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2015-05-26
 

Alberto Salcedo Ramos: el placer de leer, la tortura de escribir

 
 
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Invitado a la octava Temporada de letras Feria del Libro de Pasto que se celebra en la capital de Nariño entre el 26 y el 31 de mayo, el escritor barranquillero habla sobre sus dos grandes pasiones: leer y escribir.


Considerado uno de los mejores cronistas de habla hispana, Alberto Salcedo Ramos (Barranquilla, 21 de mayo de 1963) ha sido merecedor de varios premios y reconocimientos, entre los que destacan el Premio Internacional de Periodismo Rey de España y el Premio Ortega y Gasset de Periodismo. También ha ganado en dos ocasiones el Premio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa. En 2011 obtuvo su quinto Premio Simón Bolívar por el artículo La eterna parranda de Diomedes.

''Yo tuve una maestra en quinto de Primaria que se llamaba Josefina Gutiérrez, ella me prestó un libro de Pablo Neruda, que al principio no me gustó, y Papillon. Con este me enganché enseguida porque a todo niño le atraen las aventuras descritas en esta historia'', destaca el autor de obras como El Oro y la Oscuridad. La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé (2005),  Diez juglares en su patio - en coautoría con Jorge García Usta- (1991), o De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho y otras crónicas (1999).

''Lo peor que se puede hacer es querer fomentar la lectura a partir de la obligación; soy partidario se seducir a los niños para que lean, no de obligarlos a hacerlo. No sé cómo sobreviví a tantos libros malos que me pusieron a leer en los colegios. Habría que pensar en promotores de lectura que sepan enamorar a los niños para hacerlos viajar en las páginas de los libros'', afirma con vehemencia el cronista, para quien foros de carácter literario como el que tendrá lugar en Pasto deben velar por fomentar las charlas y una participación más activa del público.
 
Libros que son juguetes
 
¿Cómo inició su interés por la lectura?
 
De manera casual y desprevenida puesto que  no tuve ningún tipo de orientación por parte de algún adulto. Yo crecí en una casa donde había muy pocos libros, pues mi abuelo, el hombre que me crió, era un ganadero recio que ni siquiera terminó su educación primaria. Debido quizá a su precaria escolaridad era un hombre que desconfiaba de los libros, porque creía que la lectura aplazaba el camino hacia el éxito y la prosperidad. De tal manera que el primer libro del que tengo memoria es Historia sagrada, conformado por una serie de viñetas basadas en la Biblia. Pasaba horas leyendo ese libro. Hoy no sé si me gustaba en realidad o si lo leía porque era prácticamente el único que había en casa.

Al cumplir 12 o 13 años traté de leer Cien años de soledad y no pude porque no entendía nada: los nombres se repetían y yo me extraviaba en ese árbol genealógico. Más tarde – tendría 20 años – volví a ese libro, y la verdad es que me hipnotizó. Me produjo un efecto que yo defino como encoñamiento, porque la prosa de Gabo produce una especie de adicción muy parecida a la del sexo. Es barroca y hasta florida, pero eso no le hace perder precisión. Tiene una gran eufonía porque sus oraciones resuenan en nuestra conciencia no como si fueran literatura sino como si fueran música. El tipo es un brujo.
 
Y desde entonces le llamó la atención leer a García Márquez…
 
Aunque algunos olímpicamente lo declaran un autor envejecido por su entorno rural y por algunos elementos que él usa y que ya no pertenecen a este mundo globalizado, me parece que es un autor vigente, vigoroso y absolutamente universal. Se ha ocupado con una maestría literaria sin par de conflictos esenciales del ser humano, como la soledad, las guerras y el desamor. Nadie como él para hacer trascender nuestra realidad convirtiéndola en memoria. 

¿Cómo fue posible que en semejante ambiente creciera un lector?

