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2014-05-30
 

El país de Ghana en Cartagena

 
 
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En el Mes de la Herencia Africana, seis músicos de Ghana cautivaron las noches de La Heroica. Aquí una radiografía que hace el escritor Alfredo Vanín a esta visita.

Por Alfredo Vanín, Asesor de Poblaciones Mincultura.
 
 
Cartagena es la capital turística no sólo por todo lo ya conocido: primer puerto del Caribe en la Nueva Granada, punto de llegada de las cargazones desde el África y su actual y extraordinaria presencia negra; su arquitectura colonial; sus murallas de costo incalculable en vidas humanas y en reales de oro;  su grito de independencia, su resistencia heroica y la participación de hombres y mujeres “de todos los colores”, desde ese núcleo de rebeldía que fue el barrio Getsemaní. Pero también Cartagena puede sorprendernos con lo que ocurrió en los claustros, historias que dieron origen por ejemplo a la novela Del amor y otros demonios, del fallecido Gabriel García Márquez, y por lo que ocurre entre paredes hoy y es muy poco divulgado. Por ejemplo, se realizó el Primer Festival de Poesía Negra y Cantos Tradicionales en los recintos de la Universidad de Cartagena. Por ejemplo, hay un grupo de Ghana que lleva ya quince días en Cartagena y viene a ensayar todos los días al centro cultural Ciudad Móvil, un reconocido lugar del emblemático barrio de Getsemaní, donde empezó Cartagena y donde empezó la lucha por la Independencia.
 
No fue fácil localizarlos. Se comprende que por su calidad y lo extraordinario de sus bailes, el grupo es solicitado en muchas partes. La primera vez me dijeron que estaban en Ciudad Móvil, y allí  un funcionario me dio a entender que ya se habían ido de Cartagena; otra funcionaria sin embargo me aseguró que los encontraría en el parque El Cabrero, frente a la Casa Núñez, porque habían llegado de San Basilio de Palenque y de barranquilla. Al volver, la  directora, Dina Candela, me dijo que no, que los encontraría en la tarde en ese centro cultural,  situado sobre la Calle Espíritu Santo,  a media cuadra de la iglesia barroca de San Roque.

Regresamos por el mismo camino, atravesando el parque Centenario, derivando hacia el Centro de Convenciones. A un costado, en el canal, dos pescadores de edad avanzada me mostraron un pequeño jurel, el único atrapado en toda la mañana. “Antes yo cogía hasta doscientos de estos jureles, ahora no”.  Se entiende: la contaminación por hidrocarburos y basuras, los vertimientos de aguas servidas, el ruido de la ciudad, su expansión de concreto sobre lugares donde antes solo había playas y bohíos de pescadores, todo ello y mucho más hacen de la pesca urbana un oficio que se acaba. Los dos viejos pescadores –afro el uno, buen conversador, y mestizo el otro, parco y más viejo, no dejarán todavía el oficio porque además de un pequeño jurel que capturen, el estar allí con el cordel les sirve de entretenimiento a sus vidas solitarias en medio de una ciudad que crece sin ellos.
 
 
 
Getsemaní tiene el encanto de las mujeres viejas y bellas. Las calles se curvan con sus nombres pintorescos, sus balcones son hermosos, viejas hiedras se entronizan en casas abandonadas. En una de esas casas nació el poeta Jorge Artel que cumplió en abril 20 años de muerto y cumpliría  este mismo año 104 años de edad, pero a muy pocos parece importarles la vida y obra de uno de sus dos mayores poetas muertos.
Desde temprano, Getsemaní se llena de jóvenes turistas gringos, europeos, argentinos, de algún país africano. Se distinguen como turistas por sus atuendos: en bermudas, en sandalias, algunos van descalzos. Pero todos se sienten tan despreocupados que pareciera que el mundo terminara en ese viaje, y lo demás no importara. Están a sus anchas en una ciudad que vive del turismo y que ha convertido el barrio Getsemaní en hostales hermosos para mochileros. En uno de ellos vivió un largo tiempo el ángel poeta Jattin.
 

