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2015-06-16
 

Vito Apüshana: un poeta fruto de la tradición oral

 
Foto: Milton Ramírez, Ministerio de Cultura.
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Invitado a la Feria de la Lectura que se celebró en Riohacha, con el apoyo del Ministerio de Cultura, el escritor Wayuú se refiere a algunos aspectos de su obra, el interés por los libros y la literatura.


Oriundo de Carraipía, población cercana a Maicao, La Guajira, junto a su actividad como poeta, Vito Apüshana se ha desempeñado como gestor cultural y activista de Derechos Humanos a lo largo y ancho de la región Guajira. Es miembro activo de la Comisión Coordinadora de la Junta Mayor de Palabreros Wayuú. Es autor de las obras Contrabandeo sueños con arijunas cercanos (1993) y Encuentros en los senderos de Abya Yala, Premio Casa de las Américas 2000.

''David Roa, coordinador cultural de la Feria de la Lectura, me contó que había encontrado mi nombre en un libro que circuló durante una actividad realizada por el Ministerio de Cultura en la ciudad de Popayán, en la que se mencionaba mi nombre y mi origen Wayuú; de tal manera que él me propuso hacer una lectura de poemas aprovechando que la feria se realizaría en Riohacha'', recuerda el poeta respecto a la manera como se vinculó al evento.

''Y aunque para mí es un honor que instituciones como el Ministerio de Cultura me tengan en cuenta para este tipo de actividades en las que se pretende una interacción de los escritores con el público, considero que la lectura de poemas no me representa, y la verdad preferiría realizar un pequeño círculo de la palabra cantada, con el fin de aproximarme al círculo de la infancia en el que yo ocupo el papel del adulto que convoca a los demás para que la palabra tenga una circularidad'', explica Vito, convencido de la importancia de contextualizar sus poemas a partir de la memoria y un contexto de carácter cultural y espiritual, para luego dar paso a la lectura de algunas creaciones suyas junto con la de otros amigos escritores en lengua indígena.


El círculo de la palabra


¿Cómo inició su interés por la literatura?


Me remontaría a mis primeros años de vida –teníamos muy pocos libros y la actividad en torno  a los libros era muy marginal-; de manera que recuerdo a los mayores –tíos míos en su gran mayoría- contar una serie de relatos alrededor de mitos e historias que hacen parte de nuestra cultura Wayuú, como parte de lo que nosotros llamamos el Círculo de la palabra.

Muchos de ellos formaban un conjunto representativo de apariciones y espantos -narrados en español con algunas palabras del Wayuunaiki-, que pese a su carácter intimidatorio para un niño de mi edad, van dejando grabados en la mente todo un universo de seres fantasmagóricos: espíritus que habitaban la noche y acostumbraban aparecer por los caminos con la intención de castigar a los viajeros solitarios.


¿Qué es Círculo de la palabra?


Nosotros no tenemos el hábito de sentarnos a escuchar historias en las piernas de los mayores, sino que habitualmente al finalizar la tarde, todos los niños nos reuníamos bajo un árbol al que llegaba luego un adulto mayor que comenzaba a relatar historias mientras que nosotros nos íbamos congregando en torno suyo.

Nadie nos convocaba y todo esto se iba dando de una manera muy natural, de tal manera que esta formación de círculo hace parte de nuestra estructura mental, porque solíamos hacerla de una manera muy espontánea unas tres veces a la semana.

Eran tardes de historias y anécdotas en las que también solían narrarse algunos episodios de conflictos armados entre familias –usualmente de la Alta Guajira con las de la Media- que no podían resolverse a través de la palabra, los cuales eran muy impactantes y lograban interesarnos a todos.


¿Podríamos hablar de un proceso de catarsis?


Considerándolo desde la perspectiva de una persona adulta creería que sí, puesto que estaban narrados a partir de una estructura narrativa concebida para liberar algunas presiones, fantasmas y culpas que buscaban ser narradas.

Un poco más mayor me gustaban los relatos largos que hablaban de viajes y travesías en La Guajira y otros mares: recuerdo los de José Dolores, por ejemplo: su campaña por apoderarse de todas las montañas, y los combates con los jefes Wayuú de la costa.

Recuerdo, por ejemplo, que los relatos de las tías tenían un carácter admonitorio con todas esas historias de niñas que se perdían en los caminos y no podían retornar a sus ranchos porque habían extraviado el camino tras desobedecer a sus madres.


¿Contempló la posibilidad de continuar con esta tradición de la narración oral?


Otros compañeros tenían esa habilidad para reproducir ese don de la oralidad, al que además sumaban el de la música, porque en nuestra cultura tenemos una estructura narrativa cantada que nos hace contar hasta perder el aliento, de tal manera que cada vez que se hace una pausa se vuelve a tomar aire para proseguir narrando.

