Nuestras culturas: encuentros y horizontes en plural
Juan David Correa Ulloa
Hace doce años, la Feria Internacional del Libro tuvo como invitado de honor a Brasil, uno de los países que más hemos amado y admirado los colombianos por símbolos y sensibilidades que provienen de sus lenguas, músicas, literaturas, deportes, arquitecturas, diseños y artes, y en sus dimensiones más profundas, culturales y ambientales; en las luchas de movimientos como los Sin Tierra, en el 0.8 por ciento de su población indígena como los pueblos Maxakali, Fulni-ô, Baniwa, Korubo o Yanomami, en el movimiento abolicionista Frente Negro Brasileño.
En ese momento, Brasil nos dio una lección al bautizar su memorable presencia con el título de «Brasil, Brasiles», es decir, no la unicidad de un relato, sino el de la multiplicidad de las lenguas, las sensibilidades y los saberes que lo habitan. Ese mensaje me persigue hasta este año cuando, nuevamente, Brasil fue el invitado de honor a la feria colombiana y tuvimos la suerte de comprender que esa diversidad sigue siendo un incontestable valor democrático.
Colombia es hoy invitada de honor a su país. Muchas cosas han cambiado. Entre otras, que quizás aquella lección que ustedes sembraron hace doce años, ha cosechado entre nosotros, y hoy nuestra máxima instancia de gobernanza cultural ya no se llama Ministerio de Cultura, sino que se pluralizó y hoy somos el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes. Dice el profesor Jaime Arocha, en un hermoso texto sobre el Muntu y la Socola, dos expresiones de cultura de paz del litoral pacífico colombiano, citando a su vez a François Jacob, que la proliferación de diversidades vivas ha consistido en crear seguros contra la incertidumbre.
El reconocimiento de la diversidad y de los derechos culturales de todas y todos es la única posibilidad que le queda a un planeta que debe vencer la idea de que valores como la acumulación y el consumo nos harán más libres. Es el momento de la generosidad y de la hospitalidad. De creer, como dice la filósofa Chantal Mouffe, que podemos ser adversarios y no enemigos, y que podemos defender a ultranza una democracia basada en las profundas pasiones que nos hacen humanos, sin dejar de lado la razón.
Hoy quiero agradecer aquella lección al Gobierno del excelentísimo señor Luiz Inácio Lula da Silva, a su ministra de cultura Margareth Menezes, y a todas las autoridades, escritoras, artistas, y editores que estuvieron con nosotros hace unos meses en Colombia, y que hoy nos acogen en su casa. Así mismo quiero destacar al embajador de Colombia en Brasil, Guillermo Rivera, quien fue comisionado de manera reciente a una doble y determinante labor para ser embajador del Amazonas colombiano, entendiendo la dimensión de un territorio biocultural que debemos comprender hoy con otra lógica, bajo la idea de que depende de todos cuidar la Amazonía como uno de los bienes más preciados que todavía le quedan a este planeta. Es desde este territorio común que nuestros países se tocan y se sumergen el uno en el otro a través de sus ríos, sus selvas y sus poderosos ecosistemas, que son nuestras vidas.
Colombia acude a esta celebración con un mensaje de esperanza del señor presidente Gustavo Petro. Una esperanza que reconoce la complejidad de nuestro pasado y plantea la posibilidad de una verdadera reconciliación entre seres vivos de múltiples especies.
«Es fascinante pensar que el gran río que da nombre a la cuenca amazónica nace de un hilito de agua allá en la cordillera de los Andes para luego formar ese mundo acuático. Él lleva consigo muchos otros ríos, pero también lleva el agua que la selva les da a las nubes y la lluvia devuelve a la tierra, en ese ciclo maravilloso en el que las aguas de los ríos son las del cielo, y las aguas del cielo son las del río.
»Xingu, Amazonas, río Negro, Solimões.
»No me sorprendía cuando comenzaron a hablar de ríos voladores. Los cursos de agua son capaces de recorrer largas distancias, de encontrar nuevos caminos, de sumergirse dentro de la tierra y —¿por qué no?— de volar. En la Sierra del Divisor está el impresionante Moa, una especie de gran río Paraná que desciende hacia el Javari y desemboca en el Solimões junto con las aguas que vienen de Colombia también alcanza la cuenca amazónica», nos dice el lúcido y profundo Ailton Krenak.
Hemos elegido un acontecimiento de ese pasado nuestro apelando a un acontecimiento literario como es apenas natural para nuestra presencia estos días en São Paulo, ciudad a la cual también damos las gracias por su hospitalidad. Hace cien años, José Eustasio Rivera publicó una novela llamada La vorágine. Dicha novela tuvo una gran difusión, pero no necesariamente fue leída en sus dimensiones más profundas. Por eso, la exposición que ustedes verán en el stand de Colombia es «El árbol que devoró un mundo», pues esa novela ha atravesado un siglo para llegar a este siglo XXI a recordarnos asuntos centrales. «En La vorágine —dice la doctora y curadora de la exposición Erna von der Walde—, el mayor drama es el de la imposibilidad de despertar una conciencia sobre las atrocidades que se cometen en las caucherías. Es el drama de la ceguera oficial. Es el drama de la acumulación por desposesión. Es el drama del capitalismo caníbal en la frontera».
Además de La vorágine, este nuevo encuentro también nos servirá para, una vez más, seguir trazando horizontes y abrir en nosotros la idea de que dependemos de la colaboración entre escritoras, editoras, promotoras de lectura, libreras, diseñadoras, correctoras, editoras, impresoras, comunicadores, traductores y a esa singular cadena de cuidado que entraña la industria editorial.
Autores como Ana María Machado, Marina Colasanti, Nilma Lacerda, Bartolomeu Campos de Queirós, Rogerio Pereira, Roger Melo, Geraldino Brasil, Mariana Massarani, Nélida Piñón, Santiago Nazarian, Paulo Markun, Ricardo Lísias, João Paulo Cuenca, Rubem Fonseca, Dalton Trevisan, Adriana Lunardi, y entre decenas más, se leen en Colombia gracias a esa colaboración que ha ocurrido y sigue ocurriendo. Así mismo, este intercambio ha permitido que escritoras y escritores colombianos se lean aquí como Yolanda Reyes, Humberto Ballesteros, Emma Reyes, Jairo Buitrago, Rafael Yockteng, Velia Vidal, Cristina Bendek, Alejandra Algorta, Iván Rickenmann, PowerPaola, Fátima Vélez, Julio Paredes, Helena Iriarte, Pilar Quintana, Francisco Montaña y Margarita García Robayo.
Proponemos una nueva lectura que reconozca la dimensión trascendental de la literatura y el libro como portadores de territorios hoy olvidados por muchos. Exhortamos a una manera de leer el mundo que nos convenza de que podemos cuidarnos los unos a los otros; de que podemos vivir juntos, como ocurre cuando prestamos atención a nuestros ecosistemas y comprendemos que su diversidad es profundamente frágil y que su equilibrio depende de un delicado sistema de cooperación y de conexión.
Lejos de perdernos, nos encontramos, y seguimos unidos.
Muito obrigado,
Juan David Correa Ulloa
São Paulo, 5 de septiembre de 2024