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2015-03-20
 

José Benito Barros Palomino, genio y figura de un romántico tropical

 
Fotos: Archivo Festicumbia
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El 21 de marzo se conmemoran 100 años del natalicio de uno de los autores más fecundos de nuestra música, entre cuyo repertorio destacan temas como ‘El pescador’ ‘o ‘La piragua’. MinCultura le rinde homenaje con la conmemoración del “Año José Barros”.


Oriundo de El Banco, Magdalena, el maestro José Benito Barros Palomino (21 de marzo de 1915 – 12 de mayo de 2007) conoció desde niño las bandas de músicos que tocaban en fiestas y procesiones religiosas, además de participar como testigo de excepción en los danzones que solían celebrarse en distintas poblaciones ribereñas, donde las pilanderas y sus parejos eran protagonistas de excepción, junto a las rancheras, boleros y tangos que sonaban en cada esquina del pueblo. El vallenato era entonces un género proscrito, porque se le consideraba una música vulgar.

Durante la época de navidad, en espacios dedicados a cantos y bailes realizados para la celebración de esta época del año, José Benito –o Benito, como solían llamarlo los más allegados–, junto con sus amigos de “La barra” tenían la oportunidad de acompañar a los grupos de tambora y chandé, así que años más tarde pasaron a hacer parte de los llamados cumbiones que comenzaron a cobrar fama en El Banco. De acuerdo con el mismo Barros, los orígenes de esta práctica se remontan a las danzas rituales que celebraban los indígenas chimilas, pocigueycas y pocabuyes, en el denominado País del Pocabuy, conformado por Chimichagua, Chiriguaná, Chilloa, Chimí, Tamalacué, Mechiquejo, Guataca y Sompayón –nombre con el que se conocía anteriormente a El Banco–. 

“¡Canta tú, Benito!”, solían reclamarle algunos de los telegrafistas y el encargado de correos, quienes acompañaban sus parrandas con tiple y guitarra. El niño contaba escasos 10 años de edad y ganaba 20 centavos por cuenta de estas esporádicas presentaciones, en las que no faltaron misas y paseos que José Benito estaba a cargo de amenizar con su voz y la interpretación de la guitarra. “Yo me hice compositor mamando gallo”, confesó a Alberto Salcedo Ramos, tal como lo relata el cronista en uno de los capítulos dedicados al maestro, el cual hace parte del libro Diez juglares en su patio, escrito en coautoría con Jorge García Usta. 

Eran veladas en que algunas asistentes no tardaban en caer rendidas ante la habilidad de Benito, quien por las mañanas se dedicaba a jugar toda clase de bromas a los estibadores a cargo de cargar y descargar las mercancías que continuamente entraban y salían de la pujante población ribereña. La zona era epicentro de abastecimiento para los municipios del sur de tres departamentos –Bolívar, Magdalena y Sucre–, puesto que al importante puerto fluvial atracaban constantemente barcos cargados de aceite, arroz, telas y sombreros, que luego zarparían con toneladas de bagre, cacao, piña y lenteja producidos en la región. 

 

Los viajes de un difunto
  
Penúltimo entre los cinco hijos de João María Do Barro Trasviseido, Pepe, y Eustasia Palomino, José Benito quedó a cargo del cuidado de su madre y su hermana Clara, tras el fallecimiento de sus padre, para luego abandonar sus estudios cuando apenas cursaba quinto de primaria. Desde entonces se dedicó a diversos oficios como embolador, ayudante de viajes a Barranquilla y aprendiz de albañilería, tareas que alternó –hasta abandonarlas definitivamente– con el canto, junto a la animación de fiestas y serenatas. 

Fruto de una temprana vocación musical, José Benito comenzó a aprender los rudimentos musicales de manera autodidacta, en compañía de su hermano Adriano Enrique, con quien conformó un dueto y soñó hacer de la música una actividad profesional. Además se interesó en la ejecución de la guitarra junto al creador del trío Nacional, Sebastián Herrera, el maestro Dámaso Romero y Betsabé Caraballo, artesano y lutier, quien le construyó la primera guitarra. 

