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2013-05-08
 

De patillas, árboles y una biblioteca

 
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<div align=\"justify\"><p>Bajo un sol inclemente y ante una comitiva conformada por la directora de la Biblioteca nacional de Colombia, Ana Roda; la Gerente del Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas, Silvia Mora; la Secretaria de Cultura del Departamento de C&oacute;rdoba, Blanca Mu&ntilde;oz y la Coordinadora Departamental de la Red de Bibliotecas P&uacute;blicas, Mar&iacute;a Ang&eacute;lica Correa, el Alcalde de Valencia, Eder de Hoyos Doria y su equipo de trabajo inauguraron la Biblioteca P&uacute;blica Municipal del municipio de Valencia, en el departamento de C&oacute;rdoba. </p></div>

Por: Sergio Zapata León
Valencia, Córdoba


Debajo del naranjo que le sirve de sombra y local es imposible adivinar la edad de Víctor Carrillo, uno de los dos vendedores de patillas que dominan el parque central de Valencia. Sus ojos, que padecen un ligero estrabismo, observan fijamente la construcción en concreto y metal que ha sido pintada de blanco y azul.

-Biblioteca Pública Municipal- Repite en voz alta sin desviar la mirada del edificio, y es imposible determinar si ignoraba el propósito de esa construcción nueva, que se levanta ahora donde antes había una casa antigua y un solar. Su cuerpo, macizo y chato, permanece en reposo hasta el momento en que alguien se acerca a comprar un trozo de patilla: Vicente se levanta de su silla, perezoso; empuña un cuchillo de carnicero y con un gesto rápido y seguro de sus manos secciona un cuarto de patilla, que luego divide una vez más en cuatro partes iguales. 

Son patillas de los llanos orientales, explica. En esta época del año todavía no es posible traerlas de Momil, el municipio cordobés localizado a casi doscientos kilómetros al nororiente, debido a que en la ciénaga de Lorica solo se da una cosecha anual que ocurre durante el segundo semestre. Sin embargo, los valencianos adoran la patilla y están dispuestos a pagar por ella. Carrillo invierte 700000 por una tonelada, más o menos 116 patillas  –sin contar las malas-. Esta tarde en el parque reta a cualquiera a recuperar esa plata vendiendo cada pedazo a quinientos pesos.

Valencia produce plátano y papaya y uno se pregunta por qué los habitantes del municipio menosprecian la segunda y prefieren confiar en la llegada de patillas que viajan desde tan lejos: la patilla es más refrescante, dice Carrillo, pero también revolotea en el aire aquella máxima de que se desea aquello que menos se tiene.


Valencia, uno de los treinta municipios entre los que se divide administrativamente el departamento de Córdoba, se abre hacia Antioquia desde la margen occidental del río Sinú y coincide con la llamada subcuenca de Valencia, un lomerío cuya elevación oscila entre los 25 y los 200 metros sobre el nivel del mar. Antiguamente la zona estaba cubierta por bosques de caoba cuyos troncos alcanzaban seis metros de diámetro, de ceiba roja o tolúa, de ébano costeño y de robles pero hoy sus principales tierras han sido reemplazadas por cultivos de teca, una especie maderable muy apreciada -originaria de las Indias Orientales (India, Malasia y Birmania)- y por cultivos de acacia forrajera, que regenera el suelo agostado por la extracción minera o por la agricultura excesiva. Es una tierra húmeda y calurosa, sobre la que el sol se ensaña hasta que los aguaceros de mayo se dejan caer a sus anchas.


Junto a otros devoradores de patilla que se reúnen diariamente alrededor del naranjo y de Vicente Carrillo aparece Jorge Eliécer Morales, quien lleva años recopilando la historia del municipio. Entre sus fuentes, Eliécer cita los Archivos de Indias, la Historia Doble de la Costa de Orlando Fals Borda y archivos de la compañía estadounidense George D. Emery, que a principios del siglo XX sintió una atracción irrefrenable por las extensas zonas boscosas y la abundancia de especies maderables del bajo y medio Sinú.


Mientras muerde y chupa su jugoso trozo de patilla, Morales describe la historia del poblamiento moderno en la zona, asociado a la extracción maderera que ya era practicada en forma por los zenúes antes de que don Pedro de Heredia recorriera la región. Raúl, un niño que hace la primaria en la jornada de la mañana en el Catalino Gulfo lo escucha sonriendo, incrédulo, como si no fuera la primera vez que lo oye contar la historia. Detrás de los taladores llegaron misioneros presbiterianos norteamericanos, relata Morales, quienes contribuyeron a dar forma a los asentamientos de Río Nuevo, Bijagual, Nazareth y Valencia, y detrás de ellos arrimaron familias de campesinos en busca de un terreno para cultivar e instalarse.


El público de Morales se dispersa. En la biblioteca varios hombres trabajan a marchas forzadas, pues la inauguración tendrá lugar al día siguiente: viernes 3 de mayo. Por la calle circulan motos y bicicletas, muchas de ellas comandadas por campesinos que usan la camisa desabotonada dejando al aire el pecho y quienes llevan cubierta la cabeza por sombreros cordobeses de caña flecha con el ala muy ancha. En el centro del parque, a poca distancia de la alcaldía, se eleva un ejemplar solitario de Cesalpinia ebano. Su tronco, liso, claro y manchado vistosamente, tiene varias marcas que señalan los amores de algunas parejas de valencianos. No lejos de allí está el mercado, en el que dos generaciones de vendedores de pescado han visto disminuir el tamaño del producto hasta su casi desaparición. Las piezas de bagre y de bocachico ya no provienen del Sinú, tan cercano a Valencia, sino de más allá, de Betancí, donde una mano de bagre se negocia sobre un precio base de veinte mil pesos, lo mismo que una palangana de doce bocachicos. Lisandro Ramos, el padre, explica que todo ello se debe a la construcción de la represa de Urrá. En cambio, su hijo James tiene otras preocupaciones y se muestra abiertamente interesado por la inauguración de la biblioteca pública. Con tan solo cuatro instituciones educativas en el casco urbano que tienen la misión de educar a más de diez mil estudiantes, James comenta que una biblioteca está muy bien, pero pueden hacer falta otras.


