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2015-06-05
 

Pablo Montoya: escribir para construir nuevos mundos

 
Foto: Adriana Agudelo.
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Merecedor del Premio Rómulo Gallegos 2015 por su novela Tríptico de la infamia, el escritor santandereano (Barrancabermeja, 1963) habla sobre algunos aspectos de su obra, el arte y la literatura.


Profesor de literatura de la Universidad de Antioquia, Pablo Montoya ha publicado libros de cuentos, ensayos y novelas, entre los que destacan La sed del ojo (2004), Lejos de Roma (2008) y Los derrotados (2012). 
 
En 1999 el Centro Nacional del Libro de Francia le otorga una beca para autores extranjeros por su libro Viajeros y dos años más tarde gana el Premio Autores Antioqueños por su libro de cuentos Habitantes, al que sigue Réquiem por un fantasma, Premio Alcaldía de Medellín 2005. 
 
En 2007 gana la beca de creación en cuento de la Alcaldía de Medellín por El beso de la noche, y en 2008 obtiene la beca de investigación otorgada por el Ministerio de Cultura.
 
''Soy un escritor asociado que hace parte de la Red de Escritura Creativa de RELATA –la última vez que participé en esta experiencia lo hice en Barranquilla-, he tenido la oportunidad de asistir a muchos talleres: Villavicencio, Turbo, Apartadó, Bogotá, Pereira o Montería; Bucaramanga, por supuesto-,  de tal manera que me parece una apuesta muy positiva y encomiable por parte del Ministerio de Cultura como parte de su esfuerzo por promover el interés por la lectura en un país que ha sido tan golpeado por la violencia y en el que se lee tan poco'', subraya el novelista, a la par de reconocer los avances en la materia.
 
''Se está escribiendo mucho, junto a las grandes editoriales hay un tejido alternativo de editoriales pequeñas que es muy importante porque ayuda a conformar un mapa en el que las jóvenes generaciones vienen pisando duro. Sin duda alguna es un ambiente frenético que está atravesado por la violencia en sus diferentes facetas, algo que puede ser bueno pero que también suele estropear algunas obras. El tiempo dirá qué de ese gran corpus literario permanecerá finalmente'',
explica.
 
''Los chicos hoy están escribiendo y leyendo; hay una serie de talleres en las cárceles, aparte de aquellos que también tienen en cuenta a personas muy jóvenes y de la tercera edad. Esos espacios no existían antes y la proliferación de la intolerancia, el irrespeto y agresividad social eran mucho más fuertes. No digo que estas acciones por parte del Estado colombiano sean la solución a los problemas de violencia, pero si contribuyen a generar un ambiente menos hostil donde el poder de la palabra finalmente prevalezca sobre la infamia'', puntualiza.
 
 
 
Un Premio, una novela 
 
 
Usted recibe el anuncio del Premio Rómulo Gallegos en Mar del Plata, una ciudad que ha sido de gran importancia para la cultura latinoamericana…
 
Resulta un hecho muy simbólico porque estoy aquí gracias a un congreso realizado por la Universidad de la Plata, donde me desempeño en calidad de profesor invitado. Se trata de un centro académico de gran prestigio literario por el que han pasado personalidades como Pedro Henríquez Ureña, Ernesto Sábato o José Luis Romero, y donde también estudió Ricardo Piglia.
 
Fui invitado por un grupo de amigos que valora mucho mis libros y ha sido muy especial recibir el anuncio de haber ganado el Premio en esta ciudad.
 
¿Qué lo llevó a escoger Europa para desarrollar la trama de Tríptico de la infamia?
 
Esta es una novela que trata sobre las relaciones entre el artista y una sociedad tras ser embestida por grandes tribulaciones, como lo fueron en su momento las guerras religiosas y el exterminio indígena producto de la conquista de América.
 
Temas que por otra parte siempre han acompañado a los seres humanos, y que pese a desarrollarse en una época lejana tienen mucha vigencia en este momento, porque vivimos en un mundo asediado por los extremismos religiosos: pensemos en los atentados al Charlie Hebdo o aquellos perpetrados por el Estado Islámico.
 
De tal manera que se trata de una novela que busca reflexionar sobre esa permanencia cultural de carácter nefasto en la que todavía estamos imbuidos, en la que prefiero desvincularme de los problemas de Colombia para concentrarme en los del hombre en general.
 
¿Cómo surgió la idea de escribir esta novela?
 
