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2014-11-23
 

Tengo la paz entre el corazón: Alejandro Zuleta

 
Fotos: Edward Lora, MinCultura - @edwardloram
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El director del Coro Juvenil e Infantil de Colombia 2014, a cargo del evento central del Ministerio de Cultura, ¡Celebra la música!, habla sobre este nuevo reto, y el difícil ejercicio de convivencia que implica dirigir a 100 niños.

Por
Juan Carlos Millán Guzmán
Grupo de Divulgación y Prensa
Ministerio de Cultura
 
 
 
B.M. Brooklyn Conservatory of Music, New York. M.M. Bowling Green State University, Ohio. Discípulo del director y pedagogo vocal Richard Mathey, Alejandro Zuleta ha contado entre sus maestros a Terry Eder y Robert White. Ha participado en las clases magistrales del maestro Helmuth Rilling (Pasión según San Juan de J.S. Bach y Misa en Do menor de W. A. Mozart) y en el Seminario de Certificación en Método Kodály en New York University.
 
Ha sido director asistente del Brooklyn Conservatory Chorus (1986), del B.G.S.U. Women’s Chorus (1987); fundador y director de la Sociedad Coral Santa Cecilia (1992-2014), ganador del premio Excelencia Coral 2001 otorgado por el Ministerio de Cultura; director invitado al Coro de la Opera de Colombia (1996,1997 y 2001); fundador y director del Coro de la Carrera de Estudios Musicales de la Pontificia Universidad Javeriana (1989-1995 y 2002-2014).
 
''Lo más sorprendente ha sido la relación de los niños conmigo, porque a pesar de ser tantos y con costumbres tan diversas, su relación con el director ha sido de respeto y de atención. De mucho cariño y sobre todo de confianza. ¡Esa es un palabra clave para Colombia: la confianza'', precisa el Maestro Zuleta.

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Concierto por la paz
 
¿Cómo ha sido la experiencia de participar en la experiencia de Celebra la Música?
 
Ha sido una experiencia intensa, llena de trabajo, de vida, muy buena música, y de un intercambio absolutamente maravilloso con los niños; en la que por supuesto hemos tenido momentos bellos, de tensión, algunos regaños, y en los que a veces desfallecemos todos. Pero ahora estamos absolutamente seguros de salir a hacer música.
 
El concierto gira en torno a la paz, y a algunos valores asociados a este concepto. ¿Cómo fue la selección de las obras?
 
El repertorio lo escogí pensando en música que resultara pertinente para un grupo de niños tan diverso, que no solo fuera música colombiana, o música clásica. ¡Hay mucha música! Y hacer una selección de obras resulta sumamente complicado, de manera que un poco sin querer me di cuenta de incluir una serie de obras cuyo tema central era la paz, aunque fue algo que surgió de manera más bien espontánea porque quizá tengo la paz entre el corazón.

Por otro lado, hay unas obras que tienen más que ver con el amor al territorio: Beautiful San Andrés, Colombia es amor, o El Corazón de la caña –que tiene también una metáfora de violencia-; hay también un son cubano o un tango. Pero todos los temas tienen un hilo conductor a través de la paz, el amor al territorio y el humor: eso que nos caracteriza como colombianos y seres humanos.
 
Tres de los temas están interpretados en hebreo. ¿Alguna razón para haberlos seleccionado?
 
La verdad no sé. Uno es una canción bellísima -Shalom Chaverim- que incluye palabras en cinco idiomas. Luego escogí otro tema que incluía la palabra paz, y me di cuenta que estaba cantado en la lengua de la región donde quizá puede estar ocurriendo el caos más terrible que vive hoy la humanidad, donde se encuentra el origen de la tres grandes religiones.

De manera que también pensé que la paz no solo es un problema de Colombia, y que alcanzar la paz no solo es una necesidad de nosotros, sino de todo el mundo.  Colombia e Israel son dos paraísos en los que por alguna razón no hemos sido capaces de poder vivir en paz.
 
¿Qué es para usted la paz?
 
La paz empieza por uno mismo, es la capacidad de vivir con uno mismo y con el resto del universo, cualquiera que sea el concepto que se tenga del cosmos. Ser capaz de integrarse en cuerpo y espíritu al todo en que estamos, reconociendo que somos personas de un tremendo egoísmo.

Teniendo eso claro, creo que no hay necesidad de violentar a otra persona; aunque la paz tampoco debe entenderse como no ponernos bravos con otros u ofenderlos. La paz está en reconocer que cometimos un error, ser capaces de ofrecer excusas, y de no llevar las cosas al extremo de querer matar, humillar o discriminar a otra persona.
 
¿Cómo encontró el nivel de los niños y niñas, quienes en algunos casos vienen de regiones que han sufrido situaciones muy complicadas y en las que puede ser bien complicado llegar a conformar un coro?
 
Lo que hemos visto resulta muy sorprendente –y la enorme calidad salta a la vista-. Por ejemplo, un 60 por ciento de los niños vienen del Eje Cafetero y Antioquia porque allí hay muy buenos procesos corales –el caso de Medellín es conocido, pero nos sorprendió también Pereira y Apia-. Y los niños que vienen de regiones en las que por lo menos yo no tenía conocimiento de que se llevaran procesos tan fuertes son también excelentes: Bucaramanga, Huila, San José del Guaviare, Cajamarca. No solo las mejores voces vienen de regiones centrales.

