Por
Juan Carlos Millán Guzmán
Grupo de Divulgación y Prensa
Ministerio de Cultura
''Publiqué lo que no se podía
publicar, no porque fueran prohibidos sino porque nadie los tenía en cuenta, y
la idea era la de dar a conocer entre el gran público obras como Vidas
Secas, de Graciliano Ramos: una
de las más bellas novelas de la literatura brasileña, pese a no estar dentro
del cartel'', comenta el enamoradizo lector y apasionado profesor de literatura,
sin el menor asomo de pedantería o vanidad en sus palabras y gestos.
“Hice aquello que en general deben hacer los buenos
profesores: enseñar y mostrar nuevas posibilidades”, prosigue para luego hacer
énfasis en que, respecto al apartado dedicado a los ensayos de la estupenda colección, prefirió
apartarse de aquellos académicos o muy doctos, en procura de dar cuenta de su
propia experiencia por parte de un sinfín de magníficos lectores.
“Eran textos emocionados y
escritos con cariño, porque ese era el propósito y lo que en últimas queríamos
hacer”, concluye.
¿Cómo nació el gusto por los libros y la literatura?
Yo solía escuchar a mi mamá
leernos algunos cuentos, pero en general creo que leí pocos libros de niño,
entre los que recuerdo uno en especial sobre la historia de una mamá elefante
que separan de su hijo. Se trataba de una edición muy bonita y de un libro tan
grande que no era capaz de sostenerlo entre mis propias manos; de tal manera
que lo tenía que poner en el suelo y leer acostado.
¿Qué tenía de particular ese primer libro?
Ese primer libro de cuyo nombre
la verdad no me acuerdo, pero que tuve durante tres, cuatro o cinco años, y que
me acompañó a lo largo de buena parte de mi infancia era un libro ilustrado
cuya historia se podía seguir a través de la imagen, pero que sin embargo se
podía seguir a través de un texto situado en la parte inferior de sus páginas.
Tengo la impresión de recordar
haber visto a mi mamá leyéndome algunas de estas historias, puesto que además
yo era un niño muy necio al que la lectura solía aquietar y tranquilizar; de
tal suerte que inmediatamente comenzaba ella a leerme podía sentirse un cambio
en mi estado de ánimo, al que solía seguir un sueño muy profundo.
¿Recuerda algo del ambiente en que producían estas primeras lecturas?
No siempre se trataba de textos
escritos o ligados a la tradición oral, sino también de una serie de anécdotas
sobre lo que le había ocurrido en su propia vida: historias del colegio y
algunas que también supongo debió inventarse para entretenerme como parte de
una experiencia que para mí resultó maravillosa. “Si te acuestas te cuento una
nueva historia”, solía decirme ella con sea voz inconfundible, de tal manera
que siempre procuré hacerle caso porque sabía que la recompensa sería grande.
Después pasó un tiempo más bien
prolongado en que pocas cosas llamaban mi atención aparte del fútbol o la Vuelta a Colombia; sin embargo, al cabo
de un tiempo –creo que cursaba tercero de Bachillerato-, me aficioné a leer
unas novelas ambientadas en el oeste, de un escritor español que se llamaba Marcial Lafuente Estefanía, cuyas
historias me enloquecieron.
¿Qué llamó la atención de este género en particular?
Pese a que se trataba de
historias todas ellas igualitas, yo las leía con igual fervor porque solo al
cabo de un tiempo me di cuenta que se trataba de una misma historia
contada unas cien veces, con cambios
apenas perceptibles y distintos. Es extraño, pero sin ser un buen escritor, él
fue quien motivó ese renovado interés por la lectura.
¿Dónde radica el encanto de este tipo de lecturas?
Creo que ese muchacho entre los
13 y 15 años quiere leer algo que no sea la típica lectura de colegio: autores
que hacen parte del Siglo de Oro español
que, creo yo, solo le interesan al lector formado, porque la maravilla y el
lenguaje del Lazarillo de Tormes llama
la atención de quien ya tiene una afición importante por el lenguaje.
De manera que el encanto de
historias como las de Marcial Lafuente,
tienen un encanto particular en el sentido de decir lo que necesitan decir y
gracias a eso llegan al corazón del muchacho. Creo que además era el tipo de
literatura que nuestro profesor evitaba recomendar y gracias a ello lograba
llamar la atención de todos sus alumnos.
El lector, el editor
¿Cuál fue ese primer libro de literatura, digamos “más seria”, que cayó
en sus manos?
Puede que suene extravagante,
pero después de leer todas aquellas novelitas comencé a interesarme por Sartre y otra serie de
autores que para ese entonces resultaban profundamente densos y complicados:
Juan Carlos Onetti o H. G. Wells; en particular recuerdo El hombre invisible, La
máquina del tiempo o La guerra de los mundos. También
recuerdo haber leído algunas novelas de Stevenson: La isla del tesoro, Doctor
Jekyll y Mr. Hyde.
Por supuesto que también están
Borges y muchos de los autores rusos, en especial Las almas muertas de Nikolái Gogol y tal vez algunos cuentos
de Chejov que podía encontrar en
casa.
¿Cómo se produjo ese triple salto mortal de esas primeras novelas a
estos ejemplos de la Literatura Universal?
Los libros de Marcial Lafuente solía conseguirlos frente
a mi casa, porque había un señor que los alquilaba en unas ediciones
perfectamente rústicas y sencillas; los otros ya llegaron a mis manos gracias a
unos tíos que la verdad no sé si leían mucho, pero eran unos magníficos
compradores de libros y tenían unas estupendas bibliotecas que yo solía
consultar de manera frecuente. Aunque extrañamente no había una herencia de
lectores, yo terminé desarrollando esa afición por esta nueva clase de libros.