Mientras pilotea una moto de 125 cc rumbo a la parte baja de Valencia, James repite que una biblioteca abre nuevas alternativas para la población del municipio. Muy rápido salimos de las calles adyacentes al parque central, que han sido pavimentadas dentro de un plan que busca la construcción de 943,8 ML de vías en concreto hidráulico, y entramos en uno de los barrios. Las calles se estrechan y los árboles de mango y los plátanos sembrados dentro de algunas casas hacen sombra a lado y lado, doblándose sobre las cercas de madera. James quiere presentarme a Félix Omar Ramos, tallador y artista, quien vive en una casa construida en tabla burra. Ramos talla toros, caballos, caimanes y papagallos para el mejor postor y ha construido camas gigantes en ceiba tolúa para los hacendados de la zona. De una esquina del patio rebusca y saca la raíz de un ébano: se trata de un trípode muy negro parecido al carbón mineral, tan duro que es capaz de arruinar una gubia y que Ramos ha tallado siguiendo su forma natural.

-¿Biblioteca Pública Municipal? – pregunta el tallador, un poco desconcertado. –No sé… Yo saco la figura que me pidan, y en la madera que sea: para mí no hay madera dura-.

La Biblioteca Pública de Valencia ha sido dotada en cuatro oportunidades desde 2007, año en que fue incluida dentro del Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas, que comenzó a dotar bibliotecas públicas municipales a partir de 2003. Alexander Negrete, el ingeniero encargado del cerramiento de la obra, señala que no había visto tantos libros reunidos en Valencia hasta ahora e indica que en el futuro habrá que construir más bibliotecas. Las cifras parecen darle la razón: 34000 habitantes en el municipio, 10497 de ellos son estudiantes. Valencia parece necesitar más de un solo espacio dedicado a los libros. Por ahora, la construcción, concertada entre la municipalidad y el Ministerio de Cultura, supone un gran avance para muchos valencianos.


Vicente Carrillo recoge sus patillas y luego barre la arena que rodea la base del naranjo. Mañana será la inauguración de la biblioteca, aunque eso parece tenerlo sin cuidado. Jorge Eliécer Morales ha prometido asistir al evento, para el que también se espera una comitiva desde Bogotá. Una pareja de escolares lanza mangos a los mangos de un árbol intentando bajarlos y los voceadores de rifas, que en Valencia caminan armados con un megáfono, procuran vender la mayor cantidad de números posible: cada uno cuesta cien pesos y se habla de que llegan a timbrar hasta diez mil números diarios. Esta noche la rifa es por un millón y medio de pesos y el número ganador será anunciado durante la apertura del Festival de Acordeones con el que se celebrará durante tres noches el cumpleaños número 35 del barrio La Cruz.

-¿Con esa fiesta si habrá gente mañana para la inauguración?- le pregunto a Carrillo, quien se toma su tiempo antes de contestar.
-Difícil- suelta un hombre que hasta ahora no había abierto la boca.
-Difícil es que uno no amanezca andando- tercia Vicente Carrillo de forma enigmática.


Valencia estrenó biblioteca pública
Viernes 3 de mayo de 2013
Valencia, Córdoba


Bajo un sol inclemente y ante una comitiva conformada por la directora de la Biblioteca nacional de Colombia, Ana Roda; la Gerente del Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas, Silvia Mora; la Secretaria de Cultura del Departamento de Córdoba, Blanca Muñoz y la Coordinadora Departamental de la Red de Bibliotecas Públicas, María Angélica Correa, el Alcalde de Valencia, Eder de Hoyos Doria y su equipo de trabajo inauguraron la Biblioteca Pública Municipal del municipio de Valencia, en el departamento de Córdoba.


El acto incluyó un oficio religioso, las palabras de las autoridades y una muestra de danzas de la región a cargo de la agrupación Los sabores de la papaya y de la Banda de la Casa de la Cultura del municipio. El municipio encomendó un tributo al joven decimero Diego Alejandro Coronado Galván, de 17 años, quien homenajeó la biblioteca y a los invitados presentes.


Durante la celebración se develó una placa conmemorativa, en la que se establece la colaboración que se dio entre la administración local y el Ministerio de Cultura y que hizo posible la construcción de la nueva biblioteca. Diana Doria, bibliotecaria de Valencia, expresó durante el evento su intención de llevar los libros y la lectura a las comunidades y rincones más apartados del municipio.


Diana Doria
Bibliotecaria de Valencia
38 años


Diana estudió secretariado y contaduría pública y ha sido bibliotecaria durante un año y cinco meses. Las actividades en las que se ha enfocado incluyen promoción de lectura en las veredas y los barrios más alejados de Valencia, donde el acceso a los libros es más difícil. Reconoce que un morral viajero facilitaría mucho esta labor, pero por el momento realiza sus tareas con las herramientas que tiene a mano.

La construcción de la nueva sede de la biblioteca marcará una nueva época en Valencia, sostiene, debido a que en el pasado las colecciones se encontraban en un cuarto de la Casa de la Cultura, donde no alcanzaban a tener el despliegue ni la visibilidad que necesitan.

Su vocación de servicio le permite mantenerse actualizada y conservar vivo su deseo por ayudar a la gente más necesitada del municipio. Diana Doria es madre de dos hijos y es valenciana de nacimiento.

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