicente del Caguán, la vida pasada de la biblioteca pública del pueblo.

Estuvo cercada por el miedo durante ocho años, mientras el municipio seguía siendo recordado como sede de los fallidos diálogos de paz de finales del siglo pasado. Dos garitas que custodiaban el ingreso al edificio de la Alcaldía, destruido por un atentado terrorista en el 2005, impedían que niños, jóvenes y adultos sanvicentunos accedieran libremente a la lectura.

Montoya, junto a Lizeth Paola Amézquita, una joven licenciada en Pedagogía Infantil y bibliotecaria de San Vicente, se propuso en el año 2013 recuperar la biblioteca de esta población del departamento del Caquetá, que ayer ganó el Premio Nacional de Bibliotecas Públicas Daniel Samper Ortega, del Ministerio de Cultura.

El jurado (véase recuadro) también entregó dos reconocimientos especiales a la Biblioteca Pública Kankuaka, de Atánquez (Cesar), en la categoría de bibliotecas pequeñas, y a la Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero, del Valle del Cauca, en la categoría bibliotecas grandes.

El resurgir de la biblioteca de Sanvi o San Virulo, como se le conoce comúnmente en la región, fue en el parque Los Fundadores. Allí, el monumento del Hacha recuerda que esta era una tierra de colonos que llegaron a finales del siglo XIX, atraídos por la explotación de la quina, y más tarde por la fiebre del caucho.

Es uno de los municipios más extensos e importantes de la Amazonia, rico en zonas de reserva forestal y primer productor de ganado a nivel nacional. Pero su nombre aún se asocia con el fracaso en la búsqueda de la paz con las Farc.

Por ello, la Biblioteca Pública Clara Inés Campos Perdomo empezó a consolidar un proyecto sustentado en las lecturas en voz alta y la consulta de los 4.500 libros con que cuenta hoy la institución.

Su nombre recuerda a una maestra de literatura que cayó víctima de la ola de violencia que se desató entre la guerrilla y los paramilitares, cuando finalizó la zona de distensión.

“Desde la biblioteca no hemos querido desconocer que estamos en una zona de conflicto. Vivimos aún con el estigma de estar rodeados de muchos grupos armados ilegales. Sin embargo, nuestra estrategia es no relacionamos con ningún tipo de fuerza pública ni al margen de la ley”, señala Amézquita, mientras alista todo lo necesario para la que será una nueva velada de versos y poemas, al calor de un canelazo.

Esa estrategia les ha permitido recorrer las 16 inspecciones y gran parte de las 250 veredas que conforman San Vicente, con programas como ‘Haciendo memoria’, con la participación de adultos mayores, que le apuesta a la reconstrucción de la historia de la localidad. A este programa se unen el Cine Club, la Maleta viajera –que lleva los servicios de la biblioteca mínimo una vez al mes a las veredas más aparta- das–, los recitales de poesía y la capacitación de docentes en promoción de lectura con el programa ‘De la mano con mi profe viajo en las alas de los libros’.



Conocer el mundo

Testigo de esta transformación es el profesor Pablo Iván Galvis, un cucuteño de 39 años que llegó a esta población en el 2012, como docente de educación religiosa, y quien, según dicen sus compañeros, decidió quedarse en estas tierras luego de bañarse en las aguas del río Caguán.

Inspirado en la lectura de Las mil y una noches, la primera obra que pidió prestada en la biblioteca de San Vicente, este sociólogo y antropólogo logró que sus clases estén impregnadas siempre de narración y creatividad.


Niños y jóvenes aprovechan los cerca de 4.500 libros de la colección y también utilizan la biblioteca para hacer sus tareas.
Al estilo de Sherezada, la mujer que enfrentó la sentencia de muerte con la palabra, Galvis diseñó una técnica que le ha permitido involucrar a sus estudiantes de los grados sexto y séptimo del Colegio Dante Alighieri en las actividades académicas por medio de los relatos escritos. “Todas mis clases las inicio con un cuento que va creciendo semana tras semana, en un espacio de intercambio de ideas y palabras, a través de cuentos y fábulas. Así nos damos la posibilidad de escribir y retratar nuestras vivencias”.

Galvis es además representante de Poesía y Literatura en el Consejo Municipal de Cultura y no duda en afirmar que la biblioteca le brindó la compañía que buscaba. “Las letras me fueron dando identidad y la fuerza necesaria para mantenerme en un contexto como este”.

Su maestría en Antropología en la Universidad Nacional giró en torno a los jóvenes y el conflicto armado, y gracias a esta investigación recorrió lugares como Puerto Betania, Campo Hermoso, San Vicente del Caguán y Yopal, tras la historia de vida de ‘Juandro’, un joven vinculado con los grupos insurgentes.

Fue tal su sentido de pertenencia al lugar, que lo postuló al Premio Nacional de Bibliotecas Públicas. “Aquí he viajado con Kafka, Tolstoi, Chéjov y a través de este lugar he llegado a querer y a sufrir a San Vicente”, comenta, mientras se dirige al puente colgante sobre el río Caguán.