Soy un escritor al que interesa sobremanera la relación entre la literatura y el arte: la música, la pintura, la fotografía; vengo trabajando alrededor de estos temas desde hace mucho tiempo, y algunos años atrás me encontré con tres pintores muy desconocidos, casi fantasmales, del siglo XVI –Le Moyne, Dubois, De Bry-, quienes fueron perseguidos por motivos religiosos. Los tres eran protestantes.
 
Poco a poco fui metiéndome en sus vidas, procurando reflexionar sobre sus obras, y progresivamente fui construyendo un tríptico protagonizado por estos pintores, de tal manera que entre los tres se teje una mirada a partir de la pintura de estos grandes conflictos sociales, que además considero fundacionales en la historia de América Latina.
 
¿Hubo algún detonante?
 
Fui descubriendo algunas cosas de estos tres artistas, pero el primer impacto tuvo un carácter visual que luego estuvo acompañado de un proceso de investigación y de escritura en el que para el caso de esta obra tardé mucho tiempo: comencé a escribirla hacia 2010 y la terminé cuatro años más tarde. 
 
Fue una novela que por fortuna me permitió viajar mucho gracias a una serie de becas que me permitió recorrer varias ciudades de Europa en procura de seguir la huella de estos pintores. Luego siguió todo un proceso de plasmar esta investigación en el papel, así como de ir estructurando el texto definitivo a partir de muchas correcciones.
 
En las que se permite algunas licencias…
 
La novela histórica es un artefacto eminentemente literario que no debe leerse como un libro de historia, aunque también este tipo de textos debe abordarse con suma precaución porque se trata de discursos del lenguaje que de alguna manera constituyen una manipulación del pasado.
 
En la novela histórica el escritor tiene mucha más libertad para inventar, transformar y cambiar, aunque con la constante preocupación por mantener cierta verosimilitud que pueda ser trasmitida al lector: así es que la novela está llena de anacronismos, junto con la presencia constante de un narrador del siglo XXI. No tengo problema en inventar el pasado.
 
¿Qué tan riguroso fue este proceso de investigación que lo condujo a escribir Tríptico de la Infamia?
 
Debido a soy profesor universitario inicié un acercamiento a través de académicos franceses, ingleses y alemanes que se han dedicado a estudiar la obra de algunos estos pintores; leí, vi algunas de sus obras y después comencé a consultar algunos archivos, en particular el de Lieja (Bélgica), donde nace uno de ellos –Théodore de Bry- y en cuya Universidad hay una galería que me sirvió mucho.
 
Como además quería mostrar un panorama pictórico del siglo XVI visité muchos museos de Alemania, Francia, Holanda y España, acompañado de la lectura de las novelas históricas que se han escrito sobre esa época en Europa y América Latina, con el fin de informarme respecto a la manera como un escritor contemporáneo recrea ese pasado.
 
¿Álvaro Mutis, por ejemplo?
 
Álvaro Mutis es un escritor a quien yo aprecio mucho, particularmente en lo que se refiere a su obra poética y sus primeros cuentos, así como en su novela breve de La mansión de Araucaíma, o La muerte del estratega –un cuento histórico, a su modo, que retrata la historia de un personaje en la antigua Bizancio-.
 
Aunque para el caso de Colombia también está, por supuesto, William Ospina y su trilogía sobre la conquista –Ursúa, El país de la canela y La serpiente sin ojos-; novelas que en su momento reseñé y critiqué.
 
Trilogía respecto a la que su novela guarda una gran distancia…
 
Hay una gran diferencia en el tono y la manera como se celebra ese periodo, que para el caso de Ospina tiene un carácter celebratorio del que yo no hago uso, en la medida que Tríptico de la infamia parte de una certeza: la conquista de América fue un gran crimen en el que no hubo un solo trazo de epopeya o de grandeza.
 
De allí venimos: ese crimen nos dejó nuestra lengua y toda una serie de tradiciones que no creo deban ser motivo de encomio.


Foto: Jairo Ruiz Sanabria.

 
La literatura, el arte y la lectura
 
 
Antes de tomar el camino de las letras usted se dedicaba a la música…
 
Yo interpreté la flauta durante mucho tiempo, y aunque visto de ese modo sí la dejé a un lado, la música siempre ha estado presente en mi obra, pero me di cuenta que en ese campo solo podía aspirar a ser un intérprete y que quizá nunca llegaría a componer una obra por carecer del talento suficiente; en literatura, en cambio, podía crear y permitirme la ilusión de llegar a construir nuevos mundos.
 
