Por
Juan Carlos Millán Guzmán
Grupo de Divulgación y Prensa
Ministerio de Cultura
Licenciado en Matemática por la
Universidad Nacional del Sur en 1984, Doctor en Lógica en 1992 y posteriormente,
el ganador del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, Guillermo Martínez, adelantó estudios
posdoctorales en Oxford. Premio Planeta Argentina con la novela Crímenes
imperceptibles -traducida a 35 idiomas, y llevada al cine por Álex de la Iglesia-, colabora
habitualmente con artículos y reseñas en distintos medios.
“se ha decidido, por mayoría, que
el ganador de esta primera edición del Premio sea el libro de cuentos Una
Felicidad repulsiva, de Guillermo
Martínez. Se destacan la unidad y solidez, la sutiliza y el equilibrio,
como características de su prosa, así como el dominio vigoroso del género. Este
libro refleja, además, una mirada peculiar en la que el absurdo, el horror, lo
fantástico y lo extraño que arranca de lo cotidiano, son tratados con absoluta
maestría”, consideró el Jurado del Premio.
Creado por el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia, con el
apoyo del Instituto Cervantes, como
un importante estímulo un género literario en el que Gabriel García Márquez fue maestro de maestros.
“Había un escritor argentino que
enviaba todos sus libros a concursos literarios y pegaba la página 100 a la 101
para que cada vez que recibía rechazada la novela, constataba si el jurado
había leído la obra. Después, tras convertirse en escritor y hacer parte de un
Jurado, se da cuenta de que cada escritor se mueve en una cárcel sintáctica, de
tal manera que una persona acostumbrada a leer se da cuenta de la clase de
libro que tiene entre las manos y no necesita llegar hasta la página 100. De
tal manera que al final de su vida, este autor reconoció que después de saber
qué clase de escritor se está leyendo solo resta ir hasta la página 100 y
despegarla”, recordó el galardonado escritor durante una emotiva charla celebrada
en la Biblioteca Nacional como parte
de la semana dedicada al Premio y a García Márquez, que reunió a los cinco
finalistas la víspera de que se entregara el Premio.
¿Qué importancia tienen reconocimientos como el Premio Hispanoamericano
de Cuento con el que usted acaba de ser galardonado?
Yo inicié mi carrera como
escritor gracias a un premio literario con el que se reconoció mi primer libro
de cuentos. En los años noventa era muy difícil publicar en Argentina, y mucho más si se trataba de
un libro de cuentos; de tal manera que gracias a un Premio del Fondo Nacional de la Artes pude ver publicado Infierno
grande.
De tal manera que para mí los
premios cumplen con la importante función de descubrir, traer a la luz y ayudar
a los autores que recién comienzan sus carreras. Cuando comencé a publicar solo
había cinco editoriales que publicaban autores argentinos, pero ninguna de
ellas arriesgaba por nombres desconocidos.
¿Quiénes publicaban? Aquellos que
hacían parte del sistema, amigos de editores, los propios editores y
periodistas culturales, porque existía la estrategia de hacerse a un nombre y
un público en los diarios, para luego escribir una novela que tuviera garantizada
a sus lectores; de tal manera que primero se debía ejercer el periodismo para
luego convertirse en escritor, que son cosas muy distintas, aunque algunas
veces coincidan.
¿Cuál es la importancia de reconocer un género como el del cuento?
El cuento tiene una riqueza
formal suficiente como para poder contener todos los temas literarios o
filosóficos. Y de algún modo ese fue uno de los aportes más importantes de Borges al género: hacer de cada cuento
algo así como un pequeño Aleph de la
literatura, una reproducción en miniatura de todas las formas literarias.
La novela es un desarrollo
posterior, pero el género del cuento –como decía el propio García Márquez- estuvo desde el principio; y creo que va a seguir
estando, porque es el arquetipo de cualquier narración.
¿Cuál es la temática de las obras que integran Una felicidad repulsiva?
Este libro está integrado por una
serie de relatos fantásticos, aunque hay una serie de registros en los que se
percibe un tono familiar, un tono erótico; hay una nuovelle que es un cuento de
horror. En fin, hay varios registros. Yo trato de hacer mis cuentos a veces en
consonancia y otras en contravía de tradiciones muy establecidas dentro del
género.
El primer cuento de este libro -El I
Ching y el hombre de los papeles- lo escribí hace 12 años, y fue mi
regreso al género después de muchos años, porque a pesar de escribir novelas
tenía en lista de espera una cantidad de temas a los que nunca les llegaba el
momento. Y cuando lo escribí, tuve la sensación de que este cuento inauguraría
toda una serie.
¿Le costó trabajo volver a escribir cuentos después de tanto tiempo?
