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2015-04-14
Invitado de Honor / Feria de la Lectura, Caquetá

La guerra en Colombia no tiene ningún sentido: Santiago Gamboa

 
 
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Invitado de Honor a la Feria de la Lectura que tendrá lugar en la ciudad de Florencia, Caquetá, el escritor Santiago Gamboa, habla sobre su reciente ensayo alrededor de la guerra y la paz, Colombia, y el papel que tienen el Arte y la Cultura.

 

Escritor, filólogo, diplomático, columnista, corresponsal y periodista colombiano (Bogotá, 1965), autor de obras como Perder es cuestión de método (1997); Vida feliz de un joven llamado Esteban (2000); Los impostores (2001); El síndrome de Ulises (2005); Hotel Pekín (2008); o Necrópolis (2009), ganadora del premio La Otra Orilla, Santiago Gamboa conversará con los lectores de Florencia, Caquetá, sobre algunos aspectos de su obra y la literatura en un escenario que como el de Caquetá tampoco ha sido ajeno al conflicto armado colombiano.
 
''Tuve la fortuna de crecer en una casa con una biblioteca conformada por alrededor de 5.000 libros, gracias a que tanto mi padre como mi madre eran profesores universitarios y, sobre todo mi padre, amante de la literatura'', comenta Gamboa, para quien la suerte que él tuvo debería ser la de cualquier niño en el país: que todo niño, hijo de intelectuales o no, pueda tener acceso a los libros. ''Invertir en que la gente lea, es invertir en una sociedad mejor; es construir una sociedad civil más fuerte y exigente'', afirma con vehemencia.

 
La Cultura y la paz

 
¿Cuáles son sus expectativas respecto a su participación en la Feria de la Lectura que tendrá lugar en Florencia, Caquetá?

Para mí es una sorpresa muy positiva el hecho de que el Ministerio de Cultura decida apoyar  esta Feria de la Lectura en una ciudad como Florencia, y en un Departamento que ha resultado tan golpeado por el conflicto armado como el Caquetá.

Un aspecto que llama mi atención es el interés que existe en descentralizar la Cultura, y como persona que trabaja en ese entorno me parece muy importante acompañar este tipo de iniciativas encaminadas a que los escritores y sus libros encuentren nuevos lectores en regiones apartadas del país, tan distintos a los que estamos habituados.

Yo no soy un especialista en política cultural, pero siento que estas iniciativas son algo que se debe apoyar, porque se trata de llevar a aquellas personas eso que para mí ha sido tan importante a lo largo de toda mi vida, porque no solo logró cambiarla y darle sentido, sino que la ha hecho más rica: los libros.

¿Qué puede esperar el público de su participación en esta Feria de la Lectura?

Estoy muy abierto al modo en que se vaya dando la dinámica de este tipo de presentaciones, a partir de las preguntas que se me haga. Supongo que muy seguramente hablaremos de los temas tocantes a la paz y a la guerra, así como de las posibilidades o imposibilidades que tiene la Cultura de intervenir en un proceso social como el que estamos viviendo en Colombia, así como de las maneras en que la literatura y el ensayo pueden hacer su propia reflexión: mostrar al lector cuáles son sus consecuencias y las posibles conclusiones que deja este tipo de experiencia.

¿Qué tipo de reflexiones pueden aportar la literatura y el ensayo?

La literatura tiene una capacidad extraordinaria de dar un testimonio que es mucho más intenso al que podría dar incluso la propia justicia. ¿Quién se acuerda hoy de las sentencias de un proceso como el de Núremberg, por ejemplo? Pero todo aquel que lee los testimonios de Primo Levi o Jorge Semprún sobre los campos de concentración, no olvidará nunca que ese camino recorrido por los nazis se aleja por completo de la condición humana y sus valores más preciados. Después del conflicto, la literatura permite llevar a cabo algunas reflexiones, que quizá contribuyan a que la paz sea una realidad que logre perdurar mucho más en el tiempo.

¿Su regreso al país obedece en alguna medida a la actual coyuntura en la que parecería avizorarse el final del conflicto armado en Colombia?

Además de una serie de motivos personales, por supuesto que para mí se me venía presentando cada vez con mayor insistencia la necesidad de volver con el fin de hacer parte de un proceso que a estas alturas considero irreversible. Sinceramente creo que después de los avances que se han alcanzado no pueda existir un punto de retorno porque la sociedad está completamente volcada hacia la idea de la paz, si bien persistan por supuesto algunas críticas frente a la metodología.

