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2014-08-27
Feria del Libro de Bucaramanga

Nicolás Buenaventura: la dicha de la palabra dicha en Bucaramanga

 
Fotos: Milton Ramírez -Juan Carlos Millán, Grupo de Divulgación y Prensa MinCultura
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De paso por Colombia, país que frecuenta cada vez que puede y del que nunca se ha ido en forma definitiva –no podría hacerlo-, el cuentero, guionista  y cineasta Nicolás Buenaventura participará en la Feria del Libro de Bucaramanga.

 
Por
Juan Carlos Millán Guzmán,
Grupo de Divulgación y Prensa /
Ministerio de Cultura

Con gran expectativa tras haberse presentado en un escenario como el de Barranquilla en el marco de la Feria Itinerante de Libreros Independientes, que al igual que la Feria del Libro de Bucaramanga, cuenta con la participación y el apoyo del Ministerio de Cultura, el cuentero continúa su recorrido por el país.
 
Tras recordar haber compartido cartel con una orquesta de salsa y un conjunto vallenato, muchos años atrás en la capital del Atlántico, Nicolás Buenaventura conversa sobre algunos aspectos de su oficio, los libros y una tradición que se remonta a su abuelo y comparte con buena parte de su familia.
 
''Todos los pueblos del mundo se cuentan las mismas historias; yo he estado en África, en el norte y sur de Europa, y me he encontrando con cuentos muy similares. Y la razón es que en todas partes nos hacemos las mismas preguntas: ¿De dónde venimos?, ¿para dónde vamos?, ¿por qué nos tenemos que ir?, ¿qué hacemos aquí? Y el cuento se encuentra a medio camino entre la pregunta y la respuesta'', afirma.
 
Director de cine –El encanto de las imposibilidades es su cinta más reciente-, si las condiciones se dan, Nicolás tiene previsto adelantar su próximo proyecto cinematográfico en Cali, proyecto que no necesariamente implica su retorno definitivo a Colombia. ''El Ministerio de Cultura ha generado políticas y de ellas se desprenden estos nuevos fondos que permiten concretar proyectos'', destacó en fecha reciente.
 
''Donde pueda hacer lo que hago estoy feliz. Pero necesito venir cada año, para mí es importante en la medida en la que todo lo que pienso ocurre aquí, en este país. Nunca me he ido y no sé si podría hacerlo algún día, estando vivo. Una razón importante por la que vivo afuera es que desde hace 18 años trabajo con un guionista y director de cine argentino -Santiago Amigorena-''.
 
''No puedo hacer que Santiago venga a Colombia, así que mientras pueda seguir trabajando con él, trataré de ir y volver. Pienso que, al contrario de lo que se promulga y promueve a menudo, la gente no es reemplazable, cada relación de trabajo es única'', subraya.
 
Por lo pronto continúa trabajando en Francia como guionista, porque como él mismo afirma ''además de contarlos, los cuentos no tienen por qué aguantar el tener que mantenerme'', si bien, parafraseando a Hitchcock, también precisa: ''Una película es primero un buen cuento, segundo un buen cuento, y tercero un buen cuento''. 

Nicolás Buenaventura 02.jpg 
 
El cuento, los cuentos
 
¿Qué expectativas tiene respecto al trabajo que realizará en Bucaramanga?
 
Vamos a hacer Amaranta ¿Por qué?: es un espectáculo que me acompaña desde hace mucho tiempo, he crecido contando Amaranta ¿Por qué?. Y volver a Bucaramanga es muy importante para mí. Le debo mucho a esa ciudad, a su festival de cuenteros: Abrapalabra, a su gente, ella me ha hecho, en gran parte, ser el cuentero que soy. Las expectativas son siempre grandes. 
 
Las palabras del silencio
 
¿Qué diferencias existen entre la narración oral y la escrita?
  
El cuento contado, la dicha de la palabra dicha –como me gusta decir-, es una materia oral e invisible que  desaparece tan pronto deja de escucharse; en la escritura hay cosas que no pueden existir, como por ejemplo el silencio. Es extraordinariamente importante en cualquier forma de representación oral, ¡Y en música ni hablar! 
 
