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2015-07-23
 

Edson Velandia: poeta del campo y la montaña

 
Foto: Juan David Padilla, Ministerio de Cultura
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Invitado de honor a la Feria de la Lectura que se celebra en Barranquilla a partir de este miércoles, el músico y poeta habla sobre algunos aspectos de su obra y la presentación del Cancionero Rasqa.


''A mí me gustaba Chayanne, Eros Ramazzotti, Camilo Sesto, Miguel Bosé, las baladas de Menudo, Ricardo Arjona; Sabú, Sandro, Nino Bravo'', recuerda el autor del Cancionero Rasqa, colección que presentará e interpretará durante su presentación en la Feria de la Lectura que se celebra en la capital del Atlántico a partir de este miércoles.

''Todas las posibilidades artísticas me interesaban por igual, y en esa época –tendría 18 años y no tenía muy claro qué quería ser- estaba por estudiar cine o música'', explica el cantautor de Piedecuesta (Santander), quien se dedicó a la música por una casualidad del azar:

''Por suerte abrieron la carrera de música en la Universidad Autónoma de Bucaramanga –aunque en la Universidad Industrial existía una licenciatura yo quería estudiar composición-, y entonces me inscribí. Si hubieran abierto cine, hubiera estudiado cine'', manifiesta Velandia con una sonrisa, para quien si algo está claro es la deuda que tienen su música y poemas con la tradición popular campesina:

''En la montaña está esa herencia, por ejemplo muchos de los fonemas presentes en la guabina, tienen rasgos muy antiguos”, precisa el autor de un cancionero cuyo nombre proviene del argot circense: “rasca, con c, significa payaso vagabundo'', prosigue Velandia, cuya intención era la de escribir desde lo marginal.

''La mitad del libro son canciones grabadas y la otra mitad canciones sin grabar, que solo canto en concierto. En total son 93 y hacen parte de la Serie Rasqa, que considero finalizada; en Barranquilla interpretaré las correspondientes a los capítulos de Rasqas púbicas y Dios meo, con las que he estado girando por todo el país y que además escribí con el ánimo de que pudieran ser leídas''.
 
Lecturas al calor de un café
 
¿Cómo inició su interés por la literatura?

Cuando era pelao, me interesaba la movida artística en general. Tuve la suerte de encontrarme con un movimiento muy fuerte en el que se hacía danza, música y poesía; estaban muy presentes el teatro, el video, la literatura y la música.

Tengo también la herencia de mi papá, un humorista popular que al igual que yo escribe coplas y retahílas, a quien recuerdo además como un lector en voz alta de la poesía española del Siglo de oro; circunstancia que quizá me ha llevado a ser muy delicado y cuidadoso con lo que yo mismo escribo.

¿Qué autores recuerda de esas primeras lecturas?

Mi papá admiraba y leía en voz alta a sor Juana Inés de la Cruz junto con Calderón de la Barca, pero lo que más le gustaba eran las coplas, sin lugar a dudas. Él ha sido un gran recopilador de la tradición popular porque tiene una memoria admirable, y como además siempre me leía lo que él mismo escribía, creo que ahí comenzó a heredarme toda la sensibilidad hacia estas cosas.

Yo me eduqué oyendo esas rimas –que además eran de muy buena calidad-, aunque él no tuviera ese propósito de llevarnos por ese camino. Así es que siempre que escribo tengo muy en cuenta todos esos versos que escuché de niño.

¿Cómo recuerda que se desarrollaban esas primeras lecturas?
 
Ese era un ritual delicioso: mi papá solía levantarse a las 4:00 de la mañana a escribir –en esa época lo hacía a máquina- unas retahílas de carácter humorístico que llevaba a Sábados Felices y gracias a las cuales ganó muchos de esos concursos. 

A mí me levantaba el olor a café del tinto que preparaba y bajaba porque para mí era un placer increíble escuchar a mi papá –tendría ocho o nueve años-. A él le gustaba saber mi opinión, y creo que entre otras esa también fue una de las razones del éxito de su trabajo al permitir la crítica de un niño: saber que el humor debe ser simple.

Luego –podía estar recostado en un sofá-, él tomaba un libro rojo de sor Juan Inés de la Cruz y se ponía a leer en voz alta sin necesidad de ningún preámbulo. Más tarde, durante el apagón de Gaviria, el man aprovechaba esas horas a oscuras para contar cuentos de espantos.

