Omitir los comandos de cinta
Saltar al contenido principal
Skip Navigation LinksAquí-nace-el-sol
2014-09-25
 

Aquí nace el sol

 
 
Compartir en:

 
En Puerto Carreño, Vichada, el programa Vigías del Patrimonio de MinCultura, tiene unos excelentes representantes. El proyecto Semilleros del Curare se ha convertido en uno de los principales procesos para preservar y difundir el patrimonio cultural.

Por Gustavo Bueno Rojas
 
-La palabra es el fundamento-, dice el profesor Rubén Darío Mejía con la mirada clavada en el río Orinoco. Son las siete de la noche y en el cielo de Puerto Carreño, Vichada, aparece una gigantesca luna roja, redonda y llena que ilumina el malecón. Rubén Darío llegó al pueblo, con sus padres, cuando tenía 11 años, unos comerciantes antioqueños, que como muchos colombianos de mediados del siglo pasado, vieron en la frontera con Venezuela un buen lugar para hacer negocios.

- Yo soy de aquí, vine muy joven y nunca me he ido. Aquí hice una carrera, me casé y tuve mis hijos. Y me enamoré de Carreño y de su cultura llanera-, dice con vehemencia, como si dictara una sentencia. El primer trabajo que tuvo, fue de curtidor de cueros. Su función era afeitar el cuero del pellejo del animal muerto para meterlo en los ácidos.

-Y antes y después de ser profesor, pasaba cosas de Venezuela a Colombia- dice, y sonríe.

Puerto Carreño es un pueblo tranquilo, aunque el movimiento comercial empieza desde muy temprano y va hasta altas horas de la noche. En el muelle internacional, el movimiento es continuo y la gente atraviesa el río para llegar a Venezuela y traer productos para comercializarlos en Colombia.

-Ese es Venezuela-, dice el profesor Rubén Mejía, parado en el malecón, señalando con el dedo índice un terreno de árboles que está en la otra orilla del Orinoco. – hace muchos años, tenía un programa de radio y empezaba diciendo: “les hablo desde Puerto Carreño, Vichada, en donde empieza Colombia”, porque la gente se estaba haciendo a la idea de que este era el final, pero yo empecé a cambiar ese chip, porque en un lugar tan hermoso, no puede terminar el país, por el contrario, aquí tiene que empezar.

El día de Rubén empieza cuando sale el sol para iluminar la llanura. Desde el Cerro de la Bandera, el amanecer en Puerto Carreño es una pintura de infinitos colores y es ineluctable no pensar en las palabras de Rubén. “Aquí empieza Colombia”. El amanecer parece un sueño. El sol nace del río y la vista se llena de una imagen intensa que a veces es roja, a veces amarilla o verde. Rubén tiene razón,  tener la oportunidad de ver, todos los días, el momento en que el Orinoco da a luz al sol,  tiene que ser el principio de algo, de la vida, por ejemplo, o de Colombia, como lo asegura Rubén.

“Yo soy el propio curare”

A Rubén Darío le gusta hablar, también le gusta escribir. Desde hace 38 años, cuando decidió dedicarse a la docencia, fundamentó su  proyecto pedagógico en la palabra. Tiene una habilidad exquisita para componer canciones y poemas. Su hija, Andrea Mejía, es cantante de música Llanera y es conocida como la novia del joropo. Acaba de grabar un disco y la mayoría de las letras son de su padre. Rubén camina por el malecón y casi sin quitar la mirada del río, saca el disco compacto, y enseña que de las 20 canciones, 17 son escritas por él.

Su escritor favorito es Tomás Carrasquilla. Le gusta porque según él, logra contar la cultura antioqueña.

–es lo mismo que intento hacer con mi obra, es lo mismo que les enseño a mis estudiantes. Les enseño a contar lo que tienen a su alrededor. Ellos escriben sobre lo que les ocurre cuando van de pesca al río, si se caen de la bicicleta si les pasa algo con las vacas, en fin, escriben sobre toda la cultura llanera. La primera vez que lo hice, fue hace 38 años, en Santa Rosalía-.

El profesor Mejía llega todos los días a La Normal Superior Federico Lleras Acosta, sobre las 6:30 de la mañana, con la misma energía que lo hizo la primera vez en el municipio vichadense de Santa Rosalía. Tiene claro y no se cansa de repetirlo, que la palabra es el fundamento y eso mismo se lo dice a sus estudiantes una y otra vez, a 29 niños, de cuarto y quinto de primaria, que ya empiezan a soñar con ser escritores y contar su región.

Con la palabra, el profesor ha hecho una gran cantidad de proyectos. Pero hay uno muy especial, que él mismo tituló Semilleros del Curare.

-Yo soy el propio curare- recita el profesor y recuerda la anécdota en donde se ganó ese remoquete. Fue unas fiestas patronales, cuando se subió a la tarima y recitó ese verso, compuesto por él. El curare es el veneno que los indígenas ponían en la punta de las flechas para defenderse de los españoles y para cazar. El veneno nace de mezclar diferentes plantas. El veneno de Rubén está en sus palabras, con ellas conquistó a su esposa Chavita. Se conocieron cuando ella tenía 13 años y desde siempre han estado juntos. Ella también es profesora de la normal de Puerto Carreño y los dos llegan en motocicleta a dictar clase en la mañana.

-Las clases del profesor Rubén son muy buenas porque hablo de mi cultura para hacerme un gran escritor, así como el profesor Rubén- dice James,  de apenas 10 años, con una seguridad irrefutable.

En Puerto Carreño la vida es apacible, todo tiene su tiempo. Solo hay 25 taxis y cuatro busetas de servicio público “de las cuales funcionan dos”, dice Roosevelt Rodríguez, el único operador turístico legal del Vichada. Roosevelt conoce a Rubén Darío desde que era un niño. Tiene 45 años y con el paso del tiempo se han hecho grandes amigos.