Para que la búsqueda no tenga mayores sinsabores, en la casa de Ciudad Móvil hay alguien que me da una buena noticia: se encuentra una de las integrantes del grupo.  Son seis en total y los cinco restantes andan en alguna entrevista.
Tan pronto como me presento, me doy cuenta que habla inglés y una de las lenguas de Ghana. Mi inglés sin fogueo debe servir para algo, me digo, y entablamos una conversación en la que me explica que ellos en realidad no son un grupo sino un ensamble, que pertenecen a diversas instituciones de Acra, la capital ghanesa y no son sólo los seis que llegaron a Cartagena mediante un intercambio propiciado por el Ministerio de Cultura, la Embajada de Colombia en Ghana, el Icetex y el Programa Presidencial de la Cancillería, sino que son más de veinte músicos, danzarines y cantores que se agrupan de manera diferente para cada viaje.
 
A los seis que han venido a Cartagena los encontraré reunidos en un hostal de la Calle de la Serpiente. Le traduzco el nombre  a Charlotte Maru,  mi entrevistada, quien hace un gesto de desmayo: ella conoce el poder de la serpiente, no sólo su potencial peligro físico, sino todo el poder que representa en el mundo mítico. Luego ríe con esa sonrisa distintiva que han plasmados poetas y pintores en desaforadas líneas.

Por la tarde regreso a Ciudad Móvil y avanzamos hacia el hostal cercano. Una calle que en verdad serpentea de un lado a otro del barrio. Getsemaní tiene entrada por diferentes partes y uno sale de allí y se encuentra con el moderno Centro de Convenciones y la torre del Reloj que da paso a la ciudad amurallada, pasando por el hermoso parque del Bicentenario; pero también puede llegar por lado al viejo y olvidado Chambacú, antes pleno de vida, de gente, inmortalizado en su desalojo por Manuel Zapata Oilivella en su novela. Y puede también adentrarse en centros comerciales anodinos, o encontrarse con una plazoleta a la memoria del Joe Arroyo, cuya estatua está perdida, sin relevancia alguna, y donde huele a aguas servidas.
 
 
 
En efecto, los cinco miembros restantes del grupo están esperándome y la simpatía se nota en sus rostros. Salvo el director, un poco mayor que el resto del grupo, son muy jóvenes. Tres hombres y tres mujeres que no solo cantan, danzan y tocan instrumentos, sino que son avezados investigadores universitarios. Sus trayectorias son extraordinarias:
El director, doctor Mawuyram Quessie Adjahoe, es  Lecturer African Music and Dance;  Margaret Delali Numekevor es Dance Lecturer an Researcher, ambos de la University Cape of Coast; al  grupo Ghana Deru Ensamble pertenecen  Nii yesteef, el Artistic Director y  Charlotte Manu, la Senior Performer; a la National Comisión on Culture pertenece Crhistians Owusu, el Ass. Cultural officer; y a la Jay Un Foundation pertenece Mii Sackey Okire, Dancer and Musician.
 
El diálogo gira en torno su misión en Colombia, a las lenguas, a las memorias de Ghana en la diáspora, a los instrumentos musicales  de esta República africana. La lista de ellos es demasiada larga, pero hay que mencionar algunos: los tambores  sogo,  kpanlogo, el kogan, el kidi, el atsimevu y el kwadum (estos dos últimos master drum); maracas (con el mismo nombre que las conocemos en América hispana); la doble campana llamada gankogui y por supuesto el xilófono tradicional llamado por ellos gyuile, con resonadores de calabazos, semejante a la marimba del Pacífico, cuyos resonadores son de guadua, y sus sonidos y usos musicales diferentes. Algunos tambores se parecen en su forma a los nuestros, pero son más mucho más variados, “incontables”, me dicen.

Estaban impresionados con las muestras de afecto de la gente  y el apoyo institucional que habían recibido. Pero sobre todo, con la presencia negra en Colombia. Y San Basilio de Palenque fue para ellos “como haber estado en casa habiendo salido de casa”, como lo describió de manera hermosa uno de los miembros del grupo, a los que por cierto uno podría señalar a partir de sus rostros las semejanzas con rostros del Pacífico y del Caribe, un ejercicio  que hicimos con la antropóloga Gloria Triana, en voz baja, esa misma  noche de la presentación del grupo.