¿Cree que su padre tuviera alguna intención de carácter pedagógico?

No, el nunca hizo eso con el ánimo de enseñar nada sino más bien movido por un espíritu infantil que lo llevaba a hacer esas cosas.

¿En qué momento decide comenzar a hacer sus propias lecturas?

De la época en que ya comencé a leer por mi cuenta los dos únicos libros que recuerdo son Cien años de soledad y El atravesado, de Andrés Caicedo, por ese espíritu que logró conmoverme muchísimo y además me sirvió para identificarme con el mundo de la creación literaria.

¿Recuerda en qué momento comienza a producirse este interés?

Un momento específico no podría precisarlo, pero creo que sí intenté apartarme de toda esa corriente folclórica y popular que mi papá representaba como una resistencia normal de la adolescencia:

Como a él no le gustaban las baladas yo me revelé a través de esa música, porque además a Piedecuesta el Rock en Español no había llegado tan fuerte y a mí particularmente tampoco me gustó. Yo era un romántico y todo ese asunto me encantaba y me conmovía.

Sin embargo, aun entonces toda esa experiencia seguía muy presente en la medida que los músicos de origen campesino con los que él solía trabajar venían mucho a la casa y me daban lecciones de guitarra.

 
 ​Foto: Milton Ramírez, Ministerio de Cultura.
 
 
Pulir el “buen gusto”
 
Usted ingresa a la Universidad con el interés de componer, ¿cómo fue ese proceso?

Eso fue algo muy arduo. De hecho mis primeras canciones y versos están muy mal escritos y peor armados. Yo tenía la disposición –siempre la tuve-, pero pulir el ''buen gusto'' es otra cosa. Todavía hoy considero que los primeros bocetos de mis canciones son algo burdos y muy pobres si hablamos de su estructura literaria.

Pero con el tiempo creo que logré alcanzar una disciplina y un nivel de exigencia que me obligaba forzosamente a no parar hasta tener un texto con el que al menos yo pudiera sentirme satisfecho.

¿Qué prima a la hora de componer, la música o la letra?

Últimamente me concentro mucho más en la letra, porque esa misma letra ya es en sí misma música. Siempre tengo la guitarra a la mano y nunca comienzo a componer sin ella a mi lado.

Hay quienes hablan de la influencia de León de Greiff…

Yo soy un absoluto ignorante de la obra de León de Greiff, no la conozco, he leído algunos poemas que me gustan y otros que no me tocan ninguna fibra. Lo admiro y encuentro algunas similitudes con mi obra –él jugaba con las palabras- y de hecho musicalicé cuatro de sus poemas seleccionados por Santiago Gardeazábal –quien de hecho me propuso hacer ese trabajo-.

Mis influencias están en las conversaciones y expresiones populares, aunque quizá también deba hablar de Trilce y de César Vallejo, porque no ha habido un libro con la capacidad de capturarme de esa forma, me aburren.

¿Qué tanto hay en su obra de Piedecuesta?

Piedecuesta es un hervidero cultural muy, muy poderoso; de tal manera que el ambiente en el que crecí también resultó fundamental en el desarrollo de ese interés por nuestra cultura: yo alcancé a participar en la presentación de algunas danzas folclóricas, hice teatro popular y alcancé a convivir con toda esa gente que la verdad tiene una capacidad de expresión verbal enorme: ahí estaba todo el material que yo necesitaba para poder trabajar.

Yo nunca me fui de Piedecuesta; traté de vivir en Bogotá tres meses cuando estaba con una banda que se llamaba Cabuya, porque creía que allá quizá nos iban a tratar mejor y podríamos hacer carrera, pero la verdad es que yo no puedo con eso.

¿Cómo transcurre un día suyo?

Todos mis días son diferentes: he intentado tener una rutina pero la verdad es que mi disciplina tiene un carácter absolutamente arbitrario. Eso sí, todo el día tengo la mente puesta en las nuevas canciones que quiero hacer.

Texto
Juan Carlos Millán Guzmán
Dirección de Artes,
Ministerio de Cultura
Tel. 3424100   Ext. 1504
Cel. 311 878 67 43​

 
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