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2014-11-25
Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez

Guillermo Martínez: la ciencia de escribir

 
Foto: Sebastián Arias, Grupo de Prensa Biblioteca Nacional de Colombia
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El autor de Una felicidad  repulsiva, libro de cuentos ganador del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, del Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional, habla sobre algunos aspectos de su obra y el legado del Nobel.

 
Por
Juan Carlos Millán Guzmán
Grupo de Divulgación y Prensa
Ministerio de Cultura


Licenciado en Matemática por la Universidad Nacional del Sur en 1984, Doctor en Lógica en 1992 y posteriormente,  el ganador del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, Guillermo Martínez, adelantó estudios posdoctorales en Oxford. Premio Planeta Argentina con la novela Crímenes imperceptibles -traducida a 35 idiomas, y llevada al cine por Álex de la Iglesia-, colabora habitualmente con artículos y reseñas en distintos medios.

 

“se ha decidido, por mayoría, que el ganador de esta primera edición del Premio sea el libro de cuentos Una Felicidad repulsiva, de Guillermo Martínez. Se destacan la unidad y solidez, la sutiliza y el equilibrio, como características de su prosa, así como el dominio vigoroso del género. Este libro refleja, además, una mirada peculiar en la que el absurdo, el horror, lo fantástico y lo extraño que arranca de lo cotidiano, son tratados con absoluta maestría”, consideró el Jurado del Premio.

 

Creado por el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia, con el apoyo del Instituto Cervantes, como un importante estímulo un género literario en el que Gabriel García Márquez fue maestro de maestros.

 

“Había un escritor argentino que enviaba todos sus libros a concursos literarios y pegaba la página 100 a la 101 para que cada vez que recibía rechazada la novela, constataba si el jurado había leído la obra. Después, tras convertirse en escritor y hacer parte de un Jurado, se da cuenta de que cada escritor se mueve en una cárcel sintáctica, de tal manera que una persona acostumbrada a leer se da cuenta de la clase de libro que tiene entre las manos y no necesita llegar hasta la página 100. De tal manera que al final de su vida, este autor reconoció que después de saber qué clase de escritor se está leyendo solo resta ir hasta la página 100 y despegarla”, recordó el galardonado escritor durante una emotiva charla celebrada en la Biblioteca Nacional como parte de la semana dedicada al Premio y a García Márquez, que reunió a los cinco finalistas la víspera de que se entregara el Premio.

 

¿Qué importancia tienen reconocimientos como el Premio Hispanoamericano de Cuento con el que usted acaba de ser galardonado?

 

Yo inicié mi carrera como escritor gracias a un premio literario con el que se reconoció mi primer libro de cuentos. En los años noventa era muy difícil publicar en Argentina, y mucho más si se trataba de un libro de cuentos; de tal manera que gracias a un Premio del Fondo Nacional de la Artes pude ver publicado Infierno grande.

De tal manera que para mí los premios cumplen con la importante función de descubrir, traer a la luz y ayudar a los autores que recién comienzan sus carreras. Cuando comencé a publicar solo había cinco editoriales que publicaban autores argentinos, pero ninguna de ellas arriesgaba por nombres desconocidos.

¿Quiénes publicaban? Aquellos que hacían parte del sistema, amigos de editores, los propios editores y periodistas culturales, porque existía la estrategia de hacerse a un nombre y un público en los diarios, para luego escribir una novela que tuviera garantizada a sus lectores; de tal manera que primero se debía ejercer el periodismo para luego convertirse en escritor, que son cosas muy distintas, aunque algunas veces coincidan.

 

¿Cuál es la importancia de reconocer un género como el del cuento?

 

El cuento tiene una riqueza formal suficiente como para poder contener todos los temas literarios o filosóficos. Y de algún modo ese fue uno de los aportes más importantes de Borges al género: hacer de cada cuento algo así como un pequeño Aleph de la literatura, una reproducción en miniatura de todas las formas literarias.

La novela es un desarrollo posterior, pero el género del cuento –como decía el propio García Márquez- estuvo desde el principio; y creo que va a seguir estando, porque es el arquetipo de cualquier narración.

 

¿Cuál es la temática de las obras que integran Una felicidad  repulsiva?

 

Este libro está integrado por una serie de relatos fantásticos, aunque hay una serie de registros en los que se percibe un tono familiar, un tono erótico; hay una nuovelle que es un cuento de horror. En fin, hay varios registros. Yo trato de hacer mis cuentos a veces en consonancia y otras en contravía de tradiciones muy establecidas dentro del género.

El primer cuento de este libro -El I Ching y el hombre de los papeles- lo escribí hace 12 años, y fue mi regreso al género después de muchos años, porque a pesar de escribir novelas tenía en lista de espera una cantidad de temas a los que nunca les llegaba el momento. Y cuando lo escribí, tuve la sensación de que este cuento inauguraría toda una serie.