El hecho de que hubiera pocos libros en la casa de mis abuelos no me atrofió como lector. Al contrario, me hizo sentir la necesidad de buscar los libros más allá de las puertas de mi casa. El que quiere leer irá hasta el fin del mundo para saciar esa necesidad, el que no,  no leerá nunca, así esté rodeado de la mejor biblioteca. Emily Dickinson decía que no hay nave voladora capaz de llegar tan lejos como un libro. Los libros sirven para hacernos conocer mundos que en persona jamás veremos.

En el pueblo donde crecí –Arenal, Bolívar- no había mayores alternativas de diversión: un cine precario pero no había heladerías ni teatro, así es que para mí la lectura se convirtió en lo que sería un video juego para un niño de hoy. Cuando yo leía era como ver películas, era como comer helados y era como ir al parque. Los lectores de mi generación nos relacionamos con los libros de ese modo. Al principio no leíamos porque quisiéramos forjar con la lectura una disciplina de aprendizaje, sino para pasarla bien.

Lo jodido es que en Arenal había pocos libros, no existía una biblioteca pública. No teníamos las mejores posibilidades de leer buena literatura, pero leíamos así fuera historietas de vaqueros.
 
Un juego solitario…
 
Al llegar al Bachillerato tuve la suerte de tener una profesora –Josefina Gutiérrez, se llamaba- me indicaba algunos títulos y cuando mi abuelo viajaba yo se los encargaba, pese a lo que pensaba sobre los libros y la lectura siempre me los traía. Nunca compró un libro para él, ni llegó a considerar siquiera la posibilidad de que hubiera una biblioteca en la casa, pero siempre me compró lo que yo le encargaba.
 
¿Qué autores llamaban su atención por esa época?
 
Yo leí a Albert Camus cuando tenía 21 años: El extranjero y La peste. Considero que es un autor cuyo encantamiento persiste, además de un buen cronista. Crimen y castigo de Dostoievski lo leí una sola vez, pero no se me ha olvidado su intensidad, su capacidad de penetración psicológica, su agudeza para entender la condición humana, así como la forma tan lúcida de abordar los conflictos del hombre.
 
¿Alcanzó a vivir el Boom?
 
Yo he leído a los autores del Boom como casi todo el mundo a estas alturas. Me gustan mucho los cuentos de Cortázar, aunque el autor que más me gusta, aparte de Gabriel García Márquez, es Juan Rulfo, un narrador esencial, sobre el que J. M. Coetzee dijo que era el gran autor del siglo XX.
 
¿Por qué le llama tanto la atención Juan Rulfo?
 
Al principio no me gustaba porque yo como lector prefería un estilo más barroco y adornado, pero luego comprendí que en esa falta de adornos estaba su gran poder. Rulfo hace parecer fácil el ejercicio de escribir. Lo hace parecer fácil para el lector pero sin duda para él es difícil, porque esa prosa tan precisa es producto de un trabajo encarnizado. La gracia de escribir es justamente ésa: trabajar mucho para que no se note lo mucho que trabajamos.
 
¿Borges?
 
De Borges me gusta su maldad como escritor: sus apuntes malvados contra colegas, eso que algunos le señalan, su capacidad de hacerse odiar por hacer un buen chiste. Era un esteta. No estaba tan interesado en tener la razón o en hacerse amar como en crear belleza con lo que decía o escribía. Eso lo volvía un animal literario enorme y coherente. Era un gran maestro del lenguaje, uno de esos pocos que pueden escribir textos a los cuales no les falta ni les sobra una palabra.

Además es autor de una serie de entrevistas a grandes maestros de la música. ¿Qué le llamó la atención, por ejemplo, del maestro José Barros?

Para mí José Barros es el más grande compositor de Colombia en todos los tiempos, porque tiene una cantidad de registros que solo él tiene: lírico, como Villamil; narrador, como Escalona; profundo, como Leandro Díaz; además de tener un gran sentido del humor y una versatilidad extraordinaria: pasaba del pasillo al bambuco, y de ahí al bolero, o a la cumbia, o al vallenato, o al porro. 

