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2015-08-20
 

Nelson Romero Guzmán: Premio Nacional de Poesía a un lector de bibliotecas

 
Foto: Adrián Quintero, Ministerio de Cultura.
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El ganador del Premio Nacional de Poesía 2015, otorgado por el Ministerio de Cultura por la obra ''Música lenta'', habla sobre algunos aspectos de su formación y el oficio de leer y escribir.



Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Santo Tomás, el poeta Nelson Romero Guzmán (Ataco, Tolima, 1962) adelanta posteriormente estudios de Maestría en la Universidad Tecnológica de Pereira. Ha publicado los libros de poesía Días sonámbulos (1988); Rumbos (1993); Surgidos de la luz y Voy a nombrar las cosas (2000); Grafías del insecto (2005); La quinta del sordo (2006); Obras de mampostería (2007); Bajo el brillo de la luna (2009); Apuntes para un cuaderno secreto (2011), El Porvenir Incompleto (2012) y Música lenta (2014).

Merecedor del Primer Premio Concurso Nacional de Poesía Fernando Mejía Mejía (Manizales, 1993); XIV Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia (1999) y Premio de Poesía Casa de las Américas (2015), el maestro exaltó la labor que viene adelantado el Ministerio de Cultura en procura de reconocer el trabajo de los escritores dedicados a cultivar el género de la poesía.

''Resulta de gran importancia, además de ser un estímulo muy importante para la poesía en Colombia que el Ministerio de Cultura decida premiar este género –incluso creo que debería tener un carácter anual-, porque sigue siendo una actividad marginal dentro del campo editorial, e incluso en los programas de lectura'', consideró el también galardonado con el Premio Casa de la Américas, otorgado a comienzos de este año, quien reconoce que buena parte de su formación como escritor se la debe a las bibliotecas públicas.

 
 
Forjar un poeta

¿Cómo inició su interés por la literatura?

Mis primeras lecturas fueron de narrativa colombiana –cuentistas en su gran mayoría-, fui un gran admirador de Gabriel García Márquez y quería ser narrador; mis primeros escritos son cuentos e incluso hasta pretendí escribir una novela –debía tener 17 o 18 años-, pero también escribía poesía.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo para darme cuenta de que en realidad no estaba destinado a ser cuentista o novelista –ninguno de mis relatos cuajaban-, así es que decidí dedicarme exclusivamente a la poesía, y mientras adelantaba estudios de Bachillerato en el Colegio Martín Pomala, de Ataco, escribí mi primer libro: Días sonámbulos, que luego publicaría en Bogotá en 1988.

¿Recuerdan cuáles fueron esas primeras lecturas que realizó con la intensión de ser también usted un poeta?

El primer poeta a quién leí y aprendí de memoria es Martín Pomala, un poeta de mi tierra que nació en 1884 y murió en Ibagué en 1951, dejando una obra que está consignada en un solo volumen: Sangre y otros poemas.

Saber que alguien de mi pueblo había escrito un libro de poemas fue un primer referente al que luego vendrían a sumarse Porfirio Barba Jacob, Guillermo Valencia y Aurelio Arturo, así como los autores que hacían parte de la Antología de la poesía colombiana, escrita por Andrés Holguín, junto con los poetas que publicaba el Magazín Dominical de El Espectador, bajo la dirección de Juan Manuel Roca, cuya lectura me abrió muchas puertas y orientó durante mi proceso de formación.

¿Qué otras lecturas hicieron parte de ese proceso de formación?

En la biblioteca del colegio se encontraban varios autores, y a la Biblioteca Municipal llegaban también muchos libros: las generaciones del 27 o del 98; y allí también comencé a leer algunos poetas ingleses, como T. S. Eliot. Yo me vi inmerso en toda una constelación de poetas, que me permitió desarrollar mi afición como lector, a la que además sumé desde entonces un marcado interés por la crítica literaria.

Siempre recomiendo a todas aquellas personas en iniciar una carrera literaria leer a todos los autores que se puedan, además de crítica literaria y ensayos sobre poesía. Yo leía a todas horas y en todas partes, en los recreos y los salones de clase; y terminé siendo un muy mal estudiante por culpa de la poesía. 

A duras penas logré terminar mis estudios secundarios  mucho tiempo después acá en Bogotá –tenía 23 años-, en el Gimnasio Libertad, que está ubicado cerca a la Casa de Poesía Silva, así es que allí también transcurría buena parte de mi tiempo, aparte de la Biblioteca Nacional de Colombia, a la que también iba con frecuencia.

¿Qué hacía aparte de estudiar y leer poesía?

Mis hermanos siempre han tenido empresas de licores y yo les ayudaba con las ventas; trabajé también en una Inspección de Policía como perito, y luego me desempeñé durante mucho tiempo como citador y escribiente de los juzgados de Purificación e Ibagué.