Se asombraron mucho más con el hecho de saber que San Basilio de Palenque pose una lengua propia, derivada de lengua kimbundu y de lenguas hispánica y portuguesa, y ensayamos algunas palabras que podrían ser comunes: entre ellas: bo, pronombre personal de segunda persona. Claro está que en su país se hablan muchas lenguas: solamente en el grupo de los seis representantes se hablan tres: ewe, ashanti y ga, tres pueblos diferentes que pueden darnos una idea de la inmensa riqueza lingüística y cultural que llego a América en más de 150 pueblos que los europeos cometieron la torpeza colonialista de refundir en un solo adjetivo despectivo: negros y condenarlos a olvidar sus idiomas y hablar uno solo y practicar una sola religión, esclavizados, pero eso sí, listos valerse de sus grandes habilidades como gastrónomos, mineros, artesanos, herbolarios, médicos y ganaderos, entre otros saberes.

 
 
 
Se asombraron además al saber que de su país, antes llamado Costa de Oro, independiente de los ingleses a partir de 1957, llegó a América un personaje mítico llamado Ananse que vive en varios países, entre ellos en Jamaica. En Colombia está presente en los relatos de  San Andrés, Providencia y Santa Catalina como Anancy y Miss Nancy,  en el Palenque como Anancy y  en todo el Pacífico como Anancio. Es un pícaro personaje que modula sus actuaciones de acuerdo a las circunstancias: es un héroe de resistencia que a veces es villano y otras veces un ser de gran dignidad. Llegó de allá, del antiguo imperio del Dahomey, de la tierra de los fanti, ashanti, ewe, los fon. Un riquísimo territorio que empobrecieron los colonizadores a sangre y fuego para extraer su savia y su fuerza de trabajo.
 
Por eso, la noche de su presentación, el 27 de mayo, se sintieron las fusiones y transculturaciones sufridas por la diáspora en América, sin ninguna dificultad para los hombres y mujeres de Ghana que derrocharon alegría, maestría y destreza, tanto que al final el público (joven en su gran mayoría) se contagió y danzó en rueda con los tambores de fondo, imitando a los bailarinas ghanesas que no pararon un solo momento.
 
Primero se presentó el grupo local Periferia, dirigido por Lobadis Pérez y Dina Candela, con un fragmento de su obra Los condenados de la tierra. Danza moderna y  teatro unidos para un relato visual de largo alcance.
Luego se presentó el grupo de Ghana. Fue una gran demostración de ancestralidad y modernidad, con el toque de tambores y  del balafón que animó a los danzarines en una oleada de fuerza y expresividad. El centro artístico, por el que ha desfilado lo mejor de la danza de Cartagena, y se mantiene en alianza con el Colegio del Cuerpo, se llenó músicas novedosas para un público en su mayoría joven, que se contagió de alegría y de ritmo.
 
Finalmente  se presentó un montaje, un ensamble entre los dos grupos. Cantos de trabajo,  cantos mortuorios y de iniciación, bullerengues del Caribe,  con el fondo dancístico, pusieron final a una fiesta en la que surgieron inevitables preguntas en el conversatorio: ¿Por qué ciertas similitudes entre el lumbalú palenquero y los cantos mortuorios de Ghana? ¿Por qué la circularidad de los movimientos?   La ronda de respuestas fue acercando a la historia de la diáspora que une a Afrcia y América, y particularmente a África y Cartagena por haber sido este puerto el primer punto de llegada de los pueblos de Ghana, Angola, Congo, Mali, y muchos más. Los miembros del grupo hablaron de los rituales, de los roles de cada miembro de su pueblo, de cómo la vida no se puede entender en sus comunidades sin solidaridad.
 
El entusiasmo, el cariño y la gran calidad artística del grupo Ghanés, fueron reconocidos por los públicos de Cartagena, de San Basilio de Palenque y de Barranquilla, en donde también se presentaron los seis miembros del grupo.
En pocos meses, un grupo conformado también por seis colombianos, irá de gira por Ghana, en un proceso que mantendrá vivo el puente de la diáspora africana en América y con el cual se fortaleció a su vez la conmemoración del mes de la Herencia Africana en Colombia.
 
 
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