No hay nada en la escritura que se pueda comparar al silencio, ni siquiera la página en blanco: dos páginas en blanco nunca encontrarán equivalentes en dos silencios porque, para empezar, no hay dos silencios iguales. Lo otro que nombré, el hecho de que la palabra dicha sea invisible, también le da una naturaleza singular a la narración oral. La escritura es, por el contrario, visible y eso es determinante.
 
¿Y entre cuento y cuento?
 
El cuento, aunque sea el mismo, y sea contado con las mismas palabras es siempre completamente distinto, porque sus sentidos son otros. Hay muchos narradores que al contar un cuento, además de cambiar de palabras cambian el itinerario de sus personajes y hasta los hechos narrados, eso le da una vida singular al cuento contado.
 
En mi caso lo que busco, para muchos de los cuentos, es contar con el mínimo de palabras, que sean las que ese cuento necesita, las que van con esa historia. Quisiera contar de tal manera que el cambio de una palabra se sintiera en la totalidad del cuento, y eso me obliga a interiorizar tanto cada uno de mis cuentos, que prácticamente los habito, me habitan.
 
Entre cuento y cuento pasa algo muy importante, tal vez lo más importante: el cuento del que escucha, que es el más valioso; así como tal vez la música no está en las notas sino entre una nota y otra.
 
¿Cómo es ese proceso de creación?, ¿Escribe sus cuentos?
 
Hago parte de una cultura de la palabra escrita, y mi memoria de alguna manera pasa por ahí; aprendí a hacerlo así porque la escritura misma es una forma de conservar las palabras y preservarlas. Pertenezco a una cultura escrita, que fue al colegio, aprendió a escribir a partir de entrelazar palitos y bolitas.
 
Sin embargo, hay algunos cuentos que escribo para ser leídos, no los cuento: existen y están publicados; hay otros que escribo solamente para ser contados; y hay otros que escribo y también cuento, que también están publicados. He escrito ocho libros, y entre ellos se encuentran varios cuentos que he contado, mientras que hay otros que no creo que vaya a publicar, creo que ahí está presente un tipo de oralidad que no he logrado traducir en su totalidad.
 
¿Cuál sería la razón de esa reticencia?
 
La escritura encierra una magia maravillosa. Si bien la palabra dicha es invisible, la escritura es sonora, detrás de cada escrito se esconde el misterio de una voz.... Tal vez esa reticencia se deba a que no he conseguido que en esos cuentos haya una voz al ser traducidos a lo escrito.
 
¿De dónde surge esa necesidad de contar los cuentos que escribe?
 
Digamos que es más bien al revés. Yo empecé contando cuentos hace ya varios años, y un día un editor me propuso hacer una serie de libros a partir de mis cuentos, de manera que se publicaron tres libros pequeños en la Colección Milenio de Editorial Norma.
 
De allí nacen los cuentos escritos, porque la verdad es que esa experiencia me gustó, esos libros tienen la posibilidad de ir a una cantidad de lugares a los que no puedo llegar. Tienen su vida. Un día, por ejemplo, alguien me hizo llegar un mensaje conmovedor, había encontrado un libro mío en la banca de un parque y lo había leído. Esa maravillosa capacidad de ser mensajes lanzados al mar, en botellas, que tienen los libros es fascinante.
 
¿Era la primera vez que escribía?
 
La escritura siempre me ha acompañado: creo que fue a los siete años cuando le mostré a Enrique, mi padre, uno de mis primeros escritos, lo leyó y me dijo: ¿Y a esto le llamás un cuento?, ¡No perdonaba ni media! Era un crítico muy severo, pero con ese comentario, de alguna manera, me estaba poniendo a su altura, estaba tratando como un colega a su hijo de 7 años y eso fue muy importante.

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Los libros, los cuentos
 
¿Cómo surge ese amor por los libros y contar cuentos?
 