Yo he trabajado en diversos oficios, porque la verdad es que no nací en una familia rica o cuna de letrados. Realicé diversos oficios, algunos muy humildes, que me permitían seguir escribiendo y continuar con mis estudios.

Cursé Filosofía y Letras en el programa de educación a distancia de la Universidad Santo Tomás, y posteriormente culminé una Maestría en Literatura en la Universidad Tecnológica de Pereira, en convenio con la Universidad del Tolima, donde actualmente me desempeño como profesor de planta.

Desempeñó una serie de oficios que, a primera vista, guardan mucha distancia de las actividades que se suelen atribuir a los poetas…

Dejando de lado distinciones de carácter maniqueo, uno tiene labores para enriquecer el cuerpo y otras para el espíritu, así que como creador y persona considero importante preservar la dignidad. Y la escritura siempre me ha acompañado a lo largo de todos esos años.

Muchas personas dicen que quisieran tener el tiempo para escribir una novela, y nunca logran hacerlo; pero yo he logrado escribir algunos libros gracias a que manejo un tiempo interior que me permite hacerlo a partir de una serie de vivencias y experiencias acumuladas, que al igual a un vaso lo van rebozando y hay que ir vaciando.

Son procesos lentos y muy largos –tardé cinco años en terminar Música lenta-, fruto de un proceso de mucha reflexión.

Proceso que lo conduce a organizar sus poemas en torno a un corpus de trabajo…

Últimamente vengo trabajando trilogías, y la primera de ellas se desarrolla a partir de pintores –Van Gogh, Goya y Munch-, cuya última obra, Bajo el brillo de la luna, mereció el Premio Casa de las Américas.

Se trata de un proceso en el que busco interiorizar el mundo de esas obras y esas vidas de pintores que hacen parte de una comunidad de personas desterradas y marginadas debido a la extrañeza de sus obras y ese mundo expresionista que crearon, en el que dan cuenta de una lectura de un mundo bello y turbulento, a través del dolor que se refleja en sus obras y la angustia de sus propias vidas.

Creo que en mi caso personal hay un agotamiento del yo empírico, y parto de otro tipo de experiencias que se filtran y me permiten recurrir a alter egos. Por otra parte, encuentro mayor espacio para la creatividad en este espacio oscuro del Arte, esa expresión de lo feo a la que se refería Baudelaire.

¿Tiene un método de trabajo?

Yo tengo una disciplina de trabajo permanente con especial énfasis en la lectura y el estudio del lenguaje, como lo pensaba Heidegger: el ser caído en el lenguaje. Creo que una de las principales responsabilidades es el manejo de ese instrumento de trabajo.

Constantemente estoy alimentado ese mundo interior –no necesariamente cuando escribo y estoy frente a la pantalla de un computador-, y siempre parto de una imagen: la música y sus metáforas, por ejemplo, a partir de las cuales construyo un marco general de trabajo, en el que de todas maneras no sé muy bien cómo voy a iniciar o terminar el poema.

Las cosas se van dando y el resultado es un texto que a veces suele salir completo, pero que en otras ocasiones no está terminado y hay que tratar de mejorarlo. Lo importante, en mi caso, es encontrar un tono que me permita comenzar a escribir.

¿En qué momento se sienta a escribir?

Yo no tengo problema con la hora o el tipo de espacio; en la casa con mucha frecuencia se hacen reuniones familiares en las que hay mucho ruido, y mientras tanto yo puedo estar escribiendo o leyendo. A mí me gusta escribir con ruido, quizá porque no lo asocio con una distracción sino más bien con una atmósfera de trabajo.

¿Cómo sabe que ha terminado el proceso de escritura, que muchos autores consideran siempre imperfecto e inacabado?

De Música lenta incluso hay textos que me gustaría ampliar y trabajar más –quitar, poner-, pero en algunos otros creo que están definitivamente terminados, porque han alcanzado un equilibrio y una dimensión propia, que percibo a través del pensamiento y del oído.

En mi caso resulta importante fijarme en cada palabra y cada coma, porque los signos de puntuación son como la notación musical de un poema.

 
 

Música lenta

¿Hay algunos referentes musicales en la obra merecedora del Premio Nacional de Poesía 2015?

Uno genera lecturas posibles a través de la escritura, que cada lector interpreta a partir de sus propias vivencias o evocaciones, que el artista –poeta, escritor o músico- debe estar en capacidad de abrir a esas interpretaciones valiéndose del lenguaje.

En este libro hay varias lecturas intencionadas y de carácter subjetivo de las que quizá el lector va a prescindir, aunque el título de uno de sus tres apartados –que da nombre al volumen- no necesariamente hace referencia a la música que escuchamos a diario, sino que busca ser una metáfora para expresar aquella música de nuestra realidad violenta: las bombas, los fusiles. 