La verdad tuve que buscar la
aceptación del género, y se trató de un regreso con dificultades en la medida
que había perdido parte de la naturalidad con la que solía escribir cuentos,
durante la adolescencia y los primeros años dedicado al oficio. De manera que
el conjunto del libro se fue armando de una manera un poco imprevista a la que
faltaba la nuovelle con la que quería cerrarlo: Una madre protectora.
¿Por qué hacer un libro de cuentos?
Yo también he escrito novelas –cinco-,
pero en general a mí se me ocurren una serie de ideas que luego se convierten
en cuentos. De hecho cuatro de estas cinco novelas originalmente estaban
concebidas como cuentos, y este libro no se publicó antes porque la nuovelle
que tenía pensada para cerrar el libro –La muerte lenta de Luciana B-, se
convirtió en una novela. Luego hice un segundo intento con Yo también tuve una novia bisexual, que también terminó convertida
en una novela.
Comienzo con la idea de escribir
un relato largo quizá, no más allá de eso, pero algunas historias cobran esa
especie de segunda dimensión, que yo asocio con un elemento teórico, que me
obliga a contemplar la posibilidad de ampliar el relato para llevarlo al género
novelístico. En general, cuando comienzo a escribir no sé si el resultado va a
ser un cuento o una novela, pero trato de que cada historia tenga la longitud
que precisa.
¿Cómo escribe sus cuentos y sus novelas?
Yo soy muy lento para escribir, y
no puedo darme el lujo de decidir si voy a escribir un cuento o una novela,
porque escribir un cuento también requiere tiempo y no es cosa de un rato. De
tal manera que si trabajo en una novela trato de terminarla, porque la
contrapartida de ese proceso tan lento es que nunca dejo proyectos a la mitad.
Por ejemplo, tardé seis meses en escribir Una madre protectora.
¿Le preocupa el público y el cambio que se pueda estar gestando con las
nuevas tecnologías?
La realidad es mucho más astuta,
contradictoria y diversa de lo que parecerían sugerir las tendencias
principales. El libro típico que espera un editor norteamericano es un libro grande,
y nosotros solemos definir a las novelas argentinas como finitas y raras, porque la concepción que tenemos allá no es la del
mamotreto. Y no por eso se venden más, desde luego, porque no existe una
correlación entre la cantidad de páginas que pueda tener una obra y el interés
del público.
Resulta interesante como se verá
afectada la manera de leer y la literatura del futuro, pero yo como escritor
nunca me planteo esas cuestiones. Pienso en el texto que tengo entre manos como
un problema en sí mismo, al igual que los matemáticos no se preguntan si de
aquello que intentan resolver saldrá una industria o qué otra cosa.
A veces se sufre con las
consecuencias, pero eso también resulta imprevisible. Cuando terminé de
escribir Crímenes imperceptibles, que es mi novela más traducida y la de
mayor éxito en ventas, recuerdo haberle dicho a mi mujer de ese entonces que
esa obra solo la iban a poder leer matemáticos, y mis expectativas no iban más
allá de que el libro tuviera cierta acogida en la Facultad de Ciencias Exactas.
Por otra parte, los depósitos de las editoriales están llenos de libros que se
suponían predestinados a ser grandes bestsellers.
Foto: Edward Lora M - @edwardloram
Leer para escribir
¿Qué papel juega el legado de Gabriel García Márquez en su obra?
García Márquez me parece que dejó una lección de vida admirable
respecto a lo que implica ser un escritor y un intelectual de nuestro tiempo.
Como escritor, a mí me han llamado particularmente la atención sus nouvelles
–que es un género que me interesa-, porque además fueron las primeras que tuve
la oportunidad de leer: La hojarasca, La mala hora, El
coronel no tiene quien le escriba, y sobre todo La mala hora. Esa es la
zona de García Márquez que más me interesa como escritor.
Eso no significa que como lector
no disfrute la lectura de autores que escriben muy diferente a lo que yo hago,
porque no tengo una visión literaria tan sesgada como para no poder apreciar
otros modos muy distintos de expresarse, de tal manera que también admiro
profundamente esas grandes novelas que nos dejó García Márquez.
Aunque el propio García Márquez rescataba la oralidad y
esas historias que contaba su abuela, también está presente en su obra el
legado de Alejo Carpentier, de tal
manera que logra decantar todo ese preciosismo que venía del Barroco Latinoamericano para darle una
renovada fuerza que resulta avasallante, y que está tan presente en esas grandes
nouvelles.
Usted viene de una familia políticamente comprometida. ¿Qué tanto pesa
el compromiso político en su propia obra?
Por eso decía que para mí García Márquez era un ejemplo de vida,
en la medida que siempre defendió causas que podían resultar muy incómodas y
que le podían restar miles y miles de lectores.