De acuerdo con el reportaje que a propósito del centenario escribió Enrique Luis Muñoz Vélez en la revista musical La Lira (Edición 43 / El juglar del río y las andaduras por Cartagena de Indias), a su paso por la Heroica –ciudad que para entonces ya contaba con casa disquera, emisora y varias orquestas–, los abuelos que habitan el barrio Torices en el sector de Getsemaní lo acogieron como uno de los suyos. Benito se ganó la vida interpretando boleros, valses, pasillos y tangos. 

Tras trasegar por diversos puertos a orillas del Magdalena, José Benito decidió viajar a Santa Marta, donde con 17 años prestó el servicio militar en el Batallón Córdoba Número Seis del Ejército Nacional, para regresar durante un breve periodo a El Banco y emprender luego un nuevo y larguísimo viaje, que esta vez lo condujo a Segovia (Antioquia), vía Honda (Tolima) y Barrancabermeja (Santander). Desde entonces sus amigos de El Banco comenzaron a referirse a José Benito como el difunto.

Atraído por la minería, trabajó como ripiero –actividad que le sirvió de inspiración, capacidad diría el Maestro, para componer ‘El minero’ –, y en últimas, radicarse de forma transitoria en el barrio Guayaquil de Medellín. Lo acompañó desde entonces una guitarra que debió vender quién sabe cuántas veces, cada vez que se encontraba apremiado de dinero y en la necesidad de cortejar a una dama; motivo por el cual no se sabía qué llegó a conocer más, si mujeres o guitarras. 

Pese a su precaria situación económica logró participar en un concurso popular convocado por La voz de Antioquia en 1935, del que resultó ganador con ‘El minero’, tema que le abrió la puerta musical de la capital antioqueña. 

Viajero incansable y decidido a andar mundo, tras un fugaz paso por Cali y Armero (donde compuso un tema que más tarde sería conocido como ‘Palmira Señorial’), Barros decidió emprender una nueva travesía que lo llevó a recorrer Argentina, Chile y Brasil sin ningún tipo de documento, por lo que fue deportado en más de una oportunidad a Colombia. 

Posteriormente se trasladó a México, y continuó su camino hacia Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá, país desde el que decidió regresar fugazmente a Colombia, para proseguir rumbo hacia Ecuador, Venezuela y Perú, en cuya capital no solo grabó para la RCA Victor el tango ‘Cantinero sirva tanda’, sino que además se hizo pasar por argentino.

Amante de la vida bohemia y enamorado empedernido –“Yo vivo enamorado porque la mujer, para mí, es el pan diario de cada día” –, no debía resultar extraño que el maestro José Barros terminara inclinándose por géneros como el bolero o el tango, en los que a decir de Veruschka Alexandra Barros, su padre dejó plasmado lo mejor de su habilidad para la composición. 

De hecho hasta el propio maestro reconoció a Salcedo Ramos que una de las composiciones con la que se sentía más satisfecho era el pasillo ‘Pesares’ (¿Qué me dejó tu amor / Que no fueran pesares? / ¿Acaso tú me diste / Tan solo un momento de felicidad? / ¿Qué me dejó tu amor? / Mi vida se pregunta / Y el corazón responde: / pesares, pesares). 

 
 
De vuelta a Colombia 

Finalizado el largo periplo, José Benito regresó a Colombia, tras abordar por error un barco que lo condujo desde Panamá a Turbo (Antioquia). Trajo consigo un amplio bagaje musical, producto de su estrecha amistad con diversos artistas y compositores. “Una mañana de enero de 1942, doña Eustasia palomino sintió un extraño deseo de hablar de Benito”, recordó Salcedo Ramos en su reportaje. 

Un año más tarde contrajo matrimonio con Tulia Molano y decidió radicarse en Bogotá, ciudad donde incursionó en diversos géneros musicales –con especial énfasis en la cumbia–, al notar la excepcional acogida que tenían los ritmos de la Costa Atlántica, interpretados por autores que comenzaban a destacarse en el país y el exterior como Lucho Bermúdez, Abel Antonio Villa y Guillermo de Jesús Buitrago Henríquez. 