Bueno, son dos pasiones muy distintas, pero en la familia Buenaventura, comenzando por el abuelo Cornelio –quien era toda una leyenda en Cali- , había un marcado interés por los cuentos, y aquí hay también que hablar de mis tías –aunque la gente solo conozca a Enrique o a Nicolás, mi tío, hay que nombrar a por ejemplo a Constanza, la nena, una cuentera extraordinaria. En fin, contar en esa familia, es una manera de existir, que además es muy representativa del Cali de esa época y ese tiempo.
 
Tomás González comenta que los primeros cuentos y las primeras historias suelen ser narrados por las mujeres porque es otra forma de nutrir al niño. ¿Qué tan de acuerdo está con esa opinión?
 
Muy linda esa explicación, además de un hombre al que admiro mucho. Agregaría que si fuera por nosotros, los hombres, la cultura sencillamente desaparecería. Cuando estuve en África con los Djeli, los "Griots" la única casta en la que hombres y mujeres pueden ocupar el mismo lugar, tras escuchar las historias de los hombres me iba con las mujeres, a la hora de comer –hombres y mujeres no comen juntos-, ellas contaban mientras comían, la relación entre contar y nutrirse era natural, con los hombres la palabra tenía algo ceremonial.
 
Si algo nos distingue verdaderamente, si algo nos hace distintos a las mujeres y a los hombres es que ellas tienen la capacidad de concebir y nosotros no. Esa es una enorme desventaja que nosotros, los hombres, hemos tratado de llenar, de manera infructuosa, a través de un ejercicio desmedido del poder; entre otros mecanismos, que nunca podrán suplir esa capacidad de traernos al mundo, de parir y amamantar.
 
Esa relación con la vida, tal vez tiene que ver con que la educación, la lectura, y muchos espacios más de transmisión de la cultura; el manejo de las bibliotecas, los jardines de infantes, cada vez más estén más en manos de las mujeres.
 
¿Recuerda cómo pudo comenzar esta aventura?
 
De niño me maravillaban las palabras, y aunque no puedo explicar de dónde viene ese interés tan marcado, recuerdo por ejemplo que, mientras todos hablaban de una mesa coja, en mi familia solían referirse a la misma mesa diciendo que estaba lunanca. Hoy casi que ha desaparecido, pero se trata de una palabra más precisa para una mesa ya coja hace referencia a algo con dos patas y no cuatro.
 
Las palabras siempre me han encantado. En mi casa lo que más había era libros. El apartamento donde vivía con Enrique estaba lleno de libros, por todas partes. Llegó un momento en el que, a fuerza de vivir con ellos, comencé a abrirlos, para descubrir el misterio que guardan. ¡Y vaya misterio!
 
¿Cómo eran esas primeras lecturas?, ¿escuchar esos primeros cuentos?
 
Mi abuelo armaba un cuento de cualquier cosa, y ¡Ay de que se le llegara a poner en duda! Él no era autor de esos cuentos, los había vivido, todos le habían ocurrido a él y por esa razón, eran verdades irrefutables.
 
A mi tío Cornelio, que era alcohólico, solía encontrármelo e regreso de la escuela, él estaba en un bar, me veía pasar, me llamaba, me sentaba en sus piernas y me contaba historias. Yo solía decir, con orgullo, que mi tío me llevaría al Amazonas a cazar leones.
 
En otra oportunidad, estábamos en Francia, y recuerdo que mis padres salieron de gira y me dejaron en casa de un señor, quien al volver les comentó que tenía que ir a Colombia, porque yo le había comentado tal cantidad tan impresionante de cosas que él tenía que verlas por sus propios ojos. De alguna manera yo me lo creía todo y lo sigo creyendo.
 
Para mí es muy importante el cuento que cada oyente arma en su cabeza, el que cree y los cuentos que cuento me los creo todos, es la primera condición para contarlos.
 
¿Existe un escenario ideal para contar sus cuentos?
 
El espacio tiene importancia, pero para mí vale mucho más la decisión de quien va a escucharme contar cuentos. Esa decisión, esa libertad de aquel que va a escuchar esos cuentos crea el espacio ideal. Aunque también tengo que reconocer que una persona que va pasando por una plaza, se detiene y me escucha crea un espacio muy importante.
 