Al vivir por fuera de Colombia durante tanto tiempo -30 años- cada vez que venía me daba cuenta de un ánimo más bien negativo frente a cualquier tipo de negociación, pero de un tiempo para acá he notado que pese a la actitud crítica que se mantiene, en la mente de todos está la idea de la paz como algo que es posible, incluso entre las propias Farc.




¿Qué circunstancias diría usted propiciaron ese cambio de actitud respecto al proceso de paz?

Para llevar a cabo cualquier tipo de negociación se necesitan dos; y en este caso creo que ambas partes tuvieron la voluntad y la necesidad de negociar. Además, creo que abrir la posibilidad de un diálogo con una persona como Álvaro Uribe hubiera sido muy difícil para las Farc, porque a mi juicio siempre resultará mucho más fácil entablar una negociación con alguien que es totalmente distinto a uno.

Ahora bien, el actual proceso de paz es producto de un país cansado de un mismo tipo de violencia que difícilmente concluirá con los acuerdos, porque Colombia es un país con siete enfermedades simultáneas: un cáncer brutal, al que también debe sumársele un principio de Alzheimer, Diverticulitis y úlcera agravada que están evolucionando y todavía no se han manifestado, pero que con seguridad son mucho más acordes con nuestra realidad contemporánea que el enfrentamiento con la guerrilla.

¿Qué papel juega el artista -el escritor, en su caso- en este escenario?

La literatura siempre ha dado cuenta de los problemas humanos de tal manera que las grandes crisis y conflictos sociales han sido abordados por sus correspondientes expresiones artísticas: la literatura, el cine…

Chile, por ejemplo es un caso en el que luego de 30 años el Arte se continúa dándole vueltas al episodio de la muerte de Allende, así como a la dictadura y el periodo de represión que protagonizó Pinochet, porque se trata de una herida muy profunda en el conjunto de una sociedad que busca hacer un proceso de catarsis a través del Arte y la Cultura.

¿Y para el caso de Colombia?

El libro más exitoso que se ha publicado en Colombia en los últimos 30 años es la historia de una víctima que murió asesinada por defender los Derechos Humanos: El olvido que seremos; libro que nos ha permitido vivir nuestra propia catarsis, porque de alguna manera nos lleva a vivir la muerte del padre en medio de una desesperanza y un silencio absolutos: todo aquel que haya leído esa obra está hoy a favor de la paz, porque dudo mucho que haya un lector capaz de salir incólume de ese libro.

¿Qué ocurrirá con la literatura colombiana después del postconflicto?

Imagino que varias generaciones van a continuar hablando sobre el conflicto, porque las heridas que deja una guerra civil no se cierran de una manera fácil. En España, por ejemplo, sesenta años después se siguen escribiendo novelas alrededor de ese tema y la memoria histórica está más viva que nunca: uno de los éxitos más grandes que ha habido en los últimos 20 años es Soldados de Salamina de Javier Cercas.





La guerra y la paz

 
¿Qué lo llevó a dejar a un lado el género de la novela para escribir este ensayo?

El diario El País, de España, me invitó a dar una conferencia sobre Cultura que cerraría un foro en el que el tema era la paz, y yo decidí escribir una conferencia que es el capítulo de introducción a este libro; de tal manera que al comenzar a trabajar me di cuenta que la guerra y la paz son caras de un mismo tema, sobre el que me había documentado bastante y que además he vivido muy de cerca a lo largo de mi trayectoria como periodista –estuve en la guerra de Bosnia y también presencié la época de los asesinatos en Argelia-.

Así que al comenzar a escribir esa introducción pensando en Colombia y en sus más de 50 años en guerra –leí las obras de Alfredo Molano en los que están consignados los orígenes de la guerrilla y un conflicto que he seguido muy de cerca-, pensé que podía hacer un aporte al debate político, porque comencé a sentirlo como una urgencia: la de poder dirigirme a mis lectores en otros términos, para tratar de influenciar y hacer que el debate sobre la guerra y la paz pudiera también desarrollarse en la esfera de la Cultura, de manera que se pudiera pensar en ello a partir de la literatura, la filosofía o la historia, e incluso desde mi propia experiencia como periodista.

¿Recuerda cómo inició ese interés por el tema de la guerra y la paz?

Al cumplir 19 años yo llegué a Madrid y me llamaba mucho la atención saber que esa ciudad había sido destruida por la guerra; luego fui a Berlín y ni hablar, porque allá se pueden ver todos esos edificios en ruinas que la sociedad ha decidido mantener así.

¿Cuáles serían nuestras ruinas?

La de Colombia es la historia de un grupo social que dejó por fuera a otro: Luis López de Meza, por ejemplo, fue un intelectual y político que además se desempeñó como Ministro de Educación –su nombre es el de muchos colegios en el país-, quien sin embargo consideraba que era peligroso educar al pueblo; y son prejuicios como estos los que solo hasta ahora comenzamos a dejar atrás. 