En esta vía, construida en 1973 y por la que antes pasaban centenares de reses de ganado, Galvis lee algunos apartes de la carta que escribió para la postulación al premio:

“Hoy, la biblioteca extiende sus brazos hacia las periferias y hace que los hijos de los campesinos de nuestra región tengan la oportunidad de conocer formas distintas de leer, de aprender y de conocer el mundo. Posibilita ver más allá del ganado, la leche, las vacas, los árboles, las selvas, las limitaciones rurales y crea mundos imaginarios, posibles y sonoros. Cánticos de esperanza en boca de un padre, una madre o un niño en ejercicio de lectura en voz alta irrumpen en los sonidos de tragedia y desigualdad”.

Haciendo memoria

En el segundo piso de la biblioteca funciona, desde noviembre del 2014, el Centro de Memoria Local Sachena Yona, que en lengua tinigua traduce ‘laguna bella’.

Los tinigua, cuenta Sandra Blanco, artista plástica bogotana radicada hace ocho años en San Vicente, conformaban la tribu que habitó las laderas del río Caguán, la cual fue desplazada por la colonización y posteriormente terminó siendo exterminada por la violencia. “Actualmente solo queda un descendiente tinigua: Sixto Muñoz. Él vive de la caza, la pesca y la agricultura en Caño Yarumales, a seis horas por el río Guayabero, y lo logramos contactar en un trabajo que adelantamos con todo el equipo del Centro de Memoria”.

A esta investigación sobre los tinigua, cuya lengua y costumbres son transmitidas en los espacios de la biblioteca a las nuevas generaciones, se suman las historias de los ríos Caguán y Yarí que se tejen al paso por veredas y caseríos, además de varias piezas de arqueología y algunos objetos que nos recuerdan las huellas que ha dejado la guerra en esta población.

Aquí reposan, por ejemplo, dos escudos en bronce: el de Colombia y el de Caquetá, que algún vecino mantuvo guardados en su casa luego del bombardeo a la Alcaldía en el 2005. También se observan documentos y fotografías de lo que fue la zona de distensión, así como los trofeos que ha recibido San Vicente por su actividad cultural, entre los que se destacan los primeros lugares obtenidos por el Grupo de Danza con la interpretación del yariseño: baile típico de esta población que mezcla joropo, bambuco y pasillo.


Los grupos de danza también hacen uso del lugar para sus presentaciones, con la interpretación de un baile típico de San Vicente del Caguán, conocido como el yariseño.
Desde el Centro de Memoria se busca que la imagen de San Vicente sea reivindicada y que sea reconocido por otros temas y no solamente por haber sido escenario de la zona de despeje, situación con la que los sanvicentunos nunca estuvieron de acuerdo. “En nuestras investigaciones, en lugares como el caserío de Los Pozos, encontramos que acá a nadie se le consultó, simplemente fue algo impuesto. Nunca se les pidió permiso, cuando se vieron invadidos”, comenta Blanco.

Ese hecho ha contribuido a la pérdida de identidad de los sanvicentunos y se refleja en aspectos tan cotidianos como el simple hecho de que los jóvenes de este municipio prefieren hoy sacar su cédula de ciudadanía en Florencia o en Neiva, para no seguir siendo señalados.

Después de cada jornada escolar, la Biblioteca Pública Clara Inés Campos Perdomo se llena de vida. El silencio es cosa del pasado. Mientras niños y jóvenes acuden a hacer sus tareas, los más pequeños participan en ‘La hora del cuento’, que promueve Amézquita. Afuera, entre tanto, varios muchachos de la red juvenil Compaz preparan una nueva proyección del Cine Club, bajo la mirada vigilante de Charles Chaplin.

La jornada concluirá con un recital de poesía, en el que estudiantes, amas de casa, profesores y escritores de la población, como Julio César Carrillo, se reunirán en torno a la palabra.

“Aquí los jóvenes y pobladores tienen una gran capacidad para vivir el presente, de una manera plena, con carácter y resistencia. En San Vicente no se piensa en el pasado, pero tampoco en el futuro, pues no se sabe si este llegará”, comenta Galvis, quien ahora le aporta su vida a este municipio como maestro y como usuario fiel de una biblioteca a la que ha visto crecer y transformarse.

Y es que en San Vicente del Caguán, siguiendo la imagen de Sherezada, se puede llegar a pensar que solo mediante la palabra será posible un nuevo mañana. O, como asegura el escritor Carrillo, antes de su presentación en el recital de poesía, iluminado por la luz de las velas: “Donde existe la palabra, no puede haber temor alguno”.

50 millones de pesos, el premio

Como ganadora del premio de Mincultura, la biblioteca recibió un estímulo de 50 millones de pesos y una pasantía internacional en una red de bibliotecas del extranjero. Para su escogencia, el jurado, conformado por Jesús Martín Barbero, Marisol Cano y Marianne Ponsford, tuvo en cuenta aspectos como las experiencias de las bibliotecas, el liderazgo de los bibliotecarios, las condiciones en que desempeñan su labor, el papel que cumple la biblioteca como escenario para el rescate de la memoria y el trabajo que vienen adelantando con jóvenes, niños y población vulnerable. Se designó un grupo de nueve bibliotecas finalistas.​

Por Fredy Ávila Molina

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