En alguna ocasión tuvimos la oportunidad de presentar, junto a la cantante argentina Georgina Hassan, el espectáculo Dar a luz en Perú, que fundamentalmente es un espectáculo para un público adulto, pero cuando llegamos al teatro había tal cantidad de muchachas y muchachos que pensamos en que quizá sería muy complicado. Y sin embargo fue una experiencia maravillosa, esas muchachas, esos muchachos nos dieron una gran lección de humildad.
 
¿Alguna presentación desagradable?
 
También he debido lidiar con situaciones complicadas; al principio tuve que hacer cosas que hoy en día ya no aceptaría, como contar en una cena oficial para directores de grandes empresas, Eso fue en Francia. Llegó en momento en que no pude seguir contando en el escenario, para un público que ni siquiera nos miraba, así que, con la persona con la que compartía la contada, decidimos bajarnos e ir a contar de mesa en mesa. Al año siguiente nos volvieron a invitar pero preferimos no volver.
 
El cuento es un instrumento de pensamiento, y para pensar se necesita comodidad –es importante que el público esté sentado-, y que haya silencio. El silencio escasea en nuestro tiempo. Pensar es algo cada vez más depreciado y despreciado. Tal vez si algún sentido tiene el cuento es ése: provocar un silencio, el desafío de pensar. Aceptamos que otros piensen en nuestro lugar que unos pocos piensen por muchos. Constantemente estamos entregando nuestro pensamiento, ¿qué nos queda?

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Escenarios
 
¿Un escenario memorable?
 
Me viene a la memoria un recuerdo muy grato que ocurrió en Barranquilla, hace muchísimo tiempo, en el antiguo estudio de fútbol en el que yo debía presentarme junto a una orquesta de salsa y un conjunto vallenato. ¡Imagine a un cuentero con semejante competencia en la Costa!
 
¿Cómo fue eso?
 
Yo estaba solo en medio de una tarima enorme, con todos los instrumentos ahí atrás; y sin embargo la manera en que el público aceptó que yo me subiera allí a contar cuentos, es una experiencia que guardo en la memoria como un momento muy importante de lo que soy y lo que hago.
 
¿Tendrá algo que ver con esa tradición oral que está tan presente en la Costa Atlántica?
 
Mis maestros son los viejos cuenteros populares tradicionales; yo no tengo formación de cuentero sino más bien iniciación: escuché a Fermín Ríos, quien me crió con sus cuentos, y luego me fui al África para escuchar esos viejos cuenteros de las aldeas; de tal manera que mis maestros son ellos. Aunque, claro, está el hecho de esa vertiente maravillosa de la Costa Atlántica y sus cuenteros –hablar de García Márquez, por ejemplo-, así como de una tradición que es muy rica porque allí están presentes muchas cosas: la Sierra Nevada o La Guajira, sus tradiciones orales Wayúu, Kogui o Arahuaca, además de una tradición digamos más criolla.
 
Pero bueno, si vamos a irnos a las raíces, en este país hay tres tradiciones orales fundamentales: una que es la de los pueblos indígenas, y que es además la que menos conocemos por ser la más olvidada y trastocada al pasar por ese cedazo de los misioneros; la segunda es una tradición negra que viene de África y que se ha mantenido de manera muy fuerte en el Pacífico colombiano –Chocó-, y también algunos pueblos de la Costa Atlántica; y la tercera, que es esa tradición que nos  llega de España junto con una enorme influencia mora, de la que vienen cosas que sin embargo consideramos muy colombianas: El hojarasquín del monte, El duende, La madremonte o La patasola.
 
 ¿Hay algún tipo de prerrequisito para escuchar sus cuentos?
 
Basta con estar vivo. También está el hecho de poder escuchar una historia en el idioma en que está contada. Y a veces se la puede ver, ¡Es extraordinario! Porque también hay lenguas visibles. Aquí, en Bogotá, tuve la maravillosa oportunidad contar para niñas y niños sordos, dos maestras traducían mis palabras a señas y movimientos, fue una experiencia extraordinaria. 
 