En mi obra ese tipo de compromiso
político no está tan presente porque siempre descreí del compromiso político en
la esfera literaria. Yo fui militante político y me parecía que poco o nada podía
hacerse desde los libros, en la medida que una obra literaria llega a su
público en tiempos distintos que puede abarcar generaciones.
Además de escritor, usted es Doctor en Ciencias Matemáticas. ¿Qué tanto
hay de evasión en la determinación de escribir?
Escribí desde muy chico y la
literatura siempre ha estado en mi vida; de tal manera que nunca sentí el
estudio de las ciencias exactas como un corsé, al revés. Por ejemplo, el
estudio de las lógicas polivalentes –que son un intento de dejar atrás la lógica
binaria-, ya que encuentro que dentro de la lógica matemática también hay un
espacio para la paradoja, la creación y la innovación. Pienso por ejemplo en
los fractales, que son estructuras con ciertas patologías y monstruosidades que
remiten de inmediato a la Literatura
Fantástica.
¿Qué tanto lo inspiró Ernesto Sábato en esa intención de seguir la
vocación de escritor?
Ernesto Sábato no me parece un buen ejemplo, porque se trata de
alguien que siempre renegó de la Ciencia, e incluso entró en una especie de
misticismo anti cientificista, que sin embargo no le impidió ir a buscar su premio a Rumania en un avión.
Abominar de la ciencia en general
resulta reduccionista, porque allí también se encuentran sutilezas admirables
en la manera de pensar, e incluso hay una riqueza comparable o superior a otros
campos del conocimiento respecto a la audacia del pensamiento.
De Sábato me interesan algunos
ensayos de su primera época, o su novela El Túnel; y como pasa con casi todos
los escritores, hay una parte de su obra que merece ser rescatada, porque a
veces se suele caer en la tentación de abominar de la obra de alguien en su
conjunto. Yo por ejemplo al principio era el Escritor de Bahía Blanca, luego fui el Escritor matemático y después el Escritor de policiales. No es así, porque yo aspiro a ser escritor
a secas.
Muchos noveles escritores se ven enfrentados a la paradoja de estudiar
un “carrera seria” y dedicarse a la literatura. ¿Le ocurrió algo parecido?
Mi papá se daba cuenta de que era
muy difícil ganarse la vida a través de la literatura, y quería que yo
terminara una “carrera seria”, para luego hacer lo que había hecho él mismo:
era ingeniero agrónomo pero después se dedicó a escribir y a leer, de manera
que terminó haciendo lo que quiso.
A su muerte –él era un muy buen
cuentista y muy prolífico además-, hicimos una selección junto con mis hermanos
de aquellos cuentos que circulaban dentro de la familia, que él había corregido
en su momento y alguno de los cuales incluso ganó un premio literario. El libro
se llamó Un mito familiar, y alcanzó a tener un recorrido literario.
Después, yo mismo descubrí que
dentro del ambiente literario argentino, aunque casi ningún escritor vive de
sus libros, hay toda una cantidad de espacios para vivir de la literatura en un
sentido general: talleres, cursos, conferencias; muchos escritores viven de ese
entorno literario.
Usted se ha referido en varias oportunidades a la importancia que tuvo
la biblioteca pública en su formación como escritor…
La Biblioteca Pública Rivadavia en Bahía Blanca es una biblioteca muy hermosa y muy completa -durante
mucho tiempo fue la biblioteca pública más completa de América Latina- , en la
que por ejemplo tuve la oportunidad de leer gran cantidad de novelas
policiacas, libros de Julio Verne, y
colecciones estupendas como la de Robin
Hood, o Iridium.
Recuerdo que allí también leí mi
primer libro largo, de lo cual estaba muy orgulloso, que fue el Conde
de Montecristo. Estaba todo, y mi papá tenía la función de conseguir
los libros que solicitaban algunos de los usuarios y que le interesaban a él mismo:
hacía listas de libros que luego se incorporaban al patrimonio general de la
biblioteca.
¿Y en casa?
Alguna vez también mi papá se
gano un premio literario con una bolsa de 1.000 dólares que destinó en su
totalidad a comprar libros, de tal manera que en casa también teníamos una gran
biblioteca integrada por textos de Sartre,
Camus; algunos libros que tenían que
ver con marxismo leninismo. Y además
teníamos una colección extraordinaria que se publicó en Argentina, llamada Capítulo, integrada por libros de
autores argentinos: Sarmiento y
otros relativamente contemporáneos.
Y luego estaban las antologías de
relatos fantásticos, Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo, y la vertiente de un relato más bien social; de
manera que en mi biblioteca tengo una mezcla de colores que corresponde a esas
y otras vertientes.