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2017-08-28

Caquetá reconstruye su pasado gracias al Taller de la Memoria de MinCultura

 
Fotos: David Covo Camacho
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 <div class="ExternalClass441E5DA311944D9A9C9E1353C77EEE79">Culminó en Florencia y San Vicente del Caguán la primera etapa del Taller de la Memoria, que hace parte del proyecto ‘Participaz&#58; tejiendo redes de paz’, estrategia que busca crear espacios de reconciliación en zonas golpeadas por el conflicto</div>

Doña Myriam era ya una suerte de leyenda en San Vicente del Caguán. Algunos contaban que había llegado muy joven desde Bogotá a esas tierras, de la mano de un marido trabajador; que amaba la danza y que en ese paisaje ajeno de selva y de ríos había dejado un sueño cumplido: gestar hace más de cinco décadas un baile único que se convirtió en un sello cultural caqueteño, el yariseño. Un baile que puso a conversar el pasillo con el bambuco y el sanjuanero.  


Sentados en el salón parroquial del pueblo, el pasado 23 de agosto, un centenar de personas seguían atentos la pantalla gigante en la que poco a poco los recuerdos de doña Myriam se iban haciendo nítidos. La vida en la capital, su arribo al Caquetá y la historia de cómo un día decidió montar la coreografía de ‘El yariseño’, la canción que en los años 60 el maestro Jorge Villamil le regaló para siempre a San Vicente del Caguán.


Algo de esa historia habían escuchado Mauricio Arenas y Ángela Fierro, jóvenes del municipio. Juntos querían hacer un corto documental y buscaban un personaje con el que pudieran narrar, de alguna forma, el pasado de esta región del país. Hacer memoria. Y doña Myriam fue una cómplice amorosa. Los muchachos la escucharon durante horas, con ese encanto que produce sentarse alrededor del viejo sabio de la tribu. Les habló de los hijos que tuvo, de su labor como maestra y de sus largos años como directora de la casa de la cultura del pueblo que alguna vez terminó en ruinas tras un ataque feroz de la guerrilla.


Y la vieron bailar, claro. Con pasitos leves, pero seguros. Porque no se puede entender la vida de doña Myriam sin música, sin danza. Su historia la llamaron ‘La dama del yariseño’. Y todos aplaudieron de emoción cuando la vieron allí, en pantalla gigante, en aquel salón parroquial. Es que ya no era solo la historia de doña Myriam. Esa historia, desde aquella noche, les pertenecía a todos.

La escena se vivió durante la premier que el Taller de la Memoria

–iniciativa que el Ministerio de Cultura desarrolló este año en Caquetá con apoyo de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, Usaid, operada en Colombia por Acdi-Voca– realizó en San Vicente del Caguán el pasado 23 de agosto. Dos días martes, el 25, se repetiría en la ciudad de Florencia.


Al estilo de cualquier estreno cinematográfico, los diez jóvenes que participaron del Taller de la Memoria en San Vicente del Caguán fueron llegando, dichosos, de la mano de los protagonistas de sus cortos documentales.


Allí estaban Willington Hoyos y Sthepany Briñez, autores de ‘Caldo parado’, el retrato de una mujer que toda la vida ‘alimentó’ las noches caqueteñas con sus puestos de comida callejera. Gabriel Osiris, Fabio Sepúlveda y Jeferson Martínez, los chicos detrás de ‘Caucheros’, que trajeron al presente la vida de don Esteban, un abuelo que dedicó buena parte de su vida a la siembra de un bosque de caucho para asegurar el futuro de sus hijos.


Junto a ellos, Soley León y Eduard Bedoya, que se las ingeniaron para convencer a don Fabio de que valía la pena llevar a la pantalla una vida entregada a la construcción, a ser protagonista de las grandes obras del municipio como el aeropuerto, el puente colgante, la iglesia. También Yohan Briñez y Sharick Pérez, autores de ‘Deborah, el río de la memoria’, que nos deja delante de la historia de una abuela nonagenaria que recuerda el ‘cause’ de una vida marcada por la violencia, frente a las aguas del río Caguán.

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Durante el rodaje de uno de los cortos en San Vicente del Caguán.

Foto: David Covo.


Más allá de aprendizajes técnicos, de que los chicos entendiera qué era eso de construir guiones y escenas, del uso de las cámaras, de elaborar planos, ediciones o montajes, el objetivo del taller era, en palabras de David Covo, uno de los docentes del proyecto, acercarlos al concepto de memoria, “a las historias del otro, al reconocimiento de la diferencia, al respeto por los mayores de su comunidad, que al final terminan siendo elementos para una cultura de la reconciliación en regiones tan golpeadas por el conflicto como el Caquetá”.