Como carecía de esa habilidad, porque los relatos narrados de esta forma más bien me hacían reflexionar, era un muchacho más bien silencioso e introvertido que prefería procesar esas voces e imágenes, sin sospechar que años más tarde estas experiencias tendrían como resultado un gran deseo de narrar a través de la escritura y desde la poesía misma.


¿Cómo influyeron estas historias en su formación como futuro escritor?


Cuando nos trasladamos a Maicao y luego a Riohacha, sintonizábamos unas emisoras de Venezuela que en los años 60 y 70 transmitían varias radionovelas: historias plagadas de héroes de la India o de la China que eran contadas en capítulos.

Eso fluyó de una manera espontánea y natural, porque yo comencé a escribir sin gran esfuerzo, producto de toda esa tradición oral.

 
 Foto: Milton Ramírez, Ministerio de Cultura.​

Escribir desde la espontaneidad


¿Cómo se produce el transito al leguaje escrito?


Luego de una experiencia radical en mis hábitos de vida, producto de la determinación adoptada por mis padres de enviarme junto con mis hermanos a Medellín. El impacto fue tal que mis reflexiones aumentaron -tendría 12 o 13 años- y la lectura se hizo protagonista, gracias a que algunos profesores me invitaban a conocer una serie de obras y autores de los que no tenía idea, pero que produjeron un impacto similar al de las historias que solían contar los mayores en la Guajira.

Comencé a sentir que era parte de la tradición literaria y comencé a devorar algunos libros –sobre todo cuentos de la autores latinoamericanos, así como a algunos de los poetas más destacados del siglo XX: José Asunción Silva, Rubén Darío, Amado Nervo; y algunos españoles de la Generación del 27: García Lorca, Miguel Hernández –a quien encontré en una colección de libros de una tía-.


Como ellos, decide usted también hacerse poeta…


Para mi sorpresa, una vez terminaba la lectura, me sentía inspirado y me ponía a escribir de manera un poco automática y gracias a una fuerza invisible que me hacía buscar el lápiz y la libreta: las palabras parecían brotar sin esfuerzo alguno de un manantial que me hacía componer mis primeros escritos de una manera absolutamente original, porque no sentía la necesidad de copiar.


¿Siempre escribió poesía?


Mi poesía es muy cercana al género del cuento, a tal punto que en su estructura narrativa subyace un entramado de sucesos que procura apartarse de una estética descriptiva del paisaje o una gran emoción, sino que también narra sucesos ocurridos durante el sueño, escritos mediante una técnica que hoy definen como prosa poética.


¿Cómo se da el proceso creativo?


Me reconozco como un poeta visual y sonoro, si se quiere onírico, porque mis poemas se gestan en esa dimensión del sueño, o de la ensoñación más bien, de manera muy parecida al momento en que comienza a brotar ese humo de la tierra negra mientras se fertiliza, ocupa toda tu atención y ya no hay más remedio que escribir.

Por ejemplo, el trabajo que empecé a escribir sobre Los senderos del Abya Yala –Premio Casa de las Américas 2000- surgió de un viaje que hice a la región de los Mapuche, en una región del sur de Chile que se llama Araucanía, donde viví una experiencia similar a la de Medellín, tras contemplar esos valles y montañas, donde tuve la oportunidad de ver por primera vez las araucarias –unos pinos nativos de América que yo prefiero llamar Abya Yala-, así como de conocer a poetas que tenían una historia similar a la mía debido a la mezcla de culturas.

Anotaba todo lo que veía en unos cuadernos de notas, y a mi regreso a La Guajira toda esa experiencia me llenó por completo, quizá debido a todo ese contraste de los paisajes de allá con mi Caribe semidesértico. De tal suerte que de un momento a otro me vi escribiendo, porque el poema se va gestando en la vivencia y va creciendo hasta que se produce finalmente el parto a través de la escritura.


¿Tiene algún tipo de disciplina de trabajo?


Escribo de una manera muy espontánea, y a estas alturas de la vida debo reconocer que si en algún momento intenté llevar un orden y un horario, la verdad es que nunca fue posible. Yo todavía escribo a mano en una serie de cuadernos en los que voy tomando notas –algunas de ellas ideas sueltas- que luego de un tiempo quizá lleguen a convertirse en versos y metáforas.

Soy un escritor desde la espontaneidad que me apasiono mucho en esos momentos en los que la escritura comienza a fluir, a lo largo de procesos que toman días, y en los que no descanso hasta no estar satisfecho. Trabajo a cualquier hora, puede ser a las cinco de la mañana, en la noche; e incluso durante un viaje en tren o en metro; en la banca de un parque o a la orilla del mar.


Juan Carlos Millán Guzmán
Dirección de Artes,
Ministerio de Cultura
Tel. 3424100   Ext. 1504
Cel. 311 878 67 43​


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