-El cargó un hijo mío, es mi compadre y lo admiro mucho. Lo que él hace es muy importante, no solo para Puerto Carreño, sino para el departamento entero. Él les enseña su cultura, a cuidarla y eso es muy importante. Mi compadre es un incansable en esa labor.

Semilleros del Curare

En el escritorio del salón, el profesor Mejía pone su computador portátil. Es un baúl del tesoro. Según él, allí guarda todas las obras que han escrito sus estudiantes desde hace más de 20 años. Las ha ido digitalizando paulatinamente, son más de ocho mil, dice y sonríe. Al revisarlo se encuentra con poemas escritos de 1997, de antes o después. El profesor parece recordar a cada uno de sus estudiantes.

-Este alumno trabaja en el banco agrario-

-Esta niña ya falleció-.

En el salón de clases se mueve como pez en el agua. Él prefiere especificar y dice-, mejor como palometa en el agua-, es una especie típica del Orinoco. Canta y hace cantar a los niños, los hace escribir. Luego detiene la clase y en una cartelera que está pegada en una de las paredes, los hace firmar la asistencia.

-En este proyecto de Escuela nueva, que trabajamos aquí en la primaria de la institución, los estudiantes vienen cuando quieren. Ellos mismos van haciendo el proceso, a su ritmo, y pueden matricularse cuando quieran. A nadie le decimos que no- dice el profesor.

El salón está lleno de carteleras con mensajes. -Lo hacemos según en el mes en que estemos. Ejemplo, estamos en el mes del amor y la amistad, por eso están esos mensajes. Pero también estamos en el mes del patrimonio cultural, por eso muchas de nuestras actividades están enfocadas a eso. Igualmente, los mensajes que usted puede ver aquí, como por ejemplo, cuidemos nuestro patrimonio Cultural. A partir de este proyecto, entramos a hacer parte del programa de Vigías del Patrimonio del Ministerio de Cultura y esto ha sido de gran ayuda y una excelente motivación para los niños.

La escuela es a campo abierto. Los salones son frescos y todos los miércoles, jueves y viernes se escucha música llanera en el patio. El proyecto liderado por el profesor Rubén se fundamenta en la palabra, pero va más allá.

-Yo les enseño el proceso de hacer coplas y versos. Pero ellos saben que para llegar a eso tienen que aprender reglas gramaticales, ortografía, a redactar, a investigar sobre lo que tienen cerca, que ese es el primer paso para convertirse en escritor. Si no de qué van a escribir. Además, como Vigías del Patrimonio, aprenden a cuidar todo lo que tienen aquí- dice Rubén y camina sobre el malecón, dejando que la brisa nocturna de Carreño lo refresque

- Aquí tenemos la misma hora de Venezuela- dice de repente. Amanece a las 4:30am y a las 7:00pm, a veces todavía hay sol.

Cosas como esas están en los versos del profesor y de los estudiantes. Repentinos, como el atardecer en Puerto Carreño. Repentino como la capacidad de componer de Rubén Darío, que a todo le saca verso y copla. A la gente que va caminando, al sol, al rio, a los caballos, a Colombia.

-La palabra es el fundamento- repite de nuevo. En la Escuela Nueva, también les enseñamos a tocar los instrumentos de nuestra música. Yo toco el cuatro. Pero tenemos profesores de maracas, arpa, cuatro, bandola y danzas. Entonces el proceso no termina con la escritura. Cuando la copla está lista, los niños mismos la musicalizan y la bailan y ya tenemos varios grupos de música, con coplero y todo. Algunos se han presentado en diferentes festivales.

Al medio día, el sol pega fuerte en las calles de Puerto Carreño. Todo se torna de un color rojizo. A esa hora, el profesor vuelve a su casa con Chavita, su esposa. La casa de la familia Mejía es un monumento a la llaneridad. A fuera, un caballo blanco, de fibra de vidrio, está en el pórtico. Adentro, la casa es fresca y la brisa entra y sale de todos los rincones. Hay esculturas de la palometa, sombreros, fotografías de la novia del joropo, de sus otros dos hijos, de sus nietas. En una de las paredes de la casa, el viento mueve un montón de diplomas colgados en la pared.  Unos llevan el nombre del profesor.

–Pero Chavita tiene más-, dice Rubén.

-Uno de mis pasatiempos favoritos es ir de pesca- dice el profesor. ¿Usted sabía que por estos ríos vino Humboldt a hacer su expedición?- pregunta Rubén como tomando la lección-, nosotros tenemos especies únicas. Aquí se puede ver la desembocadura del rio Meta y el Vita en el Orinoco. Podemos ver los delfines, vienen las águilas del Canadá cuando por allá hay invierno.

El profesor detiene sus pasos. Mira la inmensa luna, que cada vez es más llena y más roja, que se refleja en el río.

-Esto es un paraíso-, dice y cierra los ojos. Tal vez pensando en el próximo verso que le escribirá a Puerto Carreño.


 
Cerrar X
Compartir con un Amigo

Ministerio de Cultura

Calle 9 No. 8 31
Bogotá D.C., Colombia
Horario de atención:
Lunes a viernes de 8:00 a.m. a 5:00 p.m. (Días no festivos)

Contacto

Correspondencia:
Presencial: Lunes a viernes de 8:00 a.m. a 3:00 p.m. jornada contínua
Casa Abadía, Calle 8 #8a-31

Virtual: correo oficial - [email protected]
(Los correos que se reciban después de las 5:00 p. m., se radicarán el siguiente día hábil)

Teléfono: (601) 3424100
Fax: (601) 3816353 ext. 1183
Línea gratuita: 018000 938081