“–¡Yo no sabía hacer porros! –”, confesó el maestro Barros en alguna oportunidad. “–Yo hacía baladas, boleros, fantasías, pasillos; pero no podía hacer porros, ¡Carajo! –”. Dos días llevaba intentándolo hasta que recordó que en alguna de las misas que presenció en El Banco, siendo todavía niño, un loco se metió a la iglesia imitando a un gallo en una de las respuestas que debían dar los fieles al párroco (Cocoroyó, cantaba el gallo / Cocoroyó, a la gallina). 

Surgío así ‘El gallo tuerto’, canción cuyo arreglo inicial fue solicitado al maestro Lucho Bermúdez, pero que finalmente terminó adelantando Milciades Garavito. Pasarían años para que José Benito aprendiera a componer con un instrumento distinto a la guitarra, y puesto que además desconocía por completo el sistema de notación musical, regularmente debía acudir a alguien más para que transcribiera sus temas al pentagrama.

En 1946, año en el que gracias a la participación del Maestro José Barros se fundó la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia (Sayco), Antonio Fuentes lo invitó a grabar en la disquera Fuentes, cuyos temas son interpretados por Los Trovadores de Barú, el Dueto de Antaño, el Trío Nacional y Bovea ,así como vocalistas como Tito Cortez o Guillermo Buitrago. 

José Benito prosiguió con su vida itinerante y se trasladó a Cartagena, para luego radicarse en Barranquilla –ciudad en la que conoció a Amelia Caraballo, su nuevo amor, quien para entonces contaba 14 años–, con el fin de integrar la plantilla de artistas exclusivos de Discos Fuentes, además de adelantar numerosas visitas a Medellín. 

A lo largo de la década de los cincuenta comenzó a cosechar los primeros frutos de la fama y el éxito como compositor, con temas como ‘El vaquero’, ‘Momposina’, ‘Pesares’, ‘Dos claveles’, ‘La llorona loca’ o ‘Navidad negra’, los cuales consiguieron de inmediato gran aceptación tanto en Colombia, como en Venezuela y Panamá. 

 
 
 
Me contaron los abuelos 

Guillermo Cubillos, un señor cachaco originario de Chía (Cundinamarca) que siempre solía vestir de impecable blanco, llegó a El Banco hacia 1921 en procura de hacer un sueño realidad: establecer una compañía naviera entre el interior del país y la Costa Atlántica, teniendo como ejes principales de operación los puertos de Girardot y El Banco.

En uno de tantos viajes conoció a una muchacha mucho más joven que él, se enamoró y terminaron casándose, fijando su residencia en la vecina población de Chimichagua, cuyas riberas solían acoger desde entonces a los enamorados de la región, gracias a la belleza de su paisaje, que además resultaba propicio para los encuentros románticos. 

Una noche, el novel marinero despertó y le comentó a su mujer que la idea de hacerse a una canoa grande con un timón de pie –similar a las que había aprendido a timonear pocos años atrás–, no dejaba de darle vueltas en la cabeza, al abrirse la posibilidad de contar con una nueva ruta que facilitara el comercio y el transporte de pasajeros entre Chimichagua y El Banco.

Decidido a poner en práctica sus cavilaciones, el visionario empresario mandó construir una canoa de 12 metros de largo, con una tolde ovalada de siete metros para carga y pasajeros, cuya novedad fue recibida con enorme acogida por parte de los pobladores de ambos puertos, quienes sin embargo solían referirse a la embarcación como la piragua de Guillermo Cubillos. 

Años después, tras darle vueltas a la idea de componer un tema que recordara aquella historia insólita durante al menos década y media, el maestro José Barros se dio a la tarea de acometer por fin la obra en una cafería donde solían reunirse los músicos que frecuentaban la emblemática emisora Nuevo Mundo, en la fría Bogotá, mientras comentaba cada uno de sus avances a los diversos contertulios que pasaban por el lugar.