¿Qué circunstancias propiciaron ese encuentro con la literatura?
 
En la década del 70 COLCULTURA sacó una colección de obras que buscaban propiciar el interés por la lectura. Yo tendría seis o siete años, y como mi madre compraba semanalmente cada uno de esos pequeños tomos, a partir de ese momento comencé a leer algunas obras de importancia que conocía gracias a los resúmenes de algunos libros ilustrados y revistas. Recuerdo La divina comedia, pasajes de El Quijote o las Fábulas de Rafael Pombo.
 
Yo llegaba en las tardes y la encontraba a ella leyendo, a veces me leía y otras me recomendaba algunas obras: María, La vorágine, los cuentos de los hermanos Grimm o de Andersen; Emilio Salgari, Julio Verne. La odisea, La ilíada.
 
¿Recuerda cuáles fueron sus primeras obras?
 
Yo comencé con poesías –debía tener 18 o 19 años-, pero decidí romper todo eso porque se trataba de unos primeros intentos; luego escribí cuentos –ahí me fue un poco mejor-, gané algunos concursos regionales y nacionales. Luego comencé a narrar esta relación que tengo con la música y a prestar mayor atención a todos estos procesos de la violencia en Colombia en relatos como La sinfónica y otros cuentos musicales y Cuentos de Niquía.
 
Al comenzar mis estudios universitarios y comenzar a trabajar pasé al ensayo y la escritura poética, aunque como lo hago en prosa, muchos de ellos parecen pequeños cuentos o ficciones. Tiempo después, ya más maduro llegó la novela.
 
¿Tiene alguna disciplina de trabajo?
 
Cuando comienzo un proyecto literario me sumerjo completamente y le dedico el mayor tiempo posible y trato de no abarcar demasiados compromisos académicos. Ahora que me encuentro tomando un descanso después de escribir Tríptico de la infamia, estoy dedicado a muchas más actividades vinculadas a la Academia, pero espero lanzarme de nuevo muy pronto a la escritura creativa.
 
Dependiendo del libro, como en el caso de los de poesía en prosa, muchos de estos textos corresponden a cierto estado anímico en el que me encuentro, aunque en mis novelas –la mayoría de ellas con tantos rasgos de novela histórica-, sí hay un trabajo muy intenso de lectura e investigación en el que usualmente tomo notas a mano que voy pasando al computador. Siempre tengo previsto de antemano el comienzo y el final de una obra, pero puede haber modificaciones producto de ese trabajo.
 
¿Cuál fue la importancia de haber vivido en París?
 
Mi estancia en París resultó fundamental; al principio yo estaba muy influenciado por Carpentier o Cortázar –y siempre tomando gran distancia de la impronta garciamarquiana, bajo cuya sombra decidí deliberadamente evitar ampararme-. Me interesó acercarme mucho más a una escritura de carácter cosmopolita, sin olvidar la lectura de los grandes escritores franceses del siglo XIX que me ayudaron a encontrar mi propia voz literaria.
 
Flaubert, es un autor sobre quien he escrito y de quien enseño acerca de sus fórmulas por mantener el estilo y su preocupación por escribir bien pensando en la perfección artística de la obra; aunque en mi caso influyó más Marcel Schwob -un escritor menor de pequeños textos como Vidas imaginarias que me marcó mucho-, junto a la lectura de Charles Baudelaire. Un libro mío –Cuaderno de París-, es un guiño que le hago a Baudelaire.
 
¿Qué valor tiene su condición de académico?
 
Ser profesor universitario, haber cultivado el género del ensayo y pensar continuamente el fenómeno literario, en efecto me ha servido en el proceso de escribir, aunque debo tener mucho cuidado porque evidentemente esa formación puede terminar por ahogar la obra.
 
Sin embargo, en Tríptico de la infamia prima esa formación que he tenido, no solo en el mundo de la Academia sino en el ámbito literario.
 
¿Qué escritores contemporáneos llaman su atención?
 
Hay un escritor francés que me interesa mucho, Pascal Quignard, así como Roberto Burgos Cantor o Evelio Rosero. En poesía me gusta el trabajo de Horacio Benavides, Juan Manuel Roca, Ramón Cote, Jorge Cadavid, Juan Felipe Robledo, Nelson Romero o Giovanni Quessep. Tengo gran aprecio por los ensayos de William Ospina.


Juan Carlos Millán Guzmán
Dirección de Artes,
Ministerio de Cultura
Tel. 3424100   Ext. 1504
Cel. 311 878 67 43​


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