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Desde luego que lo hacen, y no solo escuchan sino que además entienden muchísimas cosas, porque justamente están más allá de hacerlo en el sentido que nosotros le damos al significado de entender. Los niños perciben una cantidad enorme de cosas cuando están en el vientre, si bien es cierto que el oído no es el primero de los órganos en formarse, sentidos como el gusto se forman un poco antes.
 
En algún momento escribí un guión para una película sobre ese tema y tuve la oportunidad de adelantar una investigación al respecto. En muchas partes se están realizando experiencias para entender qué percibimos desde el vientre y cómo. Mi más reciente espectáculo Dar a luz, la aventura del pensamiento tiene que ver con esa pregunta. La respuesta que encontré es que es lo que percibimos, lo que nos permite decidir nacer, porque no solo nos traen a este mundo, también en algún momento y lugar, decidimos nacer.
 
¿Qué papel jugaron los cuentos en su infancia?
 
 He ido a ciertos lugares en Colombia y he estado en regiones en las que las niñas, los niños a los que les he contado, han crecido sin cuentos. Eso me ha hecho pensar que hay una diferencia muy grande entre crecer con cuentos y crecer sin cuentos. La ausencia de cuentos termina viéndose reflejada en las relaciones que las personas tienen con la vida. Cuando uno ha escuchado de niño una historia como la de Pulgarcito, sabe que aún el ser más frágil y pequeño, el más vulnerable tendrá una oportunidad en esta vida.
 
Eso es muy importante, porque hay gente que cree que no ve ninguna posibilidad de vida y existencia, y eso termina pesando.
 
En Colombia suelen decirle a uno tres cosas: no coma cuento, no de papaya; y si se la dan, cómase toda la que pueda... No sé cómo se puede construir así un país. 
 
Crecí comiendo cuento, dando papaya. Hay que dar papaya, si no da papaya no se expone, y si no se expone no tiene, ni come, cuento. Y hay que crear un espacio donde dar papaya no signifique que lo tumben a uno, eso se llama confianza y sin confianza no hay ni cuento, ni país, ni proyectos, ni vida, ni nada.
 
¿Algún cuento que haya llamado particularmente su atención?
 
Ha habido muchos momentos en los que me enfrento a un problema y de repente llega un cuento. Los cuentos me ensañan, me ayudan a vivir.
 
Hay algunos que son muy misteriosos, La mujer y el río, por ejemplo, que cuenta la historia de una mujer casada con un río, y que la verdad, todavía no entiendo... Es una imagen cargada de tanta sensualidad que siempre vuelve. Lo escribí a partir de una canción de los indígenas Dakota en el norte de Estados Unidos, que también tiene su versión entre la cultura Mic mac del centro sur de Canadá, cada vez que estoy lejos de mi compañera esa historia viene, me inunda.
 
Otro es ¿Por qué Dios creó al hombre?, que cuenta que Los filósofos estaban contentos. Habían logrado esgrimir pruebas suficientes y necesarias de la existencia de dios y tanto el pueblo como los gobernantes estaban satisfechos.
 
Sin embargo, una pregunta simple, solo en apariencia, como son las cosas cuando son verdaderamente complejas, germinó, se regó como mala yerba y comenzó a perturbar los espíritus ¿Por qué aquel dios todopoderoso invencible, perfecto, infinito, eterno, absoluto, creó a la mujer, al hombre ? Seres tan frágiles, tan vulnerables, tan inconclusos, tan desprovistos, tan imperfectos, tan poca cosa. ¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?

La respuesta tardó en llegar pero cuando lo hizo espantó todas las dudas:

Dios creó al hombre y a la mujer porque sencillamente, a dios le gusta que le cuenten historias. Con él aprendo cada vez que lo cuento. Aprendo de esa fragilidad. Y ese es el lugar desde el que prefiero contar: la fragilidad. No busco imponer mi palabra, ni poner a todo el mundo de acuerdo. Para eso están el fútbol y las iglesias. Es importante que cada uno pueda componer y contar su cuento.

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