 

¿Le costó trabajo volver a escribir cuentos después de tanto tiempo?

 

La verdad tuve que buscar la aceptación del género, y se trató de un regreso con dificultades en la medida que había perdido parte de la naturalidad con la que solía escribir cuentos, durante la adolescencia y los primeros años dedicado al oficio. De manera que el conjunto del libro se fue armando de una manera un poco imprevista a la que faltaba la nuovelle con la que quería cerrarlo: Una madre protectora.

 

¿Por qué hacer un libro de cuentos?

 

Yo también he escrito novelas –cinco-, pero en general a mí se me ocurren una serie de ideas que luego se convierten en cuentos. De hecho cuatro de estas cinco novelas originalmente estaban concebidas como cuentos, y este libro no se publicó antes porque la nuovelle que tenía pensada para cerrar el libro –La muerte lenta de Luciana B-, se convirtió en una novela. Luego hice un segundo intento con Yo también tuve una novia bisexual, que también terminó convertida en una novela.

Comienzo con la idea de escribir un relato largo quizá, no más allá de eso, pero algunas historias cobran esa especie de segunda dimensión, que yo asocio con un elemento teórico, que me obliga a contemplar la posibilidad de ampliar el relato para llevarlo al género novelístico. En general, cuando comienzo a escribir no sé si el resultado va a ser un cuento o una novela, pero trato de que cada historia tenga la longitud que precisa.

 

¿Cómo escribe sus cuentos y sus novelas?

 

Yo soy muy lento para escribir, y no puedo darme el lujo de decidir si voy a escribir un cuento o una novela, porque escribir un cuento también requiere tiempo y no es cosa de un rato. De tal manera que si trabajo en una novela trato de terminarla, porque la contrapartida de ese proceso tan lento es que nunca dejo proyectos a la mitad. Por ejemplo, tardé seis meses en escribir Una madre protectora.

 

¿Le preocupa el público y el cambio que se pueda estar gestando con las nuevas tecnologías?

 

La realidad es mucho más astuta, contradictoria y diversa de lo que parecerían sugerir las tendencias principales. El libro típico que espera un editor norteamericano es un libro grande, y nosotros solemos definir a las novelas argentinas como finitas y raras, porque la concepción que tenemos allá no es la del mamotreto. Y no por eso se venden más, desde luego, porque no existe una correlación entre la cantidad de páginas que pueda tener una obra y el interés del público.

Resulta interesante como se verá afectada la manera de leer y la literatura del futuro, pero yo como escritor nunca me planteo esas cuestiones. Pienso en el texto que tengo entre manos como un problema en sí mismo, al igual que los matemáticos no se preguntan si de aquello que intentan resolver saldrá una industria o qué otra cosa.

A veces se sufre con las consecuencias, pero eso también resulta imprevisible. Cuando terminé de escribir Crímenes imperceptibles, que es mi novela más traducida y la de mayor éxito en ventas, recuerdo haberle dicho a mi mujer de ese entonces que esa obra solo la iban a poder leer matemáticos, y mis expectativas no iban más allá de que el libro tuviera cierta acogida en la Facultad de Ciencias Exactas. Por otra parte, los depósitos de las editoriales están llenos de libros que se suponían predestinados a ser grandes bestsellers.


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 ​Foto: Edward Lora M - @edwardloram
 


Leer para escribir

 

¿Qué papel juega el legado de Gabriel García Márquez en su obra?

 

García Márquez me parece que dejó una lección de vida admirable respecto a lo que implica ser un escritor y un intelectual de nuestro tiempo. Como escritor, a mí me han llamado particularmente la atención sus nouvelles –que es un género que me interesa-, porque además fueron las primeras que tuve la oportunidad de leer: La hojarasca, La mala hora, El coronel no tiene quien le escriba, y sobre todo La mala hora. Esa es la zona de García Márquez que más me interesa como escritor.

Eso no significa que como lector no disfrute la lectura de autores que escriben muy diferente a lo que yo hago, porque no tengo una visión literaria tan sesgada como para no poder apreciar otros modos muy distintos de expresarse, de tal manera que también admiro profundamente esas grandes novelas que nos dejó García Márquez.

Aunque el propio García Márquez rescataba la oralidad y esas historias que contaba su abuela, también está presente en su obra el legado de Alejo Carpentier, de tal manera que logra decantar todo ese preciosismo que venía del Barroco Latinoamericano para darle una renovada fuerza que resulta avasallante, y que está tan presente en esas grandes nouvelles.

 

Usted viene de una familia políticamente comprometida. ¿Qué tanto pesa el compromiso político en su propia obra?