Es esa música que nos tortura de una manera muy lenta y que hace parte de la escritura misma. Por eso en alguno de sus textos encontraremos instrumentos de tortura medievales y deberá procurar leerse de manera oblicua, de manera que cualquier lector pueda encontrar muy fácilmente las referencias que se hacen al país y su violencia.

¿Qué tanto hay de su experiencia personal en estos poemas?

La experiencia en los juzgados ayudó a formarme en la escritura, y en mis textos hay mucha referencia al crimen, a la crónica negra. Sobre todo en el libro de Munch, hay muchos casos de tipo judicial –Edvard Munch  pintó varias escenas de crímenes; la enfermedad y la muerte son temas recurrentes- de los que yo he tomado su parte literaria: La literatura como una de las formas de asesinato es una imagen que está presente en varios de mis libros.

¿Qué lo hizo apelar a la música para narrar la violencia?

La música está conectada directamente con la literatura y el Arte, creo que de hecho es el sustrato de toda creación artística –no solo entendida como expresión sonora sino como armonía de las ideas e imágenes que están presentes en un texto, tejido a partir de registros sonoros, palabras y significados.

Cualquier obra de arte es muy exigente en la medida que crea sus propias leyes y además fractura de alguna manera el lenguaje de la comunicación, permitiendo que el lector también pueda convertirse en creador de esa obra: por eso las imágenes que uso en este caso -principalmente en la segunda parte-, tienen ese colorido y esa sonoridad, que en la primera parte se concentra en la muerte y el dolor como otras posibilidades de la música, al igual que en la tercera parte.

El concepto de unidad en poesía no es el mismo de la novela o de un cuento, en la medida que si bien se diría que hay una ausencia de tema, están presentes una gran cantidad de imágenes disgregadas a lo largo de todo el libro.

 
 
 Versos de un mal poeta...

¿Cómo fue el proceso de armar esta serie de variantes armónicas?

Antes y después de escribir reflexiono, porque prefiero evitar dejarlo todo a la inspiración –''Soy un poeta y trabajo para serlo'', suelo recordarme-, así es que cuando leo, me fijo muy bien cómo está escrito el texto que leo, además de recurrir a diferentes voces y textos, para disfrazar lo que escribo a través de otros discursos -cartas, crónicas, retratos, incluso del lenguaje usado en los juzgados-.

He venido construyendo una obra donde la forma se torna importante, para hacer el diálogo posible dentro del texto.

En Música lenta y otros de sus poemas está muy presente el poema en prosa, por ejemplo…

Ese fue un proceso muy largo y de muchos años, porque la prosa poética requiere un equilibrio mayor, en el sentido de que no es un poema regular escrito en verso, pero tampoco podría considerase un cuento o un relato.

Uno va formando el espíritu para poder hacer ese tipo de prosa, y en un momento dado me doy cuenta si el tono puede ser ése o se adecua más al verso.

¿Qué otros matices hacen parte de Música lenta?

En Música lenta también puede percibirse un diálogo constante con la literatura misma y diversos autores, además de la intención por crear un ambiente de ironía, quizá porque el humor estuvo ausente en mis primeros libros, y porque creo que  la poesía colombiana le hace falta ese tipo de efectos. A veces somos demasiado trascendentales y nos dejamos deslumbrar por el resplandor de una imagen.

En algunos de los poemas de esta obra parece haber alusiones muy directas a referentes como Borges o Günter Grass…

El primer poema, por ejemplo, es un prólogo supuestamente escrito por Sylvia Plath en el que me aconseja dejar de escribir porque me considera un mal poeta y no me da ninguna esperanza; yo decido  apropiarme de esa voz, y en efecto realizo una serie de juegos en los que evoco a Borges; aquel poema sobre el tren en el que se hace referencia a Arreola.

Me gustan este tipo de juegos literarios, que al mismo Borges le encantaban también, y justamente en este momento estoy escribiendo una antología de poetas que aún no han nacido y son ficticios, en la que yo asumo el papel de compilador, en procura de apartarme de esa aureola de erudición que suele rodear a los poetas.

¿Qué recomendaciones haría a los lectores de Música lenta?

Es muy distinto escribir un libro de poemas a escribir una novela, porque uno va escogiendo los textos guiado un poco por el azar. En mi caso, de 80 poemas se publican 30, que también organizo de manera un poco azarosa, de tal manera que este libro se puede leer comenzando por el final o terminando por el comienzo.


Texto:
Juan Carlos Millán Guzmán
Dirección de Artes,
Ministerio de Cultura
Tel. Tel 3424100   Ext. 1504
Cel. 311 878 67 43

Fotos:
Adrián Quintero,
Ministerio de Cultura​

 
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