– “¡Necesito algo que rime con cumbia, porque el nombre ya lo tengo!” –, comentó el maestro mientras continuaba trabajando en la letra de la que quizá es su canción más célebre y conocida, hasta que alguien propuso el apellido Albundia, del que ni entonces o después se ha tenido la certeza de su existencia. 

Nacía ‘La piragua’, canción compuesta originalmente a pedido de una compañía disquera para hacer parte de un concurso de carácter internacional, que sin embargo fue descartada porque a juicio del director artístico se trataba de un tema melancólico y demasiado suave que poco tenía que ver con los gustos de la época. De tal manera que solo saldría a la luz una vez que el músico Hernán Restrepo anticipara su rotundo éxito poco antes de lanzarla en una emisora de Valledupar, interpretada por Gabriel Romero.

 
 
El Banco que sabe a cumbia, y a río y literatura 

En 1969, convertido en toda una celebridad nacional e internacional, tras componer ‘La Piragua’, y luego de ser recibido por un gran cortejo de pescadores que lo condujeron hasta el viejo puerto, el maestro Barros decidió fundar un año más tarde, junto a algunos de sus amigos, el Festival Nacional de la Cumbia, con el fin de darle a El Banco unas festividades que lograran identificar a toda una población de cultura esencialmente anfibia. 

“La cumbia es la melodía que representa a Colombia por todo el mundo y por eso hay que cuidarla; además debo advertir a todo el país que no estoy conforme con algunos compositores que queriendo hacer cumbia, terminan componiendo otras cosas que definen como cumbia tan solo porque se menciona esta palabra“, declaró el maestro durante una entrevista que hizo parte del documental José Barros: El cantor del río, bajo la dirección de Marta Cecilia Yánces. 

-       Para usted, ¿qué es la cumbia? Preguntó en su reportaje Salcedo Ramos.
-       Esa pregunta me la hago yo mismo, todos los días, y la verdad es que así, con palabras, no sé qué diablos sea la cumbia. Yo siento la cumbia, vivo a través de ella. Me da fuerzas cuando estoy vencido y a veces hace que se me olvide que tengo hambre o sed. 

Al poco tiempo de su regreso, el eterno enamorado contrajo un nuevo matrimonio con Dora Manzano, y dedicó buena parte de su tiempo a escribir cuentos y novelas (en su gran mayoría inéditas); legado que viene a sumarse a las cerca de 700 canciones que compuso el Maestro a lo largo de toda su vida –“El número exacto no lo sé. Creo que me han grabado más de 500” –, fruto de una constancia y dominio del lenguaje que elogiaba hasta el propio Gabriel García Márquez.

“Sin petulancia, le puedo hablar de Rulfo, Dostoievski, García Márquez, Nervo… Llegué hasta quinto de primaria, pero, a punta de lectura, aprendí mucho. Y eso como usted lo ha dicho (se refiere a Alberto Salcedo Ramos), se refleja en lo que escribo”. 

Honrado con múltiples homenajes y reconocimientos, el maestro José Barros ha sido distinguido, entre otros, con la Gran Orden del Ministerio de Cultura en 1999, un homenaje de la Universidad Nacional de Colombia y el Premio Nacional Vida y Obra del Ministerio de Cultura en 2002. 

También fue merecedor del Pentagrama de oro José A. Morales (1981), Orden nacional al mérito en grado de oficial (1984), Pentagrama Sayco de oro (1995), entre otros. 

Falleció en la ciudad de Santa Marta el 12 de mayo de 2007, a la edad de 92 años.

Información relacionada:

Bernardo Hoyos entrevista al Maestro José Barros

Entrevista de carácter histórico perteneciente al archivo sonoro de la Emisora de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, 106. FM – HJUT:

https://docs.google.com/file/d/0B8q3VoC8oCRLY21ZQ0F1LVdOY2s/edit


 
 
 Texto: 

Juan Carlos Millán Guzmán
Periodista
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Cortesía: Centro de Documentación de las Artes Gabriel Esquinas, Facultad de Artes – ASAB​
 
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