 

Por eso decía que para mí García Márquez era un ejemplo de vida, en la medida que siempre defendió causas que podían resultar muy incómodas y que le podían restar miles y miles de lectores.

En mi obra ese tipo de compromiso político no está tan presente porque siempre descreí del compromiso político en la esfera literaria. Yo fui militante político y me parecía que poco o nada podía hacerse desde los libros, en la medida que una obra literaria llega a su público en tiempos distintos que puede abarcar generaciones.

 

Además de escritor, usted es Doctor en Ciencias Matemáticas. ¿Qué tanto hay de evasión en la determinación de escribir?

 

Escribí desde muy chico y la literatura siempre ha estado en mi vida; de tal manera que nunca sentí el estudio de las ciencias exactas como un corsé, al revés. Por ejemplo, el estudio de las lógicas polivalentes –que son un intento de dejar atrás la lógica binaria-, ya que encuentro que dentro de la lógica matemática también hay un espacio para la paradoja, la creación y la innovación. Pienso por ejemplo en los fractales, que son estructuras con ciertas patologías y monstruosidades que remiten de inmediato a la Literatura Fantástica.

 

¿Qué tanto lo inspiró Ernesto Sábato en esa intención de seguir la vocación de escritor?

 

Ernesto Sábato no me parece un buen ejemplo, porque se trata de alguien que siempre renegó de la Ciencia, e incluso entró en una especie de misticismo anti cientificista, que sin embargo no le impidió ir  a buscar su premio a Rumania en un avión.

Abominar de la ciencia en general resulta reduccionista, porque allí también se encuentran sutilezas admirables en la manera de pensar, e incluso hay una riqueza comparable o superior a otros campos del conocimiento respecto a la audacia del pensamiento.

 

De Sábato me interesan algunos ensayos de su primera época, o su novela El Túnel; y como pasa con casi todos los escritores, hay una parte de su obra que merece ser rescatada, porque a veces se suele caer en la tentación de abominar de la obra de alguien en su conjunto. Yo por ejemplo al principio era el Escritor de Bahía Blanca, luego fui el Escritor matemático y después el Escritor de policiales. No es así, porque yo aspiro a ser escritor a secas.

 

Muchos noveles escritores se ven enfrentados a la paradoja de estudiar un “carrera seria” y dedicarse a la literatura. ¿Le ocurrió algo parecido?

 

Mi papá se daba cuenta de que era muy difícil ganarse la vida a través de la literatura, y quería que yo terminara una “carrera seria”, para luego hacer lo que había hecho él mismo: era ingeniero agrónomo pero después se dedicó a escribir y a leer, de manera que terminó haciendo lo que quiso.

A su muerte –él era un muy buen cuentista y muy prolífico además-, hicimos una selección junto con mis hermanos de aquellos cuentos que circulaban dentro de la familia, que él había corregido en su momento y alguno de los cuales incluso ganó un premio literario. El libro se llamó Un mito familiar, y alcanzó a tener un recorrido literario.

Después, yo mismo descubrí que dentro del ambiente literario argentino, aunque casi ningún escritor vive de sus libros, hay toda una cantidad de espacios para vivir de la literatura en un sentido general: talleres, cursos, conferencias; muchos escritores viven de ese entorno literario.

 

Usted se ha referido en varias oportunidades a la importancia que tuvo la biblioteca pública en su formación como escritor…

 

La Biblioteca Pública Rivadavia en Bahía Blanca es una biblioteca muy hermosa y muy completa -durante mucho tiempo fue la biblioteca pública más completa de América Latina- , en la que por ejemplo tuve la oportunidad de leer gran cantidad de novelas policiacas, libros de Julio Verne, y colecciones estupendas como la de Robin Hood, o Iridium.

Recuerdo que allí también leí mi primer libro largo, de lo cual estaba muy orgulloso, que fue el Conde de Montecristo. Estaba todo, y mi papá tenía la función de conseguir los libros que solicitaban algunos de los usuarios y que le interesaban a él mismo: hacía listas de libros que luego se incorporaban al patrimonio general de la biblioteca.

 

¿Y en casa?

 

Alguna vez también mi papá se gano un premio literario con una bolsa de 1.000 dólares que destinó en su totalidad a comprar libros, de tal manera que en casa también teníamos una gran biblioteca integrada por textos de Sartre, Camus; algunos libros que tenían que ver con marxismo leninismo. Y además teníamos una colección extraordinaria que se publicó en Argentina, llamada Capítulo, integrada por libros de autores argentinos: Sarmiento y otros relativamente contemporáneos.

Y luego estaban las antologías de relatos fantásticos, Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo, y la vertiente de un relato más bien social; de manera que en mi biblioteca tengo una mezcla de colores que corresponde a esas y otras vertientes.


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