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Trabajo en equipo

¿Qué hay detrás de todo este proceso?

Detrás de todo esto hay una gran gestión: una muy buena idea, muy bien financiada y gestada, aparte de mucho trabajo: hay que hacer audiciones de los niños, adelantar un repertorio, grabarlo; conseguir unas partituras originales que el Ministerio de Cultura compra.

Y luego hay mucho, mucho, trabajo en la parte vocal y musical, que está representado en horas de ensayo enseñándoles toda clase de cuestiones técnicas, musicales y espirituales. ¡Hay mucho trabajo! Formar un niño cantor no es sencillo, y si yo los dejo cantar como les parece a cada uno esto resulta un desastre. ¡Yo tengo que ser el Pékerman  de esta selección de 100 niños!
 
Para nadie es un secreto la gran calidad de un sistema de formación musical como el que existe en Venezuela. ¿Qué hace falta para alcanzar ese nivel en Colombia?
 
Nosotros vamos muy bien encaminados, pero nos hace falta continuidad porque somos un país que da bandazos en todo: tomamos una dirección y de repente cambiamos de gobernantes y cambia todo; de tal manera que demoramos mucho tiempo en volver a encaminarnos.

Ahora por ejemplo, Colombia tiene un sistema maravilloso de orquestas que se llama el Plan Batuta, con 25 años de funcionamiento, pero que cada año tiene casi que mendigar el presupuesto. Eso no es justo, porque debería tener asegurado su funcionamiento para siempre.
 
¿Cuáles son los principales avances en este campo?
 
Existen grandes propuestas como la Red de escuelas de música de Medellín; el Plan de Música de Antioquia; lo que está ocurriendo en el Valle; el Plan de coros de Cundinamarca. Tendríamos que entrar en diálogo unos con otros, y aunque no sé si podamos crear un sistema como el de Venezuela, debemos potenciar lo que tenemos y eso es lo que estamos haciendo.

Debemos creer en estas propuestas y dejar de copiar otros modelos que funcionan en otras partes pero que acá resulta más complicado implementar en la medida de que somos un país que está en guerra: desconfiamos unos de otros y debemos sentarnos a dialogar unos con otros. Eso lo estamos haciendo y prueba de ello es esta residencia.
 
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Proceso de entendimiento y convivencia
 
¿Cómo ha sido este proceso tan complejo de acoplar esta diversidad de voces, temperamentos, pareceres y edades?
 
Vocalmente estos muchachos y muchachas vienen de culturas y procesos corales distintos, de tal manera que el comienzo fue muy difícil. Tuve que negociar, porque a pesar de que tengo un ideal sonoro de u cierto tipo de voz, en un momento dado me di cuenta de la necesidad de ceder.

No es lo mismo trabajar con tres niñas del Chocó, que con tres niñas de Cundinamarca, porque tienen maneras muy distintas de trabajar. Lo lindo ha sido que nos hemos logrado entender vocalmente, y culturalmente adorarnos.
 
¿Cómo es eso?
 
En el momento en que hago una propuesta, se me vienen por ejemplo las niñas del Chocó, y me dicen ''no, profe, esto se puede hacer mejor así'', porque es un Currulao. Y luego viene el del Bambuco y me presenta una propuesta que enriquece lo que todos hacemos. Hemos aceptado lo que cada uno trae, y eso ha sido muy lindo porque es producto de un auténtico trabajo en equipo, que se ve reflejado en las coreografías, por ejemplo.

El cuerpo grande del coro está conformado por niñas adolescentes de 15 o 16 años que son una maravilla: inteligentes, tranquilas. Pero hay también niñas chiquitas: se cansan, se distraen; y por el otro lado están los niños que están entrando en una adolescencia difícil. Eso le ha tocado más a la parte disciplinaria, pero a mí también me ha tocado lidiar con eso. Ha sido complicado, pero lo hemos solucionado.
 
¿Por qué suele asociarse de una manera tan directa a la paz con la música?
 
Hay otros campos: el deporte, por ejemplo, hace lo mismo. Y creo que la razón se debe a que se trata de espacios en los que la verbalización y racionalización se hacen de forma diferente. La música es un diálogo permanente en la que el verbo solo está presente para servir de acompañamiento, de tal manera que resulta muy difícil pensar que uno pueda ser violento.

Yo necesito hacer un esfuerzo individual enorme para alcanzar un resultado colectivo, y si hago parte de un coro, tengo que hacer mi mejor esfuerzo para oír al otro y estar con el otro en ritmo, armonía, volumen. Verbalizar que esto también se trata de un proceso de paz no vale la pena porque todos lo entendemos.

El que hace música sabe que tiene que ceder –aunque también hay peleas y se dicen cosas terribles-, pero se aprende a trabajar de manera colectiva en un proceso altamente pacífico, porque la música conmueve profundamente el espíritu humano y hace parte de ese espíritu.
 
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