No dejó un solo género musical sin explorar, porque incluso llegó a componer tangos y rancheras. Yo lo veo, además, como una especie de poeta maldito del villorrio: es el que escribe una canción para burlarse del tendero rengo. José Barros fue un gran fabulador, un humorista y aguafiestas, que al mismo tiempo era un gran poeta. La piragua, por ejemplo, es una elegía de una belleza impresionante.
 
¿Cuál sería la banda sonora de Macondo inspirada en la música de José Barros?
 
Caramba, yo pondría Las pilanderas, El pescador, Navidad negra, y todas esas obras de José Barros que le rinden culto al río, porque el río está muy presente en toda su obra y en la de Gabriel García Márquez.

 
 
La tortura de escribir
 
¿Cómo surgió su interés por escribir?
 
En la adolescencia. Pero te diré algo: lo que da placer es leer, no escribir. Suelo citar mucho una frase de Dorothy Parker: ''Odio escribir, pero amo haber escrito''. Lo delicioso es leer. En cambio escribir, cuando es un trabajo, cuando está sometido a plazos y a una gran presión por el resultado que tendrá lo que escribas, es uno de los peores oficios que hay. 
 
¿Cómo es esa tortura?
 
Escribir para mí es tener que lidiar con editores que te ponen un plazo y te preguntan cómo vas y cuánto te falta para entregar; es la angustia de bloquearse y no saber qué camino tomar, cómo salir de ese lío en el que tú mismo te has metido. Tener la idea de lo que se quiere decir sin poder traducirlo de tal manera que quede bien. Aplicarse con paciencia hasta que salga la idea. Escribir es un trabajo infame, de los peores que hay.
 
¿Tiene una disciplina de trabajo como la que tenía, por ejemplo, García Márquez?
 
Yo soy disciplinado –escribo seis columnas al mes-. Esas columnas me ponen en contacto permanente con muchos lectores, pero amordazan al contador de historias que soy. García Márquez decía que lo más importante que aprendió a hacer después de cumplir 40 años fue a decir no. Yo tengo 52 y sigo sin aprender. Saca tus conclusiones de esta respuesta.  
 
¿Qué le llama la atención de un género como la crónica?
 
Escribir crónicas se ha puesto de moda, lo cual no me gusta. Cuando yo comencé nadie me paraba bolas aparte de mi mamá y un par de amigos. Ahora apareció un montón de gente que pareciera escribir crónicas nada más que por escribirlas, quizá por la idea errada de que es un género sexy que da prestigio. Entonces escriben crónicas sin ningún tipo de investigación, sin un trabajo de reportería fundamentado. Son como pompas de jabón que levantan vuelo un ratito pero luego se desvanecen en el aire.

En mi caso escribo crónicas porque creo que en este género es posible investigar como los reporteros y escribir como los escritores.
 
¿Nunca se le ocurrió escribir ficción?
 
 
No sé si yo hubiera tenido talento para novela. A veces me pregunto si debería, pero la verdad es que todavía no he sentido un llamado urgente. Podría morir sin escribir una sola novela y no sentir ninguna frustración.
 
 
¿Qué autores han sido sus maestros en el género?
 
 
El más grande cronista, para mi gusto, se llama Gay Talese, porque combina mejor que los demás las dotes de reportero con las de narrador. Talese eleva la apuesta porque busca las verdades en la psiquis de los personajes y no se queda solo en lo externo: la marca de la chaqueta del personaje, su estatura. Para mí es el Dostoievski de la crónica.
 
De Truman Capote me gusta mucho su audacia para narrar, la manera de mirar la realidad. Y de los latinoamericanos me gustan mucho Leila Guerriero, Josefina Licitra, Martín Caparrós, Juan Villoro y Julio Villanueva Chang, entre otros.



Juan Carlos Millán Guzmán
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