¿Qué papel debería tener el artista para superar ese estado de cosas?

Yo creo que ni los políticos mismos tienen muy claro cuál debe ser esa relación entre la política, arte y la cultura, porque si el artista comienza a estar subvencionado por el gobierno también se le quita esa capacidad crítica que conlleva su propia naturaleza, tal como ocurrió con los regímenes soviéticos y su relación con el artista oficial.

¿Cuál es el punto medio? Porque el artista en todo caso también requiere de una cierta protección del Estado en procura de no terminar sometido a las leyes que impone el mercado, que para el caso de la literatura estaba en todo caso amparado por un lector cuya presencia hoy no es tan clara. Yo no tengo la respuesta, pero me parece importante plantear ese debate.

¿Y el Ministerio de Cultura?

La Cultura convertida en Ministerio se vuelve un brazo que adelanta y acompaña procesos que, tal como lo concibe la Ministra Mariana Garcés Córdoba, va mucho más allá de erigir estatuas, y más bien generar espacios y condiciones para que la gente pueda hacerse preguntas con el fin de construir sus propias ideas sobre la realidad política del mundo y de su entorno.

Uno de los esfuerzos que hace el Ministerio de Cultura en este sentido es la construcción de bibliotecas públicas, junto a la permanente actualización de colecciones bibliográficas. ¿Cuál es su opinión sobre esta estrategia?  

Las bibliotecas son, sin duda alguna, las grandes cabezas de puente de la Cultura para un país como Colombia, que tradicionalmente ha tenido un carácter tan centralista, porque además están concebidas para que sean espacios de paz en los que se favorece la lectura y el disfrute de una soledad enriquecida por los libros.

Gran parte del proceso de pacificación que tuvo Medellín en su momento tuvo que ver con la construcción de nuevas bibliotecas, porque además ese es el espacio al que la gente decidió volver a salir para encontrarse.

 
 
Algunos artistas cuestionan el hecho de que la única alternativa posible sea la de servir como caja de resonancia la posición del Gobierno en torno a la paz…

Yo comprendo esa crítica, pero también considero que la libertad del artista debe estar por encima de cualquier cosa, de tal manera que quien quiera incorporar en su discurso el tema de la paz está en pleno derecho de hacerlo, tanto como el que no. El artista en cuanto tal, siempre ha sido blanco de críticas, porque a eso vinimos también: ¡A que nos den palo!

Sin embargo, creo que la paz en Colombia es una idea tan suprema, que cualquier crítica que puede hacerse sobre el tema resulta insignificante frente a la magnitud que tiene y los fines que busca.

De hecho en el ensayo usted hace referencia a la responsabilidad histórica del artista frente a la paz, y por supuesto también la guerra…

Más que una responsabilidad histórica, está el hecho de que los artistas siempre se han ocupado de los problemas de la sociedad. Hay una frase de la Ilíada: “los dioses   tejen desgracias a los hombres para que las generaciones futuras tengan algo que contar”, y la cultura de occidente inicia con una guerra –la de Troya- sin la cual sería totalmente distinta.

La guerra es uno de los grandes temas del Arte y la Cultura, así como de la Filosofía, que curiosamente los filósofos antiguos solían asociar con la vitalidad, la juventud y la astucia. Nietzsche sostenía que la paz era el espacio entre dos guerras, y siempre ha habido otra guerra. Otra cosa es que esas guerras tengan sentido, y en Colombia sin duda alguna que la guerra ya no tiene ningún sentido.

¿Qué tanto le sirvió estar fuera del país a lo largo de 30 años para escribir este ensayo?

Lo que más me impresionó es ver cómo la vida siempre resulta más fuerte y vuelve a instalarse en cualquier sitio. Recuerdo que Sarajevo era una ciudad muerta, llena de francotiradores, y en la que no había ni siquiera agua potable, y sin embargo la gente seguía yendo al río con carritos de hacer el mercado en procura de abastecerse y regresar a sus casas.

Además fue la posibilidad de conocer una serie de experiencias de las que solo tenía noticia a través de la literatura –lo que no es poco-, o estar bajo circunstancias que me llevaron a estar al borde de la muerte, es algo que me hizo tener una relación mucho más humana y real.


Texto

Juan Carlos Millán Guzmán
Periodista
Dirección de Artes,
Ministerio de Cultura
Tel. 3424100   Ext. 1504
Cel. 311 878 67 43

Fotos:

Milton Ramírez, Ministerio de Cultura​​

 
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