Hasta que decide hacerse editor. ¿Cómo fue ese proceso?
Yo estudié un tiempo en Inglaterra –Literatura anglosajona-, y
cuando regresé a Colombia estaba naciendo el proyecto de Editorial Norma, de manera que comencé a trabajar con dos
colecciones: Cara y Cruz y La otra orilla. Pese a que carecía
de cualquier tipo de experiencia, me escogieron porque yo fui lector en Voz Alta para niños en el Liceo Francés de Medellín, al que fui invitado por la directora, porque para ese
entonces ya me desempeñaba como profesor de Literatura en la Universidad de Antioquia.
De pronto comencé a sentir que
tenía un gusto especial por imaginar los libros, y luego verlos editados y
publicados; es una labor que me encanta y en la que sigo trabajando –primero en
Norma y luego en la Universidad de
Antioquia-, tras un receso de diez años luego del cual decidí regresar como
editor de la serie Leer es mi cuento y de los libros de la Biblioteca Familiar
par los libros del programa de Viviendas
de Interés Prioritario (VIP): Colombia
contada y Colombia cantada.
¿Qué le llamó la atención de ser un lector en Voz Alta?
Me encantaba la forma, el interés
y la maravilla cada vez que les leía en Voz
Alta: esa fascinación por el lenguaje y las historias que podía producirse
gracias a esa actividad en la que pese a ciertos momentos en los que yo notaba
que muchos de ellos perdían el hilo de la trama, terminaban encantados con el
lenguaje: esa magnífica herramienta con la que contamos tos para defendernos y
poder sobrevivir a lo largo de toda nuestra vida.
Además, aunque no viene al caso,
la verdad es que una de las profesoras del Liceo
Francés de aquella época también me gustaba mucho y por supuesto que
terminé realizando ese tipo de lecturas con muchísimo gusto, al punto de
terminar leyéndole también a ella pero ya en un tono de voz mucho más bajo
(risas).
¿Y de leer, de la lectura en general?
A mí me encanta leer, porque me
parece una cosa verdaderamente deliciosa; de manera que ahora de viejo me da
cierta angustia saber que quizá puedo leer menos.
¿Leyó con sus hijos?
Tuve dos hijos y aunque leí mucho
con ellos y sé que la literatura les gusta mucho ambos terminaron estudiando
ingeniería. Desconozco qué tanto lean en este momento pero estoy seguro de que
la lectura no les resulta un tema ajeno o que pueda resultarles aburridor.
Recuerdo que a mí me gustaba torturarlos
y contarles historias francamente terribles, a tal punto que el menor de ellos –Ricardo-,
me decía “Papá, usted me cuenta la historia pero si yo no estoy en ella”,
porque yo inventaba toda una serie de cuentos en las que él tenía que padecer
todo tipo de penalidades, que a él le gustaban mucho pero después de cierto
tiempo ya no le parecían tanto.
De Don Juan pasa a ser usted
un Jekyll para sus hijos, y para
algunos escritores…
Bueno, la verdad es que sí, el
papel del editor es un poco el del malo, aunque a mí me gusta mucho ver
publicados los libros que quiero: eso hice en Cara y Cruz, gracias a un
comité muy generoso y con el que además tuve muchas afinidades, tanto como el
de Leer
es mi cuento, en el que permanentemente discutimos respecto a sus
contenidos y los ilustradores.
Leer es mi cuento y la Biblioteca básica familiar
¿Cómo se hace Leer es mi cuento?
Se hace pensando en libros para
niños y sus familias, en procura de que sean siempre unos libros muy hermosos,
porque son realmente unos tesoros una vez que comiencen a leerlos. Hace poco
volví a releer En la diestra de Dios padre, de don Tomás Carrasquilla y aunque la historia siempre me ha fascinado,
esta última lectura me pareció todo un sueño debido a que esta nueva edición encierra
toda una gracia que la verdad tiene escasos antecedentes en su tipo.
¿Cómo es el proceso de seleccionar el contenido que integra la
colección de Leer es mi cuento?
Yo proponía los títulos a un
comité integrado por Moisés Melo, Consuelo Gaitán, Nahum Montt y Jorge Orlando
Melo y ellos hacían sus respectivos comentarios, a partir de un criterio
básico que consistió en publicar aquellos libros que me hubiera gustado a mí
leer o que me leyeran cuando era niño.
El resultado son unos libros muy
generosos en su diseño, cuyas ilustraciones no buscan competir con el texto y
más bien lo acompañan, gracias a una letra legible y de rápida interpretación.
En síntesis se trata de unas ediciones que podría decirse de lujo. Esa última
entrega ilustrada por Olga Cuéllar es
una locura y particularmente inspirado, junto con el que en su momento
desarrolló Daniel Gómez, cuyo
trabajo por momentos se asemeja mucho a la pintura de un Kandinsky o un Mondrian,
por ejemplo.
¿Y la Biblioteca básica familiar?
Colombia cantada y Colombia
contada fue un trabajo muy bonito porque yo nunca había hecho una
antología de la literatura colombiana: se trataba de realizar una selección de
obras en poesía y en prosa que terminé escogiendo a partir de lo que a mi
juicio consideré sería mejor para los lectores a quienes iban dirigidos estos
libros cuyo conocimiento de nuestra tradición literaria suele ser limitado, con
el fin de que pudieran darse una idea bastante amplia de las maravillas que en
este sentido encierra un país como el nuestro.
Seguramente quedaron por fuera
escritores muy importantes, pero quienes gracias a una mayor complejidad en su
lectura no resultaban los más indicados para propiciar este primer interés por
la lectura y en la demostración de que Colombia no solo es un país en riquezas
como el petróleo, el café o sus paisajes.
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Juan Carlos Millán Guzmán
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