Lo cree también José Santa, estudiante de segundo semestre de ciencias sociales, que participó del Taller de la Memoria en Florencia y llevó a la pantalla la vida de Mariela Culma, su abuela materna, una mujer que a pesar de tener razones para la tristeza por culpa de la violencia del esposo y el desplazamiento forzado, supo siempre encontrar razones para sonreír y sacar adelante a sus hijos y nietos.


Pocos minutos antes de la premier en ese municipio, que reunió a un centenar de personas en la concha acústica de la Universidad de la Amazonía, José dejaba escapar palabras orgullosas: “Escuchar a mi abuela evocar sus recuerdos, a sus 70 años, me ayudó a entender de dónde vengo y mi lugar en el mundo. A entender que el Caquetá ha sido sobre todo una tierra de migrantes, de gentes que han llegado, por muchas razones, desde muchos rincones del país”.


José fue uno de los 17 ‘cinéticos’ (como se les llama a los participantes del taller y que es un bello encuentro vocal entre cine y ética) que se reunieron durante tres semanas en el Taller de la Memoria en Florencia. Fue en realidad una excusa para que los chicos rescataron del olvido a personajes memorables como Orlando Perdomo, que con su guitarra, bambucos y pasillos se hizo merecedor al Premio Nacional de Música y hoy vive sus días –como un ilustre desconocido– en medio de la Academia; al guardia del Edificio Turbay, que atesora buena parte de la historia política del Departamento, o la pareja amorosa de esposos que han dedicado su vida a preservar las semillas de los productos más representativos de su región para intercambiarlas con otros campesinos.


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Instante del cierre de Taller de la Memoria en San Vicente del Caguán.

Foto: David Cobo


Es que el Taller de la Memoria es un proyecto que hace parte de ‘Participaz’, estrategia que persigue generar procesos de reconciliación y construcción de paz con niños, adolescentes y jóvenes que viven en zonas afectadas por la violencia, con las armas más poderosas de todas: el arte, la comunicación, la palabra.


Amanda Sarmiento, coordinadora de Taller, está segura de que en espacios como este los chicos no aprenden solo a realizar piezas audiovisuales. Es, más que eso: “un ejercicio de participación social, de construcción de ciudadanía”.


A centenares de kilómetros de Caquetá, en el sur de Bogotá, dos colectivos de cine hacían lo propio. Hurgaban en el pasado de sus comunidades, buscaban voces que les ayudaran a rescatar la memoria. Así, 25 cinéticos de la capital del país se comunicaban con los jóvenes caqueteños a través de blogs en los que, de lado y lado, todos iban narrando sus búsquedas y experiencias en el taller.


Andrés Tibocha, realizador bogotano e integrante de la productora La Turba Visual, y quien acompañó los estrenos de los cortometrajes en Florencia y San Vicente del Caguán, cree que ese encuentro dejó lecciones poderosas: “Era como decirles que a pesar de la distancia geográfica que aparentemente nos separa, tenemos muchas cosas en común. En Bogotá también hemos sentido la violencia, también hemos visto morir a nuestros líderes; hemos tenido que acoger a miles de desplazados, muchos de ellos llegados desde el Caquetá. La lucha de nuestros territorios se ha escrito con unas motivaciones muy parecidas a las de su región”.


Y la idea es que esta reconstrucción colectiva de la memoria continúe. La buena noticia es que el Ministerio de Cultura seguirá en Caquetá desarrollando la segunda fase del proyecto y sus módulos pedagógicos quedarán al alcance de todos, en la página web del Ministerio, para que más regiones asuman el reto de construir procesos de reconciliación a través de la memoria.


Es que hacer memoria, como bien dijo David Cobo, maestro del taller, consiste en contar de qué estamos hechos. “Durante años el Caquetá ha cargado el estigma de ser una región ligada al conflicto, lo que ha creado unos imaginarios negativos en el resto del país. Pero esta es una tierra de gente buena. De personas que han sabido resistir la guerra sin perder lo mejor de sí mismos. Y qué bueno que sean esas personas las que protagonizan estas historias. Es la gente del Caquetá haciendo cine desde el Caquetá para mostrarle al resto del país su verdadero rostro. Y eso, de alguna forma, es también hacer paz”.



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